El beso de la mujer araña (20 page)

DIRECTOR: Está bien, Molina, nos vemos de aquí a una semana.

PROCESADO: Gracias, señor.

DIRECTOR: Pero para entonces tendremos que hablar ya en otros términos, me temo.

PROCESADO: Sí, claro.

DIRECTOR: Muy bien, Molina…

PROCESADO: Señor, tengo que abusar otra vez… de su paciencia.

DIRECTOR: ¿Qué pasa?

PROCESADO: Convendría que yo volviese a la celda con un paquete, y aquí le hice la lista, si usted está de acuerdo. Se la preparé mientras esperábamos afuera, perdone la letra.

DIRECTOR: ¿Usted cree que esto ayude?

PROCESADO: Le aseguro que nada ayudaría más, se lo aseguro, de veras de veras.

DIRECTOR: Déjeme ver…

Lista de cosas para paquete a Molina, por favor todo en un paquete, como lo trae mi mamá:

Dos pollos rotisería

Cuatro manzanas asadas

Un cartón ensalada rusa

300 gramos jamón crudo

300 gramos jamón cocido

Cuatro panes roseta

Un paquete té y un tarro café en polvo

Un paquete pan en rebanadas, de centeno

Dos tarros dulce de leche grandes

Un frasco dulce naranja

Un litro de leche y un quesito holandés

Un paquetito chico sal

Cuatro pedazos grandes, distintos, fruta abrillantada

Dos budines ingleses

Un paquete manteca

Un frasquito mayonesa y servilletitas de papel

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—Éste es el paquete de jamón crudo, y éste de cocido. Yo me quiero hacer sánguche para aprovechar el pan fresco. Vos hacete lo que quieras.

—Gracias.

—Lo único que me voy a hacer es esta roseta partida por la mitad, con un poquito de manteca, y jamón cocido adentro. Y un poco de ensalada rusa. Y después la manzana asada. Y té.

—Qué bueno.

—Vos si querés cortar uno de los pollos y aprovecharlo mientras está calientito, dale no más. Con toda libertad.

—Gracias, Molina.

—Mejor así, ¿verdad? Cada uno se prepara lo que quiere, así no te hincho.

—Como vos prefieras.

—Puse más agua en el fuego por si vos querés algo. Hacete lo que quieras, té o café.

—Gracias.

—…

—Qué ricas cosas, Molina.

—Y hay también fruta abrillantada. Lo único que te pido es que dejes el pedazo de zapallo porque es el que más me gusta. Hay un pedacito de ananá abrillantado, y un higo grandote, ¿y esto colorado qué es?

—Debe ser sandía, o no, quién sabe, no sé…

—Por el gusto vamos a saber.

—Molina… todavía me dura la vergüenza…

—¿Vergüenza de qué?

—De esta mañana, el desplante que tuve.

—Sonso…

—El que no sabe recibir… es un mezquino. Es porque tampoco le gusta dar nada.

—¿Te parece?…

—Sí, lo estuve pensando, y es eso. Si me ponía nervioso que vos fueras… generoso, conmigo, … es porque no me quería ver obligado a ser igual yo con vos.

—¿Vos creés?

—Sí, es eso.

—Bueno, mirá,… yo también estuve pensando, y me acordé de cosas que vos me habías dicho, Valentín, y te comprendí perfectamente… por qué te pusiste así.

—¿Qué es lo que yo te había dicho?

—De que ustedes, cuando están en una lucha como la que están, no les conviene… bueno, encariñarse, con nadie. Bueno, encariñarse es demasiado decir, o bueno, sí, encariñarse como amigo.

—Ésa es una interpretación muy generosa de tu parte.

—Viste que a veces entiendo lo que me decís…

—Sí, pero en este caso, estamos los dos acá encerrados, y no hay ninguna lucha, ninguna batalla que ganarle a nadie, ¿me estás siguiendo?

—Sí, dale.

