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Authors: Josephine Angelini

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Predestinados (44 page)

BOOK: Predestinados
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Los Delos se miraron entre sí, encogiéndose de hombros.

—Eso parece —concluyó finalmente Héctor—. Al menos hasta que Casandra presienta una amenaza. Entonces me dará igual lo letal que seas, uno de nosotros estará contigo en todo momento otra vez.

—Así pues, ¿puedo irme? —pidió Helena, mirando a Héctor y esperando educadamente su permiso. Él dijo que sí con la cabeza y Helena realizó una reverencia antes de dar un salto y salir del cuadrilátero.

—¡Espera, Lennie! —gritó Claire—. Íbamos a prepararte una fiesta para tu cumpleaños. ¡Kate te ha hecho un pastel!

Helena vio a su mejor amiga y enseguida notó su preocupación, pero no podía hacer lo que le pedía. No podía fingir estar contenta y alegre. Ni siquiera durante las pocas horas que duraría la fiesta, ni tan solo durante media hora, para dejarles al menos cantarle el
Cumpleaños Feliz
y engullir la tarta de Kate, ni siquiera durante los míseros cinco minutos que tardaría en explicarle a Claire por qué no podía hacer ninguna de estas cosas.

—Te quiero —le dijo a su amiga de la infancia antes de alzar el vuelo y desaparecer. En el aire, Helena creyó escuchar a Jasón decir algo parecido a «Lucas está igual», mientras abría la puerta, pero quizá solo fue producto de su imaginación.

No tenía un destino fijo, ni tampoco un límite de tiempo; lo único que sabía es que no podía salir de la isla. Se lo había prometido a Lucas y no estaba dispuesta a faltar a su palabra ahora. Helena necesitaba con tal desesperación que sus promesas fueran verdaderas que lo último que quería era romperlas. Quizá nunca pudiera visitar la Patagonia con él, pero lo mínimo que podía hacer para conservar la fe en ellos era no cruzar el océano hasta que él se lo permitiera.

Sin embargo, si podía volar hasta la playa. Había evitado el faro Great Point durante toda la semana anterior, no porque fuera a derrumbarse y rompiera a llorar si iba hasta allí, sino porque le inquietaba precisamente que tal cosa no ocurriera. Empezaba a aterrorizarle la idea de que jamás volvería a sentir algo en su interior, de convertirse en algo estéril e inerte, como una de esas flores pálidas que había visto en su pesadilla. Aún le quedaba algo de sentido común para preguntarse por qué reaccionaba así, pero le faltaba claridad para hallar la respuesta. Hasta que vislumbró a Lucas sentado en la cima del faro.

Estaba justo en el borde de la pasarela que rodeaba la cúpula de cristal, contemplando los últimos rayos de sol que se arrastraban tras la línea del horizonte. Una tormenta se estaba formando sobre el mar y la infinidad de colores cálidos que bañaban las aguas serpenteaban entre los nubarrones. El tenue resplandor del crepúsculo teñía la piel de Lucas de color ámbar y estaba, como siempre, guapísimo.

Al acercarse hacia el faro, el joven Delos la avisó y se puso en pie de inmediato. Helena no aterrizó sobre la pasarela, sino que se quedó suspendida delante de él reivindicando el elemento como propio. Durante un instante la pareja se quedó mirándose fijamente; los dos estaban demasiado abrumados para romper el silencio.

—¿Qué estás haciendo aquí? —dijo Lucas al fin, con los ojos hundidos. Helena ignoró por completo su estúpida pregunta y soltó lo primero que se le pasó por la cabeza.

—¿Por qué no me lo contaste? —exigió; estaba enfadada, dolida e insegura de querer escuchar la respuesta—. Desde el principio. ¿Por qué no pudiste al menos explicarme el motivo por el cuál no podíamos estar juntos?

—Si querías saberlo, ¿por qué no me respondiste el teléfono alguna de las mil veces que te llamé la semana pasada? —exigió a cambio, tan furioso y afligido como ella.

