El beso de la mujer araña (16 page)

—Genial.

—Bueno, un ratito que acomodo esto… y yo me hago un té de manzanilla que me muero de los nervios que tengo, y vos te comés una patita de pollo, o no, son las cinco no más… Mejor, un té conmigo, y unas galletitas que aquí tengo, de las más digestivas, las «Express», que me las daban de chico cuando estaba enfermo. Cuando no existían las «Criollitas».

—Por favor, ¿no me darías una ya?

—Bueno, una, y con dulce y todo, ¡pero de naranja! Por suerte me trajeron todo de lo más fácil de digerir, así que podés entrarle a todo, menos al dulce de leche, todavía. Y enciendo el calentador y ya, a chuparse los dedos.

—¿Y la pata de pollo, no me la darías ya?

—No, ojo, un poco de medida, ¿no? Mejor lo dejamos para más tarde, así cuando traen la cena no te tentás, porque por asco que sea lo mismo te la has comido todos estos días.

—Es que vos no sabés, después de los dolores me viene un vacío al estómago que me muero de hambre.

—Escuchame, vamos a ver si nos extendemos. Yo quiero que te comas el pollo, no,
los
pollos, los dos, con la condición de que no pruebes la comida del penal, que es la que te hace mal, ¿trato hecho?

—De acuerdo. Pero y vos, ¿te quedás con las ganas?

—No, a mí la comida fría no me tienta. De veras.

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—Sí, me cayó bien. Y fue buena idea la manzanilla más temprano.

—Te tranquilizó los nervios, ¿no es cierto? A mí también.

—Y el pollo estuvo genial, Molina. Pensar que hay para dos días más.

—Bueno, ahora dormite, así completás la cura.

—No tengo sueño. Dormí vos no más, no te preocupes.

—No te pongas a pensar macanas que te va a hacer mal la comida.

—¿Vos tenés sueño?

—Más o menos.

—Porque para que fuera completo el programa faltaría algo.

—Che, se supone que acá el degenerado soy yo, no vos.

—No embromés. Faltaría una película, eso es lo que faltaría.

—Ah…

—¿No te acordás de ninguna del tipo de la mujer pantera? Ésa fue la que más me gustó.

—Bueno, así fantásticas hay muchas.

—A ver, decí, ¿cuáles?

—Y bueno…
Drácula, El hombre lobo…

—¿Qué otras?

—La vuelta de la mujer zombi…

—¡Ésa! A ésa nunca la vi.

—Ay…
cómo empezaba…

—¿Es yanqui?

—Sí. Pero la vi hace mil años.

—Dale entonces.

—Dejame que me concentre un momento.

—¿Y al dulce de leche cuándo lo podré probar?

—Por lo menos mañana, antes no.

—¿Y ahora, una cucharadita?

—No. Y mejor te cuento la película… ¿Cómo era?… Ah, sí. Ya me acuerdo. Empieza que una chica de Nueva York toma el barco a una isla del Caribe donde la espera el novio para casarse. Parece una chica muy buena, y llena de ilusiones, que le cuenta todo al capitán del barco, que es buen mocísimo, y él mira al agua negra del mar, porque es de noche, y después la mira a ella como diciendo «ésta no sabe lo que le espera», pero no le dice nada, hasta que ya están por atracar en la isla, y se oyen los tambores de los nativos, y ella está como transportada, y el capitán entonces le dice que no se deje engañar por esos tambores, que a veces lo que transmiten son sentencias de muerte,
paro cardíaco, una anciana enferma, un corazón se llena del agua negra del mar y se ahoga

—patrulla policial, escondite, gases lacrimógenos, la puerta se abre, puntas de metralletas, sangre negra de asfixia sube a las bocas
Seguí, ¿por qué parás?

