Authors: Clark Ashton Smith
Ante la promesa de Vokal, Yadar sintió que algo de esperanza y hombría revivían en su interior, y le pareció que la siniestra magia de Vacharn abandonaba su mente; además las insinuaciones de Vokal despertaron su indignación contra Vacharn. Y dijo rápidamente:
—Te ayudaré en tus planes, sean los que sean, si está en mi poder hacerlo.
Entonces, lanzando muchas y temerosas miradas a su alrededor y a sus espaldas, Uldulla habló con un furtivo susurro.
—Nosotros pensamos que Vacharn ya ha vivido más del tiempo que le corresponde y que nos ha impuesto su autoridad durante mucho tiempo. Nosotros, sus hijos, nos hacemos viejos y creemos que es simplemente justo que heredemos las riquezas atesoradas por nuestro padre y su supremacía mágica antes de que la edad nos impida disfrutar de ellas. Por tanto, buscamos tu ayuda para matar a Vacharn.
Después de una breve reflexión, Yadar decidió que el asesinato del nigromante era un hecho justo desde cualquier punto de vista y algo a lo que podía prestarse sin deterioro de su valor o de su virilidad. Por tanto, dijo sin demora:
—Os ayudaré a hacerlo.
Muy envalentonados, en apariencia, por el consentimiento de Yadar, Vokal le habló a su vez, diciendo:
—Esto tiene que hacerse antes de mañana por la noche, pues ésta traerá una luna llena del río Negro sobre Naat y llamará al demonio-comadreja Esrit de su agujero. Y mañana por la mañana es el único momento en que podemos encontrar a Vacharn desprevenido en su cámara. Durante esas horas, pues tal es su voluntad, contemplará en trance un espejo mágico que contiene visiones del mar exterior y de las naves navegando sobre el mar y de los países que están al otro lado. Y debemos matarle ante el espejo, golpeándole veloz y fuertemente antes de que despierte de su trance.
A la hora fijada para la hazaña, Vokal y Uldulla se acercaron a Yadar, que les estaba esperando en el salón de fuera. Cada uno de los hermanos portaba una larga y reluciente cimitarra y Vokal también llevaba en la mano izquierda un arma semejante que ofreció al príncipe, explicando que aquellas cimitarras habían sido templadas con un conjuro de canciones fatales y grabadas después con innombrables invocaciones de muerte. Yadar declinó el arma del mago, prefiriendo su propia espada, y sin retrasarse más los tres se dirigieron apresuradamente, con todo el sigilo posible, hacia la cámara de Vacharn.
La casa estaba vacía, porque todos los muertos habían ido a cumplir con sus asignaciones, y no se oía ningún susurro ni se veía ninguna sombra de aquellos seres invisibles, ya fuesen espíritus del aire o simples fantasmas, que servían a Vacharn de diversas maneras. Los tres se acercaron en silencio a la entrada de la cámara, que sólo estaba cubierta por un tapiz negro tejido en plata con los signos de la noche y bordado en hilo escarlata con la repetición de los cinco nombres del archidemonio Thasaidón. Los hermanos se detuvieron, como si temiesen levantar el tapiz, pero Yadar, sin dudarlo un momento, lo echó a un lado y entró en la cámara, siguiéndole los gemelos rápidamente, como avergonzados de su pusilanimidad.
La habitación era grande, con una alta cúpula, e iluminada por una pequeña ventana que, por encima de los salvajes cipreses, daba hacia el negro mar. Ninguna llama se elevaba de la miríada de lámparas para ayudar a la camuflada luz diurna y las sombras se apretaban en el lugar como un fluido espectral en el que los recipientes mágicos, los grandes incensarios y alambiques, los braseros, parecían temblar como cosas animadas. Un poco más allá del centro de la habitación, de espaldas a la puerta, Vacharn se sentaba sobre un taburete de ébano ante el espejo de la clarividencia, que había sido forjado de electro en la forma de una gigantesca letra delta y era sostenido oblicuamente en alto por un serpenteante brazo de cobre. El espejo relucía brillantemente en la sombra, como si estuviese iluminado por algún resplandor de fuente desconocida, y los intrusos fueron ofuscados por reflejos de su brillo al avanzar hacia delante.
