El beso de la mujer araña (17 page)

—Un poco… pero apenas si te puedo seguir el hilo,
la noche larga, la noche fría, pensamientos largos, pensamientos fríos, vidrios rotos puntiagudos

—Pero entonces no te cuento más.
la enfermera estricta, la cofia muy alta y almidonada, la sonrisa leve y no exenta de sorna

—No, de veras, si me distraés me mejoro, seguí por favor,
la noche larga, la noche helada, las paredes verdes de humedad, las paredes atacadas de gangrena, el puño herido

—Bueno, entonces… ¿cómo iba?, se oyen los tambores de muy lejos, y el muchacho también cambia de expresión, y ya no tiene paz, no puede dormir, y se levanta. La chica no dice nada, para hacerse la discreta ni se mueve, se hace la dormida, pero bien que para la oreja y oye un ruido de una puertita de aparador que se abre y el chirrido, y después nada más. Ella no se anima a levantarse y ver, pero él tarda y tarda en volver. Entonces ella se levanta y lo encuentra tirado en un sillón, completamente borracho. Y mira los muebles y ve que hay como una gavetita abierta, donde apenas si cabe una sola botella, una botella de cognac vacía, y el muchacho tiene al lado de él otra botella, por la mitad. Entonces la chica piensa de dónde la sacó, porque en la casa no hay bebidas, y ve que debajo de la botella hay cosas guardadas, en esa gaveta, y son cartas y fotos. Y a duras penas lo lleva al muchacho hasta el dormitorio, y se acuesta al lado de él, para reconfortarlo, de que ella lo quiere y ya no está solo, y él le hace una mirada de agradecimiento, y se queda dormido. Entonces ella trata también de dormirse, pero ya no puede, tan contenta como estaba antes, pero verlo a él tan borracho la ha dejado preocupadísima. Y se da cuenta de que el mayordomo tuvo razón de romper la barrica de ron. Se pone el salto de cama y va a la gavetita a revisar las fotos, porque lo que la tiene intrigadísima es ver una foto de la primera esposa de él. Pero al llegar se encuentra con que la gaveta está cerrada, y con llave. ¿Quién puede haberla cerrado? Mira alrededor y todo está sumido en la mayor oscuridad y mayor silencio, con la excepción de los tambores, que todavía se oyen. Entonces ella va a cerrar las ventanas para no oírlos más, y justo en ese momento dejan de tocar, como si la hubiesen divisado desde kilómetros y kilómetros. Bueno, a la mañana siguiente él es como si no se acordara de nada, y la despierta con el desayuno, de lo más sonriente, y le dice que la va a llevar a un recorrido por la isla. Ella se siente contagiada por la felicidad de él, y se van por el trópico, en un auto hermoso sin capota, suena una música de fondo alegre, de calipso, y van recorriendo unas playas divinas, y ahí viene una escena muy sexy porque ella siente ganas de bañarse, porque ya han pasado por unos palmares hermosos, y unas rocas que dan sobre el mar, y unos jardines naturales de flores gigantescas, y el sol arde pero ella no se acordó de traerse traje de baño, y él le dice que se bañe sin nada, y paran, la chica se desviste detrás de unas rocas y se le ve de muy lejos correr desnuda al mar. Y ya después se los ve que están tirados en la playa, bajo las palmeras, ella con una especie de sarong hecho con la camisa de él, y él con los pantalones puestos, nada más, y descalzo, y no se sabe de dónde viene, viste como es en el cine, pero llegan la palabras de la canción, que dice que al amor hay que saberlo ganar, y que detrás de una senda oscura, llena de acechanzas, el amor espera a todos los que luchan hasta el fin por ganarlo. Y se ve que la chica y el muchacho están de nuevo encantados, y se han olvidado de todo. Y ya se vuelven al atardecer, y cuando suben a una loma del camino, se alcanza a ver al fondo, no muy lejos de ahí, iluminada por el sol que ya está rojo fuego, una casa colonial muy vieja, pero muy linda, y con mucho misterio, porque está como invadida por las plantas, que la tapan casi. Y la chica dice que otro día quiere ir hasta esa casa, y pregunta por qué está como abandonada. Y el muchacho se pone muy nervioso y le dice de mal modo que nunca, nunca se acerque a esa casa, y no le da más explicaciones, que otro día le va a decir por qué.
la enfermera nocturna no tiene experiencia, la enfermera nocturna es sonámbula, ¿está dormida o despierta?, el turno de noche es largo, está sola y no sabe a quién pedirle ayuda
Qué callado estás, no hacés comentarios…