—Bueno, la chica se encuentra con el marido, con que se casó por poder, y nos enteramos que se conocieron en Nueva York apenas unos días. Él es viudo y yanqui también. Bueno, la llegada a la isla, cuando atraca el barco, es divina, porque la espera el novio con toda la comitiva de carros adornados de flores, y tirados por burritos, y en algunos carros van los músicos, que tocan unas tonadas suavecitas con esos instrumentos que son como unas mesas hechas de tablitas en las que van golpeando con palillos, ay, no sé, pero es una música que a mí me toca el corazón, porque esas notas suenan tan lindas, como pompitas de jabón que se van reventando una detrás de otra. Y por suerte no se oyen más los tambores, que eran bastante de mal agüero. Y llegan a la casa, que está alejada del pueblo, está en el campo, entre las palmeras, y es una isla preciosa con montañitas bajas, y es ahí que están los bananales. Y el muchacho es muy agradable, pero se le ve que tiene como un drama adentro, se sonríe un poco demasiado, como una persona débil de carácter. Y ahí hay un detalle que te pone en la pista de que algo le pasa, porque él lo primero que hace es presentarle a la chica al mayordomo, que es un cincuentón, pero francés, y el mayordomo le pide que el muchacho le firme ya en ese momento unos papeles, del embarque de bananas en ese mismo barco que la trajo a la chica, y el muchacho le pide que más tarde, pero el mayordomo, le insiste, y el muchacho lo mira con odio y cuando va a firmar los papeles se ve que no tiene casi pulso para escribir, le tiembla la mano. Y todavía es de día, y toda la comitiva que llegó en los carritos con flores está en el jardín esperando a la pareja para brindar, y traen de todos jugos de frutas, y por ahí se ve a unos delegados de los peones negros de los cañaverales que traen un barrilito de ron como obsequio al patrón, pero el mayordomo los ve y se pone furioso, y con un hacha que hay ahí cerca le da unos hachazos al barril y todo el ron se cae al suelo.

—Por favor, no me hables ni de comidas ni de bebidas.

—Y vos no seas tan impresionable, mantequita. Bueno, entonces la chica lo mira al muchacho como preguntándole por qué esa histeria del mayordomo tan antipático, pero el muchacho en eso le hace señas al mayordomo de que actuó bien, y sin perder más tiempo levanta la copa de jugo de frutas y brinda por todos los isleños presentes, a la mañana siguiente por fin ya van a estar casados porque van a ir a firmar unos papeles en el registro civil de la isla. Pero esa noche la chica la tiene que pasar sola en la casa, porque el muchacho se va lejos a los bananales más alejados que hay, una plantación muy, muy lejos para de paso saludar a sus peones, y evitar el qué dirán. Esa noche hay una luna maravillosa, el jardín de la casa, que es hermoso, con esas plantas tropicales tan fabulosas, está más fantástico que nunca, y la chica está con un camisón blanco de satén y encima un négligé también blanco pero transparente, y está tentada de dar una vuelta por la casa, y ve la gran sala, y después el comedor, y dos veces ve portarretratos con la foto del muchacho de un lado y del otro lado nada, porque han sacado la foto, que seguramente era de la primera mujer, la muerta. Entonces sigue recorriendo la casa, y entra en un dormitorio que se ve que era de una mujer, porque tiene sobre la mesa de luz y la cómoda unas carpetas de encajes, pero la chica revisa los cajones para ver si hay una foto y no encuentra nada, pero en el ropero está colgada toda la ropa de la primera mujer, todas cosas finísimas importadas. Y en eso la chica oye que algo se mueve, ve una sombra pasar por la ventana. Se asusta muchísimo y sale al jardín, que está muy iluminado por la luna, y ve que en un estanque salta una ranita, y piensa que ése era el ruido que había oído, y que la sombra era de las palmeras que se mueven con la brisa. Y se interna más en el jardín, porque siente calor dentro de la casa, y en eso vuelve a oír un ruido, perb como de pasos, y se da vuelta para mirar, pero en ese momento unas nubes alcanzan a tapar la luna, y se oscurece el jardín. Y al mismo tiempo muy muy a lo lejos… los tambores. Y se oye también, ahora sí bien claro, que se acercan pasos, pero muy muy lentos. La chica tiembla de miedo, y ve que una sombra entra en la casa, por la puerta que la misma chica dejó abierta. A la pobre entonces no sabe qué es lo que le da más miedo, si quedarse ahí afuera en el jardín oscurísimo, o si entrar a la casa. Entonces decide acercarse a la casa, y espiar por alguna ventana, a ver quién es que ha entrado, y espía por una ventana y no ve nada, y se corre hasta otra, que es justamente la de la pieza de la esposa muerta. Y como está muy oscuro alcanza a distinguir nada más que una sombra que se desliza por la habitación, una silueta alta, que avanza con una mano estirada, y acaricia algunas de las cosas que hay ahí, y bien cerca de la ventana está la cómoda con los encajes y ahí encima un cepillo muy hermoso de mango de plata labrada, y un espejo de mango igual, y como está muy cerca de la ventana la chica ve que es una mano muy delgada y pálida de muerta la que acaricia esas cosas, y la chica se queda como petrificada de miedo, no se anima a moverse,
la muerta que camina, la sonámbula traidora, habla dormida y cuenta todo, lo oye el enfermo contagioso, no la toca de asco, es blanca su carne de muerta
pero sí ve que la sombra sale de la pieza en dirección a quién sabe qué otra parte de la casa, cuando al ratito oye pasos ahí en ese patio otra vez, y la chica se hace bien chiquita tratando de esconderse entre las enredaderas que trepan por esas paredes cuando la nube se corre y deja al descubierto la luna y se ilumina el patio y ahí delante de la chica hay una figura muy alta que la mata casi de terror, una cara pálida de muerta, con el pelo rubio enmarañado y largo hasta la cintura, envuelta en un batón negro. La chica quiere gritar socorro pero no le sale la voz, y va retrocediendo despacito, porque las piernas no le dan, le flaquean. La mujer que tiene delante la mira fijo, y al mismo tiempo es como si no la viese, tiene una mirada perdida, como de loca, pero estira los brazos para tocarla a la chica, y avanza muy despacio, como si estuviera muy débil, y la chica va retrocediendo, y sin ver que detrás hay una hilera de árboles muy tupidos se arrincona sola, y cuando se da vuelta y se da cuenta que está acorralada pega un grito bárbaro, pero la otra sigue despacito avanzando, con los brazos estirados. Del terror la chica cae desmayada. En eso alguien detiene a la mujer esa tan rara. Es que ha llegado la negra esa tan simpática, ¿o me olvidé de contarte?
una enfermera negra, vieja, buena, enfermera de día, a la noche deja sola con el enfermo grave a una enfermera blanca, nueva, la expone al contagio

