Read Escuela de malhechores Online
Authors: Mark Walden
Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Ciencia Ficción
—No, ¿eh? Pues yo a ti sí quiero hacerte más daño —respondió Tackle, metiéndose una mano en el bolsillo y sacando una amenazadora navaja.
—¡Wing! ¡Toma! —gritó Otto, lanzando el tubo a su amigo.
El arma salió girando por el aire y Wing se volvió en el último momento para cogerla… con la frente. Soltó un gruñido y cayó al suelo sin conocimiento. Los ojos de Otto se abrieron horrorizados. ¿Qué había hecho?
La momentánea sorpresa que se dibujó en la cara de Tackle se convirtió en una sonrisa salvaje. Luego miró el cuerpo inconsciente de Wing.
—Ahora mismito me ocupo de ti, karateca —dijo y, acto seguido, levantó la vista hacia Otto—, pero antes voy a acabar contigo, blancucho.
Mientras Tackle se aproximaba, Otto, desesperado, escrutó el pasillo buscando algo con que defenderse. Block, que también se había levantado, recogió del suelo el tubo que estaba junto a Wing y se unió a Tackle en su avance por el corredor en dirección a Otto. No había escapatoria.
«Pues voy a seguir luchando», se dijo Otto mientras copiaba la postura de combate que Wing había adoptado unos segundos antes, confiando en su desesperación en que Tackle y Block no adivinarían que él no sabía defenderse como lo había hecho Wing.
De pronto, los ojos de Block y Tackle se abrieron aterrados. Block tiró al suelo el trozo de tubería y retrocedió levantando la mano para protegerse.
—¡Perdón! ¡Perdón! ¡Por favor, no nos haga daño! ¡Dios mío!
Con ese patético ruego dio media vuelta y huyó por el corredor.
—No era más que un juego, no queríamos hacer daño a nadie —chilló Tackle, que acto seguido dejó caer la navaja y salió corriendo por el pasillo detrás de su amigo.
Otto los miró estupefacto. ¿Tan fiero les había parecido?
Lo que Otto no había visto era que, mientras los dos brutos se acercaban, una figura vestida de negro surgió de entre las sombras del techo del corredor y sin hacer ningún ruido se dejó caer detrás de él. Luego se echó una mano a la espalda y desenvainó a medias una catana cuya hoja refulgió al recibir la luz del corredor. La otra mano se alzó hacia Block y Tackle y movió de un lado a otro un dedo, diciéndoles que no. La reacción de los dos esbirros al comprobar que Raven, la asesina más temida del colegio, parecía proteger a Otto era del todo previsible. Otto, en cambio, ni siquiera se enteró de que había estado allí: la mujer desapareció entre las sombras tan rápida y silenciosamente como había llegado.
Otto corrió hasta donde estaba Wing y, al acercarse, comprobó aliviado que ya había recuperado el conocimiento pues sacudía la cabeza mientras se incorporaba para sentarse.
—¿Estás bien? —le preguntó Otto, angustiado.
—Sobreviviré.
Wing miró hacia el corredor a tiempo de ver que Block y Tackle huían por una curva y desaparecían de su vista. Luego hizo una mueca de dolor y se llevó una mano a la frente.
—Lo siento, Wing. ¿Seguro que te encuentras bien?
Otto se sentía fatal por haber hecho daño a su amigo.
—Tranquilo, tío. Estabas intentando ayudarme —Wing le sonrió—. Además, he sobrevivido a cosas peores, créeme. ¿Qué les hiciste a esos dos? —preguntó señalando con el dedo pulgar el pasillo por donde habían escapado Block y Tackle.
Otto le ayudó a ponerse en pie y le sonrió desconcertado.
—¿Pues sabes qué? No tengo la menor idea.
Embargado de un comprensible sentimiento de culpabilidad, Otto acompañó a Wing a la enfermería para que le echaran un vistazo al chichón que le había salido en la frente. Wing no paraba de repetir que estaba bien y que no necesitaba que le viera el médico, pero Otto insistió. El médico aceptó con previsible escepticismo la explicación de que Wing había tropezado y se había dado un golpe en la cabeza con un pupitre, pero, afortunadamente, no les presionó para que le dieran más detalles y les aseguró que el golpe no tendría más consecuencias que un ligero dolor de cabeza.