—Es que estoy embromado, seguí vos, que me hace bien pensar en otra cosa.

—Esperate que perdí el hilo.

—No sé como podés tener en la cabeza todos esos detalles,
el cerebro hueco, el cráneo de vidrio, lleno de estampas de santos y putas, alguien tira al pobre cerebro de vidrio contra la pared inmunda, el cerebro de vidrio se rompe, se caen al suelo todas las estampas

—A pesar de que el paseo había sido tan lindo, la chica ya está otra otra vez preocupada, porque lo ha visto de nuevo nervioso, a raíz de la cuestión de la casa esa, que parece abandonada. Y cuando llegan a su mansión, el muchacho se da una ducha, y mientras tanto ella se tienta de buscarle en la ropa las llaves y revisar la gaveta esa de la noche anterior. Y va y le revisa los pantalones, y encuentra el llavero, y va corriendo a la gaveta: en el llavero hay una sola llave chiquita, la prueba y es ésa. Abre. Hay una botella de cognac llena, ¿quién la puso ahí?, porque desde la noche anterior ella no se ha alejado un minuto del marido, y él no fue quien puso la botella, ella lo hubiese visto. Y debajo de la botella hay cartas, son cartas de amor, firmadas por él y otras firmadas por la primera mujer, y más abajo hay fotos, fotos de él y otra mujer, ¿sería la primera esposa?, a la chica le parece reconocerla, le parece haberla visto antes, de veras está segura de haber visto esa cara antes, en alguna parte, pero ¿dónde? Se la ve muy interesante en las fotos, una mujer muy, muy alta, de pelo rubio largo. La chica sigue mirando las fotos, y por ahí encuentra una que es un retrato, la cara sola, bien grande, los ojos muy claros, una mirada un poco perdida… ¡y la chica entonces se acuerda!, es la mujer que la perseguía en la pesadilla, la mujer con cara de loca, vestida de negro hasta los pies… Y en eso se da cuenta la chica que ya el agua de la ducha no se oye más caer, ¡y el marido la puede pescar revolviendo las cosas! Entonces rapidísimo trata de acomodar todo, pone la botella encima de las cartas y fotos, cierra, y va al dormitorio, ¡y ve que él ya está allí, envuelto en una toalla inmensa de baño, muy sonriente! Ella no sabe qué hacer, y se le ofrece para secarle la espalda, no sabe cómo entretenerlo, distraerlo,
la pobre enfermera, no tiene suerte, le dan el enfermo más grave y no sabe qué hacer para que esa noche no muera o la mate, más fuerte que nunca el peligro al contagio
porque él ya va a empezar a vestirse, pero el terror es que ella tiene el llavero en una mano, y él se va a dar cuenta. Y ella le seca la espalda con una mano, y mira el pantalón de él, que está tirado en una silla, y no sabe cómo hacer para meterle las llaves en el bolsillo. Y entonces se le ocurre una idea, y le dice que le gustaría peinarlo ella. Y él le dice que sí, y que el peine quedó en el baño, que vaya a buscarlo, y ella dice que no es nada caballeresco que le pida eso, y entonces él va a buscarlo y mientras ella aprovecha a meterle las llaves en el bolsillo justito a tiempo y cuando él vuelve lo peina y le acaricia la espalda desnuda. Y la pobre recién respira aliviada. Y pasan unos días, y la chica se da cuenta que el muchacho a medianoche se levanta porque no puede dormir, y ella se hace la dormida, porque tiene miedo de tratar el tema con él, y a la madrugada se levanta para traerlo a él hasta la cama, porque siempre termina borracho perdido tirado en su sillón. Y ella mira la botella, y siempre es una distinta, llena, ¿y quién es que la pone ahí en la gaveta? La chica no se atreve a preguntarle nada, porque él cuando vuelve cada tarde de las plantaciones está muy contento de encontrarla a ella esperándolo, haciendo algún bordado, pero a medianoche se vuelven a oír siempre los tambores, y ahí es que él parece que se obsesiona con algo, y ya no puede conciliar el sueño, si no es emborrachándose. Entonces, claro, la chica se va intranquilizando cada vez más, y en un momento