Authors: Chuck Palahnouk
No se puede clavar un clavo con el falo.
Las mujeres ya nacen con mucha ventaja a nivel de capacidades. El día que los hombres puedan dar a luz, entonces podremos empezar a hablar de igualdad de derechos.
Todo esto no se lo digo a Paige.
En cambio, le digo que quiero ser el ángel de la guarda de alguien.
«Venganza» no es la palabra adecuada, pero es la primera palabra que viene a la mente.
—Pero no la quiero salvada del todo —le digo—. Me aterra perderla, pero si no la pierdo tal vez sea yo el que se pierda.
Sigo teniendo el diario rojo de mi madre en el bolsillo del abrigo. Sigo teniendo que ir a buscar el pudín de chocolate.
—No quiere usted que se muera —dice Paige—, pero tampoco quiere que se recupere. Entonces, ¿qué quiere?
—Quiero alguien que sepa leer italiano —digo.
Paige dice:
—¿Como por ejemplo?
—Esto —le digo, y le enseño el diario—. Es de mi madre. Está en italiano.
Paige coge el diario y lo hojea. Los bordes de las orejas se le ponen rojos.
—Hice cuatro años de italiano en la licenciatura —dice—. Le puedo decir lo que pone aquí.
—Solamente quiero tener el control —digo—. Para variar, quiero ser yo el adulto.
Sin dejar de hojear el diario, la doctora Paige Marshall dice:
—Quiere mantenerla débil para poder ser siempre quien esté al mando. —Levanta la vista, me mira y dice—: Parece como si usted quisiera ser Dios.
Por el Dunsboro colonial revolotean pollos blanquinegros y pollos con la cabeza plana. Hay pollos sin alas y con una sola pata. Hay pollos sin patas, nadando con las alas maltrechas por el barro del corral. Pollos ciegos sin ojos. Sin pico. Nacidos así. Defectuosos. Nacidos con los sesitos de pollo ya revueltos.
Hay una línea invisible que separa la ciencia del sadismo, pero aquí se hace visible.
No es que mi cerebro vaya a salir mucho mejor parado. Mira a mi madre.
La doctora Paige Marshall tendría que verlos a todos revoloteando. Aunque no lo entendería.
Denny está conmigo; rebusca en la parte de atrás de su pantalón y saca una página de los anuncios clasificados del periódico doblada en forma de cuadrado. Es evidente que esto es contrabando. Como su alteza real el gobernador vea esto, Denny va a ser desterrado al desempleo. En serio, ahí lucra en el corral enfrente del establo de las vacas, Denny me pasa esa página del periódico.
Salvo por el periódico, estamos siendo tan realistas que parece que nada de lo que llevamos haya sido lavado durante el último siglo.
La gente nos hace fotos, intenta llevarse una parte de nosotros a casa como recuerdo. La gente nos apunta con cámaras de vídeo y trata de atraparnos en sus vacaciones. Nos filman a nosotros y filman a los pollos inválidos. Todo el mundo intenta que cada minuto del presente dure para siempre. Preservar cada segundo.
Dentro del establo de las vacas se oye el borboteo de alguien inhalando por una pipa de agua. No se los ve, pero se nota esa tensión silenciosa de un grupo de gente reunidos en círculo intentando contener la respiración. Una chica tose. Ursula, la lechera. Hay tanto humo de droga ahí dentro que una vaca tose.
Es la época en que se supone que tenemos que estar cosechando residuos secos de vaca, ya sabes, bostas de vaca, y Denny dice:
—Léelo, tío. El anuncio rodeado con un círculo. —Abre la página para que yo lo vea—. Ese anuncio de ahí —dice. Hay un anuncio clasificado rodeado con un círculo rojo.
Con la lechera rondando por aquí. Y los turistas. Hay mil posibilidades de que nos pillen. De veras, Denny no puede ser más descarado.
Noto el papel todavía caliente del trasero de Denny, y cuando le digo «Aquí no, tío», e intento devolverle el papel...
Cuando lo hago, Denny dice:
—Lo siento, no quería, ya sabes, incriminarte. Si quieres, te lo puedo leer.
Los alumnos de primaria que vienen aquí, para ellos es toda una fiesta visitar el gallinero y ver cómo se incuban los huevos. Con todo, un pollo normal no es tan interesante como, digamos, un pollo con un solo ojo o un pollo sin cuello o con una pata atrofiada y paralizada, así que los niños agitan los huevos. Los agitan fuerte y los ponen a incubar otra vez.
¿Y qué pasa si lo que nace queda deforme o chiflado? Todo sea por la causa de la educación.
Los que tienen suerte nacen muertos.
Curiosidad o crueldad, está claro que yo y la doctora Marshall daríamos un montón de vueltas en torno a esta cuestión.
Levanto unas cuantas bostas con la pala, con cuidado de que no se rompan por la mitad. Para que no salga la peste del interior fresco. Con toda esta mierda de vaca en las manos, tengo que esforzarme para no morderme las uñas.
