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Authors: Mark Walden

Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Ciencia Ficción

Escuela de malhechores (18 page)

A juzgar por la expresión de la mayor parte de los estudiantes, más que interesarse por el contenido de la asignatura, seguían intentando asumir el hecho de que les estaba hablando un gato. Otto había advertido que, mientras la señorita León se dirigía a la clase, la boca del gato permanecía inmóvil y sentía curiosidad por saber cómo demonios se las arreglaba para poder hablar así. Se fijó en el centelleante collar de joyas que llevaba el gato y se dio cuenta de que lo que en un primer momento había tomado por una joya azul brillante era, en realidad, un diodo. Supuso que debía tratarse de algún tipo de sintetizador de voz y que con toda seguridad la mente tenía mucho que ver con el hecho de que el gato pudiera hablar.

Otto oyó a un chico que tenía detrás susurrándole a su vecino:

—¿Qué crees que usará, una caja de tierra o un váter?

La señorita León se movió a tal velocidad que lo único que vieron los chicos fue una especie de borrón blanco que pasaba volando por encima de sus cabezas. Otto se volvió en su asiento y vio al gato en el pupitre que tenía justo detrás con una uña, afilada como una cuchilla, enganchada en las fosas nasales del estudiante que había hecho el comentario. El rostro del chico era el vivo retrato del horror.

—Un gato es capaz de oír en un día ventoso a un ratón que se mueve entre la hierba a una distancia de treinta metros, así que hubiera dado lo mismo si usted hubiera proclamado a gritos su ingenioso comentario, niño estúpido. Asimismo, conviene que sepa que esta uña que casi le atraviesa la piel no es más que una de las dieciocho que tengo, que todas ellas están igual de afiladas y que sé perfectamente dónde están las partes más blandas y más vulnerables de su cuerpo. Tomando todo esto en consideración, dígame: ¿hay algún otro chiste que quiera compartir con el resto de la clase?

—No, señorita León —respondió el chico con voz temblorosa. La cara se le había puesto completamente blanca.

—Bien.

El gato retrajo la uña, liberando al aterrorizado muchacho, y regresó al frente de la sala saltando de pupitre en pupitre.

—Empezaremos estudiando algunas nociones básicas sobre las distintas formas de eludir los sistemas de seguridad con el fin de que estén mejor preparados para sus primeros ejercicios prácticos.

Otto advirtió que el diodo parpadeaba levemente cada vez que el gato hablaba. Al parecer, sus sospechas no andaban desencaminadas.

Durante los veinte minutos siguientes, la señorita León permaneció sentada en su banqueta instruyéndoles sobre los principios básicos de la infiltración y la contravigilancia. A Otto le sorprendía bastante la rapidez con que tanto él como el resto de los alumnos se habían acostumbrado al hecho de que les estuviera dando clase un animal, pero supuso que las experiencias que habían tenido en HIVE estaban empezando a volverles inmunes a la extrañeza.

—De modo que es importante que aprendan a reconocer las pautas por las que se rige cualquier sistema de seguridad, a identificar sus puntos débiles y a sacar partido de ellos… Disculpe, señorita Trinity, ¿la estoy aburriendo?

Otto miró hacia donde estaba Shelby justo a tiempo de ver cómo dejaba de hacer garabatos en su cuaderno y con un leve gesto de azoramiento se apresuraba a ponerse recta en su asiento.

—A lo mejor piensa que no tengo nada que enseñarle, ¿eh? —prosiguió la señorita León—. Claro, con la experiencia práctica que tiene usted en estos temas…

Laura, que estaba sentada junto a Shelby, miró con curiosidad a su compañera.

La señorita León ladeó la cabeza y sus bigotes palpitaron.

—¡No me diga que todavía no se lo ha contado a nadie! Debería saber que en HIVE no hay lugar para los secretos. Aquí todos somos amigos, Shelby. ¿O prefiere que la llame Espectro?

Era como si por primera vez la máscara se hubiera desprendido del rostro de Shelby. Su expresión se endureció y clavó en el gato blanco una mirada heladora.

—No sé de qué me habla —repuso sin inmutarse, sosteniendo la mirada a la señorita León.

—No, claro que no. Supongo que ha sido admitida en el nivel Alfa debido a su primorosa manicura. Con lo que no tiene nada que ver, desde luego, es con el hecho de que tal vez sepa usted algo sobre la misteriosa desaparición en los últimos doce meses de una serie de joyas valoradas en varios millones de dólares que se encontraban en algunos de los emplazamientos más seguros del mundo. Eso sería absurdo, ¿verdad?

