El beso de la mujer araña (3 page)

—¿Y ella es una mujer pantera?

—Ella lo único que sabe es que esos cuentos la asustaron mucho cuando era chica, y ha vivido siempre con la pesadilla de ser una descendiente de aquellas mujeres.

—¿Y la del restaurant qué le había dicho?

—Eso es lo que le pregunta el muchacho. Y entonces Irena se echa en los brazos de él llorando y le dice que esa mujer la saludó simplemente. Pero después no, se arma de valor y cuenta que en el dialecto de su aldea le dijo que recordara quién era, que de sólo verle la cara se había dado cuenta que eran hermanas. Y que se cuidara de los hombres. Él se echa a reír. «No te das cuenta», le dice, «ella vio que eras de esa zona, porque todos los compatriotas se reconocen, si yo veo un norteamericano en la China también me acerco y lo saludo. Y porque era mujer, y un poco chapada a la antigua, te dijo que te cuidaras, ¿no te das cuenta?» Eso lo dice él, y ella se tranquiliza bastante. Y tan tranquila se siente que se empieza a dormir en los brazos de él, y él la recuesta ahí en el sofá, le coloca un almohadón debajo de la cabeza, y le trae una frazada de su cama. Ella se duerme. Entonces él se va a su pieza y la escena termina que él está en piyama y una robe de chambre buena pero no de lujo, lisa, y la mira desde la puerta como duerme y enciende la pipa y se queda pensativo. La chimenea está encendida, no, no me acuerdo, la luz debe venir del velador de la mesa de luz de él. Cuando la chimenea ya se está apagando Irena se despierta, queda apenas una brasa. Está ya aclarando.

—Se despierta de frío, como nosotros.

—No, otra cosa la despierta, sabía que ibas a decir eso. La despierta un canario que canta en la jaula. Irena primero siente miedo de acercarse, pero oye que el pajarito está contento y ella se anima a acercársele. Lo mira, y suspira hondo, aliviada, contenta porque el pajarito no se asusta de ella. Va a la cocina y prepara tostadas, con mantequilla como dicen ellos,
y
cereales y…

—No hables de comidas.

—Y panqueques…

—De veras, te lo pido en serio. Ni de comidas ni de mujeres desnudas.

—Bueno, y lo despierta y él está feliz al ver que ella está tan a gusto en la casa y le pregunta si se quiere quedar a vivir para siempre ahí.

—¿Él está acostado todavía?

—Sí, ella le llevó el desayuno a la cama.

—A mí nunca me gustó desayunarme recién levantado, primero más que nada me gusta lavarme los dientes. Seguí por favor.

—Bueno, él la quiere besar. Y ella no se le deja acercar.

—Y tendrá mal aliento, que no se lavó los dientes.

—Si te vas a burlar no tiene gracia que te cuente más.

—No, por favor, te escucho.

—Él le repite si se quiere casar. Ella le contesta que lo quiere con toda el alma, y que no quiere irse más de esa casa, se siente tan bien ahí, y mira y las cortinas son de terciopelo oscuro para atajar la luz y para hacer entrar la luz ella va y las corre y detrás hay otro cortinado de encaje. Se ve entonces toda la decoración de fin de siglo. Ella pregunta quién eligió esas cosas tan lindas y me parece que él le cuenta que está ahí presente la madre, en todos esos adornos, que la madre era muy buena y la hubiese querido a Irena, como a una hija. Irena se le acerca y le da un beso casi de adoración, como se besa a un santo, ¿no?, en la frente. Y le pide que nunca la deje, que ella quiere estar con él para siempre, que lo único que quiere es poder despertarse cada día para volver a verlo, siempre al lado de ella…, pero que para ser su esposa de verdad le pide que le dé un poco de tiempo, hasta que se le pasen todos los miedos…

—Vos te das cuenta de lo que le pasa, ¿no?

—Que tiene miedo de volverse pantera.

—Bueno, yo creo que ella es frígida, que tiene miedo al hombre, o tiene una idea del sexo muy violenta, y por eso inventa cosas.

—Esperate. Él acepta, y se casan. Y cuando llega la noche de bodas, ella duerme en la cama y él en el sofá.

—Mirando los adornos de la madre.

—Si te vas a reír no sigo, yo te la estoy contando en serio, porque a mí me gusta. Y además hay otra cosa que no te puedo decir, que hace que esta película me guste realmente mucho.

—Decime lo que sea, ¿qué es?

—No, yo te iba a sacar el tema pero ahora veo que te reís, y a mí me da rabia, la verdad sea dicha.

—No, me gusta la película, pero es que vos te divertís contándola y por ahí también yo quiero intervenir un poco, ¿te das cuenta? No soy un tipo que sepa escuchar demasiado, ¿sabés, no?, y de golpe me tengo que estarte escuchando callado horas.

—Yo creí que te servía para entretenerte, y agarrar el sueño.

—Sí,
perfecto, es la verdad, las dos cosas, me entretengo y agarro el sueño.

—¿Entonces?

