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Authors: Mark Walden

Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Ciencia Ficción

Escuela de malhechores (22 page)

Sintió que la parte trasera de la taquilla se inclinaba hacia atrás y que se iba poniendo poco a poco en posición horizontal hasta dejarle tumbado de espaldas. A escasos metros de él se veía un techo rocoso iluminado por una tenue luz roja. Levantó la cabeza justo a tiempo de ver que otra taquilla idéntica a la suya se alzaba y se ajustaba detrás de las puertas que daban a su habitación. Otto estaba seguro de que en aquella nueva taquilla habría colgado otro uniforme limpio. Sin previo aviso, la taquilla en que estaba él empezó a moverse. Otto se dio la vuelta y vio un carril curvo tendido sobre el suelo de un corredor que se abría por delante de él y que se perdía de vista tras doblar un recodo.

«Bien, y ahora a dar un paseo», se dijo a sí mismo. Debido a la luz roja, aquello era como estar en una vagoneta de una mina que descendiera a las entrañas del infierno. «O en un ataúd abierto», le respondieron las células más negras de su cerebro. Cuando la taquilla dobló el recodo del carril, Otto vio que se dirigía a un sector más iluminado y se aplastó contra el fondo: no estaba seguro de que hubiera alguien allí, pero, por si acaso, más valía no dejarse ver.

La taquilla se metió por una abertura y penetró en una caverna llena de vapores, en la que resonaban ruidos de maquinaria. Otto permaneció unos segundos escuchando atentamente. El lugar era ruidoso, pero, como no se oían voces humanas, pensó que no habría peligro en echar un vistazo. Se enderezó despacio y fisgó por el borde de la taquilla.

Afortunadamente, no sufría de vértigo. El carril por el que iba avanzando estaba suspendido a cincuenta metros de altura y Otto apenas podía distinguir el suelo de roca entre las nubes de vapor. El carril trazaba otra curva y luego desembocaba en una gran vía central donde convergían docenas de taquillas, idénticas a la que le transportaba a él, que se unían hasta formar un largo convoy. La vía central desaparecía luego entre las nubes de vapor, que ocultaban su destino final.

Otto advirtió un movimiento a su derecha y a unos pocos metros de distancia vio la cabeza de Wing sobresaliendo del interior de una taquilla que avanzaba por un carril paralelo.

—¡Wing! —susurró Otto.

Wing se volvió y le miró con una amplia sonrisa.

—Te dije que todo iba a ir bien. ¿Adonde nos llevarán? —preguntó mientras las taquillas continuaban su avance colgadas de los carriles y él escudriñaba las nubes de vapor por si se podía distinguir algo.

—Supongo que a la lavandería y de ahí sabe Dios adonde —contestó Otto—. Estate atento a las chicas.

Seguía sin haber señales de Shelby y Laura. Otto esperaba que también ellas estuvieran ocultas en una de las muchas taquillas que se dirigían hacia el largo convoy que se estaba formando debajo de ellos. Seguía sin haber ni rastro de otra presencia humana: afortunadamente para ellos, todo el proceso era automático. Y además, ninguna cámara de seguridad podría funcionar allí puesto que el vapor que lo llenaba todo habría inutilizado cualquier sistema de vigilancia.

La taquilla de Otto se inclinó levemente cuando descendió por el carril los metros que le faltaban para unirse al largo convoy de «vagones» idénticos que había en la gran vía central. Su taquilla se colocó al final de la fila y continuó su marcha hacia adelante. Otto se dio la vuelta y vio que la de Wing se unía también al convoy. Entre sus respectivos vagones había varios vacíos.

—¡Mira! —gritó Wing, señalando un carril que tenían a su espalda.

Laura estaba sentada en una taquilla que ya se dirigía a la vía central. Se iba a unir al convoy a unos cincuenta metros por detrás de ellos. Wing la saludó haciendo aspavientos con los brazos y Laura, al verlos por primera vez, les devolvió el saludo. Se volvió hacia atrás, pareció decir algo y, entonces, de otro vagón surgió la cabeza de Shelby, que también los saludó muy contenta.

Delante del vagón de Otto el vapor se estaba espesando, por lo que cada vez les resultaba más difícil distinguir los detalles de lo que les rodeaba. Otto estaba empezando a sudar, la temperatura subía y la humedad era opresiva. De pronto, el convoy atravesó una abertura en el muro de la caverna y penetró en una zona ensordecida por el ruido de maquinaria pesada. Allí el aire era más claro gracias a la presencia en el techo de unos gigantescos ventiladores que aspiraban la mayor parte del vapor y Otto pudo distinguir en el suelo de la caverna docenas de máquinas que parecían estar en constante movimiento. Unos rieles, provistos de largas barras de las que colgaban uniformes de HIVE de todos los tamaños y colores, descargaban la ropa de forma automática en cada una de esas máquinas.