A mi lado, Denny lee:
—Se regala a familia honrada varón de veintitrés años, adicto a la masturbación en vías de recuperación, con ingresos y habilidades sociales limitadas, adiestrado. —Luego lee mi número de teléfono. Es su número de teléfono.
—Son mis padres, tío, es su número de teléfono —dice Denny—. Es una indirecta que me envían.
Se lo encontró anoche en su cama.
Denny dice:
—Se refieren a mí.
Le digo que ya he entendido esa parte. Sigo cogiendo cagarros con la pala de madera y amontonándolos en una cosa enorme de mimbre. Ya sabes. Un rollo tipo cesta.
Denny me pregunta si se puede venir a vivir conmigo.
—Estamos hablando del plan Z —dice Denny—. Solamente te lo pido como último recurso.
No le pregunto si es porque no me quiere fastidiar o porque no se muere de ganas de vivir conmigo.
A Denny le huele el aliento a nachos. Otra violación del realismo histórico. El tío es un imán para la mierda. La lechera, Ursula, sale del establo y se nos queda mirando con sus ojos de fumeta inyectados en sangre.
—Si hubiera una chica que te gustara —le digo—, y quisiera tener relaciones sexuales para quedarse embarazada, ¿lo harías?
Ursula se levanta los bajos de la falta y camina pisando Inerte sobre la mierda de vaca con sus zuecos de madera. Le da una patada a un pollo ciego que se cruza en su camino. Alguien le saca una foto dando la patada. Un matrimonio intenta pedirle a Ursula que se haga una fotografía con su bebé, pero luego deben de verle los ojos.
—No sé —dice Denny—. Un hijo no es como tener perro. O sea, un hijo vive un
montón
de tiempo, tío.
—¿Y si ella no planeara quedarse con el bebé? —le digo.
Denny levanta la vista y luego vuelve a bajarla, sin mirar nada en concreto, luego me mira a mí:
—No lo entiendo —dice—, ¿Quieres decir si quisiera vendérselo?
—Quiero decir si quisiera sacrificarlo —le digo.
Y Denny dice:
—Tío.
—Supongamos solamente —digo— que va a pasar por la batidora el cerebro del feto abortado, le va a sacar la pulpa con una aguja y luego se lo va a inyectar en la cabeza a alguien que tú sabes que tiene lesiones cerebrales, para curarlo —digo.
Denny abre un poco la boca:
—Tío, no te refieres a mí, ¿verdad?
Me refiero a mi madre.
Se llama trasplante neural. Algunos lo llaman injerto neural, y es la única forma eficaz de reconstruir el cerebro de mi madre en esta fase terminal. Sería un método más conocido si no fuera por los problemas para conseguir, ya sabes, el ingrediente principal.
—Un bebé machacado —dice Denny.
Le digo:
—Un feto.
Tejido fetal, me dijo Paige Marshall. La doctora Marshall, la de la piel y las manos.
Ursula se detiene a nuestro lado y señala el periódico que tiene Denny en la mano.
—A menos que eso tenga fecha de mil setecientos treinta y cuatro, has comido mierda. Es una violación del personaje.
Los pelos de la cabeza de Denny intentan volver a crecer, pero algunos están enquistados y atrapados debajo de granos rojos o blancos.
Ursula se aleja y luego retrocede:
—Victor —dice—, si me necesitas, estaré batiendo manteca.
Le digo hasta luego. Ella se va caminando con esfuerzo.
Denny dice:
—Tío, ¿o sea que tienes que decidir entre tu madre y tu primogénito?
No es nada del otro mundo, según la doctora Marshall. Lo hacemos todos los días. Matamos a los que no han nacido para salvar ancianos. Bajo la luz dorada de la capilla, susurrándome sus argumentos al oído, me preguntó si acaso cada vez que quemamos un galón de petróleo o un acre de selva amazónica no estamos matando el futuro para preservar el presente.
Es el esquema piramidal de la seguridad social.
Con los pechos embutidos entre nuestros cuerpos me dijo que hacía aquello porque le preocupaba mi madre. Y que lo menos que yo podía hacer era aportar mi granito de arena.
No le pregunté cuál era el granito de arena.
Y Denny dice:
—Bueno, pues cuéntame tu historia verdadera.
No lo sé. No puedo hacerlo. No puedo poner el puto granito.
—No —dice Denny—, Quiero decir si has leído ya el diario de tu madre.
No, no puedo. Estoy un poco encallado en la cuestión esta de si matar al bebé.
Denny me mira fijamente a los ojos y dice:
—¿Eres como un ciborg o algo así? ¿Es ese el gran secreto de tu madre?
—¿Un qué? —digo yo.
—Ya sabes —dice—, un humanoide artificial creado con un lapso de vida limitado al que le han implantado recuerdos de infancia falsos para que crea que es una persona de verdad, pero que no sabe que va a morir muy pronto.
Miro fijamente a Denny y le digo:
—Tío, ¿mi madre te dijo que soy una especie de robot?
