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Authors: Mark Walden

Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Ciencia Ficción

Escuela de malhechores (8 page)

—Ahora, como les había prometido, les acompañaré al pabellón donde se encuentran sus alojamientos para que puedan instalarse. Hagan el favor de seguirme.

La condesa enfiló hacia la puerta de la Sala de Complots mientras el grupo se levantaba para disponerse a seguirla.

—Esta —dijo la condesa— es la zona residencial número siete.

La caverna, un amplio espacio de techos muy altos, tenía en el centro un imponente patio pavimentado en piedra. En un extremo había una cascada que caía desde una pequeña gruta que había junto al tejado y que resbalaba por el muro hasta ir a parar a un estanque de aguas cristalinas. En torno al patio se distribuían varios sofás y sillones de aspecto muy cómodo, muchos de los cuales estaban ocupados por alumnos que, a juzgar por sus uniformes, parecían pertenecer a todos los niveles de HIVE. Algunos estaban solos, trabajando, hojeando libros o tomando notas en cuadernillos, mientras que otros formaban grupos y conversaban animadamente o se entretenían con juegos de mesa. Incluso se veía a algunos alumnos nadando en el estanque que había en la base de la cascada.

A lo largo de los muros de la cueva se extendían unas galerías distribuidas a cuatro alturas distintas. De todas ellas colgaban tortuosas parras de extraño aspecto y diversos tipos de plantas tropicales y, encerrados en tubos de cristal, se veían varios ascensores que transportaban gente rápidamente entre los diferentes pisos. A cada galería daba una hilera de puertas blancas idénticas, que de vez en cuando se abrían y se cerraban con las entradas y salidas de los estudiantes.

—Cuando no estén en clase será aquí donde pasen buena parte de su tiempo. En esta zona hay muchas instalaciones de uso compartido a las que, sin duda, sabrán sacar provecho, bibliotecas y salas de juegos, entre otras. Pero dejaré que sea el monitor de su pabellón quien les explique todo esto con más detalle. Veamos, ¿dónde está el señor Khan? —la condesa echó un vistazo a la sala—. Ah, ya lo veo. Síganme.

La condesa comenzó a cruzar el patio.

—Bueno, esto parece estar… bastante bien —dijo Nigel, mientras marchaban por el espacioso patio siguiendo a la condesa.

—Mientras no tengamos que compartir todos el mismo cuarto de baño… —repuso Shelby.

Otto se fijó en que aquella zona parecía haber sido diseñada a la misma escala grandiosa que todas las instalaciones de HIVE que habían visto hasta el momento. Era como si las instrucciones recibidas por el arquitecto del complejo especificaran que debía asegurarse de que los alumnos se sintieran empequeñecidos por su tamaño. Sin duda, era algo deliberado y su objetivo consistía en hacer que los estudiantes sintieran que no eran más que una parte muy pequeña de un engranaje mucho mayor. Era difícil no sentirse impresionado por una construcción tan grandiosa, pero Otto se recordó a sí mismo que el hecho de que algo fuera grande no implicaba necesariamente que fuera mejor.

La condesa se detuvo junto a tres sofás dispuestos en torno a una mesa baja. Sentados en ellos había tres alumnos mayores, dos chicos y una chica, que estaban enzarzados en un debate tan acalorado que ni siquiera advirtieron que se les acercaba la condesa.

—Me da igual lo que digas. No es más que un hombre, no es indestructible —dijo una chica negra y alta, vestida con un uniforme blanco.

—Entonces, ¿cómo es que sigue por aquí después de tantos años, cómo es que ha sobrevivido a todos esos intentos de asesinato? —preguntó un chico delgado con la nariz torcida y un ojo atravesado verticalmente por una cicatriz. Su mono negro indicaba que era un Alfa.

—O lo que es más significativo todavía, ¿por qué no parece haber envejecido en absoluto desde que apareció por primera vez? Ahora ya debería tener sesenta o setenta años, pero sigue pareciendo como si anduviera por los treinta —señaló el tercer estudiante, un apuesto chico hindú con una larga melena oscura que le caía sobre los hombros y una perilla que trazaba un triángulo perfecto sobre su barbilla. También él llevaba el uniforme negro de los alumnos del nivel Alfa.

—Puede que, en realidad, no sea el mismo tipo que apareció la primera vez. A lo mejor, cada pocos años modifican el aspecto de un hombre más joven para que concuerde con el suyo y luego, sin que nadie se dé cuenta, lo reemplazan —replicó la chica.

—Venga, Jo, eso es ridículo —repuso el hindú—. ¿Es que crees que nadie notaría la diferencia? Mira, ya te lo he dicho, es el mismo tipo y si…

—Ejem.

La condesa carraspeó y el chico, sorprendido, se dio la vuelta. Al verla allí, se levantó de un salto.

—Lo siento, condesa. No la habíamos visto, solo discutíamos sobre…

El chico miró a sus compañeros como si deseara que acabaran la frase por él.

—Sé muy bien de qué estaban hablando, señor Khan, y no me parece que sea adecuado tratar de un tema como ese en presencia de un grupo de nuevos alumnos, ¿no cree?