—¿Y estamos tan presionados… por el mundo de afuera, que no podemos actuar de forma civilizada?, ¿es posible que pueda tanto… el enemigo que está afuera?

—Ahora sí no te entiendo bien…

—Sí, que todo lo que está mal en el mundo, y que yo quiero cambiar, ¿será posible que no me deje actuar… humanamente, ni un solo momento?

—¿Qué te vas a hacer?, porque el agua hierve.

—Poné té para los dos, por favor.

—Bueno.

—No sé si me entendés… pero aquí estamos los dos solos, y nuestra relación, ¿cómo podría decirte?, la podemos moldear como queremos, nuestra relación no está presionada por nadie.

—Sí, te escucho.

—En cierto modo estamos perfectamente libres de actuar como queremos el uno respecto al otro, ¿me explico? Es como si estuviéramos en una isla desierta. Una isla en la que tal vez estemos solos años. Porque, sí, fuera de la celda están nuestros opresores, pero adentro no. Aquí nadie oprime a nadie. Lo único que hay, de perturbador, para mi mente… cansada, o condicionada o deformada… es que alguien me quiere tratar bien, sin pedir nada a cambio.

—Bueno, eso no sé…

—¿Cómo que no sabés?

—No me sé explicar.

—Vamos, Molina, no me salgas con esas. Concéntrate, y se te van a aclarar las ideas.

—Bueno, no pienses en nada raro, pero si yo te trato bienes porque quiero ganarme tu amistad, y por qué no decirlo… tu cariño. Igual que trato bien a mi mamá porque es una persona buena que nunca hizo mal a nadie, porque la quiero, porque es buena, y quiero que ella me quiera… Y vos también sos una persona muy buena, muy desinteresada, que se ha jugado la vida por un ideal muy noble. … Y no mires para otro lado, ¿te da vergüenza?

—Sí, un poco. … Pero te miro de frente, ¿ves?

—Y por eso… te respeto, y te tengo afecto, y quiero que vos también me tengas afecto… Porque, mirá, el cariño de mi mamá es lo único bueno que he sentido en mi vida, porque ella me acepta como soy, me quiere así no más, como soy. Y eso es como un regalo que te hace el cielo, y es lo único que me ayuda a vivir, lo único.

—¿Puedo cortarme un pan?

—Claro…

—Pero vos… ¿no has tenido buenos amigos, que también te importaron mucho?

—Sí, pero mirá, mis amigos han sido siempre… putazos, como yo, y nosotros entre nosotros, ¿cómo decirte?, no nos tenemos demasiada confianza, porque nos sabemos muy… miedosos, flojos. Y siempre lo que estamos esperando… es la amistad, o lo que sea, de alguien más serio, de un hombre, claro. Y eso nunca puede ser, porque un hombre… lo que quiere es una mujer.

—¿Y rodos los homosexuales son así?

—No, hay otros que se enamoran entre ellos. Yo y mis amigas somos mu-jer. Esos jueguitos no nos gustan, ésas son cosas de homosexuales. Nosotras somos mujeres normales que nos acostamos con hombres.

—¿Querés azúcar?

—Sí, gracias.

—Qué rico el pan fresco, es una de las cosas más ricas que hay.

—De veras, qué rico es… Tengo que contarte una cosa.

—Claro, cómo que no, el final de los zombis.

—Sí, eso también. Pero hay otra cosa…

—¿Qué pasa?

—Me dijo el abogado que las cosas van bien.

—Soy una bestia, no haberte preguntado. ¿Y qué más te dijo?

—Que parece que todo va bien, y cuando una apelación es tenida en cuenta, quiero decir cuando entra en consideración, no cuando es aceptada, bueno, que el procesado pasa a otro lado de la penitenciaría. Y que dentro de una semana me sacan de esta celda.

—De veras…

—Sí, parece que sí.

—¿Él, cómo sabe?

