El beso de la mujer araña (5 page)

—A mí.

—Sí, pero ella le dice que hay algo en el médico que no le gusta.

—Claro, porque si la cura la va a entregar a la vida matrimonial, al sexo.

—Pero el marido la convence de que vuelva. Y ella va, pero con miedo.

—¿Sabés de qué es el miedo, ante todo?

—¿De qué?

—El médico es un upo sexual, me dijiste.

—Sí.

—Y ahí está el problema, porque él la excita, y por eso ella se resiste a entregarse al tratamiento.

—Bueno, y va al consultorio. Y ella le habla con toda sinceridad, de que su miedo más grande es a que la bese un hombre y se vuelva pantera. Y el médico ahí se equivoca, y le quiere quitar el temor demostrándole que él mismo no le tiene miedo, que está seguro de que es una mujer encantadora, adorable y nada más, es decir que el tipo elige un tratamiento medio feo, porque llevado por las ganas busca el modo de besarse con ella, eso es lo que busca. Pero ella no se entrega, siente por el contrario, que sí, que el médico tiene razón y que ella es normal y se va del consultorio ya mismo y sale contenta, se va derecho al estudio de los arquitectos, como con el propósito, la decisión ya tomada, de esa noche entregarse al marido. Está feliz, y corre, y llega sin respiración casi. Pero en la puerta se queda paralizada. Ya es tarde y se han ido todos, excepto el marido y la colega, y están hablando, con las manos tomadas, que no se sabe si es un gesto de amistad o qué. Él está hablando, con la vista baja, mientras la colega lo escucha comprensiva. No se dan cuenta que ha entrado alguien. Y acá me falla la memoria.

—Esperá un poco, ya te va a volver.

—Me acuerdo que viene una escena de una pileta, y otra ahí en el estudio de los arquitectos, y otra más, la última, con el psicoanalista.

—No me digas que al final la pantera se queda conmigo.

—No. No te apures. Bueno, toda esta parte final si querés te la cuento deshilvanada, no más lo que me acuerdo.

—Bueno.

—Entonces ahí en el estudio están él y la otra hablando, y paran de hablar porque oyen una puerta que hace un chirrido. Miran y no hay nadie, está oscuro el estudio, nada más que la mesa de ellos, con esa luz medio siniestra de abajo para arriba. Y se oyen pisadas de animal, que abollan algún papel al pisarlo y, sí, ahora me acuerdo, hay un tachito para los papeles en un rincón oscuro y el tacho se vuelca y las pisadas hacen crujir los papeles. La otra pega un grito y se refugia detrás de él. Él grita «¿quién está ahí?, ¿quién?», y ahí por primera vez se oye la respiración del animal, como un rugido entre dientes, ¿viste? Él no sabe con qué defenderse y agarra una regla de esas grandes. Y se ve que inconscientemente o como sea él se acuerda de lo que le contó Irena, de que la cruz asusta al diablo y a la mujer pantera, y la luz de la mesa echa unas sombras como de gigante sobre la pared, de él con la colega agarrada a él y a pocos metros la sombra de una fiera de cola larga, y parece como que él tiene una cruz en la mano. Son nada más que las reglas de dibujo que él las pone en cruz, pero ahí se oye un rugido terrible y en la oscuridad los pasos del animal que se escapa despavorido. Bueno, ahora lo que sigue no me acuerdo si es esa misma noche, creo que sí, la otra se vuelve a la casa, que es como un hotel de mujeres muy grande, un club de mujeres, donde viven, con una pileta grande de natación en el subsuelo. La arquitecta está muy nerviosa, por todo lo que pasó, y esa noche al volver a su hotel donde está prohibido que entren hombres piensa que para calmar los nervios que tiene tan alterados lo mejor es bajar a nadar un rato. Ya es tarde de noche y no hay absolutamente nadie en la pileta. Ahí abajo hay vestuarios y tiene un casillero donde cuelga la ropa y se pone la malla y salida de baño. Mientras tanto en el hotel se abre la puerta de calle y aparece Irena. A la mujer de la conserjería le pregunta por la otra, y la conserje le dice, sin sospechar nada, que la otra acaba de bajar a la pileta. Irena, por ser mujer, no tiene ningún inconveniente en entrar, la dejan pasar no más. Abajo la pileta está a oscuras, la otra sale del vestuario y prende las luces, las de la pileta, que están debajo del agua. Se está acomodando el pelo para colocarse la gorra de baño cuando oye pasos. Pregunta, un poquito alarmada, si es la portera. No hay contestación. Entonces se aterroriza, larga la salida de baño y se zambulle. Mira desde el medio del agua a los bordes de la pileta, que están oscuros, y se oyen los rugidos de una fiera negra que pasea enfurecida, no se la ve casi, pero una sombra va como escurriéndose por los bordes. Los rugidos se oyen apenas, son siempre rugidos como entre dientes, y le brillan los ojos verdes mirando a la otra en la pileta que entonces sí se pone a gritar como loca. En eso baja la portera y prende todas las luces, le pregunta qué le pasa. Ahí no hay más nadie, ¿por qué tantos gritos? La otra está como avergonzada, no sabe cómo explicar el miedo que tiene, imagínate cómo le va a decir que ahí se metió una mujer pantera. Y entonces le dice que le pareció que había alguien ahí, un animal escondido. Y la conserje la mira como diciendo esta pelotuda qué habla, si vino una amiga a verla por eso se asusta, de oír unos pasos, y están en eso cuando ven en el suelo la salida de baño hecha jirones y huellas de patas de animal, de haber pisado en lo mojado… ¿Me estás escuchando?