Un movimiento en el tramo de la vía que tenían delante llamó la atención de Otto. Observó que el vagón que iba unos metros por delante rotaba hasta quedar invertido y, acto seguido, un uniforme caía dentro de un enorme contenedor de agua hirviendo que había debajo. El tanque de agua hirviente y espumosa era del tamaño de un piscina olímpica y estaba lleno de uniformes flotantes que eran removidos constantemente por unas palas metálicas gigantescas. Otto vio cómo el siguiente vagón repetía la maniobra, dejando caer el uniforme sucio dentro de la piscina. Entonces se dio cuenta con horror de que dentro de un par de segundos su propio vagón repetiría el proceso y le arrojaría sin más ceremonia al agua hirviendo. Miró frenéticamente a su alrededor, por si podía saltar al vagón de detrás, pero eso solo serviría para retrasar lo inevitable y, además, la distancia hasta el suelo era terriblemente grande. Miró de nuevo hacia delante. Solo había dos vagones entre el suyo y el punto donde se dejaban caer los uniformes. El tiempo volaba. Se movió hacia uno de los bordes del vagón y pasó una pierna sobre él con la esperanza de poder trepar al otro lado cuando la taquilla rotara. Miró hacia atrás y comprobó que Wing, que había llegado exactamente a la misma conclusión, se concentraba esperando la rotación de su vagón. Intentó dar un grito de advertencia a las chicas, pero el ruido de la maquinaria que había debajo impidió que le oyeran. Se limitaron a saludar, sin saber lo que sus amigos estaban haciendo.

Otto se agarró con fuerza al borde del vagón, pasó la otra pierna por encima y se dejó caer despacio hasta quedar colgando de un lado. Sus brazos protestaron por tener que cargar con todo su peso. El vagón de delante volcó su contenido y prosiguió su marcha suspendido boca abajo del raíl. De pronto, Otto sintió que el suyo empezaba a hacer lo mismo mientras él se aferraba al borde para salvar la vida. Cuando el lado contrario de su vagón comenzó a descender, la parte de la que estaba colgado se elevó en el aire y el borde del lado inferior del vagón se le clavó en los brazos produciéndole un intenso dolor. Mientras luchaba por fijar los pies al suelo del vagón, sintió que sus manos comenzaban a perder fuerza. Justo en el instante en que pensó que ya no podía aguantar más, el vagón completó la mitad del giro y Otto sintió que lo que hasta hacía unos instantes había sido la parte inferior de la taquilla empezaba a sostener su peso y a aliviar la tensión de sus manos. Un segundo después se encontraba jadeando dentro del vagón, que proseguía su viaje, ajeno a la presencia de aquel viajero no autorizado. Ahora podía distinguir perfectamente el raíl, inserto en un cajetín alargado que atravesaba la parte inferior del vagón, que seguramente era propulsado por algún tipo de inducción magnética.

Otto miró hacia atrás y vio aliviado que Wing también había conseguido trepar a lo alto del vagón invertido.

—¿Estás bien? —le preguntó a Otto.

—Sí… ¿Dónde están Shelby y Laura?

Otto esperaba que hubieran visto sus frenéticas piruetas. Y, efectivamente, detrás de ellos las dos habían visto lo que había ocurrido con las taquillas de Otto y de Wing y se estaban preparando para intentar evitar un breve y mortal chapuzón en la piscina de agua hirviendo que tenían a sus pies. A Otto no le preocupaba Shelby. Sabía que para ella, como para Wing, esos números acrobáticos eran una segunda naturaleza. Pero no sabía si Laura lo tendría tan fácil. Cuando su vagón llegó al punto del carril donde debía invertirse, Wing la saludó apuntando hacia arriba con el dedo pulgar, a lo que ella correspondió con una débil sonrisa. Parecía muy asustada, cosa que a Otto no le extrañó en absoluto. Cuando su vagón empezó a rotar, la chica imitó lo que les había visto hacer a ellos y se colgó de un lateral, buscando con angustia dónde agarrarse mientras giraba inclinada hacia abajo. En el momento en que parecía haber concluido con éxito la maniobra, la condensación de agua que se había formado en su vagón hizo que resbalara. Otto y Wing se quedaron sin respiración cuando vieron que perdía el equilibrio y que caía por un lado del vagón, aleteando con los brazos.

Pero Shelby estaba ya en el aire, saltando hacia el vagón de Laura. Aterrizó de frente y sacó una mano para agarrar a su amiga por la muñeca. Su cara se contrajo en un gesto de dolor y sintió como si le arrancaran los brazos de las axilas.

—Agárrate —le dijo a Laura con los dientes apretados, luchando por aguantar el peso de su amiga y sintiendo que sus fuerzas se debilitaban.

Al ver la cara de desesperación de Shelby, Wing actuó sin titubear. Saltó de un vagón al siguiente a tal velocidad que en unos segundos acortó la distancia, cayó dentro de la taquilla de Laura y le tendió desesperadamente una mano.

—¡Agárrate a mí! —gritó.

Por la expresión de dolor de los ojos de Shelby, Otto comprendió que tampoco ella iba a poder resistir mucho más. Laura estiró el hombro y el brazo que tenía libres, esforzándose por alcanzar la mano que le tendía Wing, pero a las yemas de sus dedos les faltaban unos centímetros para llegar.

—¡No llego! —gritó con pánico.