—Se lo dijeron en la oficina del Director, donde él presenta sus papeles para los trámites.

—Qué bien… Estarás contento…

—No quiero pensar mucho en eso. No me quiero hacer ilusiones… Servite ensalada rusa.

—¿Te parece?

—Sí, está rica.

—No sé, se me cerró el estómago con la noticia.

—Mirá, hacé de cuenta que no te dije nada, porque no es nada seguro. Yo me voy a hacer de cuenta que no me dijeron nada.

—No, la cosa pinta bien, tenemos que alegrarnos.

—Mejor no…

—Yo me alegro mucho por vos, aunque te vayas y… bueno, qué se le va a hacer…

—Comé una manzana asada, que es muy sano.

—No, mejor dejamos para más tarde, o la dejo yo. Vos come, si tenés ganas.

—No, tampoco tengo mucho hambre, ¿sabes una cosa?… a lo mejor si te termino los zombis nos viene más hambre y dejamos la comida para un poco más tarde.

—Bueno…

—Es divertida película, ¿verdad?

—Sí, es muy entretenida.

—Al principio no me acordaba bien, pero ahora me está volviendo.

—Sí… pero espera un poco. La verdad es que… no sé qué me pasa, Molina, de golpe… tengo un lío en la cabeza.

—¿Por qué?, ¿te duele algo?, ¿la barriga?

—No, es en la cabeza que tengo un lío.

—¿Lío de qué?

—No sé, debe ser porque te podrías ir, no sé bien.

—Ah…

—Dejame un rato que me tire a descansar.

—Bueno.

—Hasta luego.

—Hasta luego.
{10}

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—Molina… ¿qué hora es?.

—Las siete pasadas. Ya oí que andan con la cena.

—No puedo hacer nada… Y tendría que aprovechar hasta que apaguen, con una hora de luz.

—Ajá.

—Pero no tengo la cabeza en su lugar.

—Descansá entonces.

—Todavía no me terminaste la película.

—No quisiste vos.

—Me da pena desperdiciarla, si no la puedo saborear.

—Ni charlar quisiste.

—Si no sé lo que digo, no me gusta hablar. No quiero decir cualquier macana, sabés…

—Entonces descansá.

—¿Y si me terminás la película?

—¿Ahora?

—Sí.

—Como quieras.

—Yo estudié un poco y ni sé lo que estudié.

—Ya no sé ni dónde estábamos, ¿dónde era que íbamos?

—¿De qué, Molina?

—De la película.

—Que la chica está sola en la selva, y oye los tambores.