—Sí, pero no sé por qué esta noche no hago más que pensar en otra cosa.

—¿En qué?

—En nada, no me puedo concentrar…

—Pero, vamos, comunicate un poco.

—Pienso en mi compañera.

—¿Cómo se llama?

—No viene al caso. Mirá, yo no te hablo nunca de ella, pero pienso siempre en ella.

—¿Por qué no te escribe?

—¡Qué sabés si no me escribe! Yo te puedo decir que recibo cartas de otro y son de ella. ¿O vos me revisás las cosas a la hora del baño?

—Estás loco. Pero es que nunca me mostraste carta de ella.

—Bueno, es que yo no quiero hablar nunca de eso, pero no sé, ahora tenía ganas de comentarte una cosa… que cuando empezaste a contar que la pantera la sigue a la arquitecta, sentí miedo.

—¿Qué es lo que te asustó?

—No me dio miedo por mí sino por mi compañera.

—Ah…

—Yo estoy loco, sacarte este tema.

—¿Por qué? Hablá si tenés ganas…

—Cuando empezaste a hablar de que a la muchacha la seguía la pantera, me la imaginé a mi compañera que estaba en peligro. Y me siento tan impotente acá, de avisarle que se cuide, que no se arriesgue demasiado.

—Te entiendo.

—Bueno, vos te imaginarás, si ella es mi compañera, es porque está en la lucha también. Aunque no debería decírtelo, Molina.

—No te preocupes.

—Es que no te quiero cargar con informaciones que es mejor que no las tengas. Son una carga, y ya tenés bastante con lo tuyo.

—Yo también, sabés, tengo esa sensación, desde acá, de no poder hacer nada; pero en mi caso no es una mujer, una chica quiero decir, es mi mamá.

—Tu madre no está sola, ¿no?, ¿o sí?

—Bueno, está con una tía mía, hermana de mi papá. Pero es que está enferma. Tiene presión y el corazón le falla un poco.

—Pero con esas cosas pueden durar, tirar años, vos sabés…

—Pero hay que evitarles disgustos, Valentín.

—Qué le vas a hacer…

—Sí, ya más mal de lo que le hice no le puedo hacer.

—¿Por qué decís eso?

—Imaginate, la vergüenza de tener un hijo preso. Y la razón.

—No pienses más. Ya lo peor pasó, ¿no? Ahora se tiene que conformar, nada más.

—Pero es que extraña mucho. Éramos muy unidos.

—No pienses más. O si no… conformate que no está en peligro, como la persona que yo quiero.

—Pero ella tiene el peligro adentro, al enemigo lo lleva adentro de ella, que es el corazón que tiene delicado.