—No voy a poder sostenerla mucho más —jadeó Shelby. También a ella se le estaba resbalando la mano que tenía aferrada a la taquilla.

—¡Vas a tener que balancearla hacia mí, Shelby! —dijo Wing.

Shelby hizo un leve gesto afirmativo e intentó reunir las pocas fuerzas que le quedaban para lanzar a Laura hacia la mano abierta que le tendía Wing. Por debajo de ellos, la piscina de agua hirviente borboteaba con malignidad.

Mientras tanto, desde lo alto de su vagón Otto contemplaba impotente cómo Wing intentaba agarrar a Laura por la muñeca cuando se balanceaba hacia él. Las fuerzas de Shelby cedieron por fin y soltó a Laura. Durante una milésima de segundo, la chica bailó en el aire antes de que el brazo de Wing la agarrara por la muñeca. Wing tiró con esfuerzo de Laura hacia arriba y al cabo de un instante la depositó en el vagón al lado de Shelby y de sí mismo. Laura se abrazó a él con los ojos llenos de lágrimas.

—Gracias —le dijo—. Creí que iba a morir.

—Mientras yo respire, ni lo pienses —replicó Wing—. Y es a Shelby a quien debes darle las gracias, no a mí. De no ser por ella, no sé lo que hubiera pasado.

Shelby estaba sentada masajeándose el brazo. Parecía exhausta.

—Has tenido suerte de que te sigamos necesitando para salir de aquí —dijo, guiñándole un ojo—. Si no, ni me hubiese molestado.

Desde su vagón, Otto vio con inmenso alivio el espectacular rescate. Toda idea de fuga se había borrado de su mente cuando vio caer a Laura. Nunca se lo habría perdonado si le hubiera pasado algo porque, de no ser por su plan, no habrían estado allí y él se sentía responsable de que todos salieran de aquello sanos y salvos.

El convoy siguió avanzando con su estruendosa marcha y, de pronto, Otto divisó una plataforma elevada que podrían utilizar para bajarse de los vagones. Había que ponerse en marcha enseguida: tenían una cita.

—Tiene que estar aquí, por alguna parte. Estoy seguro de que este es el muro sur —el tono de voz de Otto expresaba una profunda frustración.

—Yo sigo sin ver nada —dijo Laura, saliendo de detrás de una de las grandes máquinas de planchar que se alineaban junto al muro.

—¡Aquí! —gritó Wing a veinte metros de distancia—. ¡Me parece que lo he encontrado!

Los otros acudieron corriendo. Mientras se acercaban, Wing sonreía señalando una rejilla de ventilación en la pared, parcialmente oculta entre dos grandes máquinas.

—Sí, señor —dijo Otto—. Venga, vamos a abrirla.

Se sentía aliviado. Sabía que tenía que haber un punto de acceso al sistema de ventilación, pero, al cabo de diez minutos de buscar sin encontrar nada, había empezado a preguntarse si se habría equivocado. Sacó de su mochila un destornillador y se puso a quitar los tornillos que fijaban la rejilla a la pared.

—Tenemos que salir de aquí —les dijo—. Vamos con retraso.

No era aconsejable que los cuatro siguieran en la isla cuando el resto de los estudiantes se levantara. Otto volvió a guardar el destornillador en la mochila y sacó una linterna, con la que apuntó al oscuro interior de la rejilla de ventilación.

—¿Estás seguro de que se va por aquí? —preguntó Laura, un poco preocupada.

—Sí. Yo iré en cabeza. Vosotros, seguidme. No tenemos más que ir por el conducto y saldremos al nodo principal de distribución.

Otto tenía grabado en la memoria el esquema del sistema de ventilación que vio en los planos que encontró en la mesa del señor Pike. Se puso a cuatro patas y se metió dentro del hueco. Los otros tres le siguieron obedientemente.

No podía arrastrarse llevando la linterna en la mano, así que se movió lo más deprisa posible en aquel espacio reducido, buscando a tientas las bifurcaciones dentro del túnel. A pesar de sus esfuerzos por mantener un buen ritmo, avanzaba muy despacio y empezaba a preocuparle que se les agotara el tiempo.

Estuvieron casi una hora arrastrándose en la oscuridad antes de llegar a su destino. Otto les había conducido sin un fallo por el laberinto del sistema de ventilación, apuntando con la linterna de vez en cuando para señalar algún obstáculo o para asegurarse de que vieran la dirección en que los llevaba cuando se topaba con alguna bifurcación. Mientras avanzaban reptando, pasaron junto a muchas rejillas que daban a distintas secciones de HIVE. Algunas de ellas les eran familiares, pero muchas de las salas y de los pasadizos por los que pasaron no los habían visto nunca y solo se pudieron hacer una idea aproximada de su función. Hubo un momento especialmente delicado que les obligó a arrastrarse tan silenciosamente como les fuera posible, porque tuvieron que atravesar los barracones de la guardia de seguridad. Al pasar ante las rejillas de ventilación, vieron fila tras fila de literas, la mayor parte de ellas ocupadas por guardias dormidos. Afortunadamente, no les vieron.

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