—Ah, sí… La selva está a pleno sol de mediodía, la chica decide acercarse adonde están los que tocan esos tambores tan tétricos. Y va avanzando, y pierde un zapato, y después se cae y se le raja la blusa, y la cara se le ensucia, y pasa por unas plantas de espinas y se le hace jirones la pollera. Y acercándose adonde están los santeros se va haciendo más y más oscuro, pese a ser mediodía, y la única luz viene de todas las velas que tienen encendidas. Y hay un altar lleno de velas, nada más que velas, y un muñeco de trapo al pie del altar, con una aguja clavada en el corazón. El muñeco es igual al muchacho. Y todos los negros y negras hincados, rezando, y cada tanto largando un grito de la pena muy, muy grande que tiene cada uno adentro. Pero la chica mira y busca al brujo, tiene muchísimo miedo de verlo pero lo mismo la mata la curiosidad de ver cómo es. Y los tambores cada vez van tomando más furias, y los negros cada vez largan más alaridos, y la chica toda hecha una mugre, despeinada, la ropa ni hablar, se queda ahí al borde del círculo que forman todos los que rezan. De golpe los tambores paran de tocar, la gente no se queja más, se levanta un viento helado en la selva tropical y aparece el brujo, con una especie de túnica blanca hasta los pies, pero abierta en el pecho, un pecho joven tapado de pelo crespo, pero la cara de hombre viejo… el mayordomo. Con una expresión de malvado, falso, da la bendición a todos los negros, y con una mano hace una señal a los de los tambores. Y empieza otro ritmo, ya directamente diabólico, y la mira a la chica con un deseo ya sin disimular, y con la mano le hace unos pases mágicos, y la mira fijo para hipnotizarla. La chica mira para otro lado para no caer en el poder de él, pero no resiste la atracción y poco a poco va girando la cabeza hasta quedar mirándolo al brujo frente a frente. Y cae hipnotizada y mientras los tambores tocan un ritmo ya más sexual que ninguna otra cosa, ella va dando pasos hasta donde está el brujo, y los negros van cayendo todos en trance, están arrodillados y van tirando la cabeza para atrás, hasta casi tocar el piso. Y cuando la chica ya está al alcance de la mano del brujo, se levanta un viento huracanado y se apagan todas las velas, y es la oscuridad completa, a mediodía. El brujo la toma a la chica de la cintura y después va subiendo las manos hasta el pecho, y después le acaricia los pómulos, y de un brazo la va llevando para adentro de su cabaña. Y ahí… ¿cómo era?, ay, perdoname, pero no me acuerdo bien cómo era la cosa. Ah, sí, la negra buena que vio pasar en el coche a la chica, lo busca al muchacho y lo arrastra diciéndole que el brujo lo llama. Porque, qué pasa, ella, la negra, había sido la mujer del brujo, es decir del mayordomo. Y al verlo la chica al muchacho que llega, el hechizo se rompe, porque la negra pega unos gritos. Y la chica ya estaba por entrar a la cabaña.

—Seguí.
el pobre da limosna al rico, el rico pide limosna al pobre y se ríe, se burla e insulta al pobre por no tener más que darle, una moneda falsa