Realmente, parecía que Vacharn estaba inmerso en el trance inducido, porque miraba hacia el espejo rígidamente, inmóvil como una momia sentada. Los hermanos retrocedieron mientras Yadar, pensando que estaban cerca a sus espaldas, avanzó hacia el mago con el arma levantada. Al acercarse, vio que Vacharn tenía sobre sus rodillas una gran cimitarra, y temiendo que el hechicero quizá estuviese sobre aviso, Yadar corrió con rapidez hacia él y dirigió un poderoso golpe contra su cuello. Pero al calcular la dirección, sus ojos fueron cegados por el extraño brillo del espejo, como si un sol se hubiese levantado ante ellos por encima del hombro de Vacharn, y la hoja se torció y cayó oblicuamente sobre el hueso de la clavícula, de forma que el nigromante, aunque severamente herido, se salvó de la decapitación.
Parecía probable ahora que Vacharn hubiese conocido de antemano el intento de asesinarle y había decidido presentar batalla a sus enemigos cuando éstos se presentasen. Pero al sentarse para fingir el trance, sin duda había sido dominado, contra su voluntad, por el extraño resplandor y había caído en el sueño adivinatorio.
Veloz y fiero como un tigre herido, saltó del taburete, blandiendo su cimitarra en alto al volverse hacia Yadar. El príncipe, todavía ciego, no pudo ni repetir el golpe ni evitar el de Vacharn, y la cimitarra se hundió profundamente en su hombro derecho. Cayó mortalmente herido y quedó con la cabeza un poco en alto, apoyada contra la base del brazo de cobre en forma de serpiente que soportaba el espejo.
Yaciendo allí, mientras la vida se le escapaba lentamente, vio cómo Vokal, con la desesperación del que ve la muerte inminente, saltaba hacia delante y cortaba de un golpe el cuello de Vacharn. La cabeza, casi separada del cuerpo, cayó y colgó a un lado por un trozo de carne y piel, pero Vacharn, trastabillando, no cayó o murió de golpe, como hubiese hecho cualquier hombre mortal, sino que, animado todavía por el poder mágico que llevaba dentro, corrió por la cámara, dirigiendo poderosos golpes a los parricidas. Mientras corría, la sangre saltaba de su cuello como de una fuente y su cabeza se balanceaba de un lado para otro sobre su pecho como un monstruoso péndulo. Todos sus golpes iban a ciegas porque ya no podía ver para dirigirlos y sus hijos le evitaban con agilidad, hiriéndole algunas veces de paso. A veces tropezaba con el caído Yadar, o golpeaba el espejo de electro con su espada, produciendo un sonido como el de una profunda campana. Y a veces la batalla salía fuera del campo visual del moribundo príncipe, hacia la ventana que daba al mar, y escuchaba extraños crujidos, como si parte de los mágicos muebles hubiesen sido destrozados por los golpes del mago; también se oían las agitadas respiraciones de los hijos de Vacharn y el amortiguado sonido de los golpes que daban en el blanco, pues continuaban hiriendo a su padre. Pronto la lucha regresó delante de Yadar, que la observaba con ojos que se iban apagando.
El combate era horrible, más allá de toda descripción, y Vokal y Uldulla jadeaban como los corredores agotados cerca del final. Pero después de un cierto tiempo, el poder pareció faltarle a Vacharn junto con la sangre del cuerpo. Se tambaleaba de un lado a otro, sus pasos se detuvieron y sus golpes se hicieron más débiles. Su vestimenta colgaba en harapos empapados de sangre a causa de las cuchilladas de sus hijos, y algunos de sus miembros estaban medio cortados y todo su cuerpo cortado y arañado como el tajo del verdugo. Al fin, con un golpe certero, Vokal cortó la delgada cinta de la que todavía pendía la cabeza, y ésta cayo y rodó por el suelo, rebotando muchas veces.
