Pese a que Flor de Nieve me había indicado que debía hablar en voz baja cuando me dirigiera a un hombre, ella se dedicó a charlar con mi padre y mi tío durante la cena, y también a ellos los hizo reír. Hermano Menor subía y bajaba de sus rodillas como si fuera un mono y el regazo de ella, un nido construido en un árbol. Flor de Nieve rebosaba de vida. Donde quiera que fuese, siempre cautivaba a todos y los hacía felices. Era mejor que nosotros —de eso nos dábamos cuenta—, pero convertía esa diferencia en una aventura para nuestra familia. Para nosotros era como un pájaro exótico que había escapado de su jaula y correteaba por un patio lleno de vulgares gallinas. Nosotros nos divertíamos, pero ella también.
Llegó la hora de lavarse antes de ir a la cama. Recordé la turbación que había sentido la primera vez que Flor de Nieve durmió en nuestra casa. Le indiqué que se lavara ella primero, pero no quiso. Si yo me lavaba antes, el agua no estaría limpia cuando la usara ella. Entonces propuso: «Nos lavaremos la cara a la vez», y yo comprendí que mi labor de campesina y mi perseverancia habían dado el fruto deseado. Nos inclinamos juntas sobre la vasija, ahuecamos las manos y nos echamos agua a la cara. Flor de Nieve me dio un golpecito con el codo. Miré en la vasija y vi nuestras caras reflejadas en la ondulante superficie. El agua resbalaba por su piel, igual que por la mía. Ella rió y me salpicó un poco. Cuando compartimos aquella agua supe que mi
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también me quería.
En los tres años siguientes Flor de Nieve me visitó cada dos meses. Ya no llevaba la túnica azul celeste con las nubes bordadas, sino otra de seda azul lavanda con un ribete blanco, una combinación de colores inusual para una niña. Tan pronto entraba en la habitación del piso de arriba, se la quitaba y se ponía las prendas que le había confeccionado mi madre. De esa forma éramos almas gemelas por dentro y también por fuera.
Yo no había ido todavía a su pueblo natal, Tongkou. No preguntaba por qué, y tampoco oía a los adultos de mi casa hablar de lo extraño del caso. Hasta que un día, cuando tenía nueve años, oí a mi madre interrogar a la señora Wang acerca de esa circunstancia. Estaban de pie en el umbral, y su conversación me llegaba a través de la celosía.
—Mi esposo protesta porque siempre somos nosotros los que alimentamos a Flor de Nieve —explicó mi madre en voz baja para que nadie la oyera—. Y cuando viene a visitarnos hay que sacar más agua de la cuenta para beber, cocinar y lavar. Quiere saber cuándo irá Lirio Blanco a Tongkou, como dicta la tradición.
—La tradición dicta que los ocho caracteres estén en armonía —le recordó la señora Wang;—, pero tú y yo sabemos que hay uno muy importante que no encaja. Flor de Nieve ha llegado a una familia que está por debajo de la suya. —Hizo una pausa y añadió—: No recuerdo que te quejaras de esto la primera vez que me dirigí a ti.
—Sí, pero...
—Ya veo que no entiendes cómo funcionan las cosas —continuó la casamentera, indignada—. Te dije que esperaba conseguir un esposo para Lirio Blanco en Tongkou, pero el matrimonio nunca podría tener lugar si por casualidad el novio viera a tu hija antes del día de la boda. Además, la familia de Flor de Nieve sufre a causa de las diferencias sociales de las niñas. Deberías agradecer que no hayan exigido que pongamos fin a la relación de
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Desde luego, nunca es demasiado tarde para rectificar, si eso es lo que de verdad desea tu esposo. Lo único que pasará será que yo tendré más problemas.
Mi madre no tuvo más remedio que decir:
—Señora Wang, he hablado sin pensar. Entra, por favor. ¿Te apetece un poco de té?
Ese día percibí la vergüenza y el miedo que sentía mi madre. No podía poner en peligro ningún aspecto de la relación, aunque ésta significara una carga añadida para nuestra familia.
