Read Escuela de malhechores Online
Authors: Mark Walden
Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Ciencia Ficción
Cuando el segundero superó las doce en punto, se iluminó la pantalla y, como de costumbre, apareció el logotipo del puño y el globo terráqueo. El símbolo desapareció y fue sustituido por la silueta de un hombre con el rostro completamente difuminado.
—Me alegra volver a hablar con usted, Maximilian —empezó diciendo la borrosa figura de la pantalla.
—El honor es mío, Número Uno. ¿Hay algo de lo que quiera tratar conmigo? —preguntó Nero.
—Ciertamente. ¿Ha ido bien el ingreso de la última remesa de alumnos?
—Sí, señor. Han ingresado cerca de doscientos alumnos, pertenecientes a todos los niveles, la cifra más alta de los últimos años.
—¿La captación se produjo sin incidencias?
Por un instante, Nero se planteó la posibilidad de informar al Número Uno sobre las dificultades que había encontrado el equipo de captación en el reclutamiento de Fanchú, pero finalmente decidió no hacerlo. Sabía que existía la posibilidad de que el Número Uno hubiera tenido noticias del incidente —al fin y al cabo, parecía tener informantes en todos los rincones del mundo—, pero Nero confiaba en la discreción de sus agentes en tales cuestiones.
—No, Número Uno. Todo salió según lo planeado —respondió sin alterar la voz. El Número Uno tenía fama de poseer un talento endiablado para detectar las mentiras.
—Estupendo. Me contrariaría mucho enterarme de que había pasado algo que pudiera proporcionar una mínima pista sobre la existencia de HIVE. No nos podemos permitir volver a trasladar la escuela.
—Nuestra existencia sigue siendo un secreto, señor, puede estar seguro de ello —Nero sabía muy bien lo que le sucedería si alguna vez dejaba de ser así.
—Muy bien. Asegúrese de que eso no cambie —repuso el Número Uno.
Nero sabía que el Número Uno no le había llamado simplemente para hablar de la captación de la nueva remesa de alumnos. Ya había informado del éxito de la operación en el informe que enviaba regularmente al SICO y el Número Uno no habría tenido ningún problema para acceder a esa información.
—¿Alguna otra cosa, Número Uno? —inquirió Nero con la certeza de que tenía que haberla.
—Sí, una cosa más. Ese chico, Malpense.
Al doctor Nero se le encendieron todas las alarmas.
—Sí, señor. Llegó ayer.
—Sí, ya lo sé. Puede que sienta curiosidad por saber quién ha financiado su inclusión en el programa.
Desde luego que sentía curiosidad. Tras recibir a los nuevos alumnos a la entrada de la cueva, había estado revisando el expediente de Malpense. El informe de la condesa sobre su comportamiento durante la visita de presentación y el incidente que tuvo lugar en el comedor no hicieron sino confirmar su primera impresión sobre el muchacho y, a partir de ese momento, Nero había puesto el máximo interés en descubrir todo lo posible sobre el nuevo estudiante. A fin de cuentas, no todos los días ingresaba en HIVE un alumno que antes de empezar su formación ya hubiera depuesto a un primer ministro. La curiosidad de Nero se había incrementado aún más cuando, al tratar de averiguar algún detalle sobre quién financiaba los estudios de Otto, se le informó de que el sistema de seguridad del SICO no le autorizaba a acceder a esa información. Aquella circunstancia no solo le había dejado atónito, sino también bastante preocupado. Era la primera vez que eso le ocurría y había muy poca gente en el mundo con un grado de autorización mayor que el suyo.
—Sí, señor. Resulta un tanto irregular que no se me conceda acceso a esa información, aunque estoy seguro de que hay razones de peso para que sea así.
Nero escogió sus palabras con sumo cuidado. Hablar con aquel hombre era como bailar claque en un campo minado.
—Sí, hay razones de peso, pero, de todos modos, creo que hay algo que debe saber. Soy yo personalmente quien está financiando a Malpense.
Nero sintió un súbito escalofrío. Era la primera vez que el Número Uno financiaba los estudios de uno de los chicos.
—Entiendo. ¿Hay alguna razón especial por la que se haya decidido a financiarle? Quiero decir, ¿hay algo que deba saber para que pueda orientarme a la hora de dirigir su formación?
—Las razones son cosa mía. La verdad, Maximilian, no esperaba de usted que fuera a cuestionar mis decisiones a estas alturas.
La voz del Número Uno pareció endurecerse durante un segundo y Nero sintió que se le erizaba el vello de la base del cuello.
—Le ruego que me disculpe, señor. No pretendía poner en cuestión su decisión. Estoy seguro de que será un estudiante excelente.
Nero se esforzó por reprimir el tono de ansiedad que latía en su voz.
—Eso pienso yo también. Espero recibir informes regulares sobre sus progresos.
—Desde luego, señor. ¿Algo más?
—Ocúpese de que no le suceda nada malo, Nero. Como es natural, en el curso de su formación sufrirá algún que otro percance, pero no debe ocurrirle ninguno grave. Le hago a usted responsable personalmente de su seguridad.