Entonces, con una salvaje agitación, como si todavía quisiese mantenerse en pie, se derrumbó el cuerpo de Vacharn y yació agitándose, recordando un ave enorme y descabezada, intentando incesantemente levantarse y dejándose caer de nuevo. Nunca volvió a ponerse el cuerpo de pie por completo, a pesar de todos sus esfuerzos, pero la cimitarra continuaba firmemente sujeta en la mano derecha y el cadáver golpeaba ciegamente, atacando desde el suelo con golpes laterales, o hacia abajo cuando se elevaba a una postura semisentada. La cabeza, incansable, continuaba rodando por la cámara y las maldiciones salían de su boca en una voz aflautada, no más alta que la de un niño.
Ante esto, Yadar vio que Vokal y Uldulla se echaban hacia atrás como si estuviesen algo preocupados, y después se volvieron hacia la puerta, con la clara intención de abandonar la habitación. Pero antes de que Vokal, que era el primero, hubiese levantado el tapiz de la entrada, de entre sus pliegues se desprendió el largo, negro, serpentino cuerpo de la comadreja-sirviente Esrit. La criatura se lanzó al aire, alcanzando de un solo salto la garganta de Vokal, y se colgó allí con los dientes pegados a su carne y chupándole la sangre sin detenerse un minuto, mientras éste se tambaleaba por la habitación e intentaba en vano arrancársela de allí con dedos enloquecidos.
Posiblemente Uldulla hubiese hecho algún intento para matar a la criatura, porque gritó conjurando a Vokal a que se estuviese quieto, y elevó su espada como esperando una oportunidad para golpear a Esrit. Pero Vokal parecía no oírle, o estar demasiado aterrorizado para obedecerle. En aquel instante, la cabeza de Vacharn, que seguía rodando, chocó contra los pies de Uldulla, y con un furioso rugido alcanzó con los dientes el borde de su túnica y se colgó de allí, mientras él retrocedía, completamente aterrorizado. Aunque golpeó la cabeza salvajemente con su cimitarra, los dientes se negaron a soltar su presa. Así que dejando caer sus vestimentas y abandonándolas allí con la cabeza de su padre todavía colgando, huyó desnudo de la habitación. Mientras Uldulla huía, la vida partió de Yadar y ya no vio ni oyó nada más...
Confusamente, desde las profundidades del olvido, Yadar distinguió el flamear de luces remotas y escuchó el canto de una voz lejana. Se sintió nadar hacia arriba desde los negros mares, hacia la voz y las luces, y vio cómo a través de una película fina y acuosa la cara de Uldulla inclinada sobre él y el humear de unos extraños recipientes en la cámara de Vacharn. Y le pareció que Uldulla le decía:
—Levántate de entre los muertos y obedéceme en todas las cosas a mí, tu amo.
Así, en respuesta a los nefandos ritos y encantos de la nigromancia, Yadar se despertó a la vida, tal como era ésta posible para un espectro resucitado. Y volvió a andar, con el negro cuajarón de su herida en un gran coágulo sobre su hombro y su pecho, y contestó a Uldulla al estilo de los muertos vivientes. Recordó vagamente, y como asuntos de poca importancia, algo sobre su muerte y las circunstancias que la habían precedido, y buscó en vano con ojos borrosos por la destrozada cámara el cuerpo y la cortada cabeza de Vacharn, y a Vokal y al demonio-comadreja.
