El beso de la mujer araña (12 page)

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—Ya está por llegar la comida, Molina.

—Ah, tenías lengua…

—Sí, tengo lengua.

—Creí que te la habían comido los ratones.

—No, no me la comieron los ratones.

—Entonces agachate y si alcanzás metétela en el culo.

—Perdóname, pero no me gusta la confianza que te estás tomando.

—Perfecto, no hablemos más ni una sola palabra, ¿me entendés?, ni una sola.

—No, gracias.

—Tomá el plato más grande.

—No, tomalo vos.

—Gracias.

—De nada.

VI

—Había jurado que no te iba a contar otra película. Ahora voy a ir al infierno por no cumplir la palabra.

—No te imaginás cómo me duele. Son brutales las puntadas.

—Así igual me dio a mí antes de ayer.

—Cada vez parece que me da más fuerte, Molina.

—Pero entonces tendrías que ir a la enfermería.

—No seas bruto, por favor. Ya te dije que no quiero ir.

—Porque te pongan un poco de seconal no te hace nada.

—Sí que te hace, te acostumbra. Vos no sabés, por eso hablás.

—Bueno, te cuento la película… pero ¿qué es lo del seconal que yo no sé?

—Nada…

—Vamos, decime, no seas así, y yo además no se lo puedo contar a nadie.

—Son cosas de las que no puedo hablar, porque lo hemos prometido entre nosotros, los del movimiento.

—Pero decime del seconal no más, así tampoco dejo yo que me jodan con eso, Valentín.

—Pero prometé no contar a nadie.

—Prometido.

—Le pasó a un compañero, que lo acostumbraron, y lo ablandaron le quitaron la voluntad. Un preso político no debe caer a la enfermería nunca, me entendés, nunca. A vos no te pueden hacer nada con eso. Pero a nosotros sí, después nos interrogan y ya no tenemos resistencia a nada, nos hacen cantar lo que quieren… Ay, ayyy… mirá, son unas puntadas tan fuertes…

como si me agujereasen… Parece que me clavan un punzón en la barriga…

—Bueno, te cuento, así te distraés un poco y no pensás en el dolor.

—¿Qué me vas a contar?

—Una que seguro te va a gustar.

—Ay… ¡qué jodido es!…

—…

—Vos contame, no te importe que me queje, seguí de largo.

—Bueno, empieza, ¿dónde era que pasaba? Porque sucede en muchas partes… Pero ante todo te quiero aclarar algo: no es una película que a mí me guste.

—¿Y entonces?

—Es de esas películas que les gustan a los hombres, por eso te la cuento, que estás enfermo.

—Gracias.

—¿Cómo era que empezaba?… Esperá, sí, en ese circuito de carreras de autos, que no me acuerdo el nombre, en el sur de Francia.

—Le Mans.

—¿Por qué los hombres saben siempre de carreras de autos? Bueno, y ahí corre un muchacho sudamericano, muy rico, un playboy, de esos hijos de estancieros que tienen plantaciones de bananas, y están en las pruebas, y le explica a otro que él no corre para ninguna marca de autos porque son todos unos explotadores del pueblo los fabricantes. Él corre con un auto que se ha fabricado él mismo, porque es un tipo así, de espíritu muy independiente. Y están en esas pruebas y se van a tomar un refresco mientras le llega el turno, y está contentísimo porque según todos los cálculos se va a clasificar bárbaramente bien en la prueba según todos los pronósticos de los que han visto cómo corría la máquina de él en esa pista, y claro, va a ser un golpe terrible para las grandes marcas de autos que este tipo les gane así no más. Bueno, mientras están tomando el refresco se ve que alguien se acerca al coche de él, uno de los cuidadores del stand ése se da cuenta pero se hace el sonso porque están ya complotados. Ese que se acercó, con una cara de hijo de su madre que no te digo, le da un toque al motor, afloja algo, y se va. El muchacho vuelve y se coloca el casco para arrancar ya para la prueba. Y despega bárbaro, pero en la tercera vuelta el motor se prende fuego y apenas alcanza a escaparse. Él está sano y salvo, pero…

—Ay… que lo parió… qué dolor.