La mujer le miró con severidad.

—No, condesa, tiene mucha razón.

El chico parecía un poco avergonzado de que le estuvieran regañando delante de los demás alumnos.

—Bien, y ahora permítame que le presente a nuestros últimos reclutas Alfas —dijo señalando al grupo que se encontraba a sus espaldas—. Todos van a residir en la zona siete y he pensado que podría explicarles cómo están organizados sus alojamientos.

—Por supuesto, condesa.

El chico dirigió a los nuevos alumnos una amplia sonrisa.

Otto se percató de que el cuello de la camisa del chico llevaba seis botones dispuestos según el mismo patrón que suele verse en los dados. Los otros dos estudiantes que habían estado discutiendo con él también llevaban seis botones en el cuello y Otto supuso que, al igual que el solitario botón de su cuello, debían indicar el curso en que se encontraban los alumnos. La única diferencia era que los botones del uniforme de Khan eran de plata, lo cual, se imaginaba Otto, reflejaba su posición de relativa autoridad.

—Muy bien —la condesa se volvió hacia el grupo—. Les dejo en las capaces manos del señor Khan. Estoy segura de que pronto les veré a todos en clase. No se olviden de consultar su caja negra para informarse de los horarios. Las clases empiezan mañana a primera hora. NO lleguen tarde.

Otto no pudo evitar sentir un ligero alivio cuando la condesa se alejó.

—De modo que sois los nuevos gusa… mmm… alumnos de primer curso, ¿no? Bueno, bienvenidos a HIVE. Yo soy Tahir Khan, el monitor de esta zona residencial.

Tahir parecía majo, pero Otto empezaba a darse cuenta de que en un lugar como aquel uno no podía fiarse de las apariencias.

—Si vuestro primer día se ha parecido en algo al mío, estoy convencido de que tendréis lo menos un millar de preguntas que necesitan una respuesta urgente, pero lo más probable, me temo, es que yo no os pueda decir mucho más de lo que ya sabéis. Lo mejor será que recurráis a vuestra caja negra para consultar con la mente cualquier duda que tengáis. No os preocupéis si de momento todo esto os resulta un poco abrumador, en un sitio como este se aprende rápido. No hay más remedio —dirigió una sonrisa al grupo—. Bueno, si os parece, voy a enseñaros una de las habitaciones y luego os podéis instalar antes de la cena. Seguidme.

El chico hindú cruzó la cueva para dirigirse a uno de los ascensores. Tuvieron que apretujarse un poco para caber todos dentro, pero, finalmente, las puertas se cerraron y salieron disparados hacia el cuarto piso. Una vez allí, Tahir se detuvo delante de una de las puertas blancas.

—Esta es una Unidad Residencial Doble de tipo estándar, aunque nosotros las llamamos celdas —dijo con una sonrisa burlona—. Pero no os preocupéis, no es más que un apodo. En realidad, son bastante cómodas.

Tahir posó una mano en un panel liso que estaba inserto en la pared junto a la puerta. Nada más hacerlo, el panel se iluminó y emitió un pitido. Acto seguido, la puerta se descorrió.

—Bueno, no vamos a caber todos dentro, así que quedaos junto a la puerta mientras yo os enseño las cosas básicas —añadió Tahir al tiempo que entraba en el cuarto.

La habitación lucía un revestimiento de tonos blancos y plateados y parecía acogedora, aunque un tanto estrecha. En el extremo más próximo a la puerta había dos pupitres blancos, cada uno de ellos provisto de un monitor, un ratón y un teclado. En ambos pupitres, al lado de los monitores, había dos montones idénticos de libros y una pila de bolígrafos, cuadernillos y otros artículos de papelería. Empotradas en la pared, había dos taquillas gemelas de acero inoxidable, la una espejo de la otra, y, finalmente, dos camas individuales. Entre las camas, enmarcada en la pared del fondo, había otra puerta blanca.

—Seguramente, esto va a ser lo más parecido a un lugar privado que vais a tener aquí, así que procurad sacarle el máximo partido. Los ordenadores de los pupitres tienen un interfaz que conecta directamente con el Gran Azul…, perdón —Tahir se disculpó al advertir un súbito gesto de desconcierto en algunos de los rostros de los alumnos—, así es como algunos de nosotros llamamos a la mente. Luego, tenéis vuestras taquillas. Dejad colgado todas las noches el uniforme en la taquilla y a la mañana siguiente encontraréis uno limpio. Y antes de que lo preguntéis, no, no sé cómo se las arreglan para cambiarlos sin que nadie se dé cuenta. Es como si se materializaran de algún modo.

«Interesante», pensó Otto.

—También están las camas y, al otro lado de la puerta, el cuarto de baño. No os voy a explicar cómo funciona todo aquí. Sois Alfas, no una panda de zoquetes, así que no es necesario.

Otto advirtió un atisbo de petulancia, de arrogancia incluso, en el tono de voz que había empleado Tahir. Parecía sentirse muy orgulloso de lucir el uniforme negro.