Entonces pareció que Uldulla le decía: “Sígueme”, y salió con el nigromante a la luz de la roja y plena luna que había llegado desde el río Negro hasta Naat. Allí, en la planicie delante de la casa, había un gran montón de cenizas donde las brasas brillaban y relucían como si fuesen ojos con vida. Uldulla permaneció en contemplación delante de la pira y Yadar se mantuvo a su lado, sin saber que lo que contemplaba era la consumida pira de Vacharn y Vokal, construida y encendida por los esclavos muertos, bajo las órdenes de Uldulla.
Entonces un viento se levantó repentinamente desde el mar, con agudos y fantasmagóricos gemidos, y levantando todas las cenizas y tizones formando una nube grande y en remolino la lanzó sobre Yadar y el nigromante. Ambos pudieron apenas resistir el viento, y su cabello, sus barbas y vestiduras se llenaron de los restos de la pira, quedando los dos como cegados. Después el viento se elevó, lanzando la nube de cenizas sobre la casa, y por sus puertas y ventanas, entrando en todas las habitaciones. Y durante muchos días después, pequeñas volutas de ceniza se levantaban bajo los pies de los que recorrían los salones, y aunque por orden de Uldulla, las escobas se utilizaban diariamente, parecía que el lugar nunca quedaba completamente libre de aquellas cenizas...
Queda poco que decir con respecto a Uldulla, porque su señorío sobre los muertos fue breve. Viviendo siempre solo, excepto por la compañía de los espectros que le atendían, cayó en poder de una extrañísima melancolía que se convirtió rápidamente en locura. Ya no podía concebir cuál era el fin y el objeto de la vida, y el sopor de la muerte se le presentaba como un mar negro y tranquilo lleno de suaves murmullos y de brazos como sombras que le empujaban hacia abajo. Pronto llegó a envidiar a los muertos y a considerar su suerte más deseable que ninguna otra. Así pues, llevando la cimitarra que había empleado para matar a Vacharn, se dirigió a la cámara de su padre, donde no había entrado desde la resurrección del príncipe Yadar. Allí, junto al espejo de las adivinanzas, que brillaba como el sol, se abrió a sí mismo el vientre y cayó entre el polvo y las telarañas que recubrían todo en abundancia. Y puesto que no había ningún otro mago que le devolviera incluso a una semblanza de vida, permaneció pudriéndose y sin ser molestado por siempre jamás.
Pero en los jardines de Vacharn los muertos continuaban trabajando, sin prestar atención a la muerte de Uldulla, y seguían cuidando de las cabras y del ganado y buceando en busca de perlas en aquel oscuro y tormentoso océano.
Y Yadar, que junto con Dalili compartía ahora su mismo estado, se sentía atraído por ella con un fantasmal anhelo y sentía un vago consuelo en su presencia. La profunda desesperación que le había traspasado en un tiempo y los largos tormentos del deseo y la separación eran cosas olvidadas y desaparecidas y compartió con Dalili un sombrío amor y una vaga felicidad.
1La leyenda de Mmatmuor y Sodosma surgirá únicamente en los últimos ciclos de la Tierra, cuando las felices leyendas de los orígenes hayan caído en el olvido. Antes de la era en que sea contada tendrán que pasar muchas épocas y los mares habrán decrecido en sus cuencas y nuevos continentes habrán hecho su aparición. Quizá, en ese día, servirá para aliviar un poco el negro cansancio de una raza moribunda, desesperada de todo, excepto del olvido. Yo relato la historia como los hombres la contarán en Zothique, el último continente, bajo un cielo moribundo y unos cielos tristes, donde las estrellas salen con terrible brillantez antes de la caída de la noche.
Mmatmuor y Sodosma eran nigromantes que llegaron desde la oscura isla de Naat para practicar sus siniestras artes en Tinarath, al otro lado de los menguantes océanos. Pero en Tinarath no prosperaron, porque la muerte era considerada sagrada por la gente de aquel grisáceo país y la nada de la tumba no debía ser profanada ligeramente; la resurrección de los muertos por medio de la magia negra era, entre ellos, mirada con abominación.