que el muchacho está afuera trata de hablar algo con el mayordomo, y sacarle algún secreto, de por qué el marido está tan nervioso a veces, pero el mayordomo le dice con un suspiro de resignación que hay muchos problemas con los peones, etc. etc., y al fin de cuentas no le dice nada. Bueno, la cuestión es que la chica, una vez que el muchacho le dice que se va con el mayordomo todo el día a la plantación que está más lejos de todo y no vuelve hasta el otro día, ella decide irse sola caminando hasta la casa aquella abandonada, porque está segura de que ahí va a averiguar algo. Y después de tomar el té a eso de las cinco, cuando ya el sol no está tan fuerte, el muchacho y el mayordomo salen de viaje, y la chica al rato sale también. Y va buscando el camino a la casa abandonada, y se pierde, y se le va haciendo tarde, ya es casi de noche cuando consigue llegar a esa loma desde donde se veía la casa esa, y no sabe si volverse o no, pero la curiosidad puede más, y sigue hasta la casa. Y ve que adentro se enciende una luz, y eso la anima más. Pero llegando a la casa, que de veras está medio tapada por las plantas salvajes, no oye nada, por las ventanas se ve que sobre una mesa hay una vela, y la chica se anima a abrir la puerta y mira adentro, y ve que en un rincón hay un altar de vudú, con más velas encendidas, y entra más para ver qué hay en el altar, y se acerca, y en el altar ve una muñeca de pelo negro con un alfiler clavado en el centro del pecho, ¡y la muñeca está vestida con un trapo que le forma un vestido igual al que ella misma llevaba el día del casamiento! Y ahí se desmaya casi de espanto y se da vuelta para correr afuera por la misma puerta que entró…
¿y
qué ve en la puerta?… un negro altísimo, de ojos desorbitados, vestido nada más que con un pantalón todo raído, y con la mirada totalmente de loco, que la mira y le cierra la salida. Ahí la pobre chica lo único que puede hacer es lanzar un grito de horror, pero el negro, que es lo que ahí llaman zombi, un muerto vivo, se va acercando a ella, con los brazos estirados, igual que la mujer de aquella otra noche en el jardín. Y la chica vuelve a pegar otro grito, y corre a otra pieza y cierra la puerta con llave detrás de ella, una pieza casi a oscuras, con una ventana casi tapada de matorrales por donde entra un poquito de luz apenas, del crepúsculo, y la pieza tiene una cama, que poco a poco la chica empieza a vislumbrar, cuando se acostumbra a la oscuridad. Y se sacude toda, casi ahogada por el llanto y el miedo, cuando ve que en la cama… algo se mueve… y es… ¡la mujer aquella, pálida, desgreñada, con el pelo hasta la cintura, y con el mismo trapo negro que la envuelve, que se levanta y la mira, y se le acerca!, en la pieza sin salida, encerrada… La chica quiere ya morirse de miedo, y ya ni gritar puede, cuando desde la ventana se oye una voz que le da una orden a la mujer zombi que vuelva atrás y se vuelva a acostar… y es la negra buena. Y le dice a la chica que no se asuste, y que ella va a entrar y la va a proteger. La chica le abre la puerta, la negra la abraza y la tranquiliza; detrás, en el marco de la puerta de salida, está el negro gigante, pero le hace caso en todo a la negra vieja, que le dice que a la chica la tiene que cuidar, y no atacar. El negro zombi le obedece, también la otra zombi, la mujer toda desgreñada, porque la negra le ordena volverse a acostar, y la mujer se acuesta. Entonces la negra la agarra cariñosa de los hombros a la chica y le dice que la va acompañar de vuelta a la casa, en un carrito de burros, y en el camino le cuenta toda la historia, porque la chica ya se ha dado cuenta que la muerta viva con el pelo rubio largo hasta la cintura… es la primera mujer de su marido. Y la negra le empieza el relato,
la enfermera tiembla, el enfermo la mira, ¿le pide morfina?, ¿le pide caricias?, ¿o quiere que el contagio sea fulminante y mortal?