—Como todos los cuartos son iguales, solemos decorarlos un poco. Ahora bien, un consejo, no pintéis nada. Al conserje suele reventarle bastante y, creedme, no es nada agradable verle enfadado —salió de la habitación y la puerta se cerró automáticamente detrás de él—. Todas las puertas están conectadas con estos sensores que leen las palmas de las manos —Tahir señaló el panel en el que había posado la mano hacía un rato—. Así que no hacen falta llaves, lo cual es una ventaja porque no es muy probable que vayáis a perder la mano derecha. Al menos, durante vuestro primer año…

Para gran inquietud del grupo, Tahir no parecía hablar en broma.

—Utilizad las cajas negras para que la mente os diga cuál es vuestro cuarto y quién va a ser vuestro compañero de habitación. Tenéis más o menos una hora antes de la cena, así que aprovechad ese tiempo para dar una vuelta y echar un vistazo. Si necesitáis ayuda, yo suelo andar por el patio o, si no, podéis conectar conmigo con vuestras cajas. Bueno, eso es todo por ahora. Tengo que irme si no quiero llegar tarde a la clase de lucha cuerpo a cuerpo. Buena suerte.

Dicho aquello, guiñó un ojo al grupo y luego se alejó por la galería.

Algunos de los chicos que Otto tenía alrededor echaron mano de sus cajas negras y preguntaron a la mente qué habitación les habían asignado. Otto abrió el aparato para hacer lo mismo.

—Buenas tardes, señor Malpense. ¿En qué puedo ayudarle? —le preguntó el rostro azul.

—Buenas tardes, mente. ¿Podría decirme qué habitación se me ha asignado, por favor? —respondió Otto.

—Se le ha asignado la zona residencial número siete, habitación 4.7. ¿Alguna otra cosa? —preguntó la mente.

—No, eso es todo de momento. Gracias.

El rostro azul desapareció.

Otto advirtió que también Wing estaba consultando su caja negra y que, al hablar con la máquina, una amplia sonrisa se dibujó en su rostro. De pronto, Wing se dio cuenta de que Otto le miraba.

—Al parecer, vamos a ser compañeros de habitación, Otto —dijo sin dejar de sonreír.

—Espero que no ronques —Otto soltó una carcajada.

—Ronco como una sierra mecánica, amigo, como una sierra mecánica —respondió Wing, con una sonrisa de oreja a oreja.

Tal y como les había dicho Tahir, la habitación 4.7 era idéntica a la que les había enseñado. Otto se sentó delante de su pupitre y hojeó distraídamente uno de los libros de texto que formaban una ordenada pila sobre el tablero. Al estudiar los títulos de algunos de los capítulos, tuvo serias dudas de que unos textos como aquellos figuraran en los programas de cualquier otra escuela del mundo: «Trampas mortales: su uso y mantenimiento», «Amenazas eficaces», «Fundamentos del mal», «Dominación global: ¡todo lo que hay que saber!», «Guía del principiante sobre las armas del Juicio Final» y varios otros que no tuvo ocasión de ver.

Wing, entretanto, estaba sentado en su cama consultando su caja negra.

—Bueno, ¿qué tenemos mañana? —preguntó Otto.

—La primera clase es Estudios Criminales con… —Wing volvió a echar un vistazo al aparato— el doctor Nero. Bueno, al menos será una forma interesante de empezar el día.

Otto se volvió hacia su nuevo compañero de habitación, alzando una ceja.

—¿Y luego qué hay?

Wing consultó de nuevo la caja negra.

—Luego tenemos Formación Táctica con el coronel Francisco. Después, nada más comer, Tecnología Aplicada con el profesor Pike y luego Sigilo y Evasión con la señorita León.

—Un primer día muy instructivo. Me muero de ganas de empezar —Otto sonrió y volvió a dejar en el pupitre el libro de texto que había estado hojeando. Se dirigió a su cama y se sentó de cara a Wing. Le hizo una seña para que se acercara y le dijo en voz baja—: Tenemos que salir de esta isla cuanto antes.

Wing frunció levemente el ceño.

—Estoy de acuerdo. Como sitio, HIVE, desde luego, resulta muy impresionante, pero no me apetece pasarme los próximos años de mi vida convertido en un preso.

—Eso es exactamente lo que yo pienso —dijo Otto, asintiendo con la cabeza—. El problema es el cómo. No he visto ni rastro de una salida a la superficie y me he pasado todo el día buscándola.

—Yo he hecho lo mismo, pero aun en el caso de que encontráramos una salida, ¿qué haríamos cuando llegáramos a la superficie? Dudo mucho que nos diera tiempo de construir una balsa.

—Puede que no haga falta. ¿No te has fijado en ese cartel del fondeadero submarino? —preguntó Otto, bajando la voz hasta convertirla en un susurro.

Nada más cerrarse la puerta, Otto había registrado la habitación a fondo, pero aún no estaba seguro de si había micrófonos o no. Parecía estar limpia, pero hasta que no lo confirmara, había decidido partir de la base de que cualquier conversación para la que no se tomaran las debidas precauciones no podía ser considerada privada.

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