—Mañana, en cuanto me levante, vendré a verte —prometió rozando sus labios con los de Helena—. Después iremos a mi casa y se lo explicaremos todo a mi familia. Juntos.
—De acuerdo. Todavía tenemos que defender nuestra causa —añadió Helena.
Abrazándose, la pareja se besó durante unos instantes, aprovechando cada segundo antes de que la tormenta descargara sobre la isla. Al final, Lucas se apartó. Escudriñó cada sombra que le pareció sospechosa y le dijo a Helena que se apresurara hacia la casa. La oscuridad nocturna reinaba en el ambiente y el muchacho no estaba dispuesto a dejarla desprotegida ni un solo momento. Corrió hacia el interior y cerró la puerta principal tras ella, asomándose por la ventana justo a tiempo para ver a Lucas alzar el vuelo. Al entrar en el comedor, la joven llamó a su padre.
—Jerry no está aquí, Helena —anunció una voz femenina detrás de ella.
Se dio media vuelta, invocando un relámpago simultáneamente, pero la desconocida la sujetó con firmeza por las muñecas y sacudió la cabeza.
—Eso no funcionará conmigo —dijo.
Una suerte de líneas de electricidad estática danzaban delante de su rostro impecable y perfecto, alborotándole su cabellera rubia y larga y dibujando unos círculos en las pupilas de sus ojos cálidos y marrones.
—Oh, Dios mío —dijo Helena al distinguir un collar idéntico al suyo, con el mismo colgante en forma de corazón posándose en la diminuta concavidad bajo la garganta de su atacante.
La desconocida arrebató el collar a Helena con una mano y, con la otra, le clavó una aguja en el cuello. La jovencita notó cómo sus músculos se debilitaban y dejaban de responder a sus órdenes. El mundo entero se desvaneció a sus pies, convirtiéndose en una neblina grisácea y pálida. Aunque se esforzaba por distinguir las siluetas de los objetos que la rodeaban, lo único que veía eran garabatos luminosos que serpenteaban tras sus párpados. Estaba perdiendo la conciencia a una velocidad estratosférica, de modo que Helena enseguida reconoció que se trataba de alguna sustancia muy poderosa, o incluso letal. Antes de sumirse en un sueño profundo, sintió como su atacante lograba sostener su cuerpo cuando se desmayó. Helena no podía moverse, ni ver, pero durante un instante pudo escuchar.
—Mi dulce pequeña —susurró la desconocida.
Entonces Helena no sintió nada más, ni siquiera pesadillas.
Lucas estaba a medio camino de su casa cuando una ráfaga de viento intentó aplastarlo contra el suelo al mismo tiempo que el cielo empezaba a destellar con los primeros relámpagos. De inmediato, aterrizó en tierra firme y continúo el resto del camino a pie, puesto que si seguía en el aire corría el peligro de morir electrocutado o aplastado. Se preguntaba si Helena era capaz de volar entre relámpagos y, aún mejor, si podía controlarlos para que él pudiera planear con ella en una tormenta, en caso de que la situación se produjera. «Volar entre nubes iluminadas por rayos sería precioso», pensó mientras cruzaba el garaje para adentrarse en la cocina.
En cuanto abrió la puerta se detuvo en seco en el umbral, pues tuvo la sensación de que algo andaba mal. —¿No has traído a Helena contigo? —preguntó con nerviosismo Casandra.
Él se quedó petrificado junto a la puerta—. Habría jurado que los había visto juntos hoy.
Lucas miró a su alrededor y distinguió a Jerry y a Kate junto al prometido pastel de cumpleaños, con sus velas sin encender. Vio a Claire, que estaba sentada junto a Jasón con los ojos como platos.
—Acabo de dejarla en casa. Pensaba que vosotros estabais esperándola —anunció dirigiéndose a Kate y a Jerry.