De vuelta de la enfermería regresaron a su pabellón, donde encontraron a Shelby y a Laura charlando en uno de los bancos del patio.
—¿Dónde os habíais metido? Estábamos preocupadas.
Otto les contó su inesperado encuentro con Block y Tackle y de compadecer a Wing las chicas pasaron a tomar el pelo a Otto por la «ayuda» que le había prestado durante el combate.
—A ver si me entero —dijo Shelby, muerta de risa—. Wing ya tenía ganada la batalla y entonces vas tú y decides hacer tu primera aportación dejándole sin conocimiento.
—Pues sí —murmuró Otto, sintiéndose un enano de veinte centímetros de estatura.
—La idea de Otto era buena, el problema es que le falló un poco la puntería.
—Habrá que tenerlo en cuenta en el futuro. Cuando participes en un combate a vida o muerte, asegúrate de dejar inconscientes a todos tus aliados lo antes posible —dijo Laura, riendo.
—Sí, sobre todo si es lo único que se interpone entre tú y la más soberana paliza de tu vida.
—Sigo sin entender por qué huyeron —dijo Wing, pensativo.
—Otto les debió asustar de verdad —replicó Laura, que consiguió resistir al menos dos segundos antes de que ella y Shelby estallaran en un torrente de carcajadas.
«Esta noche va a ser muy larga», pensó Otto. Pero la verdad es que todo aquello era bastante raro. Seguía sin recordar qué había hecho para que salieran huyendo. Lo que sí sabía era que ir en busca de la pareja para preguntárselo no era precisamente una buena idea.
—Fuera por la razón que fuera, me alegro de que huyeran. La situación se habría resuelto de una forma bastante más desagradable si no echan a correr. Estoy seguro de que no se iban a limitar a dejarnos con unos cuantos cardenales. Esos dos llevaban la palabra asesinato escrita en la mirada.
De pronto, Wing se había puesto serio. Otto le entendió perfectamente. Lo que más miedo le había dado durante el combate había sido la expresión de Block y Tackle mientras avanzaban hacia él cuando Wing estaba en el suelo. Había tenido la terrible sensación de que pensaban herirle gravemente o incluso matarle. En el futuro no volvería a subestimar el instinto violento de aquellos dos.
Cuando ella y Laura dejaron por fin de reírse, Shelby miró con preocupación a Wing y le habló en voz baja:
—¿Seguro que estás bien para lo de esta noche? —le preguntó.
—Claro que sí —Wing volvió a sonreír—. Pero te aconsejo seriamente que no des la espalda a Otto en ningún momento.
«En efecto, va a ser una noche muy larga», pensó Otto.
Nigel estaba preocupado. Violeta crecía mucho más deprisa de lo que había previsto y le estaba resultando difícil controlarla. La última vez que le había dado de comer le había mordido y le había hecho sangre. No era la pequeña herida lo que le preocupaba, sino el frenesí que le entró al probar el oscuro líquido rojo. En ese momento decidió situar junto a sus raíces un tubo que había sustraído del laboratorio de la señorita González y administrarle de forma regular unas dosis de un agente que frenaba el crecimiento. De esa forma, al menos, se aseguraría de que no iba a crecer más de momento. Al día siguiente tendría que plantearse qué hacer con las tendencias violentas de Violeta, aunque no estaba del todo seguro de cómo se controlaba la agresividad en las plantas. Era posible que después de todo tuviera que pedir ayuda a la señorita González.
Con unas largas pinzas tendió a Violeta una cucaracha. Pero el insecto que le estaba ofreciendo no pareció interesar ni poco ni mucho a la planta. En vez de eso, sus largos tentáculos dirigieron las pinzas hacia la mano de Nigel de una forma un tanto amenazadora. El muchacho tiró de las pinzas para arrancarlas de los tentáculos, poniendo mucho cuidado en no romperlos. La cucaracha quedó a los pies de Violeta, olvidada e indemne. Al ver que también se negaba a comer, Nigel empezó a temerse que le estuviera ocurriendo algo muy serio. Se quedó sentado mirando el cubículo con preocupación.
—¿Qué voy a hacer contigo? —suspiró, poniendo la mano sobre el cristal.
Otto estaba sentado en su cama leyendo una biografía de Diabolus Darkdoom que había sacado de la biblioteca del colegio. El padre de Nigel había tenido una vida muy ajetreada, durante la cual había elaborado un proyecto criminal tras otro, a cual más temerario y audaz. Acababa de llegar al capítulo que describía su plan para robar la Torre Eiffel, cuando Wing salió del cuarto de baño en calzoncillos y camiseta. No era la primera vez que Otto veía la gran cantidad de cicatrices que cubrían su cuerpo, pero todavía no se había atrevido a preguntarle cómo se las había hecho. Suponía que cuando le pareciera oportuno, él mismo se lo diría. También observó que seguía llevando colgado del cuello un pequeño amuleto que, por lo que sabía Otto, no se quitaba nunca. Tenía la forma de una coma blanca con un diminuto círculo negro en el centro. Otto también había resistido la tentación de preguntarle por aquel objeto, pero ahora que planeaban abandonar el colegio se dio cuenta de que quizá no se le volvería a presentar otra oportunidad. Wing levantó la mirada y observó la expresión de curiosidad de Otto.
—¿Quieres preguntarme algo, Otto? —le preguntó, sentándose también él en su cama.
—Sí… No quisiera ser indiscreto y si quieres me puedes decir que no me meta en tus asuntos, pero es que estoy intrigado con eso que llevas al cuello
—¿Esto? —Wing se agarró el amuleto.
—Es pura curiosidad, no tienes que contarme nada si no quieres —dijo Otto, confiando en que de todos modos se lo contaría.
—Era de mi madre —empezó a decir en voz baja y tranquila—. Esto es el yang, la mitad del símbolo del yin y el yang. Representa todo aquello en lo que creía mi madre, es decir, la existencia de dos fuerzas opuestas que siempre han estado activas en el universo. El yin existe en el yang y el yang existe en el yin. Simbolizan la combinación de lo positivo y lo negativo, de la luz y la oscuridad, del bien y el mal, que mantiene al mundo dando vueltas y crea la energía vital. Cuando me lo dio mi madre, me dijo que el punto negro que está en el centro de la blancura del yang serviría para recordarme que la semilla del mal anida siempre en el fondo del corazón del bien y que, del mismo modo, el yin nos enseña que incluso el alma más maligna tiene en su interior el potencial de hacer el bien.
Wing calló un momento, mirando el amuleto que tenía en la mano.
—Perdona, Wing, no quería despertarte malos recuerdos. No sabía que había sido de tu madre.
Otto se sentía fatal. En el espacio de un par de horas se las había arreglado para infligir primero daño físico y luego dolor emocional a su mejor amigo.
—No tienes por qué pedirme perdón. Los recuerdos que tengo de mi madre son muy felices. La echo de menos, claro, pero de alguna manera siento que me sigue protegiendo.
Wing sonrió a Otto.
—¿Y la otra mitad del amuleto? ¿La tiene tu padre?
—No, la otra mitad se perdió. Me encantaría encontrarla algún día porque me ayudaría a resolver algunos interrogantes sin respuesta.
Otto advirtió que una expresión de dureza y frialdad asomaba a los ojos de Wing y decidió no insistir más en el tema.
—Bueno, cuando te vistas repasamos otra vez todos los detalles —dijo—. Tenemos que salir de aquí antes de que nuestros yangs se conviertan en yins.
Le alivió ver que Wing sonreía y volvía a dejar que su amuleto se deslizara bajo la camiseta.