—La chica y el muchacho vuelven a la casa grande en el jeep. Ninguno de los dos dice nada. Claro, el muchacho ya se ha dado cuenta que la chica está enterada de todo. Y llegan a la casa. La chica para demostrar que ella quiere poner todo de su parte para arreglar las cosas, le va a ordenar algo de comer, como si no hubiese pasado nada, y mientras va y viene se lo encuentra al muchacho que ya está otra vez prendido de la botella. Entonces ella le ruega que no sea débil, que no la abandone a ella sola en la lucha por salvar su matrimonio, que los dos se quieren y juntos van a afrontar todos los obstáculos. Pero él le da un empujón terrible y la tira al suelo. Mientras tanto el brujo llega a la casa abandonada, donde está la zombi, y la encuentra con la negra buena, que la está cuidando, la que era su mujer, ya vieja ahora, y que por eso la desprecia. Y el brujo le ordena que salga de ahí, pero la negra le dice que no va a dejar que él la use a la zombi para más maldades. Y saca un puñal para clavárselo al brujo. Pero él la consigue agarrar por la muñeca de la mano donde tiene el puñal y se lo arrebata, y la mata a ella, se lo clava en el corazón. La zombi no se mueve, pero se ve que en los ojos de ella hay un dolor muy grande, aunque no tiene voluntad para actuar por su cuenta. El brujo le ordena entonces que lo siga y le va diciendo las mentiras más terribles, que el marido es un malvado y fue quien ordenó que la hicieran zombi y que ahora está queriendo repetir lo mismo con la segunda esposa, la está maltratando, y que por eso ella, la zombi, tiene que ir y con ese cuchillo matarlo al muchacho, para terminar con todas sus maldades. Y en los ojos de la zombi se ve que no cree lo que le dice el brujo, pero nada puede hacer ella, porque no es dueña de su voluntad, y no puede hacer más que obedecer las órdenes del brujo. Y cuando llegan a la casa grande entran muy despacito por el jardín, que ya está medio oscuro al atardecer. Y por el ventanal la zombi ve que el muchacho está borracho y le grita de todo a la chica, la agarra de los hombros y la sacude y la tira a un lado. El brujo le pone el puñal en la mano. El muchacho busca más alcohol, la botella está vacía, la sacude tratando de sacarle la última gota. La zombi sólo puede obedecer. El mayordomo le dice que entre y lo mate al muchacho. La zombi avanza. Se le ve en el fondo de los ojos que todavía lo quiere al muchacho, que no quiere matarlo, pero la orden es implacable. El muchacho no la ve. El mayordomo llama a la chica, le dice señora, muy respetuoso, la chica se encierra con la llave en su cuarto, hasta que oye el quejido mortal del marido, que ha sido apuñaleado por la zombi. Entonces la chica sale corriendo y se lo encuentra agonizando, tirado ahí en el sofá donde estaba medio dormido borracho, con la mirada más trágica que se pueda imaginar. Y enseguida entra el mayordomo, y llama a los sirvientes, para que sean testigos del crimen, y él lavarse las manos de todo. Pero el muchacho en su agonía le dice a la zombi que él la quiso mucho y que todo fue la maldad del brujo, que siempre quiso adueñarse de la isla, de todas sus posesiones, y le dice a la zombi que vuelva a su cabaña y se encierre y prenda fuego a la casa, así no será más instrumento de la perversidad de nadie, y el cielo ya está negro pero todo se ilumina de a ratos por los relámpagos de la tormenta que se avecina, y el muchacho ya casi sin fuerzas cuenta a los sirvientes, que a todo esto ya entraron, que los padres de muchos de ellos fueron sacrificados por el infame brujo, quien los transformó en zombis. Entonces todos lo miran al brujo con odio, y el brujo va retrocediendo y sale al jardín, y se quiere escapar, en esa noche de tormenta terrible, con un viento huracanado que sopla, y relámpagos que de golpe iluminan todo como si fuera de día, y el brujo saca un revólver para defenderse, y entonces los sirvientes se detienen, pero ahí en el jardín, cuando el brujo ya se cree a salvo y se va a escapar, cae un rayo ensordecedor y lo fulmina. Poco después la lluvia amaina. Nadie ha visto que la zombi ha tomado el camino de la casa vieja. Se oye la sirena de un barco que se va, la chica mete sus cosas en una valija y se va al barco, le deja todo a los sirvientes, ella no quiere más que olvidar. Llega al barco justo cuando están retirando la pasarela. El capitán la ve desde la borda, por suerte es el mismo capitán buen mocísimo que salió al principio. El barco suelta amarras, se van alejando las luces de la costa. La chica está en su camarote, golpean a la puerta. Abre y es el capitán, que le pregunta si fue feliz en la isla. Ella le dice que no, y él entonces le recuerda que aquellos tambores que se oían el día de la llegada, anunciaban siempre sufrimientos, y también la muerte. Ella le dice que es posible que nunca más se vuelvan a oír esos tambores. El capitán le pide entonces silencio, porque le parece oír algo extraño. Los dos salen a la borda y escuchan un canto hermosísimo, y ven que son cientos de isleños que han llegado al muelle para cantarle a la chica, para despedirse con un canto de cariño y agradecimiento. La chica tiembla de emoción. El capitán le pasa el brazo por la espalda para cobijarla. Y muy lejos en la isla se ve, lejos del pueblo, allá por el campo, una inmensa hoguera. La chica se abraza al capitán para aplacar el temblor y los escalofríos que le recorren el cuerpo, porque sabe que ahí adentro de ese fuego está ardiendo la pobre zombi. El capitán le dice que no tenga miedo, que todo eso ha quedado atrás, y que la música del amor de todo esc pueblo le está dando la despedida para siempre, y le augura un futuro lleno de felicidad. Y colorín colorado, este cuento se ha terminado. ¿Te gustó?
el paciente más grave del pabellón ya esta fuera de peligro, la enfermera velará toda la noche sobre su sueño tranquilo

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