Lucas salió raudo de la cocina, serpenteó entre la multitud de coches aparcados en el garaje y arrancó la puerta exterior, desprendiéndola de sus bisagras, antes de saltar hacia el cielo enfurecido. Jasón dio un brinco de varios metros de altura y abordó a su primo en el aire para arrastrarle al suelo. No le resultó complicado inmovilizar el cuerpo ingrávido de Lucas en tierra firme.
—Lo siento, pero la tormenta es demasiado peligrosa. Esta noche viajaremos en coche —dijo Jasón.
—¡Había alguien esperándola dentro de casa! —gritó Lucas, que enseguida adoptó su estado sólido para empujar a Jasón.
—¡Ya lo sabemos, idiota! Esta tarde, mientras tenías tu teléfono apagado, Cassie vaticinó que Creonte regresaría a la isla —informó Jasón, pegándose a su primo para asegurarse de que no volvía a cambiar de estado y se escapaba volando—. ¡Pero Creonte no es el que está en su casa!
—Entonces, ¿quién es? —preguntó visiblemente más calmado.
Lucas y Jasón se levantaron del suelo y esperaron a que Héctor arrancara su todoterreno.
—Casandra lleva todo el día viendo imágenes borrosas, pero no ha logrado darles sentido. Una de las cosas que ha visto es una mujer que seguía muy de cerca a Creonte al llegar a la isla. Tiene la extraña costumbre de colocarse el cabello detrás de la oreja con el dedo meñique —empezó Jasón.
Héctor puso en marcha el vehículo. Lucas y Jasón subieron de un salto. En cuanto el todoterreno aceleró, inmiscuyéndose entre ráfagas de viento y lluvia torrencial, ambos se acomodaron en el asiento trasero del coche.
—Entonces Cass empezó a distinguir pequeñas imágenes de varias mujeres distintas una y otra vez —continúo Jasón—. No entendíamos por qué estaba teniendo visiones de mujeres que no reconocía y que, por lo visto, no guardaban ningún tipo de relación entre ellas. Tardó un poco, pero al final Cass cayó en la cuenta de que todas se recogían el cabello de la misma forma, como si se tratara de un tic nervioso. Gracias a ese detalle, tu hermana se percató de que todas eran la misma persona, y la visión más persistente que se le aparecía era la de esa mujer esperando a Helena en su casa, como si realmente viviera allí.
—La desconocida entró en casa de Helena con su propia llave, sin forzar ninguna cerradura, y encendió el televisor como si lo hubiera hecho un millón de veces, así que, en un principio, Cass no creyó que supusiera peligro alguno. Pensábamos que, seguramente, sería algún familiar que Helena nunca había mencionado, ¿sabes? —continuó Héctor—. Sin embargo, cuando tu hermana te vio aparecer por la puerta de casa a solas, ató todos los cabos sueltos y adivinó que la persona que había visto durante todo el día era la que había atacado a Helena. Intentamos contactar contigo por teléfono…
—Pero tenía el teléfono apagado —acabó Lucas, como si fuera una maldición—. ¿Qué aspecto tenía la mujer que esperaba a Helena? —preguntó con cierta urgencia, para componer una imagen mental de la amenaza—. ¿Es la morena? ¿O la anciana que atacó a Kate?
—Ninguna de las dos. Casandra dijo que era increíblemente hermosa. Como Helena —contestó Jasón.
—No solo tan hermosa como Helena; lo estás explicando mal, tonto —interrumpió Héctor, que zigzagueaba entre el tráfico como un loco, saltándose los semáforos en rojo y adelantando en línea continua—. Cassie comentó que esta mujer se parecía muchísimo a Helena. Pero sea quien sea, Cass está segura de que no está del lado de Creonte. De hecho, él no sabe que le están siguiendo, lo cual no sé si es bueno para nosotros.
—¿Por qué diablos nadie estaba vigilando la casa? —gritó Lucas desesperado, demasiado molesto como para pensar en el significado de la visión de Casandra.
—Es culpa mía —admitió Héctor y, antes de que su hermano pequeño pudiera rebatirle, continuó—: Cierra el pico, Jase. Yo fui el que la dejó irse a casa sola después del entrenamiento. Esa fue mi decisión y la tomé aunque algo me decía que me estaba equivocando.
Lucas quería arrancarle de cuajo la cara a Héctor por asumir la culpa cuando él sabía perfectamente de quién era. Tendría que haber revisado el teléfono, debería haber comprobado que la casa estaba en orden, tendría que haberse preocupado más por la seguridad de Helena en vez de fijarse en lo suave que era su piel. Se frotó el rostro con ambas manos y se obligó a respirar profundamente varias veces. No tenía otra opción que confiar en que Héctor llegaría a casa de los Hamilton a tiempo. Una vez allí, Lucas tenía que estar concentrado y preparado para combatir lo que se encontraran. Si quería resultar útil, lo mejor que podía hacer era cerrar el pico y procurar tranquilizarse.
Cuando llegaron, la televisión y las luces estaban apagadas y la puerta principal estaba cerrada con llave. Lucas planeó hasta la ventana de la habitación de Helena, ya que sabía que ella siempre olvidaba echarle el pestillo. Una vez dentro, corrió escaleras abajo para abrir la puerta y permitir así que los demás pudieran entrar. Todo estaba en su lugar, como si no hubiera sucedido nada extraño, como si Helena no hubiera opuesto resistencia.
—Seguramente conocía a la mujer y se fue con ella por propia voluntad —propuso Héctor, haciendo revolotear las manos—. Es la única razón que explica que esta casa no se haya derretido.
—A menos que la persona que la haya secuestrado sea tan poderosa como ella —añadió Jasón.
—¿De qué estás hablando? —preguntó Héctor con sorna—. Helena está hecha un monstruo. Me da lo mismo lo malvada que sea su hermana gemela, nadie es tan poderosa como ella.
—Hermana gemela —repitió Lucas, meditabundo—. Podría ser así de sencillo. Los mismos talentos, la misma fuerza y mucha más experiencia.
Los hermanos Delos le miraron extrañados cuando Lucas decidió arrodillarse para inspeccionar el suelo del vestíbulo. Alargó el brazo bajo una mesita auxiliar colocada junto al sofá y recogió una aguja hipodérmica vacía.
—Esto descarta la posibilidad de que Helena se fuera por su propia voluntad. Fuera quien fuera, venía preparada. Y debía de estar informada de lo del cesto, puesto que, de lo contrario, jamás podría haber penetrado la piel de Helena —aclaró Lucas, que apenas podía respirar.
Entregó la aguja a Jasón y volvió a agacharse para revisar el suelo una vez más, por si no había visto algo. Cuando al fin se aseguró de que no quedaba ningún otro objeto sospechoso allí, alzó la mirada, pero sin dirigirla a sus primos, y se quedó pensativo unos instantes. Entonces se acercó a los ventanales del comedor y contempló la tormenta embravecida que caía sobre la isla. Lucas distinguió un riachuelo de lodo que chapoteaba desde el jardín hasta la alcantarilla de la calle. En ese instante cayó en la cuenta de que cualquier rastro que hubiera podido dejar Helena a estas alturas ya habría desaparecido.
—¿Había algo más en la visión de Casandra? —preguntó Lucas, esperanzado.
—Lo último que vaticinó fue que Helena estaría a salvo al menos hasta mañana por la mañana —respondió Jasón, que meneó la cabeza algo indeciso—. Casandra tuvo la fugaz percepción de ver a Helena detrás de una ventana de lo que parecía algún tipo de hotel en Nantucket, pero no estaba del todo segura.
—Es posible que Cass haya visto algo más —dijo Héctor con todo el optimismo que pudo. Extrajo su teléfono y trató de marcar un número, pero la señal de «sin cobertura» parpadeaba en su pantalla—. Comprobad vuestros teléfonos —ordenó a sus primos.
Tampoco sus teléfonos estaban operativos.
Lucas corrió hacia la cocina y revisó la línea telefónica: no daba señal. Cuando volvió a reunirse con sus primos en el vestíbulo, todas las luces se apagaron de golpe. Jasón se asomó por la ventana y escudriñó todas las casas del vecindario.
