El beso de la mujer araña (4 page)

—Ella se queda ahí con él, pero no es que sea una cualquiera, ella después que él se casó ya se resignó, pero ahora lo quiere ayudar como amiga. Y ahí están trabajando después de la hora. El salón es grande, hay varias mesas de trabajo, de diseño, cada arquitecto tiene una, pero ahora ya se han ido y está todo sumido en la oscuridad, salvo la mesa del muchacho, que tiene un vidrio y de abajo del vidrio viene la luz, entonces las caras están iluminadas de abajo, y los cuerpos echan una sombra medio siniestra contra las paredes, sombras de gigantes, y la regla de dibujo parece una espada cuando él o la colega la agarran para trazar una línea. Pero trabajan callados. Ella lo relojea de tanto en tanto, y aunque se muere por saber qué es lo que lo preocupa, no le pregunta nada.

—Está muy bien. Es respetuosa, discreta, será eso que me gusta.

—Mientras tanto, Irena espera y espera y por fin se decide y llama a la oficina. Atiende la otra y le pasa al muchacho. Irena está celosa, trata de disimular, él le dice que la llamó temprano para avisarle pero que ella no estaba. Claro, ella se había ido de nuevo al zoológico. Entonces como él la agarra en falta ella tiene que quedarse callada, no puede protestar. Y él empieza a llegar tarde seguido, porque algo le hace retrasar la llegada a la casa.

—Está todo tan lógico, es fenómeno.

—Entonces en qué quedamos… ves que él es bien normal, quiere acostarse con ella.

—No, escuchá. Antes él volvía con gusto a la casa porque sabía que ella no se iba a acostar, pero ahora con el tratamiento hay posibilidad, y eso lo inquieta. Mientras que si ella era como una nena, como al principio, no iban más que a jugar, como chicos. Y por ahí a lo mejor jugando empezaban a hacer algo sexualmente.

—Jugando como chicos, ¡ay, qué desabrido!

—A mí eso no me suena mal, ves, de parte de tu arquitecto. Perdoname que me contradiga.

—¿Qué no te suena mal?

—Que empezaran como jugando, sin tantos bombos y platillos.

—Bueno, vuelvo a la película. Pero una cosa, ¿por qué entonces él ahora se queda a gusto con la colega?

—Y, porque se supone que siendo casado no puede pasar nada, la colega ya no es una posibilidad sexual, porque aparentemente él ya está copado por la esposa.

—Es todo imaginación tuya.

—Si vos también ponés de tu cosecha, ¿por qué no yo?

—Sigo. Irena una noche está con la cena preparada, y él no llega. La mesa está puesta, con luz de velas. Ella no sabe una cosa, que él, como es el aniversario del día en que se casaron, ha ido a buscarla esa tarde temprano a la salida del psicoanalista, y claro, no la encuentra porque ella no va nunca. Y él ahí se entera que ella no va desde hace tiempo y telefonea a Irena, que no está en la casa, por supuesto como todas las tardes ha salido, atraída irresistiblemente en dirección al zoológico. Él entonces se ha vuelto desesperado a la oficina, necesita contarle todo a la compañera. Y se van a un bar cerca a tomar una copa, pero lo que quieren no es tomar, sino hablar en privado y fuera del estudio. Irena cuando ve que se hace tan tarde empieza a pasearse por el cuarto como una fiera enjaulada, y llama a la oficina. No contesta nadie. Trata de hacer algo para entretenerse, está nerviosísima, se acerca a la jaula del canario y nota que el canario aletea desesperado al sentirla acercarse, y vuela como ciego de un lado a otro de la jaulita, machucándose las alas. Ella no resiste un impulso y abre la jaula y mete la mano. El pájaro cae muerto, como fulminado, al sentir la mano acercarse. Irena se desespera, todas sus alucinaciones vuelven, sale corriendo, va en busca de su marido, solamente a él le puede pedir ayuda, él la va a comprender. Pero al ir hacia la oficina pasa inevitablemente por el bar y los ve. Queda inmóvil, no puede dar un paso más, la rabia la hace temblar, los celos. La pareja se levanta para salir, Irena se esconde detrás de un árbol. Los ve que se saludan y se separan.

—¿Cómo se saludan?