—… pero el auto queda destrozado. Se reúne con su grupo y les dice que todo se acabó, que ya no tiene dinero para construirse otro auto, y se va a Montecarlo, ahí cerca, donde está el padre, en un yate con una mina más joven, despampanante. Mejor dicho el padre recibe el llamado del hijo en el yate, y se dan cita en la terraza de la suite del viejo en el hotel donde está parando. Y la mina no está porque el viejo tiene escrúpulos con el hijo, se ve que lo quiere mucho porque se pone contento cuando recibe la llamada. El hijo lo que piensa es pedirle más dinero pero no está decidido, le da vergüenza ser un vago que no hace nada, pero cuando se encuentra con el padre el viejo lo abraza con tanto cariño y le dice que no se preocupe por la destrucción del coche, que ya pensará cómo hacer para que el hijo se haga otro auto, aunque le da miedo que corra y arriesgue la vida. Entonces el hijo le dice que ese tema ya lo han tratado, y claro, porque el padre lo empujó a que se metiera en las carreras, sabiendo que era la gran pasión del muchacho, así se alejaba de los centros políticos de estudiantes de izquierda, porque el muchacho estudiaba en París, filosofías de la política.

—Ciencias políticas.

—Eso es. Y entonces el padre le pregunta por qué no corre para una marca de autos conocida, intentando una vez más encarrilarlo al hijo en una cosa segura. Entonces el hijo se pone mal, porque le dice al padre que ya bastante logró con sacarlo del ambiente de París, y que mientras estaba enfrascado en la construcción del auto se había olvidado de todo, pero que eso de ponerse al servicio de esos pulpos internacionales de la industria, ¡no!, entonces el padre le dice lo que nunca debió decirle, y es que cuando lo oye hablar así de enfurecido le recuerda a su ex esposa, la madre del muchacho, tan apasionada, tan idealista, total para qué… para terminar como terminó… Entonces el muchacho da media vuelta para irse, y el padre arrepentido le dice que se quede, que él le va a dar todo el dinero necesario para armarse coche nuevo, y qué sé yo, pero el hijo, que se ve que tiene una debilidad especial por la madre, se va dando un portazo. El padre queda pensativo, realmente muy preocupado, mirando por la terraza el muelle divino de Montecarlo con todos los yates iluminados, todos bordeados de lamparitas en los mástiles y las velas, un sueño, y en eso suena el teléfono y es esa mina joven, y el viejo se disculpa y le dice que esa noche no irá al casino, que tiene un grave problema y tratará de resolverlo. Bueno, y el muchacho al salir del hotel se cruza con un grupo de amigos que lo agarran y lo arrastran a una fiesta. Y el muchacho está tan deprimido que en la fiesta lo que hace es llevarse una botella de cognac a una pieza, bueno, no te dije que se desarrolla la escena en una villa de ensueño, en las afueras de Montecarlo, de esas casas de la Riviera que son increíbles de lujosas, con escalinatas en los jardines, y siempre de adorno en las balaustradas y en esas escalinatas que te dije unas copas grandes de piedra, como macetas, unos copones, con hermosas plantas que le crecen adentro, y casi siempre cactus gigantescos, ¿vos conocés la planta de la pita?

—Sí.

—Bueno, ésas. Y el muchacho se ha acomodado en una pieza apartada de la fiesta, la biblioteca, y ahí se está emborrachando solo. Cuando ve que llega alguien, una mujer ya un poco madura, pero muy elegante y señorial, con una botella también ella en la mano. Como él está a oscuras, nada más que a la luz de una ventana abierta, ella no lo ve y también se sienta y se sirve una copa, y en eso explotan fuegos artificiales de la bahía de Montecarlo, porque es alguna fiesta patria, y él aprovecha a decirle a ella chin-chin. Ella se sorprende, pero cuando él con un gesto le muestra que los dos han hecho lo mismo, de llevarse una botella de Napoleón para olvidarse del mundo, ella no tiene más remedio que reírse. Él le pregunta qué es lo que ella querría olvidar, y ella le contesta que si él se lo dice primero ella se lo va a decir después.