—Toda la calle está sin luz —informó—. Y los rayos se acercan peligrosamente, así que supongo que estaremos aquí atrapados durante un buen rato.
—Vosotros dos quedaos aquí por si Helena consigue escaparse y regresa a casa —dijo Lucas, que caminó hacia la puerta.
—¿Dónde demonios crees que vas? —exigió Héctor, agarrando a Lucas por el hombro e intentando frenarle.
—No lo hagas —avisó Lucas en voz baja. Ambos se quedaban mirándose con aire desafiante hasta que Héctor cedió y apartó la mano del hombro de su primo.
—Por favor, mantente alejado del cielo —le advirtió—. No le servirás de nada si estás muerto.
Lucas caminó a zancadas por el jardín y avanzó bajo la oscura tormenta sin articular una respuesta. Se sentía frustrado por no poder volar, y además no sabía por dónde empezar a buscar. Si pudiera alcanzar el estado ingrávido, podría ver el panorama desde una perspectiva más amplia, orientarse con más facilidad y buscar algo sospechoso, pero la tormenta le obligaba a mantenerse en tierra firme. De repente se le ocurrió algo: si él hubiera drogado a una chica a la que la mayoría de los residentes de una diminuta isla conocían, por lo menos, de vista, lo primero que hubiera hecho sería salir de esa isla lo antes posible; sin embargo, por otro lado, que él no pudiera alzar el vuelo, implicaba que el espacio aéreo Nantucket isla estaba cerrado. La única forma de sacar a Helena de esta isla sería por barco y, aún así, era arriesgado. Zarpar en estas condiciones sería un suicidio.
Corrió a toda prisa hasta el muelle, donde se enteró de que el último transbordador había zarpado una hora antes y que el guardacostas había suspendido de manera oficial todos los viajes de la isla, tanto por mar como por cielo, hasta que la tormenta amainara. Nueva Inglaterra iba a sufrir la furia de una tempestad esa noche y, por lo visto, el infranqueable temporal duraría al menos hasta el día siguiente. Lucas se relajó un poco al escucharlo. Había dejado a Helena en su casa hacía menos de una hora, después de que el transbordador ya hubiera zarpado, así que las posibilidades de que ella estuviera en la isla eran muy altas. Con un poco de suerte estaría en un hotel y relativamente a salvo.
Lucas pasó varias horas en vano merodeando por las callejuelas de la isla, entrando en cada hotel, en cada pensión y hostal que había cerca del transbordador preguntando si dos mujeres se habían registrado en su recepción. Desafortunadamente, aunque muchos turistas se habían quedado encallados en Nantucket y llenaban las habitaciones de los hoteles por la tormenta, ninguno de ellos encajaba con la descripción de Helena. Lucas sabía que era inútil. Ningún vástago era tan estúpido de registrarse en un hotel con una chica inconsciente a su lado. La persona que se había llevado a Helena podía haber irrumpido en cualquier lugar, o incluso sobornar al recepcionista, pero jamás hubiera dejado un rastro tan claro. Daba vueltas en vano, pero, sin embargo, no era capaz de rendirse. Al fin, volvió a casa y, tras enterarse de la última visión de Casandra, volvió a correr hacia la tormenta antes de que su padre pudiera discutirle la decisión.
El viento tenía tanta fuerza que incluso derribaba árboles y tumbaba partes de la recia arquitectura de Nantucket. Incluso Lucas, con lo fuerte que era, tenía que adoptar su estado más sólido para permanecer anclado al suelo. Al mismo tiempo, la pintura de las casas se desconchaba y salía volando por la calle. Los escombros que arrastraba el viento le rozaban y le rasgaban el rostro, y la lluvia, que caía de lado, se le clavaba en los ojos. Deambuló por todos los hoteles, posadas y tabernas que se le ocurrían, escudriñando cada ventana con su visión de águila, capaz de ver incluso con el resplandor más tenue.