—Nosotros juntos podemos hacer todo eso, ¿verdad? —preguntó Helena, que se quedó casi sin aliento, al darse cuenta de que los dos habían utilizado el pronombre «nosotros». De pronto, le vino a la cabeza una idea menos agradable—: Has estado haciendo esto durante bastante tiempo ¿no? Explorar otros continentes para matar los ratos muertos.
—Sí.
—¿Siempre solo? —Si no hay opción, podemos llevar en volandas a alguien, siempre y cuando la distancia sea corta, pero es agotador. Lo más sencillo es ir caminando, aunque tengas que cargar con ellos.
Procuraba parecer alegre y desenfadado, pero su rostro se había oscurecido súbitamente. Helena le miró, intentando adivinar la emoción de transportarse hasta el museo del Louvre en París y contemplar la Mona Lisa, en vez de conformarse con ver el retrato en el libro, pero estaba claro que jamás conocería esa sensación hasta que no la experimentara por sí misma. Adivinó la soledad que hasta entonces había sufrido Lucas. Él no había conocido otro vástago que tuviera el don de volar, lo cual significaba que había estado aislado en muchos sentidos, hasta que la conoció.
—Todavía nos queda mucho tiempo para ver el mundo, pero, por ahora, es mejor que no salgas de esta isla. Y puesto que no puedo pedirte que hagas algo que ni yo mismo estaría dispuesto a hacer, te prometo que no abandonaré la isla sin ti. Lo juro.
—Sí, claro —dijo Helena carcajeándose. La joven trató de soltarse de la mano de Lucas, pero el muchacho no lo permitió.
—Lo digo en serio —insistió acercándose peligrosamente a ella; solo unos milímetros los separaban—. Además, hay otra razón por la que quiero que te quedes en la isla, sobre todo cuando no estoy contigo. Mi familia no puede protegerte si no puede localizarte. No debes olvidar que esas mujeres aún están por aquí. Y no me cabe la menor duda de que Creonte volverá por ti…
Al mencionar ese nombre, a elle le volvió todo a la memoria. Había intentado asesinarla y estuvo a punto de conseguirlo. La vertiginosa oscuridad ya había sido una experiencia horripilante, pero, para colmo, le había obligado a utilizar su energía eléctrica, lo cual le había devuelto un recuerdo nauseabundo a la memoria.
—¿Helena? —Le rozó la mejilla—. Siento haberle nombrado, pero sabes que tengo que hacerlo.
—Lo sé, Lucas, no es eso —empezó, hizo una breve pausa para recapacitar y preguntó—. ¿Crees que mis rayos son peligrosos?
—Mucho —respondió con seriedad—. Pero solo si no aprendes a usarlos.
—¡No quiero utilizarlos! ¡Quiero olvidarme de ellos otra vez! —Helena, no tienes que volver a huir de ti nunca más —le aconsejó con el ceño fruncido—. Mira, en parte es por mi culpa. Debería haberte contado lo de la electricidad antes, pero estaba convencido de que evitabas el tema por alguna razón, que lo reprimías. Lo que realmente deseaba es que lo descubrieras por ti misma y que quisieras aprender a desarrollar ese talento, tal y como has hecho con tu capacidad para volar.
—Lucas, yo… —empezó, negando con la cabeza—. Creo que maté a un hombre utilizando mi energía y, aunque estuviera intentando hacerme daño, todavía me aterra.
—No puedes tener miedo de tu poder, Helena —respondió él con amabilidad—. Eres la más fuerte de todos nosotros, pero esa fuerza no servirá para nada hasta que la domines.
—Pero he pasado la vida aterrorizada de utilizarla —respondió Helena con voz asfixiada al recordar los retortijones.