—Muy bien, Número Uno. ¿Alguna otra cosa?
—No, eso es todo. Transmita a todo el personal mis mejores deseos.
Para recordarles que siempre estaba vigilándolos, se dijo Nero para sus adentros.
—Así lo haré, Número Uno.
—Pronto volveré a hablar con usted, Maximilian. Adiós.
La pantalla se oscureció. Nero se recostó en su silla y trató de interpretar lo que acababa de decirle el Número Uno. Nunca antes había financiado a un alumno de la escuela, de modo que tenía que haber visto en Malpense algo que le había hecho cambiar de idea y Nero tenía que descubrir de qué se trataba. En todo caso, lo primero era decirle a Raven que, además de echarle un ojo al chico, tenía que ocuparse también de que no le ocurriera nada malo. No era habitual emplear sus talentos en la protección de los alumnos, pero no le cabía ninguna duda de que sería la mejor y la más discreta guardaespaldas para el muchacho. No era conveniente que el personal y el resto de los chicos estuvieran al tanto del trato especial que se brindaba a Malpense, así que Raven tendría que hacerse notar lo menos posible. Afortunadamente, como bien podían atestiguar sus anteriores víctimas, eran muy pocas las personas capaces de ver a Raven antes de que fuera ya demasiado tarde.
Nero consultó de nuevo la ficha de Otto en el ordenador que tenía en su escritorio y volvió a repasar todos los detalles, buscando alguna información que pudiera proporcionarle una pista sobre los motivos que habían llevado al Número Uno a elegir a aquel muchacho. Dejando a un lado la audacia de su último plan, a primera vista no había nada que llamara especialmente la atención, pero, de todos modos, Nero tomó la decisión de averiguar todo lo que pudiera sobre Otto Malpense. Su propia supervivencia podía depender de ello.
E
l departamento de Formación Táctica venía a ser casi como una escuela dentro de la escuela. Mientras Otto se dirigía a la caverna donde iba a tener lugar su primera clase con el coronel Francisco, vio aulas, galerías de tiro, gimnasios, muros de escalada, piscinas y muchas otras instalaciones que parecían exclusivas de aquel departamento. También se fijó en que en aquella zona abundaban más los alumnos del nivel de los Esbirros, la mayoría de ellos dotados de una complexión tan formidable como la de Block y Tackle. Otto vio que Wing inspeccionaba el entorno con ojo avizor, como si esperara que fueran a tenderles una emboscada en cualquier momento. Otto supuso que de forma inconsciente también él estaba atento a cualquier señal que pudiera delatar la presencia de sus rivales de la hora de comer del día anterior.
El ambiente que se respiraba en ese departamento era muy distinto al de las demás zonas que habían visto hasta entonces los alumnos Alfa. Flotaba en la atmósfera una sensación apenas disimulada de agresividad, que resultaba aún más amenazadora debido a las miradas hostiles que les lanzaban los matones de mono azul que había por todas partes. No sin cierto alivio, llegaron por fin a la entrada de la cueva indicada, y las pesadas puertas de acero se abrieron para franquearles el paso.
Al traspasar el umbral, accedieron a una amplia plataforma metálica, suspendida de la pared de una honda caverna, cuyo fondo estaba ocupado por un estanque de aguas oscuras. Colgada del techo de la cueva, al mismo nivel de la plataforma, se alzaba una extraña estructura formada por vigas y bloques de hormigón, que parecía casi una pista americana suspendida en el aire. En el extremo opuesto de la plataforma se encontraba aquel enorme hombre negro, vestido con uniforme militar, que Otto había visto en la mesa de los profesores durante el almuerzo del día anterior. Llevaba un traje de camuflaje, lucía unas pesadas y relucientes botas negras y tenía un aspecto absolutamente imponente. Ahora que lo veía más de cerca, Otto se percató de que aquel hombre, en vez de llevar una especie de manopla —como había creído en un primer momento—, tenía en realidad una mano de metal articulada, circunstancia que aconsejaba evitar los apretones de manos con él, a menos que se quisiera hacer una visita inesperada a la enfermería. Parecía una de esas personas que no tienen ningún problema en arrancarle la cabeza a cualquiera que desobedezca sus órdenes. En cuanto el último de los Alfas cruzó las puertas, aquel hombre se dirigió al grupo a voz en grito.
—¡Bien! Escuchad, pandilla de gusanos inútiles. Soy el coronel Francisco, «señor» para vosotros. Mis órdenes se obedecen siempre de forma inmediata y sin rechistar. Si alguno de vosotros desobedece mis órdenes, me ocuparé personalmente de que sus próximos años aquí sean un infierno: podéis estar seguros. Dudo mucho que pueda sacar algún partido de una panda de Alfas como vosotros, pero ahora veremos de qué pasta estáis hechos. ¡En formación!
Señaló unos círculos pintados en el suelo delante de él y cada uno de los alumnos se apresuró a ocupar su puesto en una de las marcas.
