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Authors: Chuck Palahnouk

Asfixia (11 page)

Ella acerca mi cara a su oreja. Me susurra al oído:

—Bien. Es muy noble por su parte. Pero ¿por qué no empieza su recuperación mañana?

Me baja los pantalones por las caderas con los pulgares y dice:

—Necesito que ponga su fe en mí.

Y sus manos suaves y frescas se cierran en torno a mí.

15

Si alguna vez estás en el vestíbulo de un hotel grande y empieza a sonar el vals
El Danubio azul,
sal corriendo. No pienses. Corre.

Las cosas ya no se anuncian nunca de forma directa.

Si alguna vez estás en un hospital y llaman a la enfermera Flamingo para que vaya a oncología, no aparezcas por allí. La enfermera Flamingo no existe. Si llaman al doctor Blaze, tampoco existe nadie con ese nombre.

En los hoteles grandes el vals quiere decir que hay que evacuar el edificio.

En la mayor parte de los hospitales, la enfermera Flamingo quiere decir que hay un incendio. El doctor Blaze quiere decir incendio. El doctor Green quiere decir un suicidio. El doctor Blue quiere decir que alguien ha dejado de respirar.

Estas cosas se las explicó la mamaíta al niño estúpido un día que estaban parados en un atasco de tráfico. Por entonces ella ya estaba perdiendo la chaveta.

Ese mismo día el niño estaba sentado en clase cuando una señora de la secretaría de la escuela vino a decirle que se había cancelado su cita con el dentista. Un minuto más tarde el niño levantó la mano y pidió permiso para ir al lavabo. Nunca había existido ninguna cita con el dentista. Sí, alguien había llamado de parte del dentista, pero aquella era una nueva señal secreta. Salió por una puerta trasera junto a la cafetería y allí estaba ella en un coche dorado.

Era la segunda vez que la mamaíta venía a buscarlo.

Ella bajó la ventanilla y le dijo:

—¿Sabes por qué han metido a mamaíta en la cárcel esta vez?

—¿Por cambiar los colores del tinte para el pelo? —dijo él.

Véase también: agravio malicioso.

Véase también: asalto en segundo grado.

Se inclinó para abrir la portezuela y empezó a hablar sin parar. Durante días enteros.

Si alguna vez vas al Hard Rock Cafe, le explicó, y anuncian que «Elvis ha salido del local», quiere decir que todos los camareros tienen que ir a la cocina y averiguar qué platos especiales se han terminado.

Esas son las cosas que la gente te dice cuando no te está diciendo la verdad.

En los teatros de Broadway, «Elvis ha salido del local» quiere decir incendio.

En una tienda de comestibles, llamar al señor Cash equivale llamar a un guardia jurado armado. Anunciar «Llegada de mercancías en Ropa de Señoras» quiere decir que hay alguien robando en ese departamento. Otras tiendas llaman a una mujer ficticia llamada Sheila. «Sheila a la entrada» quiere decir que alguien está robando en la entrada de la tienda. El señor Cash, Sheila y la enfermera Flamingo siempre quieren decir malas noticias.

La mamaíta apagó el motor, se sentó con una mano aguantando el volante recto y con la otra chasqueó los dedos para que el niño le repitiera la lección. Tenía los orificios nasales llenos de sangre seca. Por el suelo del coche había pañuelos de papel arrugados y llenos de más sangre seca. La guantera tenía salpicaduras de sangre de cada vez que ella estornudaba. Había más sangre todavía en la parte de dentro del parabrisas.

—Nada de lo que te enseñan en la escuela es tan importante como esto —le dijo ella—. Esto que estás aprendiendo aquí te va a salvar la vida.

Chasqueó los dedos:

—¿El señor Amond Silvestiri? —dijo ella—. Si lo llaman, ¿qué quiere decir?

En algunos aeropuertos, llamarlo quiere decir que hay un terrorista con una bomba.

«Señor Amond Silvestiri, por favor, reúnase con su grupo en la puerta diez del vestíbulo D» quiere decir que ahí es donde los tipos de SWAT van a encontrar a su hombre.

La señora Pamela Ransk-Mensa quiere decir un terrorista en el aeropuerto con solamente una pistola.

«Señor Bernard Wellis, por favor, reúnase con su grupo en la puerta dieciséis del vestíbulo F» quiere decir que alguien tiene un rehén con un cuchillo en la garganta.

La mamaíta echó el freno de mano y chasqueó otra vez los dedos:

—Rápido como una liebre. ¿Qué quiere decir la señorita Terrilynn Mayfield?

—¿Gas nervioso? —dijo el niño.

La mamaíta negó con la cabeza.

—No me lo digas —dijo el niño—. ¿Un perro rabioso?

La mamaíta negó con la cabeza.

Fuera del coche, el apretado mosaico de coches los rodeaba por completo. Los helicópteros surcaban el aire sobre la autopista.

El niño se dio un golpecito en la frente:

—¿Un lanzallamas?

La mamaíta dijo:

—Ni siquiera lo estás intentando. ¿Quieres una pista?