Supongo que os preguntaréis cómo me sentí al oír que la familia de Flor de Nieve no me consideraba digna de su hija. No me importó, porque sabía que no era merecedora del cariño de Flor de Nieve. Me esforzaba mucho todos los días para conseguir que me quisiera del mismo modo que yo a ella. Me compadecía —o, mejor dicho, me avergonzaba— de mi madre, porque había quedado muy mal con la señora Wang, pero la verdad es que me traían sin cuidado las preocupaciones de mi padre, el malestar de mi madre, la testarudez de la señora Wang y el peculiar diseño de mi relación con Flor de Nieve, porque, aunque hubiera podido visitar Tongkou sin que me viera mi futuro esposo, tenía la impresión de que no necesitaba ir allí para saber más cosas sobre la vida de mi
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Ella me había hablado largo y tendido de su pueblo, de su familia y su hermoso hogar, y yo consideraba que ya tenía suficiente información. Pero el asunto no terminó ahí.
La señora Wang y la señora Gao siempre se peleaban por cuestiones territoriales. Ésta, que era la casamentera de las familias de Puwei, había negociado una buena boda para Hermana Mayor y encontrado una muchacha adecuada en otro pueblo para Hermano Mayor. Y también esperaba concertar mi boda y la de Luna Hermosa. Sin embargo, la señora Wang, que tenía sus propias ideas acerca de mi destino, no sólo había alterado mi vida y la de Luna Hermosa, sino también la de la señora Gao, que iba a perder los beneficios de esas dos bodas. Y, como decimos nosotros, una mujer mezquina siempre busca venganza.
La señora Gao viajó a Tongkou para ofrecer sus servicios a la familia de Flor de Nieve. La señora Wang no tardó mucho en enterarse. Pese a que ese conflicto no tenía nada que ver con nosotros, la confrontación se produjo en casa un día que la señora Wang vino a recoger a Flor de Nieve y encontró a la señora Gao en la sala principal comiendo semillas de calabaza y hablando con mi padre sobre la ceremonia de Elección de Fecha de la boda de Hermana Mayor. Delante de él no se habló de aquello, pues habría sido sumamente grosero. La señora Gao habría podido evitar la pelea si se hubiera marchado tras terminar su trabajo, pero subió a la habitación de las mujeres, se dejó caer en una silla y se puso a alardear de su experiencia como casamentera. Era como un dedo hurgando en una herida. Al final la señora Wang no pudo aguantarse más.
—Sólo una perra en celo estaría tan loca como para ir a mi pueblo e intentar robarme a una de mis sobrinas —espetó.
—Tú no eres la dueña de Tongkou, tiíta —replicó la señora Gao con desparpajo—. Si lo fueras, no vendrías a meter las narices en Puwei. Sabes muy bien que Lirio Blanco y Luna Hermosa deberían ser mías, pero ¿me ves a mí llorar como una criatura por eso?
—Yo encontraré buenos esposos a las niñas. Y también a Flor de Nieve. Tú no podrías hacerlo mejor.
—No estés tan segura. No lo hiciste tan bien con su hermana mayor. Yo estoy más preparada, dadas las circunstancias de Flor de Nieve.
¿He mencionado que Flor de Nieve estaba en la habitación oyendo ese diálogo? Las casamenteras hablaban de ella y su hermana como dos comerciantes regateando sin escrúpulos por unos sacos de arroz barato. La niña estaba de pie al lado de la señora Wang, preparada para volver a su casa. Sostenía un trozo de tela que había bordado y lo retorcía con los dedos, tensando los hilos. Mantenía la cabeza agachada, pero tenía las mejillas y las orejas coloradas. En ese momento la discusión podría haber subido de tono, pero la señora Wang levantó una mano surcada de venas y la colocó con suavidad en la cintura de Flor de Nieve. Hasta entonces yo no sabía que la señora Wang fuera capaz de sentir lástima ni de capitular.