—¡En posición de firmes! ¡Los pies juntos, la mirada al frente! —les gritó el coronel Francisco, y ellos se apresuraron a obedecer—. Valiente hatajo de blandengues —dijo el coronel mientras pasaba revista a los estudiantes—. Esta es la primera fase del programa de Formación Táctica. Es muy poco probable que alguno de vosotros tenga la más mínima aptitud para lo que voy a tratar de enseñaros, pero no toleraré que nadie se raje. Más vale que pongáis todo de vuestra parte porque si no ya me encargaré yo de arrancároslo. ¿Queda claro?
Un murmullo de asentimiento se extendió por las filas del grupo de alumnos, la mayoría de los cuales parecían un tanto acongojados.
—¡No os oigo! Cuando hago una pregunta quiero que se me responda alto y claro. La primera y la última palabra que quiero que salga de vuestros labios es señor. ¿Está claro?
Les lanzó una mirada furibunda, como si los estuviera retando a que le desafiaran.
—¡Señor, sí señor! —respondió al unísono el grupo en voz alta.
—Bien, lo primero que voy a hacer es familiarizaros con uno de los componentes más básicos y fundamentales del equipo que utilizaréis durante vuestra estancia en HIVE.
Dicho aquello, se acercó a un armero en el que se alineaban unos extraños objetos de color negro y sacó uno. Era una especie de manopla blindada con un pequeño mango en un extremo y una pieza ensamblada a un lado, por la que asomaba la punta plateada de una flecha.
—Esto es un arpón táctico del modelo cuatro —ladró el coronel mientras se acoplaba el dispositivo en el brazo—. Todos acabaréis familiarizándoos con los diversos aspectos de su funcionamiento y su uso táctico. Su manejo no resulta nada complejo e incluso vosotros, los Alfas, deberíais ser capaces de comprenderlo.
Otto empezaba a entender de dónde venía la animosidad de los Esbirros hacia los Alfas.
—El gatillo principal se encuentra aquí, en el mango —dijo el coronel, señalando la empuñadura—. Al accionarlo se dispara el cable de enganche, así.
Apuntó el dispositivo al techo de la cueva y pulsó el botón. Se oyó una leve detonación y una saeta de acero, que llevaba unido un fino alambre, salió disparada del cañón del artilugio en dirección a las rocas de arriba.
—El gatillo secundario se encuentra bajo la posición del pulgar y sirve para soltar o recoger el cable.
El dispositivo emitió un leve silbido y el coronel se elevó varios metros y se quedó colgando delante de ellos. Después de permanecer unos segundos balanceándose en el aire, apretó el interruptor en sentido opuesto y volvió a bajar a la plataforma.
—Al accionar el gatillo de nuevo, se suelta el arpón.
Cuando pulsó el botón, el arpón se soltó del techo y, con un agudo silbido, el cable volvió a enrollarse en el aparato a la velocidad del rayo y la saeta quedó encajada en su sitio.
—Empleados de forma individual, estos artilugios sirven para escalar paredes verticales o para descender sin riesgos desde una posición elevada, pero un par de arpones pueden resultar aún más útiles.
El coronel se acercó de nuevo al armero, cogió otro arpón y se lo acopló en la mano. Luego avanzó hasta el borde de la plataforma y disparó un cable hacia los extraños obstáculos que colgaban del techo. El arpón acertó en un bloque de hormigón y quedó firmemente sujeto.
—Prestad mucha atención. Dentro de poco tendréis que intentar hacerlo vosotros.
Y, dicho aquello, el coronel saltó fuera de la plataforma y se columpió hacia el centro de la cueva. Al alcanzar el punto más elevado de su trayectoria, soltó el cable y comenzó a caer, arrancando gritos ahogados de asombro entre algunos de los alumnos. Mientras caía, disparó el segundo artilugio, y el arpón se amarró con firmeza a otro bloque que había un poco más allá. La caída se detuvo y el coronel se columpió a gran velocidad en dirección al otro lado de la cueva. Luego siguió columpiándose, esquivando obstáculos a veces por solo unos pocos centímetros, pero manteniendo siempre una velocidad constante. Se movía con una agilidad y una elegancia insólitas en un hombre tan corpulento, y al poco tiempo ya había superado todos los obstáculos. Justo antes de alcanzar el otro extremo de la cueva, dio media vuelta y emprendió el regreso, cambiando siempre de cable justo a tiempo de evitar una colisión que parecía inevitable. Finalmente, aterrizó con suavidad delante del grupo. Ni siquiera parecía faltarle el aliento. Había sido toda una exhibición.
—Como habréis advertido, empleando un par de arpones de esta forma es posible desplazarse a gran velocidad por un entorno elevado. Para alcanzar un mínimo nivel de destreza con este equipo tendréis que practicar mucho, así que quiero que cada uno de vosotros coja un par de arpones e intente atravesar la cueva desde aquí hasta la plataforma que hay en el muro opuesto.