—¿Sospechoso de llevar drogas? —dijo, y luego—: Bueno, dame una pista.

Y la mamaíta dijo:

—La señorita Terrilynn Mayfield... Piensa en vacas y caballos.

Y el niño gritó:

—¡Ántrax! —se dio con el puño en la frente y dijo—: Ántrax. Ántrax. Ántrax. —Se dio en la cabeza y dijo—: ¿Cómo puedo olvidarlo tan deprisa?

Con su mano libre la mamaíta le revolvió el pelo y dijo:

—Lo estás haciendo bien. Solo con que recuerdes la mitad sobrevivirás a la mayoría de gente.

En todas partes a donde iban, la mamaíta encontraba atascos de tráfico. Escuchaba los boletines de la radio que advertían acerca de adonde no ir y así encontraba los embotellamientos. Las detenciones totales del tráfico. Los colapsos circulatorios. Buscaba los coches incendiados o los puentes levadizos abiertos. No le gustaba conducir deprisa, pero quería parecer ocupada. En los atascos no podía hacer nada y no era culpa de ella. Quedaban atrapados. Escondidos y a salvo.

La mamaíta dijo:

—Ahora uno fácil. —Cerró los ojos y sonrió. Luego los abrió de nuevo y dijo—: En cualquier supermercado, ¿qué quiere decir cuando piden monedas pequeñas en la caja cinco?

Los dos llevaban la misma ropa que el día en que ella lo había recogido en la escuela. Siempre que llegaban a un motel y él se arrastraba hasta la cama, la mamaíta chasqueaba los dedos y le pedía los pantalones, la camisa, los calcetines y los calzoncillos y él le iba pasando toda la ropa desde debajo de las mantas. Cuando se la devolvía por la mañana, a veces estaba lavada.

Cuando un cajero pide monedas pequeñas, dijo el niño, quiere decir que hay una mujer guapa en la cola y que todo el mundo tiene que ir a mirarla.

—Bueno, hay más que eso —dijo la mamaíta—, pero sí.

A veces la mamaíta se quedaba dormida apoyada en la portezuela del coche y el resto de coches se marchaban dejándolos solos. Si el motor estaba encendido, en la guantera se encendían toda clase de luces rojas que el niño no había visto nunca y que alertaban de toda clase de emergencias. En aquellas ocasiones salía humo de la rejilla del capó y el motor se paraba solo. Los coches de detrás les tocaban el claxon. La radio hablaba de un atasco nuevo, de un coche averiado en el carril central de la autopista que bloqueaba el tráfico.

Con la gente tocando el claxon y mirándolos por las ven— lanillas, y con la radio hablando de ellos, el niño estúpido se creía que aquello era ser famoso. Hasta que el claxon despertaba a la mamaíta, el niño estúpido no hacía más que saludar a la gente con la mano. Pensaba en el Tarzán gordo con su mono y sus cacahuetes. En el hecho de que el tipo pudiera seguir sonriendo. En el hecho de que la humillación solamente es humillación cuando uno elige sufrir.

El niño respondía con sonrisas a las caras furiosas que lo miraban.

Y les lanzaba besos.

Cuando un camión hizo sonar el claxon la mamaíta se despertó sobresaltada. Luego se tranquilizó y se pasó un minuto apartándose el pelo de la cara. Se llevó un tubito de plástico a un orificio nasal e inhaló. Pasó otro minuto de inactividad antes de que se sacara el tubito y mirara con los ojos entrecerrados al niño que tenía sentado a su lado en el asiento del pasajero. Miró con los ojos entrecerrados todas las nuevas luces rojas que se habían encendido.

El tubito era más pequeño que su pintalabios, con un agujero para inhalar en un extremo y algo que apestaba en el interior. Después de que ella inhalara siempre quedaba algo de sangre en el tubo.

—¿En qué curso estás? —dijo ella—. ¿En primero? ¿En segundo?

En quinto, dijo el niño.

—¿Y en esta fase cuánto pesa tu cerebro? ¿Seis kilos? ¿Siete?

En la escuela sacaba sobresalientes.

—¿Y eso qué quiere decir? —dijo ella—. ¿Que tienes siete años?

Nueve.

—Bueno, Einstein, todo lo que te han dicho esos padres adoptivos tuyos —dijo la mamaíta—, puedes olvidarlo ahora mismo.

Ella dijo:

—Esas familias adoptivas no saben lo que es importante.

Justo encima de ellos volaba un helicóptero y el niño se inclinó hacia delante para mirar hacia arriba a través de la franja tintada de azul en la parte superior del parabrisas.

La radio hablaba de un Plymouth Duster dorado que estaba bloqueando el carril central de la carretera de circunvalación.

—A la mierda la Historia. La gente más importante que tienes que conocer es toda la gente falsa —dijo la mamaíta.

La señora Pepper Haviland quiere decir el virus Ebola. El señor Turner Anderson quiere decir que alguien acaba de vomitar.

La radio dijo que varias patrullas de emergencia estaban de camino para apartar el coche averiado.