—Soy consiente de que te estoy pidiendo que olvides años de adaptación, y probablemente no ocurra de la noche a la mañana, pero tiene que suceder, y tienes que ser tú la que decida que ocurra. Eres el vástago con más talentos que jamás he conocido —la alabó Lucas mientras meneaba la cabeza, como si no supiera explicarse—. De veras, Helena, no puedes verte con los mismos ojos que yo, pero si pudieras, te quedarías sin palabras. Ha llegado el momento de que dejes de temer todo aquello que puedes hacer y, sin duda, es el momento de empezar a utilizar tus talentos cada vez que entrenas, en especial tu capacidad de energía.
—¿Cómo se supone que tengo que hacerlo sin freír a alguien? Asumo que no tienes un garaje repleto de pararrayos, ¿verdad? —bromeó, algo aturullada por el cumplido de Lucas. Se percató de que Lucas la consideraba muy poderosa, pero, más importante aún, de que parecía estar encantado.
—Aún no me he ocupado de los detalles —respondió con una amplia sonrisa—, pero ya se me ocurrirá algo.
Cuando llegaron a casa, era la hora de cenar. Helena se alegró muchísimo de que Claire siguiera allí, sentada a la mesa de la cocina a la espera de comer con el resto de la familia. Su mejor amiga charlaba con los mellizos sobre un proyecto que tenían que entregar al día siguiente por la mañana para una de sus clases avanzadas, y solo se calló para saludar efusivamente a Helena cuando esta y Lucas aparecieron por la puerta de la cocina.
Como de costumbre, la cocina esta abarrotada. Palas y Cástor merodeaban cerca de la encimera, hambrientos y abrasándose las lenguas cada vez que sumergían un dedo en una olla para probar los manjares de Noel estaba preparando, pero eso no los detenía. Pandora y Héctor bromeaban junto al fregadero, desternillándose de risa y soltando idénticas carcajadas al intentar comprobar quién era mejor lanzando una uva al aire y pescándola con la boca abierta. La pobre Noel podía apenas moverse sin tropezarse con alguno de sus hijos, invitados, marido, cuñado, sobrina, sobrino. Además, otra vez, al parecer nadie estaba dispuesto a echarle una mano.
—Sabes que soy buena cocinera ¿verdad? ¿Debería ayudar a tu madre? —le preguntó Helena a Lucas con cierta vergüenza.
—¿Estas de broma? A mi madre le encanta todo esto. A veces creo que está esperando a que nos casemos y nos mudemos para montar su propio restaurante —contestó Lucas, aunque Helena no estaba muy convencida— . ¡Te lo digo en serio! El otro día le estaba contando a mi padre que quiere celebrar una cena e invitar a media isla. Está como una cabra.
—Aquí estás querida —saludó Noel a Helena cuando alzó la vista, como si hubiera estado preocupadísima por su paradero. Después volvió a girarse hacia los hornillos y empezó a hablar para sí—: Necesitará más cantidad. De repente está tan delgada… El padre no tiene la menor idea de quién es su hija, así que no la está alimentando apropiadamente y ¡Kate está tan preocupada! A ver, ¿dónde está Cassie?
Noel estaba farfullando para sí, pero Helena podía escuchar cada palabra. No sabía si la madre de Lucas había perdido un tornillo a causa del estrés, si se había acostumbrado a hablar en voz alta cuando la cocina estaba llena o si quería intencionadamente que Helena escuchara sus palabras. Noel se llenó los pulmones de oxígeno y llamó a gritos a Cassandra.
—¡Empezad sin mí! ¡Estoy ocupada!
Helena y Claire intercambiaron una mirada de asombro que se convirtió en una sonrisa cálida. Las dos habían sido hijas únicas y jamás les habían permitido gritar dentro de la casa. Juntas, habían soñado criar una familia numerosa y vivir e una casa gigantesca donde pasaban cosas cada dos por tres; en ese momento, reconocieron ese recuerdo de la infancia en la mirada de la casa. Los constantes chillidos podían resultar algo agobiantes, pero debían admitir que allí se sentían como en casa.
