Read Predestinados Online

Authors: Josephine Angelini

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Predestinados (35 page)

—Hola —balbuceó Helena con la voz entrecortada, como si acabara de levantarse de un sueño largo y profundo—. ¿Cómo has llegado aquí?

—Cassie vislumbró el ataque de Creonte, pero no logró adivinar dónde tendría lugar porque solo veía oscuridad y penumbra. Me arriesgué —dijo mientras apartaba el cabello de Helena de su rostro y lo empujaba tras el hombro—. Siento haber llegado tarde.

—No pasa nada —respondió. A Helena aún le temblaba la voz de miedo, así que tomó aire para recuperar la tranquilidad.

—Para ser la primera vez, le has hecho papilla. Jamás había visto a Creonte huir de una pelea —comentó Lucas con admiración.

—Te lo dejé en bandeja —replicó Helena, que no pudo resistirse y le dedicó una amplia sonrisa, aunque sabía que más tarde se arrepentiría—. ¿Me he perdido algo mientras estaba inconsciente?

—Solo un viajecito de allí hasta aquí —dijo Lucas señalando el suelo y después la encimera. Y una llamada rápida a Jasón.

—¡Lennie! —chilló Claire con desesperación mientras entraba a empujones por la puerta principal. Dejó escapar un grito ahogado cuando advirtió el mobiliario volcado sobre el vestíbulo.

—Aquí. No te pongas histérica, estoy bien —gritó Helena a su mejor amiga. De repente, Lucas la observó con una mirada inquisitiva—. No pasa nada, conoce parte de la historia —confesó.

La empujó con suavidad para poder saltar de la encimera. Claire entró la primera, seguida de Jasón, que parecía estar preparado para estrangularla en cualquier momento.

—Lo siento, Luke. Estaba en su casa buscando a Helena cuando me llamaste por teléfono. Intenté venir solo, pero aquí la Plataformas se me pegó como una lapa y no estaba dispuesta a que me marchara sin ella —gruñó Jasón, frustrado.

—Umm, ¿perdona? Helena es mi mejor amiga y me olía que estaba pasando algo —espetó Claire a Jasón con rudeza—. ¿Cómo ha ocurrido esto? Has salido volando por mi ventana hace dos segundos —reclamó Claire dándole un fuerte abrazo a su mejor amiga.

—Tú sabes… ¿algo? —preguntó Jasón, sorprendido. No quería hablar más de la cuenta.

—Yo se lo he contado —admitió Helena mientras se soltaba del entusiasta abrazo de Claire.

—Pero siempre intuí algo. Pensé que era una «no muerta» o algo así —declaró Claire haciendo un gesto desdeñoso con la mano—. Creedme, prefiero que descendáis de un dios griego en vez de que seáis algo más asqueroso, como un murciélago, un lobo o un mosquito.

Jasón y Lucas se miraron por encima de la cabeza de Claire. Helena relató lo ocurrido a su amiga lo más rápido posible mientras los chicos Delos salieron al jardín para inspeccionar las huellas de Creonte, pero era demasiado tarde para seguir su rastro. Los dos jóvenes regresaron al interior de la casa con aspecto adusto y desalentador. Helena y Claire habían encendido las luces para evaluar los daños provocados en la entrada.

—¿Esos trocitos son de un cuchillo? —preguntó Claire.

—Sí. Intentó apuñalarme el corazón —respondió Helena con cautela, sin saber cómo reaccionaría su amiga de la infancia.

—¿Todavía eres capaz de hacer eso? ¿Frenar objetos punzantes? —preguntó Claire, que no se mostró pasmada ni desconcertada en ningún momento—. ¿Y los relámpagos? ¿También sigues haciéndolo?

—¿Cómo sabes todo eso sobre mí? —soltó Helena.

Claire suspiró.

—Después de que te empujara desde el tejado… —empezó.

—¿Después de que tú qué? —gritó Lucas.

—¡Solo teníamos siete años! ¡Y no se hizo ningún daño! —replicó Claire en el mismo tono—. Bueno, da igual. Sé lo de los objetos punzantes porque, bueno, intenté clavarte un cuchillo una vez —continuó algo avergonzada—. Pero sabía de antemano que no te pasaría nada, por lo que había sucedido con Lindsey y las tijeras en segundo de primaria. ¿Te acuerdas?

Helena hizo una mueca.

—¡Es verdad! ¡Lindsey y las tijeras! Intentaba matarme, ¿verdad?

—Sí, no me cabe la menor duda. Se moría de celos. Pero yo nunca quise hacerte daño, solo quería asegurarme de que no había perdido un tornillo. Daba miedito, te lo aseguro —afirmó como si quisiera disculparse.

