—Creonte obligó a Pandora a arrastrar a Dafne a esa playa porque tenía la intención de llevársela de la isla en barco, lo cual significa que seguramente iba a reunirse con alguien en el mar. Cuando se den cuenta de que Creonte ha desaparecido, van a venir a buscarle, y cuando no le encuentren, removerán cielo y tierra para dar con Dafne y contigo. Corres un grave peligro, y me da igual si nos resulta duro o insoportable. No estoy dispuesto a quitarte el ojo de encima ni un segundo.
—Bueno, ¿y qué se supone que debemos hacer? —dijo casi entre sollozos, alzando las manos, como si se rindiera. Esto sobrepasaba todos sus límites, física y emocionalmente.
—Vamos —dijo Lucas cogiéndola de la mano para sacarla del salón. Todos se giraron para mirarlos, pero estaban tan afligidos que apenas prestaron atención al arrebato emocional de Helena.
—Voy a llevarla a casa y me quedaré allí para vigilarla —le dijo Lucas a Ariadna, que lloraba en silencio en una silla.
En cuanto cruzaron el umbral, saltaron al mismo tiempo hacia la bóveda nocturna.
La bocanada de aire fresco hizo que Helena enseguida se desprendiera de su confusión, y se diera cuenta de que si bien para ella había sido un día muy duro, para Lucas había sido mucho peor que eso. Era el momento de dejar de compadecerse de sí misma y prestarle toda la atención a él.
Al cabo de un instante, la pareja aterrizó sobre el mirador de Helena. Lucas, tras soltarla de la mano, se giró hacia ella con una expresión vacía.
—Entra. Yo estaré bien aquí arriba —murmuró.
Helena dio un paso hacia delante, acercándose a él, pero el joven negó con la cabeza.
—No puedo entrar —musitó—. Ya he perdido demasiado hoy. No tengo fuerzas.
—Lo sé —admitió Helena—. Lo siento mucho, Lucas.
Helena le rodeó con los brazos con el único deseo de consolarle. Se abrazó a él, sirviéndole como punto de apoyo y no le soltó hasta estar segura de que podía mantenerse de pie por sí solo otra vez. Él se apartó con una tímida sonrisa, haciéndole saber que estaba mucho mejor.
—Espera aquí un segundo. Tengo que decirle a mi padre que estoy en casa.
—No voy a ir a ningún sitio —prometió Lucas.
Helena voló hasta el jardín delantero y advirtió que el coche de Kate seguía aparcado en la entrada de la casa. Aterrizó y se dirigió hasta la puerta principal, aunque no tenía la menor idea de qué diría o qué haría. Encontró a su padre durmiendo en el sofá del salón y decidió sentarse junto a él. Después le sacudió con ternura para despertarle. Jerry pareció aliviado durante dos segundos, pero en cuanto se incorporó soltó un suspiro, mostrando así su decepción.
—No sabes por lo que me has hecho pasar, ¿verdad? —le preguntó con el corazón roto. Helena se sentía tan culpable que no podía ni mirarle a los ojos, así que tan solo asintió con la cabeza—. Ya puedes empezar a explicarme qué ha sucedido.
Helena pensó en todas las personas de su vida que ya habían averiguado quién era realmente y, por un momento, consideró la idea de revelarle a su padre toda la verdad. Pero si abría la caja de Pandora también tendría que desvelarle que Dafne había regresado y no tenía fuerzas para contárselo. No después de haberle liberado al fin de su vínculo antinatural con su madre. Por primera vez desde hacía casi dos décadas, a Jerry se le presentaba la oportunidad de tener una vida real, de compartirla con una mujer que de verdad le amaba. Helena no podía estropear todo eso.
—No puedo, papá. Al menos no por ahora. Supongo que podría inventarme una excusa, pero eso sería mentirte —reconoció Helena mientras se frotaba la cara con las manos—. Y no quiero engañarte.
—¿Así van a ser las cosas entre nosotros a partir de ahora? ¿Sin confianza, sin comunicación, sin respeto?
—No papá, no digas eso —rogó Helena sacudiendo la cabeza con agotamiento y, por primera vez, mirando a su padre a los ojos.
—Ya sabes que he pasado por esto antes —dijo Jerry en voz baja—. He pasado noches en vela esperando, aquí, en este sofá, a que alguien volviera a casa. Y ella nunca regresó. No estoy dispuesto a volverlo a hacer, Helena.
—De acuerdo —le contestó la chica, tras distinguir una chispa en su padre que nunca había visto antes—. No quiero que malgastes ni un segundo más de tu vida esperando a alguien, ni siquiera a mí. Mi vida es una locura ahora mismo y no puedo prometerte que no volveré a desaparecer sin más, pero te juro que siempre volveré. No voy a abandonarte, papá. Nunca.
—Sé que no lo harás —confesó Jerry, como si acabara de darse cuenta de ello. Respiró hondamente y se quedó sentado en silencio, taciturno—. Bueno, siempre supe que eras diferente y que, un día u otro, te darías cuenta. Supongo que esa es la única explicación que puedes darme, ¿verdad?
—Por ahora sí —confirmó Helena con una cálida sonrisa. Sin duda, era el mejor padre que podría tener.