—¿Es eso lo que dice su diario? —dice Denny.
Se acercan dos mujeres con una cámara y una dice:
—¿Les importa?
—Digan «patata» —les digo, y les hago una foto sonriendo delante del establo de las vacas, luego se alejan con otro recuerdo evanescente que ha estado a punto de disiparse. Otro recuerdo petrificado que atesorar.
—No, no he leído el diario —digo—. No me he follado a Paige Marshall. No puedo hacer una mierda hasta que decida sobre esto.
—Vale, vale —me dice Denny—. ¿Entonces no eres más que un cerebro en una bandeja al que han estimulado con electricidad y productos químicos para que crea que tiene vida?
—No —digo—. Definitivamente no soy un cerebro. Ese no es el problema.
—Vale —dice—. Tal vez eres un programa informático de inteligencia artificial que interactúa con otros programas en un entorno de realidad simulada.
Y yo digo:
—¿Y entonces tú que eres?
—Yo sería otro ordenador —dice Denny. Luego dice—: Yate entiendo, tío. No soy capaz de calcular ni las monedas para el autobús.
Denny guiña los ojos, inclina hacia atrás la cabeza y me mira frunciendo una ceja:
—Aquí va mi último intento —dice.
Dice:
—Muy bien, tal como lo imagino, eres el objeto de un experimento y el mundo que conoces es una construcción artificial poblada por actores que desempeñan los papeles de todas las personas de tu vida, y el clima está hecho con efectos especiales y el cielo está pintado de azul y el paisaje que te rodea es un decorado. ¿Es eso?
Yo digo:
—¿Eh?
—Y yo soy un actor brillante con un talento enorme —dice Denny—, Y solamente estoy fingiendo que soy tu mejor amigo, el estúpido perdedor adicto a la masturbación.
Alguien me saca una foto apretando los dientes.
Miro a Denny y le digo:
—Tío, tú no estás fingiendo nada.
A mi lado aparece un turista que me sonríe:
—Eh, Victor —dice—. O sea que aquí es donde trabajas.
No tengo ni puñetera idea de dónde me conoce este tío.
Facultad de medicina. Universidad. Un trabajo distinto. O puede ser que sea otro de los maníacos sexuales de mi grupo. Tiene gracia. No parece un adicto al sexo, pero es que nadie lo parece.
—Eh, Maude —dice, y le da un codazo a la mujer que está ton él—. Este es el tío del que siempre te hablo. Yo le salvé la vida.
Y la mujer dice:
—Oh, cielos. Así que es verdad. —Se encoge de hombros y pone los ojos en blanco—, Reggie siempre está fanfarroneando acerca de usted. Supongo que siempre pensé que estaba exagerando.
—Oh, sí —digo—. El viejo Reg, sí, me salvó la vida.
Y Denny dice:
—No me extraña, ¿quién no lo ha hecho?
Reggie dice:
—¿Te está yendo bien últimamente? Intenté enviar todo el dinero que pude. ¿Hubo bastante para cubrir aquella muela del juicio que te tuvieron que arrancar?
Y Denny dice:
—¡Oh, por el amor de Dios!
Un pollo ciego con solamente media cabeza y sin alas, lodo cubierto de mierda, choca contra mi bota y cuando extiendo el brazo para acariciarlo, el bicho empieza a temblar bajo sus plumas. Suelta un cloqueo susurrante que parece el ronroneo de un gato.
Es agradable ver algo más patético de lo que yo me siento ahora.
Luego me sorprendo mordiéndome una uña, bosta de vaca, mierda de pollo.
Véase también: histoplasmosis. Véase también: tenia.
Y digo:
—Sí, el dinero —digo—. Gracias, colega. —Y escupo. Luego vuelvo a escupir. Se oye el clic de la cámara de Reggie sacándome una foto. Otro momento estúpido que la gente tiene que hacer durar para siempre.
Y Denny mira el periódico que tiene en la mano y dice:
—¿Entonces qué, tío? ¿Puedo ir a vivir a casa de tu madre? ¿Sí o no?
La cita de las tres en punto de mi madre se presentó con una toalla de baño amarilla en la mano y con un surco blanco en el dedo anular donde normalmente llevaba el anillo de bodas. En cuanto la puerta se cerró hizo el gesto de darle el dinero. Empezó a quitarse los pantalones. Su apellido era Jones, le dijo a mi madre. Su nombre de pila, señor.
Los tíos que venían a verla por primera vez eran todos iguales. Ella les decía págame después. A qué viene tanta prisa. No te quites la ropa. Tenemos tiempo.
Ella le dijo que el registro de citas estaba lleno de señores Jones, de señores Smith, de John Does y Bob Whites, así que a ver si se buscaba un alias mejor. Le dijo que se tumbara en el diván. Cerró las persianas. Bajó la luz.
Así es como conseguía un montón de dinero. No violaba los términos de su libertad condicional, pero solamente porque el tribunal de la condicional no tenía suficiente imaginación.
Al tío tumbado en el diván le dijo: