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Authors: Lisa See

Tags: #Drama

El abanico de seda (25 page)

Como los hombres de la familia consideraban que nuestra escritura era insignificante, no prestaban atención a las cartas que yo escribía ni a las que recibía. Pero mi suegra era otro cantar. Tenía que andarme con mucho cuidado con ella. De momento no me había preguntado a quién escribía, y en las semanas siguientes Flor de Nieve y yo perfeccionamos un sistema de entregas. Utilizábamos a Yonggang, que iba de un pueblo a otro transportando los textos que habíamos bordado en pañuelos o tejido en piezas de tela. Me gustaba sentarme junto a la celosía y observarla. Muchas veces pensaba que yo misma podía hacer aquel viaje. El pueblo de Flor de Nieve no estaba muy lejos y mis pies eran lo bastante fuertes para llevarme hasta allí, pero había normas que regían esas cosas. Aunque una mujer pudiera recorrer una larga distancia a pie, no debían verla sola por el camino. Se exponía al peligro de que la secuestraran; además, su reputación corría un riesgo aún mayor si no llevaba una escolta adecuada: su esposo, sus hijos, su casamentera o sus porteadores. Yo habría podido ir a pie a casa de Flor de Nieve, pero nunca me habría arriesgado a hacerlo.

Lirio Blanco:

Me pides que te hable de mi nueva familia.

Tengo mucha suerte.

En mi casa natal no había felicidad.

Mi madre y yo teníamos que guardar silencio de día y de noche.

Las concubinas, mis hermanos, mis hermanas y las criadas se habían ido.

Mi casa natal estaba vacía.

Aquí tengo a mi suegra, a mi suegro, a mi esposo y a sus hermanas pequeñas.

No hay concubinas ni criadas en la casa de mi esposo.

Sólo yo desempeño esas funciones.

No me importa tener que trabajar duro.

Todo cuanto necesitaba saber me lo enseñasteis tú, tu hermana, tu madre y tu tía.

Pero las mujeres de aquí no son como las de tu familia.

No les gusta divertirse.

No se cuentan historias.

Mi suegra nació en el año de la rata.

¿Te imaginas algo peor para alguien nacido en el año del caballo?

La rata cree que el caballo es egoísta y desconsiderado, aunque yo no soy ni lo uno ni lo otro.

El caballo cree que la rata es maquinadora y exigente, y así es como es mi suegra.

Pero no me pega.

No me grita más de lo que se merece una nueva nuera.

¿Sabes algo de mis padres?

Poco después de que yo cayera en la casa de mi esposo, mis padres vendieron el resto de sus pertenencias.

Una noche, cogieron el dinero y se marcharon.

Ahora son mendigos y no tienen que pagar impuestos ni otras deudas. Pero ¿dónde están?

Estoy preocupada por mi madre.

¿Seguirá viva?

¿Estará en el más allá?

Lo ignoro.

Quizá no vuelva a verla nunca.

¿Quién iba a pensar que mi familia tendría tan mala suerte?

Debieron de hacer muy malas obras en vidas anteriores.

Pero, si así es, ¿qué hay de mí?

¿Sabes algo que puedas contarme?

¿y tú? ¿Eres feliz?

Flor de Nieve

Tras conocer la trágica noticia sobre los padres de Flor de Nieve, empecé a prestar más atención a los cotilleos que circulaban por la casa. Llegaban rumores, traídos por comerciantes y vendedores que recorrían el país, de que habían visto a los padres de Flor de Nieve durmiendo bajo un árbol, mendigando comida o vestidos con sucios andrajos. Yo pensaba a menudo en que la familia de mi
laotong
había sido antaño una de las más poderosas de Tongkou y en cómo se habría sentido su hermosa madre al casarse con el hijo de la familia de un funcionario imperial. Y lo bajo que había caído. Temía por ella con sus lotos dorados. Sin amigos influyentes, los padres de Flor de Nieve habían quedado a merced de los elementos. Sin una casa natal, mi alma gemela se encontraba en peor situación que una huérfana. Yo consideraba preferible que los padres hubieran muerto, porque así uno podía venerarlos y honrarlos como antepasados, a que se convirtieran en vagabundos. ¿Cómo sabría Flor de Nieve que habían fallecido? ¿Cómo podría organizar un funeral digno por ellos, limpiar sus tumbas el día de Año Nuevo o apaciguarlos cuando se inquietaran en el más allá? Mi
laotong
estaba triste y no podía explicarme lo que sentía, y eso resultaba duro para mí e insoportable para ella.