—¿Serviría de algo castigarte? —preguntó con un brillo cómico mientras se levantaba y se desperezaba.
—Seguramente no —se rió Helena.
La joven se levantó y abrazó a su padre. Él le correspondió el abrazo y la perdonó. Quería demostrarle que la aceptaba tal y como era, con su insomnio y sus demás rarezas. Subieron las escaleras juntos. De repente, a Helena se le pasó una idea muy feliz por la cabeza.
—¿Te vas a la cama? —preguntó mirándole por encima del hombro con una expresión traviesa. Él asintió con la cabeza y Helena continuó—: He visto el coche de Kate aparcado fuera. ¿Está en tu habitación?
—Así es —dijo entrecerrando los ojos y frunciendo la boca—. Por eso estaba durmiendo en el sofá.
—Tú hoy no duermes en el sofá —observó Helena con aire inocente.
Jerry se detuvo delante de la puerta de su habitación y se giró hacia su hija, como si quisiera decirle algo serio.
—¿Te importa?
Helena sabía que si decía que sí, su padre se daría media vuelta y pasaría el resto de la noche solo.
—Papá. Estoy más que encantada, de verdad —confesó. Después se dirigió hacia su habitación y cerró la puerta para hacerle saber que contaba con toda la privacidad que quisiera.
Helena oyó que su padre despertaba a Kate para decirle que todo estaba bien. Cogió la nota que le había dejado sobre el escritorio y la rompió. Salió por la ventana y voló hasta el mirador para reunirse con Lucas.
—¿Lo has oído? —le preguntó al percatarse de la expresión compasiva de Lucas.
—¿Te molesta? —quiso saber mientras sacaba el saco de dormir y lo expandía sobre las tablas de madera para que los dos pudieran sentarse.
—En absoluto —reconoció—. Te lo habría dicho de todas formas. En cierto modo, me da la sensación que todo lo que me pasa no sucede hasta que tú lo sabes.
—Sé a lo que te refieres —murmuró Lucas.
Se sentaron en el borde del mirador, con las piernas colocadas entre las barras de la verja y los pies colgando por debajo.
—Es lunes. El instituto empieza dentro de un rato —dijo Helena—. Supongo que si nos quedamos todos en casa sería un poco sospechoso, ¿no crees?
—Muy sospechoso —puntualizó Lucas—. Además, es más seguro que estés en un sitio público. Los Cien Primos no te atacarán delante de testigos mortales.
—¿Y a ti? —preguntó Helena sin apartar la vista de sus manos—. ¿Van a venir a por ti y a por tu familia?
—No lo sé —contestó Lucas con aire cansado—, pero, hagan lo que hagan, saben perfectamente que si matan a alguien de su familia se convertirán en parias, y cuantos más parias haya, más lejos estarán de alcanzar la Atlántida. Creo que centrarán todos sus esfuerzos en Dafne… y en ti.
Helena asintió con la cabeza y consideró la idea de seguir haciendo más preguntas o no.
—Y mañana… ¿Qué tengo que decir si alguien me pregunta por Héctor? ¿O por Pandora? —dijo Helena, a sabiendas de que cada vez que pronunciaba sus nombres hería un poco más a Lucas.
—Pandora volvió a Europa para estudiar Arte en París —informó Lucas entre murmullos—. Y Héctor está en casa, recuperándose de una gripe horrible. Diremos eso hasta que podamos coordinar un plan con tu madre.
—No me fío de mi madre —reveló Helena mientras contemplaba el amanecer.
—Casandra tampoco —replicó Lucas sin mirarla—. Intuye que Dafne esconde algo.
—¿Crees que es peligrosa?
—Opino que está cien por cien comprometida con una causa: liberar a los granujas y a los parias —respondió escogiendo las palabras con sumo cuidado—. Mientras no olvidemos ese detalle, no creo que haya razones para desconfiar de ella. Desde luego, no ha mentido.
Helena asintió, aceptando la interpretación de Lucas.
—Tengo demasiados problemas y no puedo pensar con claridad.
—Eso es lo curioso de ser un vástago —añadió Lucas, sonriendo al alba, que mostraba un abanico de colores cálidos—: Nuestras peleas pueden hacer tambalear los cimientos del mundo, pero, a nuestro parecer, son solo disputas familiares. Y nadie actúa con sensatez cuando se trata de su familia.
Helena le devolvió la sonrisa, atónita una vez más por lo perspicaz que era. En ese instante tuvo que controlarse, pues recordó la importancia de mantener las distancias con Lucas. Apartó la mirada y se obligó a ponerse en pie.
—¿Estarás bien? —le preguntó Helena.
Lucas no respondió, sino que se limitó a dedicarle una sonrisa mientras asentía con la cabeza. Después desvió la mirada de nuevo hacia el horizonte.
—Buenos días, Lucas —dijo con un tono suave y triste mientras se alejaba del mirador.
—Buenos días, Helena —respondió, conteniéndose las ganas de girarse para contemplarla.
Helena, predilecta de la diosa del amor, bajó las escaleras para deslizarse en su cama vacía, mientras Lucas, hijo del Sol, se recostaba sobre los codos para observar al astro dios iluminar las tablas vacías del mirador de su amada.
FIN