O
tto volvió a mirar el reloj. En los últimos diez minutos debía haberlo mirado ya por lo menos veinte veces. Faltaban cinco minutos… Más valía despertar a Wing. Se acercó a él y le sacudió suavemente en un hombro.
—Wing, despierta. Ya es casi la hora.
Wing abrió los ojos e hizo su conocido y algo exasperante truco de pasar en una milésima de segundo de un sueño en apariencia profundo a estar completamente despierto y alerta.
—Bien, ¿está todo listo?
—Sí, preparados para irnos. Será mejor que nos pongamos en nuestros puestos.
Otto se echó la mochila a la espalda. No pesaba demasiado, ya que Wing había insistido en llevar la parte más pesada del equipo.
—Espero que Shelby y Laura estén preparadas —dijo Wing.
—No te preocupes —replicó Otto, sonriendo—. Estoy seguro de que tú eres el único de los cuatro que ha conseguido pegar ojo esta noche.
Mucho le hubiera extrañado a Otto que las dos chicas no hubieran pasado la noche como él: dando vueltas por su cuarto, esperando que los segunderos de sus relojes dieran la vuelta a la esfera un poco más deprisa.
Wing asintió con la cabeza y se dirigió a la taquilla que había en su lado de la habitación. Otto hizo lo mismo y abrió la puerta de la suya. El estrecho espacio estaba vacío, ya que Otto se había puesto el uniforme que normalmente estaba allí colgado.
—Estás seguro de que esto funcionará, ¿verdad? —preguntó Wing, mirando con desconfianza su taquilla también vacía.
—Si me equivoco, este será el intento de fuga menos interesante de la historia —contestó Otto con una leve sonrisa—. Venga, faltan dos minutos. Entra.
Wing miró por última vez el cuarto y se metió en la taquilla, agachándose para poder adaptarse a un espacio tan reducido. Otto se metió en la suya y se volvió para echar un vistazo a la habitación.
—Nos vemos al otro lado —dijo en un tono que esperaba que transmitiera seguridad.
—Suerte —replicó Wing, cerrando su puerta.
Otto cerró también la suya y el pequeño espacio quedó a oscuras. En las últimas semanas, durante las madrugadas, se había mantenido despierto en la cama, esforzándose por escuchar cualquier sonido procedente de aquellas taquillas aparentemente mágicas. Lo oyó por fin a las dos de la mañana: un clic y un zumbido procedente de ambas taquillas, casi inaudible al principio, pero enseguida tan constante como el tictac de un reloj. Una noche hasta se había sentado junto a la taquilla y había intentado abrirla, pero la puerta se había negado a moverse. En cuanto oyó un segundo clic consiguió abrir la puerta y, como todas las mañanas, se encontró colgado un uniforme limpio. Algo había pasado en la taquilla durante los escasos segundos en que la puerta había estado cerrada y Otto supo al instante que esa podría ser la clave que les permitiera salir de la habitación sin que nadie se diera cuenta.
Ahora, de pie en aquel estrecho y oscuro espacio, no pudo remediar preguntarse si habría cometido un error. Los planos de HIVE que había visto en la mesa del profesor Pike no incluían el pabellón residencial, así que no sabía exactamente lo que iría a pasar ahora. Como cabía esperar, cuando explicó por primera vez a sus compañeros esa fase del plan, los tres le miraron como si estuviera loco. Laura, que le había escuchado con mucha atención, dijo que el proyecto sonaba bien, pero solo si se trataba de escapar de HIVE vía Narnia. Otto le había contestado que su plan no incluía ningún viaje a bosques nevados, poblados por cervatillos excesivamente amistosos, y que además no le gustaban las delicias turcas. Pero, bromas aparte, lo más seguro era que el viaje que iban a emprender fuera una experiencia mágica y misteriosa. Otto sabía que faltaba menos de un minuto para comprobarlo. Su respiración resonaba demasiado en aquel reducido espacio y le pareció que el tiempo pasaba con excesiva lentitud. Ya casi se había hecho a la idea de que aquello no iba a funcionar y que iban a fracasar ante el primer obstáculo, cuando se oyó un suave clic en la oscuridad.