—Hec… Jas… Cástor ¡Lucas! —llamó Noel mientras miraba fijamente a su hijo incapaz de llamarle por su nombre—. Arrastra a tu hermana hasta aquí. Esta noche tenemos invitados.
Lucas obedeció a su madre sin rechistar y regresó con una Cassandra rezongona sobre el hombro.
—¡Pero los veo todos los días! —protestó la chica cuando Lucas la dejó en el suelo, al lado de Helena.
—Son ordenes de mamá —respondió su hermano mayor que se encogió de hombros, como si se disculpara. Al parecer, no había discusión sobre eso, puesto que Cassandra puso los ojos en blanco y se sentó a la mesa sin decir una palabra más.
—Hola —saludó a Helena un poco ofendida—. ¿Comes mucho ajo?
—No. ¿Por qué? ¿Me huele el aliento? —respondió Helena, algo insegura. Acto seguida se ruborizó al pensar que habría asfixiado a Lucas todo el día con un aliento a tigre.
—En absoluto. Solo intento adivinar por qué eres inmune a las armas —explicó. Alzó un libro que hasta entonces mantenía entre las manos y lo enseñó a espaldas de Noel—. Estoy intentando resolver un problema, ¿eh? —dijo en voz alta con la evidente intención de que su madre la escuchara. Sin embargo, Noel siguió concentrada en la cocina.
—Yo también he consultado algunas cosas —añadió Héctor, que tenía las manos apoyadas en la nuca; su postura parecía contradecir sus palabras.
—Tú preocúpate de enseñarle a defenderse sola, que yo me ocuparé de las investigaciones —replicó Cassandra con tono resignado mientras abría el libro y empezaba a hojearlo. Héctor esbozó una sonrisita, contento de estar libre de culpa.
Cástor, Palas y Cassandra interrogaron a Helena con el objetivo de averiguar sus diferentes hábitos; tipo de comida, rutinas diarias e incluso las oraciones que su madre le había enseñado a rezar antes de irse a dormir. Ninguna de sus respuestas dejaba entrever una pista, así que cuando Noel sirvió la cena, el trío se rindió.
La cena estaba deliciosa. Muy muy deliciosa. Helena engulló la comida como si hiciera semanas que no probaba bocado, y no dejaba de tragar un vaso de agua detrás de otro. Estaba tan deshidratada que hasta lograba notar el agua fresca dispersarse por su sistema, gota a gota, humedeciendo los tejidos que absorbían el líquido como un trapo seco. En cierto momento se sintió algo culpable por devorar la comida como una glotona, así que se obligó a dejar el tenedor y el cuchillo encima de la mesa; sin embargo, Noel le lanzó una mirada afilada y le preguntó si no le gustaba la comida. Helena farfulló una disculpa y con mucho gusto continuó zampando.
Después de cenar, Lucas la llevó en coche a su casa, lo cual era una pérdida de tiempo, y de gasolina, pero tenían que hacer algo para evitar que Jerry empezara a preguntarse cómo era capaz su hija de viajar alrededor de toda la isla en tan poco tiempo.
—No me gusta dejarte aquí sola —dijo Lucas, escudriñando cada sombra y cada rincón del jardín.
—Estaré bien —mintió Helena. De hecho, ahora que había oscurecido lo último que deseaba era que Lucas se alejara de ella, pero con su padre en casa no le quedaba otra opción que separarse de él.
—Regresaré dentro de una hora, más o menos —anunció el joven cuando ella se apeó del coche. Helena cerró la puerta de golpe, pero se quedó vacilante delante de la ventanilla—. ¿Qué ocurre? —preguntó Lucas.
—¡Me siento fatal, Lucas! Es otoño y tú y tus primos estáis durmiendo al aire libre en plena noche. Es inaceptable.
—No tenemos elección. No podemos dejarte aquí, desprotegida, hasta que seas capaz de luchar.
—No pienso permitirlo un día más —decidió Helena, deslizándose el pelo detrás de la oreja y cruzándose de brazos con tesón—. Vas a tener que quedarte en mi habitación.