Helena le sonrió, perdonándola de inmediato. —Supongo que no puedo culparte. Pero ¿cómo averiguaste lo de los relámpagos? —¿Recuerdas cuando teníamos nueve años y estábamos en el transbordador porque íbamos al acuario de Boston? Había un tipo repulsivo con una panza cervecera que no dejaba de hablarnos. ¿Recuerdas cómo fingía tropezarse contigo por casualidad y te acariciaba el pelo?

Helena jamás había conseguido olvidar ese episodio, aunque lo había intentado por activa y pasiva. Recordaba ese horrible hedor a cabello quemado al mismo tiempo que la mirada del tipo quedaba vacía. Helena asintió con la cabeza y se estremeció ante la idea. Su amiga quería llegar al meollo de la cuestión, y Helena le tenía pavor.

—¿Recuerdas que desapareció de repente incluso antes de atracar? Bueno, lo cierto es que no se esfumó sin más. Intentó agarrarte, Len, y vi que una chispa eléctrica saltaba de tu cuerpo al suyo. Salió disparado de la cubierta de la embarcación. Pareció un relámpago, pero emergió de tu propio cuerpo.

—Creo que le maté —murmuró Helena. Necesitaba, por fin, admitir lo que había hecho.

—¡Bien hecho! ¡Era un pederasta! Tendrían que darte una medalla —insistió Claire.

Helena miró el rostro serio de su mejor amiga. Aquel tipo seguramente tenía la intención de hacer algo terrible, pero ¿acaso eso justificaba chamuscarlo?

—Primero, no sabes con seguridad si le mataste. Segundo, fue un acto reflejo. La cuestión no es si merecía morir o no. No deberías sentirte culpable por algo que hiciste en defensa propia —insistió Lucas mientras le acariciaba el hombro. Helena se apartó de él algo insegura, sin saber cómo sentirse. Afortunadamente, Jasón cambió de tema.

—Entonces, tú siempre has sabido que no era del todo humana —resumió Jasón dirigiéndose a Claire con una sonrisa irónica—. ¿No te inquietaba?

—Me preocupaba un poco que intentara arrastrarme hasta el Infierno para sorberme los sesos, pero preferí eso que tener a Lindsey como mejor amiga —confesó Claire—. Además, no sé si os habéis dado cuenta, pero esta isla está llena de gente blanca. Para una niña japonesa, no es fácil crecer aquí. Pero con Lennie merodeando a mi alrededor, sabía que daba igual lo extraña que pudiera parecer, ella siempre me superaría. Eso me gustaba.

—¿Y jamás se lo has contado a nadie en todos estos años? ¿Cuándo eras pequeña nunca se lo mencionaste a nadie, ni siquiera por accidente? —preguntó Lucas con escepticismo.

—¡Venga ya, Lucas! ¡No soy estúpida! Vi
ET
, ¿sabes? Sé de sobra lo que los tipos con bata blanca le hicieron a Eliot y al extraterrestre —replicó Claire con aire disgustado—. Jamás traicionaría a Lennie. Ni a vosotros, por cierto.

—Gracias —dijo Lucas, un tanto confundido.

Los chicos Delos intercambiaron otra mirada, pero esta vez de evidente admiración.

—¿Sabéis lo que no entiendo? —preguntó Helena, que quería cambiar de tema de conversación—. ¿Por qué ella sí puede presenciar mis talentos de vástago sin que me afecte? Todas esas veces que me ha visto utilizar mis poderes no recuerdo haber sentido los retortijones en el estómago.

Helena le explicó a su mejor amiga la maldición que su madre le impuso, pero nadie pudo darle una respuesta satisfactoria. Todos se concentraron en recoger y limpiar el vestíbulo antes de que Jerry llegara a casa del trabajo. Claire se ofreció a quedarse con Helena esa noche por si a su amiga le atormentaba dormir sola, pero Jasón rechazó la idea de inmediato.

—¿Y qué piensas hacer si Creonte vuelve a buscarla? ¿Lanzarle el bolso y cantarle las cuarenta? —dijo con tono sarcástico mientras sacudía la cabeza—. Ajá. Sé que sois como hermanas, pero no permitiré que duermas aquí.

—Me quedaré yo. Tú lleva a Claire a casa —ordenó Lucas, quien asumió el control antes de que Claire iniciara otra discusión con Jasón—. Si vez algo sospechoso alrededor de su casa, infórmame.

—De acuerdo —dijo Jasón asintiendo con la cabeza. Acto seguido, guió a Claire hacia la puerta.

Por lo visto, a Jasón no le sorprendió que pudiera haber algo peligroso merodeando cerca del hogar de los Aoiki, pero Claire y Helena se quedaron asombradas. De pronto, Helena, aterrorizada, alzó el brazo para impedir que la pareja saliera por la puerta. Era de noche y cualquier sombra podría ocultar a Creonte. Al percibir el miedo de Helena, Lucas le tomó de la mano y la sujetó con firmeza.