—el cráneo de vidrio, también todo el cuerpo de vidrio, fácil de romper un muñeco de vidrio, pedazos de vidrio filosos y fríos en la noche fría, la noche húmeda, gangrena en las manos tajeadas, por el puñetazo
¿Me perdonás si te digo una cosa?

—el paciente se levanta y camina de noche descalzo, toma frío, empeora
¿Qué? Decime.

—el cráneo de vidrio lleno de estampas de santos y putas, estampas viejas y amarillentas, caras muertas dibujadas en estampas de papel ajado, adentro en mi pecho las estampas muertas, estampas de vidrio, filosas, tajean, infectan de gangrena el pecho, pulmones, corazón
Estoy muy deprimido, no te puedo casi seguir lo que me contás. Me parece que si lo seguimos mañana es mejor, ¿verdad? Y así hablamos de otras cosas.

—Perfecto, ¿de qué querés que hablemos?

—Estoy tan jodido… no te podés imaginar. Y tan confundido… bueno, estaba…, ahora ya veo un poco más claro, es la cosa que te dije de mi compañera, que tengo mucho miedo por ella, porque está en peligro… pero de quien quiero noticias, a quien tengo ganas de ver, no es a ella. Y ganas de tocarla, no es a ella que tengo ganas, y de abrazarla, porque me duele, hasta me duele el cuerpo de ganas… de sentirla cerca, porque me parece que Marta sola me podría revivir, porque me siento muerto, te juro. Tengo la impresión de que nada más que ella me podría revivir.

—Hablá, yo te escucho.

—Vos te vas a reír de lo que te voy a pedir.

—No, ¿por qué?

—Si no te molesta, encendé la vela… Me gustaría dictarte una carta para ella, bueno, para lo que sabés. Yo me mareo si fijo la vista.

—Pero ¿qué tendrás?, ¿no será algo más?, que la descompostura quiero decir.

—No, es de débil que estoy, y quiero de algún modo aliviarme, viejo, porque no doy más. A la tarde traté de escribirle, pero me bailaban las letras.

—Claro, esperá que encuentro los fósforos.

—Vos sos muy bueno conmigo.

—Ya está. ¿Lo hacemos en borrador en cualquier papel, o cómo querés?

—Sí, en borrador, porque no sé bien qué le voy a decir. Tomá mi birome.

—Esperate que le saco punta al lápiz.

—No, agarrá mi birome te digo.

—Bueno, pero no te sulfures.

—Perdona, estoy que veo todo negro.

—Bueno, dictame.

—Querida… Marta: te extrañará… recibir esta carta. Me siento… solo, te necesito, quiero hablar con vos, quiero… estar cerca tuyo, quiero… que me digas… una palabra de aliento. Estoy en mi celda, quién sabe dónde estarás vos a esta hora… y cómo estarás, y en qué pensarás, y necesidad de qué tendrás… Pero te voy a escribir esta carta, aunque no te la mande, quién sabe lo que pasará… pero dejame que te hable… porque tengo miedo… de que me explote algo adentro… si no me desahogo un poco. Si pudiéramos hablar vos me entenderías…

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