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Authors: Josephine Angelini

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Predestinados (52 page)

Antes incluso de aterrizar, Cástor salió a toda prisa de la casa para reunirse con ella en el jardín, haciendo aspavientos con los brazos, indicándole que se diera prisa. Gritaba algo sobre su madre.

Dafne tuvo que esperar hasta que la pequeña sesión de estrategia se hubo disuelto para poder entrar a hurtadillas en la biblioteca y registrarla. Todo lo que necesitaba era la dirección del remitente de las pocas cartas que Tántalo habría enviado a la facción de la casta de Tebas que vivía en Nantucket. Al fin, después de tantos años, podría averiguar el patrón de movimiento de Tántalo.

Solo le faltaba conocer ciertas cosas, como el nombre de una ciudad, y a partir de ahí sabría adónde ir. Entonces encontraría a Tántalo y le mataría de la misma forma en que él había asesinado a su dulce Áyax. Dafne se había imaginado la escena un millón de veces. En cuanto él se acercara a la puerta, le rebanaría la cabeza enfrente de su esposa. Si se vengaba de Tántalo, quizá cuando Átropos, una de las tres moiras, cortara su hebra, Áyax estaría esperándola en la otra orilla del río. Aún le quedaba mucho camino por delante y mucho por hacer para conseguir que eso ocurriera. Necesitaba averiguar el nombre de la ciudad.

Dafne empezó a leer los sellos de las cartas esparcidas sobre el escritorio de Cástor, pero tras un rápido vistazo se dio cuenta de que lo que estaba buscando no estaría allí. Conocía la letra de Tántalo al dedillo y no la reconoció en aquellos sobres. Entonces cayó en la cuenta de que, pese a que Cástor era el más brillante y valiente del clan Delos, también era el último de la lista de Tántalo. Cruzó la biblioteca e inició otra búsqueda en un escritorio distinto.

Descubrió una caja fuerte bajo el otro escritorio, posó la mano sobre la esfera de la cerradura y deseó que no estuviera diseñada por un vástago. Tras varios minutos agachada, con la oreja pegada en la caja fuerte para descifrar la combinación, su búsqueda finalizó de repente. Dafne sintió el abrupto pinchazo de una inyección que le invadía una vena en el cuello. Dejó escapar un grito ahogado tras reconocer el cóctel de estupefacientes que ella misma había utilizado en otros vástagos. En ese instante recordó con cierta vaguedad que, tras drogar a su hija, había dejado una jeringuilla de más en su bolso, cargada y preparada, por si acaso. En cuestión de segundos, su campo de visión se oscureció.

Cuando Dafne se despertó enseguida notó unos grilletes metálicos alrededor de sus muñecas, como si la hubieran encadenado. Con los ojos legañosos, trató de enfocar la vista. Entonces descubrió que se hallaba en una playa oscura. Oyó el tintineo de las cadenas al mover las manos y se percató de que tenía las muñecas llenas de rasguños por el roce de las esposas. Tenía cortes profundos en ambos antebrazos, por donde había manado mucha sangre antes de cicatrizar. Tras la gran pérdida de sangre se sentía sedienta, pero ignoraba que había invocado un rayo.

Los esposas se calentaron hasta que se iluminaron con tal resplandor que Dafne no tuvo más remedio que cerrar los ojos o la luz le cegaría de por vida. La claridad era casi insoportable, pero las esposas no se derritieron, ni siquiera cuando consumió sus últimos voltios de energía. Había muy pocas sustancias capaces de resistir tanto calor en una presión atmosférica normal sin evaporarse o fundirse.

—Tungsteno —susurró con los labios secos y agrietados. Dafne se enfureció consigo misma por actuar sin pensar.

Los engarces de aquel metal casi indestructible se convirtieron en un pararrayos que arrojaba su energía directamente al suelo. No solo se hallaba inmovilizada, sino que cualquier intento de lanzar un rayo a un enemigo sería en vano, pues acabaría disipándose en la fría arena.