—Ella te espera, sabe que vas a salir, los ocho años pasan, y con la esperanza de buena conducta y todo. Eso le da fuerzas para esperarte, pensalo así.

—Sí, tenés razón.

—Si no, te vas a volver loco.

—Contame más de tu novia, si querés…

—¿Qué te puedo decir? Con la arquitecta no tiene nada que ver, no sé por qué la asocié.

—¿Es linda?

—Sí, claro.

—Podía ser fea, ¿de qué te reís, Valentín?

—Nada, no sé por qué me río.

—Pero ¿qué te hace tanta gracia?

—No sé…

—Algo debe ser… de algo te reís.

—De vos, y de mí.

—¿Por qué?

—No sé, dejame pensarlo, porque no te lo podría explicar.

—Bueno, pero pará esa risa.

—Mejor te lo digo cuando sepa bien por qué me río.

—¿Termino la película?

—Sí, por favor.

—¿En qué estábamos?

—En que la muchacha se salva en la pileta.

—Bueno, cómo era entonces… Ahora viene el encuentro con la pantera y el psicoanalista.

—Perdoname… No te vayas a enojar.

—¿Qué pasa?

—Mejor seguimos mañana, Molina.

—Falta poco para terminar.

—No me puedo concentrar en lo que me contás. Perdóname.

—¿Te aburriste?

—No, eso no. Tengo un lío en la cabeza. Quiero estar callado, y ver si se me pasa la histeria. Porque me reía de histérico no más.

—Como quieras.

—Quiero pensar en mi compañera, hay algo que no entiendo, y quiero pensarlo. No sé si te ha pasado, que sentís que te estás por dar cuenta de algo, que tenés la punta del ovillo y que si no empezás a tirar ya… se te escapa.

—Bueno, hasta mañana entonces.

—Hasta mañana.

—Mañana ya se termina la película.

—No sabés qué lástima me da.

—¿A vos también?

—Sí, querría que siguiese un poco más. Y lo peor es que va a terminar mal, Molina.

—Pero ¿de veras te gustó?

—Bueno, se nos pasaron las horas más rápido, ¿no?

—Pero gustarte gustarte, no te gustó.

—Sí, y me da lástima que se termine.

—Pero sos sonso, te puedo contar otra.

—¿De veras?

—Sí, me acuerdo clarito clarito de muchas.

—Entonces perfecto, vos ahora te pensás una que te haya gustado mucho, y mientras yo pienso en lo que tengo que pensar, ¿de acuerdo?

—Tirá del ovillo.

—Perfecto.

—Pero si se le enreda la madeja, niña Valentina, le pongo cero en labores.

—Vos no te preocupés por mí.

—Está bien, no me meto más.

—Y no me llames Valentina, que no soy mujer.

—A mí no me consta.

—Lo siento, Molina, pero no hago demostraciones.

—No te preocupes, que no te las voy a pedir.

—Hasta mañana, que descanses.

—Hasta mañana, igualmente.

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—Te escucho.

—Bueno, como ya te dije ayer, esta última parte no me la acuerdo bien. El marido esa misma noche llama al psicoanalista para que vaya a la casa, la esperan a ella que no está, a Irena.

—En qué casa.