—Él la besa en la mejilla. Ella tiene un sombrero de ala requintada. Irena no tiene sombrero, el pelo enrulado le brilla bajo los faroles de la calle desierta, porque la está siguiendo a la otra. La otra toma un camino directo a su casa, que es atravesando el parque, el Central Park, que está ahí frente a las oficinas, es una calle que a veces es como túnel, porque el parque tiene como lomas, y este camino es recto, y está a veces excavado en las lomas, es como una calle, con tráfico pero no mucho, como un atajo, y un ómnibus que la atraviesa. Y a veces la colega toma el ómnibus para no caminar tanto, y otras veces va caminando, porque el ómnibus pasa de tanto en tanto. Y la colega decide caminar esta vez, para un poco ventilarse las ideas, porque le explota la cabeza después de hablar con el muchacho, él le ha contado todo, de Irena que no se acuesta con él, de las pesadillas que tiene con las mujeres panteras. Y esta tipa que está enamorada del muchacho, de veras se siente de lo más confundida, porque ya se había resignado a perderlo, y ahora no, está otra vez con esperanza. Y por un lado está contenta, ya que no todo se perdió, y por el otro lado tiene miedo de ilusionarse de nuevo y después sufrir, de quedarse con las manos vacías todas las veces. Y va pensando en todo eso, caminando rapidito porque hace frío. No hay nadie por ahí, a los lados del camino está el parque oscuro, no hay viento, no se mueve una hoja, lo único que se siente es pasos detrás de la colega, taconeo de zapatos de mujer. La colega se da vuelta y ve una silueta, pero a cierta distancia, y con la poca luz no distingue quién es. Pero por ahí el taconeo cada vez se oye más rápido. La colega se empieza a alarmar, porque vos vistes como es, cuando has estado hablando de cosas de miedo, como fantasmas o crímenes, uno está más impresionable, y se sugestiona por cualquier cosa, y esta mujer se acuerda de las mujeres panteras y todo eso y se empieza a asustar y apura el paso, pero está justo por la mitad del camino, como a cuatro cuadras del final, donde empiezan las casas porque termina el parque. Así que si se pone a correr casi que es peor.

—¿Te puedo interrumpir, Molina?

—Sí, pero ya falta poco, por esta noche quiero decir.

—Una cuestión sola, que me intriga un poco.

—¿Qué?

—¿No te vas a enojar?

—Depende.

—Es interesante saberlo. Y después vos si querés me lo pre- guntás a mí.

—Dale.

—¿Con quién te identificas?, ¿con Irena o la arquitecta?

—Con Irena, qué te creés. Es la protagonista, pedazo de pavo. Yo siempre con la heroína.

—Seguí.

—¿Y vos Valentín, con quién?, estás perdido porque el muchacho te parece un tarado.

—Reíte. Con el psicoanalista. Pero nada de burlas, yo te respeté tu elección, sin comentarios. Seguí.

—Después lo comentamos si querés, o mañana.

—Sí, pero seguí un poco más.

—Un poquito no más, me gusta sacarte el dulce en lo mejor, así te gusta más la película. Al público hay que hacerle así, si no no está contento. En la radio antes te hacían siempre eso. Y ahora en las telenovelas.

—Dale.

—Bueno, estábamos en que esta mina no sabe si ponerse a correr o no, cuando por ahí los pasos casi no se oyen más, el taconeo de la otra quiero decir, porque son pasos distintos, imperceptibles casi, los que siente ahora la arquitecta, como los pasos de un gato, o algo peor. Y se da vuelta y no ve a la mujer, ¿como pudo desaparecer de golpe?, pero cree ver otra sombra, que se escurre, y que también enseguida desaparece. Y lo que se oye ahora es el ruido de pisadas entre los matorrales del parque, pisadas de animal, que se acercan.

—¿Y?

—Mañana seguimos. Chau, que duermas bien.

—Ya me las vas a pagar.

—Hasta mañana.

—Chau.

II

—Cocinás bien.

—Gracias, Valentín.

—Pero me vas a acostumbrar mal. Eso me puede perjudicar.

—Vos sos loco, ¡viví el momento!, ¡aprovecha!, ¿te vas a amargar la comida pensando en lo que va a pasar mañana?

—No creo en eso de vivir el momento, Molina, nadie vive el momento. Eso queda para el paraíso terrenal.

—¿Vos creés en el cielo y el infierno?

—Esperate Molina, si vamos a discutir que sea con cierto rigor; si nos vamos por las ramas es cosa de pibes, de discusión de bachillerato.

—Yo no me voy por las ramas.

—Perfecto, entonces primero dejame establecer mi idea, que te haga un planteo.

—Escucho.

—Yo no puedo vivir el momento, porque vivo en función de una lucha política, o bueno, actividad política digamos, ¿entendés? Todo lo que yo puedo aguantar acá, que es bastante, … pero que es nada si pensás en la tortura, … que vos
no
sabes lo que es.

—Pero me puedo imaginar.

—No, no te lo podés imaginar… Bueno, todo me lo aguanto… porque hay una planificación. Está lo importante, que es la revolución social, y lo secundario, que son los placeres de los sentidos. Mientras dure la lucha, que durará tal vez toda mi vida, no me conviene cultivar los placeres de los sentidos, ¿te das cuenta?, porque son, de verdad, secundarios para mí. El gran

placer es otro, el de saber que estoy al servicio de lo más noble, que es… bueno… todas mis ideas…

—¿Cómo tus ideas?

—Mis ideales, … el marxismo, si querés que te defina todo con una palabra. Y ese placer lo puedo sentir en cualquier parte, acá mismo en esta celda, y hasta en la tortura. Y ésa es mi fuerza.

—¿Y tu mina?

—Eso también tiene que ser secundario. Para ella también soy yo secundario. Porque también ella sabe qué es lo más importante.

—¿Se lo inculcaste vos?