La expresión de Shelby indicaba que sabía perfectamente de qué le estaba hablando la señorita León. Por toda la sala, los estudiantes se daban codazos y cuchicheaban. En los últimos meses, Espectro, un ladrón que era capaz de forzar sistemas de seguridad supuestamente inexpugnables sin dejar ninguna huella y que después se llevaba las más exquisitas y hermosas joyas, se había convertido poco menos que en una celebridad. La única señal que dejaba era una tarjeta que solía depositar en el lugar que había ocupado una joya especialmente valiosa y que llevaba el siguiente mensaje: «Muchas gracias. Espectro». En un primer momento, las compañías aseguradoras y las empresas de seguridad habían conseguido que no se difundiera la noticia, pero la prensa había terminado por hacerse con la información. La historia había excitado la imaginación de la opinión pública y se había especulado mucho sobre la identidad de aquel ladrón invisible. Aun así, Otto sospechaba que muy poca gente habría creído que los robos eran obra de una chica de trece años. A Shelby, más que incomodarle, parecía irritarle profundamente que la señorita León supiera quién era y encima hubiera decidido revelárselo a toda la clase.

—Supongo que no servirá de nada que lo niegue todo, ¿verdad?

La voz de Shelby tenía un tono frío y acerado que Otto no le había escuchado nunca. La crispante imagen de niña pija que había mostrado hasta entonces se borró por completo.

—No,
chéri
. He seguido sus hazañas con bastante interés. Parece usted una chica… prometedora. Tiene un raro talento natural: no debe avergonzarse de ello ni tratar de ocultárselo a la gente de aquí —la señorita León dejó de mirar fijamente a Shelby y volvió a dirigirse al conjunto de la clase—. Bueno, como iba diciendo, reconocer las pautas por las que se rigen los sistemas de seguridad es esencial para…

Cuando la señorita León prosiguió con su clase, Shelby pareció prestarle mucha más atención que antes, como si no fuera consciente de que se había convertido de pronto en el centro de atención de todos sus compañeros. Otto estaba convencido de que no era el único que había advertido la rabia con que Shelby miraba a su nueva profesora. Aquello podía llegar a ser un choque de voluntades bastante interesante, se dijo para sus adentros.

Cuando por fin acabó la clase y, con ella, el primer día de colegio, la señorita León, tras darles permiso para que se fueran, salió trotando del aula con la cola ondeando en el aire. Varios alumnos, intrigados por conocer a la celebridad que se ocultaba entre ellos, se acercaron a Shelby, pero la mirada fulminante que les dirigió la muchacha hizo que se lo pensaran mejor y se apresuraran a retirarse. Laura, sin embargo, no se dejó disuadir tan fácilmente.

—¿Pensabas contármelo en algún momento? —le preguntó a Shelby, que estaba metiendo sus libros en la mochila.

—No, si hubiera podido evitarlo. Pero, según parece, el anonimato no es algo que se respete demasiado por aquí —respondió Shelby, mientras metía con furia su último libro en la mochila.

—Podrías habérmelo dicho. Sabes que no se lo hubiera contado a nadie.

—Mira, no me apetecía hablar de ello. Lo único que quería era salir cuanto antes de esta maldita isla y regresar a la vida que llevaba antes, pero ahora que todo el mundo sabe quién soy, ¿cómo voy a poder hacerlo? —respondió, enfurecida, Shelby—. Y ahora déjame en paz.

Laura levantó una mano y dio un paso atrás.

—Vale, vale. Solo quería saber si estabas bien.

—Estoy estupendamente —le espetó Shelby y, apartando a Laura, se dirigió a la puerta.

Otto y Wing se acercaron a Laura, que miraba cómo se alejaba Shelby con cara de preocupación.

—¿Está bien? —preguntó Otto.

—La verdad es que no. Me imagino que tenía la esperanza de poder guardar su secreto un poquito más.

—No está bien que la hayan desenmascarado delante de todo el mundo —terció Wing—, aunque tampoco creo que hubiera podido mantenerlo oculto durante mucho tiempo. Acordaos de la exhibición que hizo con los arpones. Ocultar la identidad es una cosa, pero ocultar las habilidades que uno tiene es mucho más difícil.

El comentario de Wing hizo que la mente de Otto se pusiera a trabajar. Lo cierto es que durante aquel día todos habían dejado entrever las excepcionales habilidades que poseían y en cierto modo tenía la sensación de que les habían engañado para que mostraran lo que eran capaces de hacer. Tal vez fueran paranoias suyas, pero le parecía que los profesores estaban aprendiendo tanto de ellos como ellos de los profesores. No sabía qué pretendía hacer el doctor Nero con esa información, pero no tenía ninguna duda de que los profesores le darían parte de todos los acontecimientos del día.

—Esto es el no va más. Un gato que habla, ¿qué será lo siguiente? —preguntó Franz mientras se unía a ellos.

—Bueno, Block y Tackle son dos simios parlantes, así que tampoco me parece que sea tan sorprendente —respondió Otto, sonriendo—. Lo único que ha quedado bastante claro es que quizás no sea una buena idea presentarse voluntario para los experimentos del profesor Pike.

—Puede que tampoco esté tan mal —dijo Laura con una sonrisa—. Al fin y al cabo, los gatos se pasan durmiendo el setenta y cinco por ciento del día, ¿no? A mí ahora me vendría de perlas.