—Yo no hablo con mujeres de tu calaña —soltó con aspereza—. Vamos, Flor de Nieve. Nos espera un largo viaje hasta casa.
Habríamos borrado ese episodio de nuestra mente, de no haber sido porque a partir de entonces las dos casamenteras estuvieron como el perro y el gato. Cuando la señora Gao se enteraba de que el palanquín de la señora Wang había llegado a Puwei, se ponía una de sus extravagantes túnicas, se pintaba las mejillas con carmín y venía a fisgar a nuestra casa como... bueno, como una perra en celo.
Cuando Flor de Nieve y yo cumplimos once años, nuestros pies ya estaban curados del todo. Yo los tenía fuertes y perfectos; sólo medían siete centímetros. Los de Flor de Nieve eran un poco más grandes, y los de Luna Hermosa aún más, pero tenían una forma exquisita. Mi prima, además, dominaba a la perfección las tareas domésticas, lo que la convertía en una muchacha muy valiosa. Como ya habíamos superado la etapa del vendado, la señora Wang negoció la ceremonia de Elección de Pretendiente para la boda de las tres. Nos buscaron futuros esposos cuyos ocho caracteres encajaran con los nuestros y se decidieron las fechas de los compromisos.
Tal como la señora Wang había vaticinado, la perfección de mis lotos dorados me aseguró un compromiso matrimonial afortunado. Negoció mi boda con el hijo de la mejor familia Lu de Tongkou. El tío de mi esposo era un poderoso funcionario que había recibido muchas tierras del emperador en pago por sus servicios. Tío Lu, pues así se llamaba, no tenía descendencia. Vivía en la capital y había delegado en su hermano la supervisión de sus propiedades. Como mi suegro era el jefe del pueblo —se encargaba de arrendar tierras a los campesinos y de cobrar las rentas—, todo el mundo daba por hecho que mi esposo lo sucedería en ese puesto. Luna Hermosa iba a casarse con el hijo de una familia Lu inferior que vivía cerca. Su prometido era el hijo de un campesino que trabajaba cuatro veces más
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que mi padre y mi tío. Para nosotros eso era mucho, pero no era nada comparado con lo que mi futuro suegro controlaba por encargo de su hermano.
—Luna Hermosa, Lirio Blanco —dijo la señora Wang—, vosotras sois como hermanas. Ahora seréis como mi hermana y yo. Nosotras también nos casamos en Tongkou. Aunque ambas hemos sufrido desgracias, es una suerte que hayamos pasado toda la vida juntas. —La verdad es que a Luna Hermosa y a mí nos hacía muy felices la perspectiva de compartir nuestros años de arroz y sal como esposas y madres, y nuestros años de recogimiento como viudas.
Flor de Nieve iba a contraer matrimonio con el hijo de una familia de Jintian, «pueblo de campos abiertos». La señora Wang nos aseguró que Jintian estaba tan cerca de Tongkou que Luna Hermosa y yo podríamos verlo desde nuestras celosías; quizá hasta distinguiéramos la ventana de Flor de Nieve. No nos habló mucho de la familia con cuyo hijo iba a casarse mi
laotong;
sólo nos dijo que su prometido había nacido en el año del gallo. Eso nos preocupó, porque todo el mundo sabe que ésa no es una combinación ideal, pues el gallo siempre quiere subirse a la grupa del caballo.
—No os preocupéis, niñas —nos tranquilizó la señora Wang—. El adivino ha estudiado los cinco elementos: agua, fuego, metal, tierra y madera. Os aseguro que éste no es un caso en que el agua y el fuego tengan que convivir. Todo saldrá bien —declaró, y nosotras la creímos.
Las familias de nuestros novios nos entregaron los primeros regalos: dinero, dulces y carne. Mis tíos recibieron una pierna de cerdo, mientras que mis padres recibieron un cerdo asado entero, que repartimos entre nuestros parientes de Puwei. Nuestros padres enviaron a las familias de los novios los regalos correspondientes: huevos y arroz, que simbolizaban nuestra fertilidad. El siguiente paso era que nuestros futuros suegros celebraran el rito de Elección de Fecha de las bodas.