—No, creo que los dos lo fuimos descubriendo juntos. ¿Me entendiste lo que quise decir?

—Sí…

—No parecés muy convencido, Molina.

—No, no me hagás caso. Y me voy a dormir ya.

—¡Estás loco!, ¿y la pantera? Me dejaste en suspenso desde anoche.

—Mañana.

—Pero ¿qué te pasa?

—Nada…

—Hablá…

—No, soy sonso, nada más.

—Aclarame, por favor.

—Mira, yo soy así, me hieren las cosas. Y te hice esa comida, con mis provisiones, y lo peor de todo: con lo que me gusta la palta te di la mitad, que podría haberme quedado la mitad para mañana. Y para qué… para que me eches en cara que te acostumbro mal.

—Pero no seas así, sos demasiado sensible…

—Qué le vas a hacer, soy así, muy sentimental.

—Demasiado. Eso es cosa…

—¿Por qué te callás?

—Nada.

—Decílo, yo sé lo que ibas a decir, Valentín.

—No seas sonso.

—Decílo, que soy como una mujer ibas a decir.

—Sí.

—¿Y qué tiene de malo ser blando como una mujer?, ¿por qué un hombre o lo que sea, un perro, o un puto, no puede ser sensible si se le antoja?

—No sé, pero al hombre ese exceso le puede estorbar.

—¿Para qué?, ¿para torturar?

—No, para acabar con los torturadores.

—Pero si todos los hombres fueran como mujeres no habría torturadores.

—¿Y vos qué harías sin hombres?

—Tenés razón. Son unos brutos pero me gustan.

—Molina… pero vos decís que si todos fueran como mujeres no habría torturadores. Ahí tenés un planteo siquiera, irreal pero planteo al fin.

—Qué modo de decir las cosas.

—¿Qué modo qué?

—Sos muy despreciativo para hablar: «un planteo siquiera».

—Bueno, perdoname si te molesté.

—No hay nada que perdonar.

—Bueno, entonces ponete más contento y no me castigues.

—¿Castigar qué?, estás loco.

—Hacé como si nada hubiese pasado, entonces.

—¿Querés que te siga la película?

—Pero claro, hombre.

—¿Qué hombre?, ¿dónde está el hombre?, decime dónde que no me lo dejo escapar.

—Bueno, basta de bromas y contá.

—¿Estábamos…?

—En que la arquitecta mi novia no oía más pasos humanos.

—Bueno, ahí empieza a temblar de terror, no atina a nada, no se atreve a darse vuelta por miedo a ver la pantera, se para un momento para ver si vuelve a oír los pasos humanos, pero nada, el silencio es total, apenas un murmullo de matorrales movidos por el viento… o por otra cosa. Entonces lanza un grito de desesperación que es como una mezcla de llanto y queja, cuando el grito queda como tapado por el ruido de la puerta automática del ómnibus, que se acaba de parar junto a ella. Esas puertas hidráulicas que hacen como un ruido de ventosa, y se salva. El chofer la vio ahí parada y le abrió la puerta; le pregunta qué tiene, pero ella dice que nada, que no se siente bien, nada más. Y sube… Bueno, y cuando vuelve Irena a la casa está como desgreñada, los zapatos sucios de barro. Él está totalmente desorientado, no sabe qué decir, qué hacer con este bicho raro con que se ha casado. Ella entra, lo nota raro, va al baño a dejar los zapatos embarrados, y oye que él le dice, animándose a hablar porque ella no lo mira, que fue a buscarla a lo del médico y se enteró de que ella no había ido más. Ella entonces llora y le dice que todo está perdido, que es lo que siempre tuvo miedo de ser, una loca, con alucinaciones, o peor todavía… una mujer pantera. Él entonces se ablanda de nuevo, y la toma en los brazos, y tenías razón vos, que para él es como una nena, porque cuando la ve así tan indefensa, tan perdida, siente de nuevo que la quiere con toda el alma, y le acomoda la cabeza de ella en su hombro, el hombro de él, y le acaricia el pelo y le dice que tenga fe, que todo se va a arreglar.

—Está bien la película.

—Pero sigue, no terminó.

—Ya sé, me imagino que no va a quedar ahí. Pero ¿sabés qué me gusta?, que es como una alegoría, muy clara además, del miedo de la mujer a entregarse al hombre, porque al entregarse al sexo se vuelve un poco animal, ¿te das cuenta?

—A ver…

—Hay ese tipo de mujer, que es muy sensible, demasiado espiritual, y que ha sido criada con la idea de que el sexo es sucio, que es pecado, y ese tipo de mina está jodida, recontrajodida, es lo más probable que resulte frígida cuando se case, porque tiene adentro una barrera, le han hecho levantar como una barrera, o una muralla, y por ahí no pasan ni las balas.

—Y menos que menos otras cosas.

—Ahora que yo hablo en serio sos vos el que embromás, ¿ves cómo sos, vos también?

—Seguí, voz de la sabiduría.

—Eso, no más. Seguí con la pantera.

—Bueno, la cuestión es que él la convence de que vuelva a tener fe y que vaya a ver al médico.

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