—¡Para ya! Deja de hacerme preguntas cuando eres tú el que tiene todas las respuestas! —rugió Helena al mismo tiempo que sentía unas ganas terribles de echarse a llorar.

El dique de contención estaba a punto de desplomarse; intuía que iba a acabar sollozando como una niña pequeña. Tenía que alejarse de Lucas tanto como pudiera. Invocó unas ráfagas de viento turbulentas para que arrastraran su cuerpo a la deriva, pero Lucas presintió su imprudencia y acto seguido se lanzó hacia el aire para cogerla antes de que la tormenta que había subestimado se la tragara. En cuanto la tuvo entre sus brazos, sana y salva, el chico no resistió más y la besó.

Helena estaba tan atónita que dejó de llorar y a punto estuvo de perder el equilibrio y caerse desde el aire. Mejor volador que ella, Lucas la sujetó y la sostuvo con firmeza mientras el viento les hacía girar en el aire, dando tumbos y volteretas de todo tipo. Ambos se abrazaban con pasión, sin dejar de besarse. Al fin, regresaron a la pasarela, donde podían estar a salvo. Cuando sus pies rozaron el suelo, la luz del faro se encendió y proyectó la sombra de sus figuras unidas en un caluroso abrazo en las bravas olas del océano.

—No puedo perderte —confesó Lucas alejando ligeramente sus labios de los de Helena—. Por eso nunca conté toda la verdad. Pensé que si sabías cómo estaban las cosas, te alejarías de mí. Y no quiero que te rindas ni que pierdas la esperanza. No puedo hacer esto si te das por vencida.

—No quiero darme por vencida —lloriqueó Helena—, pero nunca podremos estar juntos, Lucas. Deberías habérmelo dicho.

—Nunca digas nunca. —Hundió su rostro en el cuello de Helena y dejó de besarla, aunque era incapaz de soltarla—. Nada es para siempre y los absolutos no existen. Encontraremos la forma de estar juntos.

—Lucas —dijo Helena, frunciendo el ceño y presionándole el pecho hasta que él la soltó. La muchacha se sentó en la pasarela e invitó a Lucas a que se sentara a su lado para charlar—. Nos odiaríamos por hacerlo. Y, al final, acabaríamos odiándonos el uno al otro.

—¡Lo sé! —aceptó él, alzando su tono desesperado—. ¡No estoy diciendo que nos escapemos juntos y hagamos lo que nos plazca!

—Entonces, ¿qué? —preguntó Helena en voz baja, intentando calmarle—. ¿Qué se supone que debemos hacer? —Todavía no lo sé —admitió. Se apoyó en la pared de cristal del faro y acercó a Helena a su pecho antes de añadir—: Pero no quiero pasar otra semana como esta.

—Yo tampoco —confesó ella, que no puso reparos en descansar sobre él, relajándose por completo por primera vez desde hacía varios días—. Da igual lo que nos cueste estar juntos, no puede haber nada peor que estar separados. —¿Qué fue lo que me dijiste una vez? ¿Piensa en lo que no eres capaz de soportar y escoge otra opción? —preguntó él con una sonrisa divertida, acercando sus labios a la frente de Helena—. Al menos sabemos que no podemos estar separados.

—Ha sido como estar muerta —reveló con temor, como si mencionar el aturdimiento que la había embargado aquellos días provocaría su regreso.

—Para mí también —acordó Lucas con un tono extraño, como ahogado.

—¿Y qué pasará con tu madre? Ella no permitirá que estemos juntos.

—Tendremos que hablar con ella. Y con toda mi familia.

—¿Y si aún así quieren que nos separemos?

—Entonces huiremos —respondió sin alterar la voz.

Ninguno de los dos pronunció palabra alguna durante un buen rato. Simplemente se dedicaron a contemplar el destello de luz intermitente que iluminaba las olas de un océano sobre el que estaba a punto de descargar la tormenta. Helena podía escuchar los fuertes latidos del corazón de Lucas, quien la abrazaba con más fuerza todavía, como si estuviera preparándose para una batalla que tendría que vencer para no separarse de ella.