—No pensé que te quedara más energía —dijo una voz femenina desde la orilla. La figura, que hasta entonces había permanecido agachada frente al mar, se alzó y caminó hacia Dafne—. Te he extraído mucha sangre para deshidratarte, pero al parecer no es suficiente.

—¿Por qué haces esto? —preguntó Dafne en voz baja—. No eres una asesina, Pandora.

—Ya lo sé —admitió ella agachando la cabeza, algo humillada—. Intenté matarte cuando estabas inconsciente, pero no fui capaz.

—Entonces deja que me vaya —rogó Dafne con una sonrisa triste—. Sé por qué lo haces. El rechazo es un sentimiento muy poderoso, y el dolor puede transformar a una buena persona en alguien malvado —dijo poniéndose de rodillas—. Pero ¿por qué no me crees? O, si no a mí, ¿por qué no a Lucas, tu propio sobrino? Él es un descubrementiras.

—Lucas tiene muchísimas razones para querer que tu versión de la historia sea verdadera —siseó Pandora, empujando la arena con cada paso—. El amor por Helena le ha cegado y está dispuesto a hacer cualquier cosa para aferrarse a ella. Quizás incluso a mentir a su propia familia.

—Lo primero: Lucas nunca podrá tener a Helena —afirmó Dafne con misterio—; lo segundo: sabes que hay maneras más fáciles de comprobar si estoy diciendo la verdad sobre quién mató a Áyax que secuestrándome. ¿Alguna vez le has preguntado por qué sigue escondido?

—¡Probablemente porque sabe que puedes modificar tu imagen y tu voz a tu antojo! —gritó Pandora, furiosa—. Lo único que no puedes hacer es falsificar la caligrafía de alguien. Por eso solo se comunica por carta, para protegerse, ¡porque sabe que le quieres muerto!

—¿Y por qué crees que le quiero muerto? —chilló Dafne—. Si mi objetivo fuera alcanzar un triunfo, ¿por qué crees que no maté alguna de las ratas de tu familia de Tebas en cuanto os vi? ¿Por qué crees que busco a Tántalo, y solo a Tántalo, si no fuera porque me arrebató algo muy valioso? —preguntó con voz entrecortada.

Pandora contempló cómo Dafne se recostaba otra vez sobre la arena, dándole la espalda al océano que tanto despreciaba y fijando la mirada en sus pies. Pandora se distanció y se cruzó de brazos mientras ladeaba la cabeza para sentir la brisa marina. Le costaba respirar y recorría el oscuro horizonte de izquierda a derecha, como si quisiera avistar una señal. De repente, recuperó la atención y se dirigió hacia Dafne.

—Eres una serpiente —anunció mirando fijamente a la mujer encadenada con una rabia turbadora—. Creonte ya me había dicho que eras astuta, pero esto va mucho más allá. ¡Te crees tus propias mentiras! Por eso Lucas no conseguía apreciar el engaño en tus palabras. Después de tantos años escondiéndote tras máscaras ajenas te has convertido en una mentira gigante. Por eso tengo que alejarte de Cástor y de Palas, de todos los seres a los que quiero. Mi corazón me dice que utilizaste el cesto para embaucar a mi hermano Áyax. Nunca le amaste y él jamás pudo enamorarse de ti. —Sus palabras eran duras e hirientes, pero su tono dejaba entrever dudas— . Áyax era demasiado bueno, demasiado puro…

—Y demasiado noble, y tierno, y generoso y valiente —añadió Dafne, alzando la voz para hablar por encima de Pandora.

Dafne pestañeó varias veces mientras apretaba los ojos, como si quisiera llorar, pero no logró derramar una lágrima. Aunque todo su cuerpo se lamentaba, la deshidratación le impedía llorar.

—Desde que Áyax abandonó este mundo, hace ya diecinueve años, no he encontrado bondad —susurró Dafne.

—¿Y Helena? Ella es buena. Al menos tiene una parte de Áyax…

La mirada de Dafne enmudeció a Pandora.