—Otra vez ganas de ir al baño…

—¿Llamo que nos abran?

—No, voy a aguantar…

—Te va a hacer peor.

—Se van a dar cuenta que estoy mal.

—No, por una diarrea no te van a meter en la enfermería…

—No, ya es la cuarta vez que pedimos hoy, esperá que si puedo me aguanto…

—Estás blanco, esto es más que una diarrea, yo en vos me iría a la enfermería…

—Calíate por favor.

—Te sigo la película, pero escuchame… una cosa así del estómago no puede ser contagiosa, ¿no?, porque es como la descompostura mía, igual… No me vas a echar la culpa de que te contagié, ¿no?

—Debe ser algo de la comida, que nos hizo mal… Vos también te pusiste así blanco. Pero ya va a pasar, seguí contando…

—¿A mí cuánto me duró?…, más o menos dos días.

—No, una noche, y al día siguiente ya estabas bien.

—Entonces llamá al guardia, porque no importa que una noche estés mal.

—Seguí contando.

—Bueno. Estábamos en que él se encuentra con esa mujer tan elegante. Ella te diré que es bastante madura, una mujer de gran mundo.

—Decime, físicamente, cómo es.

—No muy alta, una actriz francesa, pero pechugona, pero flaca al mismo tiempo, con cintura chica, un vestido de noche muy ajustado, y escote bajo, sin breteles, de esos escotes armados, ¿te acordás?

—No.

—Sí, hombre, de esos que parecían que te servían las tetas en bandeja.

—No me hagas reír, por favor.

—Eran unos escotes duros, armados con alambre por dentro de la tela. Y ellas lo más tranquilas: sírvase una teta, señor.

—Te ruego, no me hagas reír.

—Pero así te olvidás del dolor, sonso.

—Es que tengo miedo de hacerme encima.

—No por favor, que nos morimos en la celda. Te sigo, bueno, resulta que a él le toca decir primero por qué está tomando para olvidar. Y él se pone muy serio y le dice que está tomando para olvidar todo, absolutamente todo. Ella le pregunta si no hay nada que quisiera recordar, y él le dice que quisiera que su vida empezara en ese momento, a partir de la entrada de ella en esa habitación, la biblioteca. Entonces le toca el turno a ella, y yo me imaginaba que ella también iba a decir lo mismo, que se quería olvidar de todo, y no, dice que ella tiene muchas cosas en la vida, y que está muy agradecida, porque es la directora de una revista de modas de gran éxito, le encanta su trabajo, y tiene hijos adorables, y la herencia de su familia, porque resulta que es la dueña de esa hermosísima villa, que es un palacio, pero claro, tiene una cosa que olvidar: lo mal que le ha ido con los hombres. El muchacho le dice que la envidia por todo lo que tiene, él en cambio está en cero. Claro, el tipo no le quiere hablar de su problema con la madre, porque él está como obsesionado por el divorcio de los padres, y se siente culpable de que la abandonó a la madre, que aunque es muy rica y vive en una hacienda divina de cafetales, al dejarla el padre se casó con otro hombre, o se va a casar, y el muchacho piensa que es no más por no estar sola. Ah, sí, ya me acuerdo, la madre le escribe siempre diciéndole eso, que se va a casar con otro hombre, sin quererlo, pero todo de miedo a la soledad. Y el muchacho se siente muy mal de haber dejado su país, donde los trabajadores están tan maltratados, y él tiene ideas revolucionarias pero es un hijo de multimillonarios y nadie lo quiere, de la gente del pueblo. Y también se siente mal de haber dejado a la madre. Y todo eso se lo cuenta a esa tipa. Sabés una cosa…, nunca nunca me hablaste de tu mamá.

—Sí, cómo no.