—Pero, si no te parece mal, me gustaría que fuéramos comentando un poco la cosa, a medida que vos avanzás, así yo puedo descargarme un poco con algo. Es justo, ¿no te parece?

—Si es para burlarte de una película que a mí me gustó, entonces no.

—No, mirá, podría ser que comentemos simplemente. Por ejemplo: a mí me gustaría preguntarte cómo te la imaginás a la madre del tipo.

—Si es que no te vas a reír más.

—Te lo prometo.

—A ver… no sé, una mujer muy buena. Un encanto de persona, que ha hecho muy feliz a su marido y a sus hijos, muy bien arreglada siempre.

—¿Te la imaginás fregando la casa?

—No, la veo impecable, con un vestido de cuello alto, la puntilla le disimula las arrugas del cuello. Tiene esa cosa tan linda de algunas mujeres grandes, que es ese poquito de coquetería, dentro de la seriedad, por la edad, pero que se les nota que siguen siendo mujeres y quieren gustar.

—Sí, está siempre impecable. Perfecto. Tiene sirvientes, explota a gente que no tiene más remedio que servirla, por unas monedas. Y claro, fue muy feliz con su marido, que la explotó a su vez a ella, le hizo hacer todo lo que él quiso, que estuviera encerrada en su casa como una esclava, para esperarlo…

—Oíme…

—… para esperarlo todas las noches a él, de vuelta de su estudio de abogado, o de su consultorio de médico. Y ella estuvo perfectamente de acuerdo con ese sistema, y no se rebeló, y le inculcó al hijo toda esa basura y el hijo ahora se topa con la mujer pantera. Que se la aguante.

—Pero ¿no te gustaría, la verdad, tener una madre así?, cariñosa, cuidada siempre en su persona… Vamos, no macanees…

—No, y te voy a explicar por qué, si no entendiste.

—Mirá, tengo sueño, y me da rabia que te salgas con eso porque hasta que saliste con eso yo me sentía fenómeno, me había olvidado de esta mugre de celda, de todo, contándote la película.

—Yo también me había olvidado de todo.

—¿Y entonces?, ¿por qué cortarme la ilusión, a mí, y a vos también?, ¿qué hazaña es ésa?

—Veo que tengo que hacerte un planteo más claro, porque por señas no entendés.

—Aquí en la oscuridad me hacés señas, me parece perfecto.

—Te voy a explicar.

—Sí, pero mañana, porque ahora me vino toda la mufa encima, mañana la seguís… Por qué no me habrá tocado de compañero el novio de la mujer pantera, en vez de vos.

—Ah, ésa es otra historia, y no me interesa.

—¿Tenés miedo de hablar de esas cosas?

—No, miedo no. Es que no me interesa. Yo ya sé todo de vos, aunque no me hayas contado nada.

—Bueno, te conté que estoy acá por corrupción de menores, con eso te dije todo, no la vayas de psicólogo ahora.

—Vamos, confesá que te gusta porque fuma en pipa.

—No, porque es un tipo pacífico, y comprensivo.

—La madre lo castró, eso es todo.

—Me gusta y basta. Y a vos te gusta la colega arquitecta, ¿qué tiene de guerrillera ésa?

—Me gusta, bueno, más que la pantera.

—Chau, mañana me explicás por qué. Dejame dormir.

—Chau.

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—Estábamos en que se va a casar con el de la pipa. Te escucho.

—¿Por qué ese tonito burlón?

—Nada, contame, dale Molina.

—No, habíame del de la pipa vos, ya que lo conocés mejor que yo, que vi la película.

—No te conviene el de la pipa.

—¿Por qué?

—Porque vos lo querés con fines no del todo castos, ¿eh?, confesá.

—Claro.

—Bueno, a él le gusta Irena porque ella es frígida y no la tiene que atacar, por eso la protege y la lleva a la casa donde está la madre presente; aunque esté muerta está presente, en todos los muebles, y cortinas y porquerías, ¿no lo dijiste vos mismo?

—Seguí.

—Él si ha dejado todo lo de la madre en la casa intacto es porque quiere ser siempre un chico, en la casa de la madre, y lo que trae a la casa no es una mujer, sino una nena para jugar.

—Pero eso es todo de tu cosecha. Yo qué sé si la casa era de la madre, yo te dije eso porque me gustó mucho ese departamento y como era de decoración antigua dije que podía ser de la madre, pero nada más. A lo mejor él lo alquila amueblado.

—Entonces me estás inventando la mitad de la película.

—No, yo no invento, te lo juro, pero hay cosas que para redondeártelas, que las veas como las estoy viendo yo, bueno, de algún modo te las tengo que explicar. La casa, por ejemplo.

—Confesá que es la casa en que te gustaría vivir a vos.

—Sí, claro. Y ahora te tengo que aguantar que me digas lo que dicen todos.

—A ver… ¿qué te voy a decir?

—Todos igual, me viene con lo mismo, ¡siempre!

—¿Qué?

—Que de chico me mimaron demasiado, y por eso soy así, que me quedé pegado a las polleras de mi mamá y soy así, pero que siempre se puede uno enderezar, y que lo que me conviene es una mujer, porque la mujer es lo mejor que hay.