—En la del arquitecto. Entonces la colega lo llama al muchacho que vaya al hotel de mujeres y de ahí a la policía, porque acaba de pasar lo de la pileta, entonces el muchacho deja al psicoanalista solo por un rato no más, y, ¡zápate!, cuando llega Irena a casa se encuentra frente a frente con el psicoanalista. Es de noche, claro, la habitación está alumbrada con un velador solo. El psicoanalista que estaba leyendo se saca los anteojos, la mira. Irena siente esa mezcla de ganas y rechazo por él, porque él es atractivo, ya te dije, un tipo sexual. Y ahí pasa algo raro, ella se le echa en los brazos, porque está desamparada, siente que nadie la quiere, que el marido la abandonó. Y el psicoanalista interpreta que ella lo desea sexualmente, y encima piensa que si la besa y si hasta consigue mandársela completa, entonces le va a quitar de la cabeza esas ideas raras de que es una mujer pantera. Y la besa y se aprietan, se abrazan y se besan. Hasta que ella… como que se le va escurriendo, lo mira con los ojos entornados, le brillan los ojos verdes como de ganas y al mismo tiempo de odio. Y se le suelta y se va a la otra punta de esa sala de muebles tan lindos de fin de siglo. Todo con sillones de terciopelo y mesas con carpetas de crochet. Pero ella se va a ese rincón porque ahí la luz del velador no llega. Y se echa al suelo, y el psicoanalista se quiere defender pero es demasiado tarde, porque ahí en ese rincón oscuro todo se vuelve borroso un instante y ella se transformó ya en pantera, y él alcanza a agarrar el atizador de la chimenea para defenderse pero ya la pantera le saltó encima, y él le quiere dar golpes con el atizador pero ya con una garra ella le abrió el cuello y el hombre cae al suelo echando sangre a borbotones, la pantera ruge y muestra los colmillos blancos perfectos y le hunde otra vez las garras, ahora en la cara, para deshacérsela, el cachete y la boca que unos momentos antes le había besado. A todo esto la arquitecta ya está con el marido de Irena que le fue al encuentro y desde la recepción del hotel llaman al psicoanalista y avisarle que está en peligro, porque ya no hay vueltas que darle, no era solamente imaginación de Irena, realmente es una mujer pantera.

—No, es una psicópata asesina.

—Bueno, pero el teléfono suena y suena y nadie contesta, el psicoanalista está tirado muerto, desangrado. Entonces el marido, la colega y la policía que ya habían llamado van a la casa, suben despacio por la escalera, encuentran la puerta abierta y adentro al tipo muerto. Ella, Irena, no está.

—¿Y entonces?

—El marido sabe donde la puede encontrar, es el único lugar donde ella va, y aunque sea ya medianoche van al parque, más precisamente al zoológico. ¡Ay, pero me olvidé de contarte una cosa!

—¿Qué?

—Esa tarde Irena fue al zoológico igual que todas las tardes a ver a esa pantera que la tiene como hipnotizada. Y estaba ahí cuando viene el cuidador con las llaves para darle la carne a las fieras. El cuidador es ese viejo desmemoriado que te conté. Irena se mantuvo a una distancia, pero miró todo. El cuidador se acercó con las llaves, abrió la cerradura de la jaula, descorrió la barra atravesada, abrió la puerta y echó adentro los pedazos grandísimos de carne, después volvió a correr la barra de la puerta de la jaula, pero se olvidó de la llave en la cerradura. Cuando no la ve, Irena se acerca a la jaula y se guarda la llave. Bueno, todo esto fue a la tarde pero ahora ya es de noche y ya está muerto el psicoanalista, cuando el marido con la otra y la policía se largan para el zoológico, que queda a pocas cuadras. Pero Irena ya está llegando, a la jaula misma de la pantera. Va caminando como una sonámbula. Tiene las llaves en la mano. La pantera está dormida, pero el olor de Irena la despierta, Irena la mira a través de las rejas. Se acerca despacio a la puerta, pone la llave en la cerradura, abre. Mientras tanto, los otros van llegando, se oyen los autos acercándose con las sirenas para abrirse camino entre el tráfico, aunque a esa hora ya está casi desierto el lugar. Irena descorre la barra y abre la puerta, le deja paso libre a la pantera. Irena está como transportada a otro mundo, tiene una expresión rara, entre trágica y de placer, los ojos húmedos. La pantera se escapa de la jaula de un salto, por un momentito parece suspendida en el aire, delante no tiene otra cosa que Irena. No más con el mismo envión que trae, ya la voltea. Los autos se están acercando. La pantera corre por el parque y cruza la carretera, justo cuando pasa a toda velocidad uno de los autos de la policía. El auto la pisa. Bajan y encuentran a la pantera muerta. El muchacho va hasta las jaulas y encuentra a Irena tirada en el pedregullo, ahí mismo donde la conoció. Irena tiene la cara desfigurada de un zarpazo, está muerta. La muchacha colega llega hasta donde está él y juntos se van abrazados, tratando de olvidarse de ese espectáculo terrible que acaban de ver, y fin.

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