Otto la entendía perfectamente. También él estaba rendido y el esfuerzo que le había supuesto cruzar la cueva columpiándose le había dejado los hombros machacados. Además, su cerebro, que trataba de analizar todo lo que había visto y oído, estaba sobrecargado de información. Al margen de cualquier otro siniestro propósito que pudiera ocultarse tras el afán por someterlos a tal cantidad de situaciones extrañas en un solo día, lo que desde luego habían conseguido era dejarlos tambaleantes.

Nigel se acercó adonde estaban y se puso a charlar con Franz sobre los acontecimientos del día y Laura aprovechó para apartar a un lado a Otto y a Wing. Echó un vistazo a su alrededor para asegurarse de que nadie les escuchaba y susurró:

—Shelby también quiere largarse de aquí. ¿Crees que vale la pena que la pongamos al tanto de lo que estuvimos hablando antes?

Wing interrogó a Otto alzando una ceja. Era evidente que estaba sorprendido por el hecho de que su comisión informal de fugas contara con un nuevo miembro.

—Puede ser. ¿Por qué no intentas hablar con ella más tarde, cuando ya se haya tranquilizado un poco? —sugirió Otto.

—Tenemos que andarnos con cuidado. La verdad es que aún no sabemos en quién podemos confiar —terció Wing. La fugaz mirada que dirigió a Otto indicaba que ni siquiera estaba seguro de que debieran tratar aquel asunto con Laura.

—Lo sé. Pero no podemos hacerlo solos. Vamos a necesitar toda la ayuda con la que podamos contar y su habilidad para burlar sistemas de seguridad puede sernos útil. Háblale del tema, pero de una forma vaga. Aún hay muchas cosas que no sabemos de ella —le recordó Otto a Laura.

—Eso vale para todos nosotros, Otto. Tenemos que confiar los unos en los otros si queremos salir de aquí —repuso Laura.

Otto asintió.

—Lo sé, pero ten cuidado. Como alguien de HIVE se entere de lo que estamos tramando, podríamos abandonar la isla metidos en cajas.

Una invitación a cenar del doctor Nero no era algo que un miembro del personal docente de HIVE pudiera permitirse el lujo de rechazar. Y así, la condesa, el profesor Pike y el coronel Francisco se encontraban en aquel momento sentados a la mesa del comedor del doctor Nero, charlando mientras aguardaban la llegada de su anfitrión. También se encontraba allí la señorita León, sentada en una silla con un gran almohadón de terciopelo rojo para que la aupara hasta la altura de la mesa. La sala no hubiera desentonado en una casa de campo inglesa y solo la ausencia de ventanas servía como recordatorio de que se encontraban a muchos metros bajo tierra. Un miembro del servicio personal de Nero se afanaba por la sala llevando fuentes y sirviendo bebidas a los invitados. Al cabo de unos minutos, apareció por fin el doctor.

—Siento haberles hecho esperar. Tenía que ocuparme de unos asuntos que me han llevado más de lo esperado —acto seguido, se giró hacia un criado vestido de blanco—. Ya puedes servir el primer plato, Iván.

Iván procedió a llenar los cuencos de sopa y luego se los fue sirviendo a los comensales, exceptuando a la señorita León, a la que sirvió una ración de salmón ahumado, cortado en pequeños trozos, en un cuenco de plata.

—Bueno, ¿qué tal les ha ido a los Alfas en su primer día? Espero que no hayan surgido dificultades imprevistas —preguntó Nero a sus invitados.

—Todos han rendido según lo previsto —respondió el coronel Francisco—. Tenía razón respecto a la chica; ha demostrado poseer unas aptitudes verdaderamente notables. El rendimiento de los demás también ha sido el esperado: Fanchú y Malpense mostraron ciertas condiciones, pero el resto adoleció de las carencias previsibles. Llevará algo de tiempo, pero terminarán por adquirir el nivel requerido.

Nero asintió.

—¿Qué me dice usted, Tabitha, algún problema?

La señorita León levantó la vista del cuenco.

—No. Como usted esperaba, la señorita Trinity no había revelado su verdadera identidad a sus compañeros, pero ahora, si me permite emplear un manido símil animal, ya se ha levantado la liebre. Sospecho que en este momento se siente convenientemente expuesta.

—Bien. Es posible que con el tiempo hubiera compartido con sus compañeros la verdad sobre su pasado, pero no soy partidario de demorar las cosas más de lo necesario —Nero se volvió hacia el profesor Pike—. Dígame, profesor, ¿su clase se desarrolló tal y como habíamos planeado?

—Sí. Malpense rindió según lo previsto, pero la señorita Brand ha resultado estar más capacitada de lo que esperábamos. Parece que su comprensión de los fundamentos de la tecnología no se limita al campo de la informática. Puede incluso que utilice en la nueva versión del dispositivo Poseidón un par de modificaciones que sugirieron: podría llegarse a reducir el consumo de energía en cerca de un veinticinco por ciento. El empleo tan innovador que hacen de las matrices de fase distributiva podría multiplicar geométricamente el factor de amortiguación de la resonancia en una proporción de…

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