—Todo ese rollo que te enseñan sobre álgebra y macro— economía, olvídalo —dijo ella—, Dime, ¿para qué te sirve ser capaz de sacar la raíz cuadrada de un triángulo si luego un terrorista te dispara en la cabeza? ¡Para nada! Esta es la verdadera educación que te hace falta.

Los demás coches daban un rodeo alrededor del suyo, aceleraban con un chirrido y desaparecían hacia sus destinos.

—Quiero que sepas más de lo que la gente considera que es seguro explicarte —dijo ella.

Y el niño dijo:

—¿Cómo qué?

—Por ejemplo, cuando piensas en el resto de tu vida —dijo ella, y se tapó los ojos con la mano—, nunca piensas más allá de los dos próximos años.

Y además de eso dijo:

—Para cuando tengas treinta años, tu peor enemigo serás tú mismo.

Y otra cosa que dijo fue:

—La Ilustración se terminó. Ahora estamos viviendo en la
Des-Ilustración.

La radio dijo que la policía había sido alertada sobre el coche averiado.

La mamaíta subió muy fuerte el volumen de la radio.

—Mierda —dijo—, Dime que no somos nosotros.

—Han dicho un Duster dorado —dijo el niño—. Es el nuestro.

Y la mamaíta dijo:

—Eso te demuestra lo poco que sabes.

Abrió la portezuela y le dijo que pasara por encima del asiento y saliera por el lado de ella. Contempló los coches que pasaban a toda velocidad a su lado y desaparecían a lo lejos.

—Este coche no es nuestro —dijo ella.

La radio vociferó que parecía que los ocupantes estaban abandonando el vehículo.

La mamaíta sacudió la mano para que él se la cogiera.

—Yo no soy tu madre —dijo ella—. Ni mucho menos. —Debajo de la uña tenía sangre seca de la nariz.

El estruendo de la radio los persiguió. La conductora del Duster dorado y un niño se habían convertido en un obstáculo peligroso mientras intentaban cruzar los cuatro carriles de la autopista esquivando los coches.

Ella dijo:

—Me imagino que tenemos unos treinta días para acumular una vida entera de aventuras felices. Hasta que se me acaben las tarjetas de crédito.

Ella dijo:

—Bueno, treinta días a menos que nos atrapen antes.

Los coches tocaban el claxon y los esquivaban. El estruendo de la radio los perseguía. El ruido de los helicópteros sonaba más cercano que antes.

Y la mamaíta dijo:

—Ahora haz como si sonara el vals
El Danubio azul,
cógete fuerte de mi mano —dijo—. Y no pienses. Limítate a correr.

16

La siguiente paciente es una mujer de unos veintinueve años con un lunar en la parte interior del muslo que no tiene buen aspecto. Es difícil decirlo con esta luz, pero parece demasiado grande, asimétrico y con matices de azul y marrón. Los bordes son irregulares. La piel de alrededor está escoriada.

Le pregunto si se lo ha estado rascando.

Y si tiene antecedentes de cáncer de piel en la familia.

Sentado a mi lado con su bloc amarillo de impresos sobre la mesa, Denny sostiene el extremo de un corcho justo encima de su encendedor y hace girar el corcho hasta que se pone negro. Luego dice:

—Tío, en serio —dice—, esta noche tienes una hostilidad rara. ¿Te has portado mal?

Dice:

—Siempre odias al mundo después de tirarte a una tía.

La paciente se pone de rodillas con las piernas abiertas. Se inclina hacia atrás y empieza a menearse lentamente delante de nosotros. Simplemente contrayendo los músculos del culo, proyecta hacia nosotros los hombros, los pechos y el pubis. Todo su cuerpo nos embiste rítmicamente.

El truco para recordar los síntomas del melanoma son las letras ABCD.

Forma
Asimétrica.

Bordes
irregulares.

Variaciones de
color.

Diámetro
mayor a seis milímetros.

Está rasurada. Perfectamente bronceada y untada de loción, no parece tanto una mujer como un sitio para meter la tarjeta de crédito. Mientras se menea delante de nuestras narices, la mezcla turbia de luz roja y negra la hace parecer más atractiva de lo que es. Las luces rojas borran las cicatrices y los moretones, los granos y una especie de tatuajes, además de las estrías y las cicatrices subcutáneas. Las luces negras hacen que los ojos y los dientes se le vean muy blancos.

Es gracioso que la belleza del arte tenga mucho más que ver con el marco que con la obra de arte en sí misma.

La luz engañosa hace que incluso Denny parezca sano, con sus brazos de pollo sobresaliendo de una camiseta blanca. Su bloc de impresos se ve de color amarillo brillante. Se sorbe el labio inferior y se lo muerde mientras su mirada va de la paciente a su obra y de vuelta a la paciente.

Sin dejar de menearse delante de nuestras narices, ella grita para hacerse oír por encima de la música:

—¿Qué?

Parece rubia natural, lo cual es un factor de riesgo elevado, así que le pregunto si ha notado recientemente alguna pérdida de peso inexplicable.

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