En cuanto a su última pregunta, si yo era feliz, no sabía muy bien qué responder. ¿Debía describirle a las mujeres de mi nuevo hogar? En la habitación de arriba había demasiadas mujeres con las que no me llevaba bien. Yo era la primera nuera, pero poco después de mi llegada a Tongkou la esposa del segundo hijo vino a vivir a la casa. Se había quedado embarazada enseguida. Acababa de cumplir dieciocho años y lloraba sin parar porque añoraba a su familia. Dio a luz una niña, y eso disgustó a mi suegra y empeoró la situación. Intenté trabar amistad con Cuñada Segunda, pero ella siempre estaba en un rincón con su papel, su tinta y su pincel, escribiendo a su madre y a sus hermanas de juramento, que seguían en su pueblo natal. Habría podido explicar a Flor de Nieve los indecorosos métodos que empleaba Cuñada Segunda para impresionar a la señora Lu; no paraba de doblegarse ante ella, de susurrar palabras halagadoras y de manipular a los demás para mejorar su posición. Por su parte, las tres concubinas del señor Lu estaban siempre discutiendo; su mezquindad y sus celos demacraban su cara y llenaban de bilis su estómago. Pero no me atrevía a poner esos sentimientos por escrito.

¿Habría podido escribir a Flor de Nieve sobre mi esposo? Supongo que sí, pero no sabía qué contarle. Las pocas veces que lo veía solía estar hablando con alguien u ocupado con alguna tarea importante. Durante el día se marchaba al campo para supervisar proyectos, mientras yo bordaba o realizaba otras tareas en la habitación de arriba. Le servía el desayuno, la comida y la cena, y procuraba mostrarme tan recatada y silenciosa como Flor de Nieve cuando servía la mesa en mi casa. En esas ocasiones él no me dirigía la palabra. Aveces entraba en nuestra habitación temprano para visitar a nuestro hijo o para tener trato carnal conmigo. Yo creía que éramos como cualquier otro matrimonio (y como Flor de Nieve y su esposo), de modo que no había nada interesante que contar.

¿Cómo podía contestar a la pregunta acerca de mi felicidad, cuando el principal conflicto de mi vida estaba relacionado con ella?

—Admito que has aprendido muchas cosas de Flor de Nieve —me dijo un día mi suegra tras sorprenderme escribiendo a mi
laotong
— y estamos agradecidos por eso, pero ella ya no pertenece a nuestro pueblo ni se halla bajo la protección del señor Lu. Él no puede ni debe tratar de cambiar su destino. Como sabes, los códigos por los que se rigen las esposas están relacionados con la guerra y con otros conflictos fronterizos. Por nuestra condición de huéspedes, las esposas no debemos ser agredidas durante las contiendas, los asaltos ni las guerras, porque se considera que pertenecemos tanto al pueblo de nuestro esposo como a aquel donde nacimos. Como esposas, se nos presta protección y lealtad en ambos sitios. Pero, si te pasara algo en el pueblo de Flor de Nieve, cualquier cosa que nosotros hiciéramos podría provocar represalias y quizá incluso una larga contienda.

Escuché las explicaciones de la señora Lu, pero sabía que sus motivos eran mucho más viles. La familia natal de Flor de Nieve había caído en desgracia y ella se había casado con un hombre impuro. Mis suegros no querían que yo me relacionara con ella.

—Flor de Nieve estaba predestinada —prosiguió mi suegra, acercándose un poco más a la verdad— y su destino no se parece en nada al tuyo. Al señor Lu y a mí nos complacería mucho que nuestra nuera decidiera romper el contrato con alguien que ya no es su verdadera alma gemela. Si necesitas compañía, visitaremos a las jóvenes esposas de Tongkou que te presenté.

—Las recuerdo. Gracias —murmuré, contrita, mientras por dentro gritaba aterrada: «¡Nunca, nunca, nunca!»

—Les gustaría que formaras con ellas una hermandad de mujeres casadas.

—Gracias, pero...

—Deberías considerar un honor su propuesta.

—Así la considero.

—Sólo quiero que entiendas que debes quitarte a Flor de Nieve de la cabeza —añadió mi suegra, y terminó con una variación de su habitual reprimenda—: No quiero que los recuerdos de esa desgraciada influyan en mi nieto.

Las concubinas rieron tapándose la boca. Les encantaba verme sufrir. En momentos como aquél su estatus subía y el mío bajaba. Con todo, exceptuando esas críticas continuas, con las que las otras mujeres disfrutaban y que a mí me asustaban muchísimo, mi suegra era más amable conmigo de lo que lo había sido mi propia madre y cumplía las normas a rajatabla. «Cuando seas niña, obedece a tu padre; cuando seas esposa, obedece a tu esposo; cuando seas viuda, obedece a tu hijo.» Llevaba toda la vida oyendo ese consejo, de modo que no me intimidaba. Pero un día en que se enfadó con su esposo mi suegra me enseñó otro proverbio: «Obedece, obedece, obedece, y luego haz lo que quieras.» De momento mis suegros podían impedir que viera a Flor de Nieve, pero nunca podrían impedir que la amara.

Flor de Nieve:

Mi esposo me trata bien.

Ni siquiera sé dónde están todos los campos de la familia.

Yo también trabajo mucho.

Mi suegra vigila todo lo que hago.

Las mujeres de mi casa dominan el nu shu.

Mi suegra me ha enseñado algunos caracteres nuevos.

Te los enseñaré la próxima vez que nos veamos.

Paso el día bordando, tejiendo y haciendo zapatos.

Hilo y cocino.

Tengo un hijo. Rezo a la diosa para tener otro algún día.

Tú también deberías rezar.

Escúchame, por favor.