—Nos perseguirán —susurró—. Creerán que hemos empezado la guerra.

—Lo sé —murmuró él—, pero no haremos estallar la guerra. Seremos fieles a la Tregua, aunque ellos no nos crean capaces.

—No tenemos que cometer los mismos errores que ellos —afirmó Helena con aire desafiante—. Me enfurece que todos estén tan seguros de que actuaremos del mismo modo estúpido, a sabiendas de las consecuencias que eso puede acarrear.

Lucas soltó una carcajada, pero no había nada de divertido en aquel sonido.

—Es como si nos tuviéramos que privar de vivir nuestras vidas o de tener sentimientos porque alguien ya nos ha dicho cómo acabará la historia —dijo con cierta amargura. Helena percibía su indignación, pero, de pronto, una idea le cruzó la mente y, con seriedad, preguntó—: ¿De veras estás dispuesta a hacer esto? ¿Sabes que significaría abandonar a tu padre para siempre?

—Lo sé —reconoció.

No le cabía duda de que le rompería el corazón a su padre y que le dejaría aún más hundido que cuando su madre le abandonó sin darle ninguna explicación, pero también era consciente de que lo hacía por Lucas, por los dos.

—Entendería si no quisieras hacerlo… —empezó, pero Helena enseguida le interrumpió.

—Si no nos permiten estar juntos, no tendremos otra opción. Deberemos huir.

—No será para siempre —respondió Lucas, procurando consolarla—. Solo hasta que ideemos la manera de salir de esta. Y la encontraremos. Tiene que haber una forma.

—Yo he pensado en algo —anunció Helena, que permaneció inmóvil mientras Lucas se ponía en tensión.

—Creo que sé en qué estás pensando y no quiero ni escucharlo —dijo con tono inseguro.

—¿Y si no fuera virgen? —dijo rápidamente Helena, ansiosa por sacar el tema.

—No pienso compartirte, Helena —respondió él de inmediato—. Además no funcionaría.

—Lo digo en serio; deberíamos meditarlo —insistió la joven, retorciéndose entre sus brazos hasta que él aflojó el abrazo lo suficiente para que ella pudiera incorporarse y mirarle a los ojos—. Dime la verdad: ¿dejarías de quererme si estuviera con alguien más primero?

—Por supuesto que no —contestó Lucas con una tierna sonrisa—. Y no solo te quiero, Helena. Te amo. Es muy distinto.

—De acuerdo, mira. La idea me resulta repugnante, pero lo haré —prometió Helena al mismo tiempo que Lucas sacudía la cabeza con ímpetu—. Yo también te amo así que haré lo que sea necesario para estar juntos. ¿Qué? ¿Por qué meneas la cabeza? No eres el único que tiene que tomar esta decisión, ¿lo sabes? —Estos trucos no funcionarán a menos que lo que desees sea físico. ¿Eso es lo que quieres de mí? ¿Sexo? —bromeó.

—¡Claro que no! ¡Y lo sabes! —exclamó Helena, algo frustrada—. ¡Acabo de decirte que te amo!

—Precisamente por eso no funcionará —explicó. Lucas la cogió de las manos y tiró de ella—. Si tú y yo deseamos estar juntos como queremos, o al menos como yo quiero… —empezó algo vacilante.

—¿Y qué es lo que quieres exactamente? —le interrumpió Helena.

—Todo. Quiero todo lo que hemos hablado. Deseo que vayamos juntos a la universidad, que aprendamos una docena de idiomas, que viajemos por todo el mundo. Pero, sobre todo, lo que más quiero es que estemos juntos.

—¡Yo también! —gritó Helena, entusiasmada, como si hubiera encontrado la puerta de salida—. ¡Y podemos hacer de todo eso sin habernos casado!