—No, no la nombraste.

—Bueno, esta negra viene a ser como un ama de llaves, pero muy buena. Una gordota, ya con el pelo todo canoso, y la mira con muy buena cara a la chica desde que llegó. Y cuando la chica se despierta del desmayo ya la negra la ha llevado hasta su cama, y le hace creer a la chica que lo que tuvo fue una pesadilla. Y la chica no sabe bien si creerle, pero como la ve tan buena a la negra se tranquiliza, y la negra le trae un té para que se duerma, una manzanilla, algo, no me acuerdo. Al día siguiente es el casamiento, bueno, tienen que ir al alcalde, a saludarlo y firmar unos papeles, y para eso la chica se está vistiendo, con un traje sastre muy sencillo, pero con un peinado muy hermoso que le está haciendo la negra, una especie de trenza arriba, cómo te podría explicar, bueno, en esa época se usaba el peinado alto para ciertas ocasiones, que daba mucho chic.

—No me siento bien… otra vez el mareo.

—¿Estás seguro?

—Sí, es un amago, pero igual que siempre.

—Pero esa comida no te pudo hacer mal.

—Estás loco, ¿cómo le voy a echar la culpa a tu comida?

—Qué nervioso estás…

—Pero no es tu comida, es mi organismo, algo me pasa.

—No pensés, que te hace peor.
{8}

—Ya no me podía concentrar en lo que contabas.

—De veras, por favor, pensá en otra cosa, porque la comida era bien sana. Debe ser que te quedó un poco de sugestión.

—Por favor, contame un poco más, a ver si se me pasa. También es que me siento muy débil, y me llené enseguida, no sé de verdad qué es…

—Es eso, que estás muy débil, y yo te vi de angurria comer demasiado rápido, sin masticar casi.

—Desde que me desperté que estoy pensando lo mismo, eso me debe haber hecho mal, cuando puedo estudiar no me pasa eso. No me lo puedo sacar de la cabeza.

—¿Qué cosa?

—Que no le puedo contestar a mi compañera, … y a Marta sí. Y a lo mejor me haría bien escribirle, pero no sé qué decirle. Porque está mal que le escriba, ¿para qué?

—¿Te sigo contando?

—Sí, por favor.

—Bueno, ¿en qué estábamos?

—En que la estaban vistiendo a la chica.

—Ah, sí, y le hace un peinado…

—Alto, ya sé, ¡¿y a mí qué?!, no me detalles cosas que no tienen importancia realmente,
mascarón pintarrajeado, una trompada seca, de vidrio es el mascarón, se astilla, el puño no se lastima, el puño es de hombre

—la sonámbula traidora y la enfermera blanca, en la oscuridad las mira fijo el enfermo contagioso
¡Cómo que no! Vos calíate y de- jame a mí que sé lo que te digo. Empezando porque el peinado alto, que —escuchame bien— tiene su importancia, porque las mujeres se lo hacen nada más, o se lo hacían, en esa época, cuando querían realmente dar la impresión de que ése era un momento importante para ellas, una cita importante, porque el peinado alto, que descubría la nuca y llevaba todo el pelo para arriba daba una nobleza a la cara de la mujer. Y con toda esa mata de pelo arriba la negra le hace una trenza, y le pone todo un adorno de flores del lugar, y cuando ella sale en la calesa, aunque es tiempo moderno, van en ese cochecito divino tirado por dos burritos, y todo el pueblo le sonríe, y ella se ve como rumbo hacia la felicidad… ¿Se te pasa?