—¿Te dicen eso?

—Sí, y eso les contesto… ¡regio!, ¡de acuerdo!, ya que las mujeres son lo mejor que hay… yo quiero ser mujer. Así que ahorrame de escuchar consejos, porque yo sé lo que me pasa y lo tengo todo clarísimo en la cabeza.

—Yo no lo veo tan claro, por lo menos como lo acabás de definir vos.

—Bueno, no necesito que vengas a aclararme nada, y si que- rés te sigo la película, y si no querés, paciencia, me la cuento yo a mí mismo en voz baja, y saluti tanti, arrivederci, Sparafucile.

—¿Quién es Sparafucile?

—No sabés nada de ópera, es el traidor de
Rigoletto.

—Contame la película y chau, que ahora quiero saber cómo sigue.

—¿En qué estábamos?

—En la noche de bodas. Que él no la toca.

—Así es, él duerme en el sofá de la sala, ah, y lo que no te dije es que han arreglado, se han puesto de acuerdo, en que ella vaya a un psicoanalista. Y ella empieza a ir, y va la primera vez y se encuentra con que el tipo es un tipo buen mocísimo, un churro bárbaro.

—¿Qué es para vos un tipo buen mocísimo?, me gustaría saber.

—Bueno, es un morocho alto, de bigotes, muy distinguido, frente amplia, pero con un bigotito medio de hijo de puta, no sé si me explico, un bigote de cancherito, que lo vende. Bueno, ya que estamos, no es mi tipo el que hace de psicoanalista.

—¿Qué actor es?

—No me acuerdo, es un papel de reparto. Es buen mozo pero muy flaco para mi gusto, si te interesa saber, esos tipos que quedan bien con un traje cruzado, o si es traje derecho tienen que llevar chaleco. Es un tipo que gusta a las mujeres. Pero a este tal por cual algo se le nota, no sé, de que está muy seguro de gustar a las mujeres, que ni bien aparece… choca, y también le choca a Irena, ella ahí en el diván empieza a hablar de sus problemas pero no se siente cómoda, no se siente al lado de un médico, sino al lado de un tipo, y se asusta.

—Es notable la película.

—¿Notable de qué?, ¿de ridicula?

—No, de coherente, está bárbara, seguí. No seas tan desconfiado.

—Ella le empieza a hablar de su miedo de no ser una buena esposa y quedan en que la vez siguiente le va a contar de sus sueños, o pesadillas, y de que en un sueño se convirtió en pantera. Y todo tranquilo, se despiden, pero la vez siguiente que le toca sesión ella no va, le miente al marido, y en vez de ir al médico se va al zoológico, a mirar a la pantera. Y ahí se queda como fascinada, ella está con ese tapado de felpa negra pero con reflejos como tornasolados, y la piel de la pantera también es negra tornasolada. La pantera se pasea en la jaula enorme, sin sacarle la vista de encima a la chica. Y en eso aparece el cuidador, y abre la puerta de la jaula que está, a un costado. Pero la abre apenas un segundo, le echa la carne y vuelve a cerrar, pero distraído con el gancho de que traía colgada la carne, se deja olvidada la llave en la cerradura de la jaula. Irena ve todo, se queda callada, el cuidador agarra una escoba y se pone a barrer los papeles y puchos de cigarrillos que hay desparramados por ahí cerca de las jaulas. Irena se acerca un poco, disimuladamente, a la cerradura. Saca la llave y la mira, una llave grande, oxidada, se queda pensando, pasan unos segundos.

—¿Qué va a hacer?

—Pero va adonde está el cuidador y se la entrega. El viejo, un tipo tranquilo de buen humor, se lo agradece. Irena vuelve a la casa, espera que llegue el marido, es ya la hora en que tiene que volver de la oficina. Y a todo esto se me olvidó decirte que a la mañana ella con todo cariño siempre le pone alpiste al canario, y le cambia el agua, y el canario canta. Y llega por fin el marido y ella lo abraza y casi lo besa, tiene un gran deseo de besarlo, en la boca, y él se alborota, y piensa que tal vez el tratamiento psicoa- nalítico le está haciendo bien a ella, y se acerca el momento de ser realmente marido y mujer. Pero comete el error de preguntarle cómo le fue esa tarde en la sesión. Ella, que no fue, se siente pésima, culpable, y ya se le escurre de los brazos y le miente, que sí fue y todo anduvo bien. Pero se le escurre y ya no hay nada que hacer. Él se tiene que aguantar las ganas. Y al otro día está en el trabajo con los otros arquitectos, y la colega que siempre lo está estudiando, porque lo sigue queriendo, lo nota preocupado y le dice de ir a tomar una copa a la salida, para levantar el espíritu, y él no, dice que tiene mucho que hacer, que se va a quedar después de hora y entonces ella que siempre lo ha querido le dice que se puede quedar también ella a ayudarlo.

—Le tengo simpatía a la mina ésa. Qué cosas raras hay, vos no me has dicho nada de ella pero me cayó simpática. Cosas raras de la imaginación.

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