—Porque eso es muy relajante —replicó Lucas con sarcasmo—. Apenas puedo pegar ojo por la noche. Confía en mí, dormiré mejor en tu tejado. —No —insistió Helena, manteniéndose en sus trece, aunque la idea de que Lucas durmiera en su cama otra vez la ponía muy nerviosa—. O entras, o no pasas la noche por aquí cerca.
Lucas alzó la vista.
—Ya idearemos algo cuando vuelva, ¿de acuerdo?
Helena aceptó a regañadientes y se dirigió hacia su casa.
Después de un larguísimo bostezo, su padre intentó preguntarle sobre su fin de semana, pero tras haber trabajado turnos dobles durante dos días seguidos apenas era capaz de mantener abiertos los ojos, así que Helena le envió a dormir prometiéndole que ella se encargaría del desayuno por la mañana. Jerry roncaba como un lirón antes de que a Helena le hubiera dado tiempo de cepillarse los dientes. Cuando hubo acabado sus quehaceres en el cuarto de baño se vistió con unos calzoncillos de su padre y una camiseta de algodón ancha con cuello V, pensando que Lucas apreciaría su intento de taparse un poquito más. Después se dirigió hacia el armario de la ropa blanca para buscar un colchón inflable que le habían regalado a su padre por su cumpleaños, hacia ya tiempo.
En el fondo del armario descubrió una caja sin estrenar, llena de polvo, y la llevó a su habitación. Helena se sentó en el suelo, la abrió y sacó todo lo que guardaba en su interior. Mientras trataba de encontrar instrucciones, oyó un golpecito muy suave. Sonrió involuntariamente y, con la mano, indicó a Lucas que entrara por la ventana, que no tenía el pestillo echado. Cuando le miró, la joven se maravilló ante el aspecto tan encantador que lucía Lucas mientras planeaba enfrente de su ventana. No le cabía la menor duda de que ella no desprendía esa elegancia cuando volaba.
—¿Ese quebrantavértebras es para mí? —susurró con una tierna sonrisa señalando el colchón inflable.
—Eh, sí no te gusta siempre puedes dormir conmigo en mi cama —murmuró Helena, haciendo ver que empacaba en la caja.
—No, es perfecto —recapacitó Lucas, quien enseguida le impidió que recogiera el colchón sujetándola por las manos. El muchacho la abrazó como si hubiera pasando cuarenta días sin verse en vez de cuarenta minutos, y le dedicó una sonrisa de oreja a oreja antes de rozarle la mejilla con su rostro.
—¡Necesitas un afeitado urgente! —exclamó Helena, retorciéndose por el tacto áspero de su barba. Como respuesta, Lucas emitió un chasquido y centró toda su atención en el colchón.
—Pensaba dormir en el sofá del salón —comentó algo titubeante, inseguro de cuál sería la mejor opción.
—Mi padre…
—No podrá bajar las escaleras lo bastante rápido como para pillarme.
—¿Y si no lo oyes y no consiguieras salir a tiempo? Jamás podría darle una explicación creíble —rebatió Helena.
—Mejor eso que la alternativa —contrarrestó el joven echando otro vistazo al colchón—. Mira, estoy a gusto en el tejado, Helena. De veras, no estoy cómodo durmiendo aquí, contigo. Creo que será un error.
A pesar de lo culpable que se sentía por permitir que Lucas durmiera en el tejado, sabía que esta batalla no la iba a ganar. Ambos arrastraron el colchón inflable hasta el mirador y por fin averiguaron cómo funcionaba. No obstante, Lucas tuvo que leer las instrucciones en español, porque el inglés utilizado era casi incomprensible, lo cual resultó bastante cómico.
—«Insertar boca con propósito de inflación» —susurró Helena, citando una de las frases más extrañas de las instrucciones redactadas en inglés mientras cubría el colchón con sábanas limpias.