Imaginaos lo felices que nos sentíamos. Nuestro futuro estaba decidido. Nuestras nuevas familias tenían mejor posición social que las nuestras. Todavía éramos lo bastante jóvenes para creer que nuestro buen corazón nos permitiría superar cualquier dificultad que surgiera con nuestras suegras. Estábamos ocupadas con nuestros trabajos manuales. Pero lo que más nos alegraba era estar juntas.
Mi tía seguía enseñándonos
nu shu,
pero también lo aprendíamos de Flor de Nieve, que traía nuevos caracteres siempre que nos visitaba. Algunos los obtenía espiando a su hermano cuando estudiaba, pues muchos caracteres de
nu shu
no son otra cosa que caracteres de la caligrafía de los hombres puestos en cursiva; pero otros se los había enseñado su madre, muy versada en la escritura secreta de las mujeres. Pasábamos horas practicándolos, dibujándonos los trazos con los dedos unas a otras sobre la palma de la mano. Mi tía siempre nos advertía de que tuviéramos cuidado con los signos, pues al utilizar caracteres fonéticos, en lugar de los pictográficos de la escritura masculina, el significado de las palabras podía perderse o alterarse.
—Cada término debe situarse en su contexto —nos recordaba todos los días al finalizar la lección—. Un error en la lectura podría desencadenar grandes tragedias. —Tras esta advertencia, mi tía solía recompensarnos con la romántica historia de la mujer que había inventado nuestra escritura secreta.
»Hace mucho tiempo, durante la dinastía Song, hace quizá más de mil años —contaba—, el emperador Song Zhezong recorrió todo su reino en busca de una nueva concubina. Viajó hasta muy lejos y finalmente llegó a nuestro condado, donde oyó hablar de un campesino llamado Hu, un hombre con cierta cultura y sentido común que vivía en el pueblo de Jintian (sí, en Jintian, donde vivirá nuestra querida Flor de Nieve cuando se case). El señor Hu tenía un hijo que era funcionario, un joven de buena posición que había obtenido unos excelentes resultados en los exámenes imperiales; pero la persona que más intrigaba al emperador era la hija mayor del campesino. Se llamaba Yuxiu. La muchacha no era una rama carente de todo valor, pues su padre se había encargado de su educación. Sabía recitar poesía clásica y había aprendido la escritura de los hombres. También sabía cantar y bailar, y sus bordados eran hermosos y delicados. Todo eso convenció al emperador de que la muchacha sería una buena concubina real. Visitó al señor Hu, negoció para obtener a su inteligente hija y poco después Yuxiu emprendió el viaje a la capital. ¿Un final feliz? En cierto modo. El señor Hu recibió muchos regalos y a Yuxiu se le garantizó una vida distinguida rodeada de jade y seda. Pero os aseguro, niñas, que ni siquiera una persona tan inteligente y cultivada como Yuxiu podía evitar el triste momento de la separación de su familia. Su madre y sus hermanas lloraban desconsoladas, pero nadie estaba tan triste como Yuxiu.
Nosotras nos habíamos aprendido muy bien esa parte de la historia. La separación de Yuxiu de su familia sólo era el principio de sus tribulaciones. Pese a sus muchas virtudes, no podía complacer eternamente al emperador. Este se cansó de su rostro hermoso y redondeado, de sus ojos almendrados, de sus labios como cerezas, y las habilidades de Yuxiu, que parecían magníficas en el condado de Yongming, eran insignificantes comparadas con las de otras damas de la corte. Pobre Yuxiu. No estaba a la altura de las intrigas palaciegas. A las otras esposas y concubinas no les interesaba aquella muchacha del campo. Yuxiu estaba sola y triste, pero no tenía forma de comunicarse con su madre y sus hermanas sin que se enteraran los demás. Con una sola palabra imprudente por su parte, la decapitarían o la arrojarían a un pozo del palacio, condenada al silencio eterno.