—Por Dios, te lo juro, nunca nunca.

—Es que no tengo nada que contar.

—Gracias. Te agradezco la confianza.

—¿Por qué ese tono?

—Nada, cuando te compongas hablaremos.

—Ay… ay… perdoname… ay… qué he hecho…

—No, con la sábana no te limpies, esperá…

—No, dejá, tu camisa no…

—Sí, tomá, limpíate, que la sábana la necesitás para que no te enfríes.

—Pero es tu muda, te quedás sin camisa para cambiarte…

—Dale, esperá, levantate, así no pasa, así, con cuidado, espe- rá, que no pase a la sábana.

—¿No pasó a la sábana?

—No, lo sujetó el calzoncillo. Dale, vamos, sacátelo.

—Qué vergüenza me da…

—Ahí está, despacito, con cuidado… perfecto. Ahora lo más grueso, limpíate con la camisa.

—Qué vergüenza…

—No decías vos que hay que ser hombre… ¿qué es eso de tener vergüenza?

—Envolvé bien… el calzoncillo, para que no eche olor.

—No te preocupes, que yo sé hacer las cosas. Ves, así, bien envuelto todo en la camisa, que es más fácil de lavar que la sábana. Tomá más papel.

—No, del tuyo no, no te va a quedar para vos.

—El tuyo se terminó, vamos, no hinches…

—Gracias…

—Nada de gracias, vamos, terminá de limpiarte y relajate un poco, que estás temblando.

—Es la bronca, una bronca que me dan ganas de llorar, bronca contra mí mismo.

—Vamos, tranquilízate, qué tenés que tomártela con vos mismo, estás loco…

—Sí, tengo bronca de haberme dejado agarrar.

—Relajate, hacé un esfuerzo…

—Ah…, así con el diario envolviendo la camisa no va a pasar el olor.

—Buena idea, ¿verdad? —Ajá.

—Tratá de relajarte, y tapate bien.

—Sí, contame un poco más. De la película.

—Ni me acuerdo por donde andaba.

—Me habías preguntado por mi madre.

—Sí, pero de la película no me acuerdo donde estábamos.

—Yo no sé por qué nunca te hablé de mi madre. Yo no sé mucho de la tuya, pero algo me la imagino.

—Yo a la tuya no me la imagino para nada.

—Mi madre es una mujer muy… difícil, por eso no te hablo de ella. No le gustaron nunca mis ideas, ella siente que todo lo que tiene se lo merece, la familia de ella tiene dinero, y cierta posición social, ¿me entendés?

—Apellido.

—Sí, apellido de segunda categoría, pero apellido. Estaba separada de mi padre, que murió hace dos años.

—Un poco como la película que te estaba contando.

—No…, estás loco.

—Bueno, más o menos.

—No. Ay… cómo duele esto…

—¿La película te gusta?

—Es que estoy desconcentrado. Pero dale, terminámela rápido.

—Entonces no te gusta.

—¿Cómo sigue? Decime en pocas palabras, todo, cómo termina.

—Bueno, el muchacho se mete con la mujer ésta, un poco mayor, y ella cree que él la quiere por el dinero, para hacerse un auto nuevo de carrera, y en eso él tiene que volver a su país, porque al padre, que había vuelto mientras tanto, lo han raptado unos guerrilleros. Y el muchacho se pone en contacto con ellos, y los convence de que él está de su parte, y cuando lo sabe en peligro la mujer ésta, la europea, vuelve a buscarlo, y salvan al padre a cambio de mucho dinero, pero cuando llega el momento de que ya el padre está libre, y el muchacho también, porque él se había cambiado por el padre sin que los guerrilleros se den cuenta, bueno, hay una confusión y lo van a matar al muchacho porque descubren la treta, pero el padre se interpone y lo matan al padre. Entonces el muchacho prefiere quedarse allí con ellos, y la mujer se vuelve sola a su trabajo de París, y la separación es muy triste, porque los dos se quieren de veras, pero cada uno pertenece a un mundo diferente, y chau, fin.

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