—Lo compartiríamos todo —añadió él, negando con la cabeza, como si Helena no hubiera captado el mensaje—. Y por eso, a ojos de los dioses, seríamos considerados como una pareja unida en matrimonio, aunque hubieras perdido tu virginidad con otra persona. Quiero una vida entera a tu lado, y eso precisamente te convertiría en mi esposa. Ni siquiera puedo fingir que me conformaría con menos.

—¿Estás diciendo que nuestra entrega nos definiría como matrimonio ante los dioses, aunque no hubiera vestido blanco ni alianzas? —preguntó Helena, aunque conocía de sobra la respuesta.

—Exacto —respondió. De repente, el joven soltó una carcajada al ocurrírsele una idea—. Además, sería un poco complicado estar juntos si yo estuviera encarcelado.

—¿De qué estás hablando? —interrogó Helena, súbitamente alarmada—. ¿Por qué irías a prisión?

—Por asesinar al tipo que te arrebató la virginidad —replicó—. A ti te perdonaría, pero a ese tipo… Sería hombre muerto.

Helena le dedicó una sonrisa, como si no le creyera, pero se calló.

—Entonces, ¿cuál es el plan? —suspiró después de volver a apoyarse sobre el pecho de Lucas—. No podemos estar juntos, pero mucho menos, separados.

—Nos mantendremos unidos y jugaremos siguiendo las normas hasta que podamos rescribirlas. Encontraremos la forma de hacer que esto funcione. Te lo prometo.

—¿Esto no es solo
hibris
? —preguntó Helena alzando la vista—. ¿Podríamos vencer a las Hadas?

—Me da igual lo que sea. Necesito esperanza —respondió antes de darle un beso.

Helena se dejó llevar y disfrutó de esa cálida sensación, esta vez sin el aturdimiento que la había embargado en su inesperado primer beso. Esta vez pudo prestarle atención, sintiendo como él respondía a sus caricias, a sus besos. Antes de lo que hubiera deseado, Lucas se apartó y apretó los ojos, como si sintiera un terrible dolor y, con sumo cuidado, rehuyó los mimos de Helena.

—Tienes que parar.

El chico se obligó a soltar una carcajada, pero lo único que consiguió emitir fue una risa temblorosa y nerviosa.

—Lo siento. No sé lo que estoy haciendo —dijo Helena, que aún sentía un hormigueo en los labios.

—Podrías haberme confundido —farfulló mientras se ponía en pie y, tomando a Helena de las manos, la invitó a levantarse—. Creo que nos iría bien tomar algo de aire fresco.

—¿Dónde? ¿En Venecia? —preguntó Helena con una sonrisa pícara.

—Claro. Es justo lo que necesitamos, un escenario aún más romántico —replicó con sarcasmo—. Lo siento, Chispas, pero te acompañaré a tu casa antes de que hagamos estallar una guerra.

El muchacho saltó hacia el aire y le ofreció la mano a Helena, como si vivieran en una película en blanco y negro y él estuviera invitándola a bailar. Ella gruñó al comprobar, una vez más, lo encantador que era y se reunió con él con una sonrisa de oreja a oreja, aceptando su mano y dejándose llevar por los remolinos juguetones que Lucas había invocado para ella.

Unos segundos más tarde, la pareja aterrizó en el jardín de Helena y ambos caminaron cogidos de la mano hasta la puerta principal. Justo cuando la joven iba a entrar en casa, Lucas la detuvo.

—¿En serio pensabas que me había olvidado? —le preguntó con tono incrédulo—. Feliz cumpleaños.

—¡Se me había pasado por completo! —exclamó Helena, perpleja.

—Pues a mí no —respondió, dándole un beso. El joven miró la casa, cuyo interior estaba iluminado, y ambos percibieron brevemente el parte meteorológico de alerta resonando en los altavoces del televisor—. Tu padre está esperando. Será mejor que entres en casa.

—Sí. Kate me ha preparado una tarta —añadió Helena, que esbozó una mueca, pues se sentía culpable por cómo había tratado a su familia durante la semana anterior.

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