—Ayer fue el cumpleaños de Helena, su decimoséptimo cumpleaños —susurró Pandora, asombrada—. Pero ¿por qué? ¿Por qué querrías hacerle creer que Lucas es su…?

Pandora rehuyó su mirada meneando la cabeza, como si sintiera una profunda pena. No lograba comprender cómo Dafne…, cómo una madre era capaz de hacer tanto daño a su propia hija. Sin embargo, el tiempo se agotaba. Creonte avanzaba por la orilla de la playa desierta, asomándose tras la espalda de Pandora. Dafne había procurado convencerla y, a decir verdad, creyó por un momento que incluso la hermana de Áyax le perdonaría, pero sus esperanzas eran vanas. Lo único que le quedaba era rezar para que Áyax la perdonara en el Infierno.

—Tienes razón, Pandora, Helena no es su hija. No tengo nada de Áyax, así que no me queda nada en este mundo que me importe. Incluso tú, la hermanita pequeña a la que tanto quería, a quien me hizo prometer que protegería, incluso tú te has contaminado más de lo que esperaba. Deja que te diga que si Áyax levantara la cabeza, volvería derecho a la tumba.

—¡Ni te atrevas a nombrar a mi hermano! —chilló Pandora mientras algo se quebraba en su interior, tal y como Dafne habia predicho.

Se abalanzó sobre ella, con los dedos rígidos emulando unas afiladas zarpas e intentó arrancarle los ojos. Dafne rodó por la arena hasta quedarse bajo el cuerpo de Pandora, quien a duras penas lograba protegerse mientras su rival la encadenaba a los grilletes metálicos. Dafne sabía que solo tenía un segundo para llevar a cabo su plan.

—¡No la toques! ¡Podría descargar más relámpagos! —gritó Creonte agarrando a Pandora desde atrás, alejándola de Dafne a rastras.

Dafne dio la espalda a Creonte y a Pandora que, en esos instantes, forcejeaban. Se cubrió el rostro con los brazos y, fingiendo que se encogía de miedo, transformó su esbelta figura.

—¡Áyax jamás se hubiera enamorado de ella! —gritó Pandora, sumergida en su dolor mientras se oponía a la fuerza de Creonte—. ¡Mi hermano la habría despreciado, lo sé!

Pandora se retorcía entre los brazos musculosos de Creonte, pero el joven aplacaba cada uno de sus intentos de liberarse de él. Dafne no podría haber soñado con una distracción mejor.

—¡No dejes que te confunda, prima! Es una de las elegidas de Afrodita y no es necesario ser un hombre para caer en su influencia. Puede jugar con el corazón de cualquiera con tan solo una mirada —anunció Creonte cuando al fin logró serenar a Pandora.

Creonte guió a su tía hacia la orilla, distanciándola de su preciada captura para mantener una pequeña charla. Cuando los dos estuvieron lo bastante lejos, Dafne aprovechó la oportunidad para completar su metamorfosis y se convirtió en una copia exacta de Pandora, sin que ellos se percataran. Entonces se dio un puñetazo en el ojo y otro en los labios y empezó a rezongar.

—¡Creonte! —llamó Dafne disfrazada de Pandora con voz ronca—. ¿Qué estás haciendo? ¡Aléjate de ella! ¡Es Dafne! ¡Nos ha engañado! ¡No la escuches!

Dafne chilló y aulló hasta que vio a Creonte titubear. De inmediato, el joven agarró a Pandora por el brazo y la condujo de vuelta a la playa, donde Dafne estaba arrodillada.

—¡Mientras rodábamos sobre el suelo! —sollozó Dafne señalando a Pandora con el dedo y haciendo uso de la influencia del cesto—. Se quitó las esposas y me las puso a mí. Es muy fuerte, ¡no tenía ni idea!

—Está mintiendo —tartamudeó Pandora, que trató de soltarse de Creonte, que le apretaba la muñeca con fuerza. Pandora echó un vistazo a su sobrino y a Dafne. Estaba tan atónita y aturdida que no sabía que hacer.