Debes obedecer a tu esposo.

Debes escuchar a tu suegra.

Te pido que no sufras tanto.

Recuerda cuando bordábamos juntas y cuchicheábamos por la noche.

Somos dos patos mandarines.

Somos dos aves fénix que surcan el cielo.

Lirio Blanco

En su siguiente carta, mi
laotong
no hacía ningún comentario sobre su nueva familia, aparte de que su hijo había aprendido a sentarse. Hacia el final volvía a preguntarme por mi vida.

Cuéntame cómo son las comidas y de qué se habla durante ellas.

¿Recitan los clásicos mientras comen?

¿Entretiene tu suegra a los hombres contándoles historias?

¿Les canta para ayudarlos a digerir la comida?

Intenté responder con sinceridad. Los hombres de mi casa hablaban de negocios: qué parcela de tierra podían arrendar, quién la cultivaría, cuánto tenían que pedir por el arrendamiento, cuánto habría que pagar de impuestos. Querían «llegar más alto», «alcanzar la cima de la montaña». Todas las familias dicen cosas así el día de Año Nuevo, cuando sirven platos especiales que evocan esos deseos, conscientes de que no son más que eso: deseos. Sin embargo, mis suegros trabajaban con empeño para verlos cumplidos. Las suyas eran conversaciones aburridas que yo no entendía ni me interesaba entender. Eran la familia más rica de Tongkou. Yo no podía imaginar qué más podían desear y, sin embargo, ellos nunca apartaban la vista de la cima de la montaña.

Esperaba que Flor de Nieve se sintiera más feliz en su nuevo hogar, amoldándose, como debe hacer toda esposa, a unas circunstancias completamente diferentes de las que había conocido en su casa natal. Entonces, una oscura tarde, mientras amamantaba a mi hijo, oí que el palanquín de la señora Wang se detenía delante del umbral. Pensé que la casamentera subiría por la escalera, pero fue mi suegra quien entró en la habitación y, con gesto de desaprobación, dejó una carta encima de la mesa. En cuanto mi hijo se durmió, acerqué la lámpara de aceite y la abrí. Me di cuenta enseguida de que el formato era diferente del de las anteriores. Empecé a leer con gran temor.

Lirio Blanco:

Estoy sentada en la habitación de arriba, llorando. Oigo fuera a mi esposo, que está matando un cerdo. Sigue violando las reglas de la purificación.

La primera vez que vine aquí, mi suegra me hizo subir a la plataforma que hay fuera de la casa y me obligó a mirar cómo mataban un cerdo, para que supiera de dónde procedía nuestro sustento. Mi esposo y mi suegro llevaron el cerdo hasta el umbral. El animal iba colgado de las patas a un palo que mi suegro y mi esposo llevaban sobre el hombro. Estaba entre los dos hombres y no paraba de chillar. Sabía lo que iba a sucederle. Ahora he oído ese sonido muchas veces, porque todos saben lo que les va a pasar y sus gritos resuenan por el pueblo muy a menudo.

Mi suegro sujetó el cerdo junto a un gran wok lleno de agua hirviendo. (¿Te acuerdas del wok que hay delante de mi casa? El que está empotrado en la plataforma. Debajo hay un hueco para quemar carbón.) A continuación mi esposo le cortó el cuello. Primero recogió la sangre, que luego las mujeres freirían, y después metió el animal en el wok, donde lo hirvió hasta ablandarle la piel. Entonces me hizo arrancarle el pelo. Yo no paraba de llorar, aunque no hacía tanto ruido como el que había armado el cerdo. Juré que nunca volvería a mirar ni a participar en aquel acto impuro. Mi suegra reprobó mi debilidad.

Cada día que pasa me parezco más a la esposa Wang. ¿Te acuerdas de la historia que nos contó mi tía? He dejado de comer carne. A mis suegros no les importa; así tienen más para repartirse.

Estoy sola en el mundo; sólo os tengo a ti y a mi hijo.

Ojalá no te hubiera mentido. Prometí que siempre te diría la verdad, pero no me gusta que conozcas la indignidad de mi vida.

Me siento junto a la celosía y miro más allá de los campos, en dirección a mi pueblo natal. Te imagino junto a tu ventana, mirándome. Mi corazón sobrevuela los campos y llega hasta ti. ¿Estás ahí sentada? ¿Me ves? ¿Me sientes?

Estoy muy triste sin ti. Me gustaría que me escribieras o vinieras a visitarme.

Flor de Nieve

¡Era una tortura! Miré por la celosía en dirección a Jintian con la esperanza de ver al menos a Flor de Nieve. Me torturaba saber que mi
laotong
estaba sufriendo y yo no podía abrazarla para ofrecerle consuelo. En la habitación de arriba, delante de mi suegra y las otras mujeres, saqué un trozo de papel y preparé tinta. Antes de coger el pincel releí la misiva de Flor de Nieve. En la primera lectura sólo había captado su tristeza, pero entonces me di cuenta de que ya no escribía las frases tradicionales que las esposas utilizaban para componer sus cartas, sino que hablaba con más sinceridad y franqueza acerca de su vida.

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