—Parece que sí. Seguí, por favor.

—Van ella y la negra, y en la puerta de esa especie de Municipalidad, estilo colonial, la espera el novio. Y ya después se ve que están en la noche en la oscuridad ella recostada en una hamaca, se ve un primer plano muy lindo de las dos cabezas porque él se agacha a besarla, iluminados por el plenilunio que medio se va filtrando por las palmeras. Ah, pero me olvidaba algo importante. Bueno, la expresión de los dos es de enamorados, y de profunda satisfacción. Pero lo que me olvidé decirte es que, mientras la peina la negra, la chica…

—¿Otra vez el peinado alto?

—¡Pero qué nervioso estás! Si no ponés algo de tu parte no te vas a tranquilizar…

—Perdón, seguí.

—Bueno, la chica le hace preguntas a la negra. Como, por ejemplo, dónde se fue a pasar él la noche. La negra trata de disimular su alarma y le dice que él fue a saludar a la gente de los bananales, hasta la plantación que está más lejos de todo, y donde la mayoría de los peones creen… en el vudú. La chica sabe que es una religión negra, y le dice que le gustaría mucho ver algo, alguna ceremonia, porque deben ser muy bonitas, con mucho color y música, pero la negra hace una mueca de susto, y le dice que no, que tiene que mantenerse alejada de todo eso, porque es una religión a veces muy sanguinaria, y que de ninguna manera se acerque por ahí. Porque… Y ahí la negra se queda callada. Y la otra le pregunta qué le pasa, y la negra le dice que hay una leyenda, que no debe ser cierta pero que lo mismo a ella le da miedo, y es la de los zombis. ¿Zombi?, ¿qué es eso?, pregunta la chica, y la negra le hace señas de que no diga esa palabra en voz alta, apenas en voz muy baja. Y le explica que son los muertos que los brujos hacen revivir antes de que se enfríe el cadáver, porque los han matado ellos mismos, con un veneno que preparan, y el muerto vivo ya no tiene voluntad, y obedece todas las órdenes que le dan, y los brujos los usan para que hagan lo que a ellos se les da la gana, y los hacen trabajar, y los pobres muertos vivos, que son los zombis, no tienen más voluntad que la del brujo. Y dice la negra que ahí en las plantaciones hace muchos años unos pobres peones se habían rebelado contra los dueños porque les pagaban poco, y los dueños se pusieron de acuerdo con el brujo principal de la isla para que los matara y los convirtiera en zombis, y así fue que después de muertos los hicieron trabajar en las cosechas de bananas, pero de noche, para que los demás no se dieran cuenta, y los zombis trabajan y trabajan, sin hablar, porque los zombis no hablan, ni piensan, aunque sí sufren, porque en medio del trabajo, cuando la luna los ilumina se los ve que se les caen las lágrimas, pero no se quejan, porque los zombis no hablan, no tienen ya voluntad y lo único que pueden hacer es obedecer y sufrir. Entonces de golpe la chica le pregunta, acordándose del sueño que ella cree que tuvo la noche anterior, si no hay mujeres zombis. Entonces la negra se escapa por la tangente y le dice que no, porque las mujeres no tienen fuerza para los trabajos más rudos del campo y por eso ella cree que no hay mujeres zombis. Y la chica le pregunta si el muchacho no le tiene miedo a esas cosas, y la negra le dice que no, pero que lo mismo conviene, para estar bien con los peones, que él les haya ido a pedir la bendición, a los brujos mismos. Y en eso termina la conversación, y como te decía, después se ve que ellos están juntos la noche de bodas, y muy felices, por primera vez se ve que el muchacho tiene la sensación de paz en la mirada, y se oyen nada más que los cricri de los bichitos de los jardines y el agua de las fuentes. Y ya después se ve que duermen en su cama, pero algo los despierta y alcanzan a distinguir, cada vez más fuerte, el tam-tam que viene desde lejos. Ella tiembla, un escalofrío le recorre el cuerpo. ¿Te sentís mejor?
ronda nocturna de enfermeras, temperatura y pulso normal, cofia blanca, medias blancas, buenas noches al paciente

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