—¡No creas ni una palabra de lo que dice! —exclamó Dafne. Clavó la mirada en Creonte mientras intentaba doblegar su voluntad—. ¡Quiere que la llevemos hasta tu padre, pero no como Dafne, sino enmascarada como Pandora, para estar más cerca de él y así asesinarle! ¡Lleva planeando esto desde el principio y yo he caído de lleno en sus redes! Lo siento mucho, primo. ¡No me imaginaba que fuera tan astuta!

Creonte miró a Pandora con un odio indescriptible. El joven no dudó en dislocarle el brazo y la mujer se derrumbó sobre el suelo entre gritos y dolor. Con una mirada inexpresiva, Creonte extrajo un cuchillo de bronce de su cinturón y degolló a Pandora, rajándole el cuello tan profundamente que a punto estuvo de cortarle la cabeza de cuajo. Murió antes de que la sangre empapara la arena de la playa.

Helena planeaba varios metros por encima de Héctor mientras este salía disparado por la puerta para empezar una búsqueda por toda la isla. Había anochecido y la oscuridad se había tornado increíblemente tenebrosa, sobre todo porque la mayor parte de Nantucket no había recuperado aún la electricidad. Además hacía frío. Todos los habitantes estarían encerrados en sus casas, acurrucados frente a la chimenea o encendiendo los generadores eléctricos de emergencia. Los demás estaban convencidos de que Creonte aprovecharía que las calles estaban desérticas para mover el cuerpo de Dafne por toda la isla. Casandra estaba agotada, incapaz de mostrar una visión; así pues, solo les quedaba la opción de adivinar qué podría estar haciendo. Tras una larga y acalorada discusión, todos intuyeron que Creonte abandonaría la isla en helicóptero o avión privado. Lucas protegía a Cástor y a Palas desde el cielo mientras los hermanos cubrían el aeropuerto ubicado en la costa oeste de la isla; Ariadna era la encargada de vigilar el muelle, en la parte noroeste, por si Creonte intentaba escabullirse con Dafne en barco. Héctor optó por algo inesperado. Escogió ir a trote por la costa norte y por la este, un margen de la isla completamente desierto y oscuro; parecía una empresa descabellada y una pérdida de tiempo.

Helena se ofreció voluntaria de inmediato para planear sobre él. Si había aprendido algo en las pocas semanas de entrenamiento era la capacidad de Héctor de meterse en la cabeza de su adversario y adivinar con precisión sus movimientos. Por muy lógica que fuera la estrategia familiar de los Delos, ella confiaba más en el instinto de Héctor, en sus presentimientos acerca de Creonte, que en cualquier plan, por muy bien tramado que estuviera. A la hora de decidir si Helena debía salir de la finca, discutieron acaloradamente, pero, al final, ninguno de los miembros de la casta de Tebas podía negar a una heredera su derecho a buscar a su madre, la cabeza de la casta de Atreo. También ayudó el hecho de saber que Helena volaría en un cielo oscuro como la boca del lobo, de forma que estaría a salvo, a pesar de planear por la parte más peligrosa de la isla. Bajo sus pies, Helena observó a Héctor zambullirse en las olas varias veces. La joven le miraba perpleja. En cada ocasión, Héctor se detenía, extendía las manos y las sumergía en el océano. De repente, salía del agua con aspecto frustrado, incluso decepcionado. Helena sabía que el joven poseía un talento vástago relacionado con el océano. Y, por la forma en que examinaba las olas, como si se comunicara con ellas, supuso que estaba buscando algo en ese océano tan oscuro. De pronto, Helena averiguó por qué había ido a escoger esta ruta dejada de la mano de Dios: buscaba algo dentro del agua, probablemente una embarcación submarina. ¿Para qué molestase en dejar un rastro en el aeropuerto o en el transbordador estás en una isla? Sumergido en la oscuridad nocturna, todo lo que se necesitaba era un bote de remos o un barco diminuto anclado en las aguas más profundas para desplazarse de una costa a otra sin la obligación de declarar absolutamente nada a las autoridades. Incluso podía trasladar a una mujer secuestrada sin levantar sospechas.

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