—Jase puede ocuparse de esto —le dijo con confianza.

—Espera, ¿mi casa? Mis padres están allí —comunicó Claire, cuya ansiedad podía palparse a distancia—. No creeréis que ese chico haya hecho esto…

—No te preocupes —la tranquilizó Jasón con la sensibilidad que solía reservar para todo el mundo excepto para Claire—. No dejaré que a ti o a tu familia os ocurra algo malo.

—Gracias —respondió Claire en voz baja. Le sorprendía tener una razón para dedicarle esas palabras a Jasón.

Se giró y se despidió de Helena con la mano; no daba crédito a lo que acababa de presenciar. Al fin, Claire se había quedado sin comentarios ingeniosos a la par que despectivos para Jasón. Helena cerró la puerta y tomó aliento. Entonces miró de reojo a Lucas y rezó a todo un panteón de dioses para que algún día mirarle fuera más sencillo.

—Pareces cansado —anunció al fijarse en él.

—Tú también. He oído que has sufrido un montón de pesadillas —respondió, demostrándole que no lo avergonzaba reconocer que les preguntaba a sus primos por ella.

—¿Qué más te da? Por favor, Lucas, vete —rogó mientras se frotaba el rostro con las manos.

—No puedo. No lo haré —prometió él, acercándose hacia ella. Después, la rodeó con sus brazos.

Se sentía demasiado frágil como para luchar contra él, así que se dejó llevar y se apoyó sobre su pecho durante unos momentos.

—¿Por qué hueles a mar? —preguntó Lucas súbitamente mientras la apartaba para echarle un segundo vistazo. Estudió la ropa desaliñada y repleta de arena y, con tono sospechoso, cuestionó—: ¿Qué más te ha pasado hoy, aparte de lo de Creonte?

—¡Qué injusto! —declaró mientras se alejaba de él con una risa amarga—. Si te miento, lo sabrás, pero si no digo nada asumirás que ha pasado algo peor que la verdad.

—Entonces dime lo poco o mucho que quieras —propuso en voz baja, retrocediendo unos pocos pasos para otorgarle más espacio vital—. Pero dime algo. ¿Qué ha sucedido?

—Me salté el entrenamiento con Héctor porque no soportaba la idea de verte. Tu primo me encontró escondiéndome en la playa, le planté cara y estuvo a punto de ahogarme para darme una lección de humildad —espetó mientras unos lagrimones de agotamiento se deslizaban por sus mejillas—. Entonces acudí a casa de Claire para desahogarme y le confesé que era un vástago. Después volé hasta casa, donde Creonte me atacó, intentó romperme el cuello y trató de apuñalarme en el corazón. El resto ya lo conoces. Ahora lo único que me apetece es darme una ducha caliente y tumbarme en la cama, porque estoy congelada de frío, me pica todo el cuerpo por la arena y no creo que sea capaz de soportar nada más por hoy.

—De acuerdo. Dúchate —accedió Lucas asintiendo con la cabeza al mismo tiempo que se apartaba de su camino—. Te esperaré en tu habitación.

Helena subió tambaleando las escaleras y corrió hacia el cuarto de baño. En cuanto se metió a la ducha rompió a llorar. Estaba sentada en la bañera mientras el chorro de agua la empapaba y no lograba contener una lágrima más. Intentó hacer el menor ruido posible y esperó que el sonido del agua de la ducha ocultara sus llantos.

Cuando al fin dejó de llorar, salió de la ducha, se secó, se vistió con una camiseta de tirantes que desprendía un perfume dulce y se puso un par de pantalones cómodos recién salidos de la secadora. Después, volvió a entrar al caño inundado de vaho para acabar con su ritual nocturno. Mientras se cepillaba los dientes, oyó que su padre llegaba a casa y encendía el televisor del comedor. Desde lo más alto de las escaleras, le gritó buenas noches y él contestó con un gruñido, pues estaba demasiado absorto en el partido de los Red Sox como para entablar una conversación con su hija. Helena se dirigió a su habitación.

Lucas estaba esperándola allí. Cuando Helena le vio recostado sobre su edredón, vestido de arriba abajo pero descalzo, se detuvo y le observó fijamente desde el umbral. Era demasiado alto para su cama de niña pequeña, pero, aun así, su porte era perfecto, allí tumbado sobre su lecho.

Él también la miró con atención durante unos segundos antes de apartar la mirada con un gesto de dolor. Deslizó las sábanas, invitándola así a meterse en la cama. Mientras ella se debatía entre decirle que su padre podría entrar en cualquier momento y pedirle que se quitara la ropa, Lucas habló.

—No tengo tanta fuerza de voluntad, Helena —susurró—. Y puesto que al parecer duermes con la camiseta de tirantes más transparente que jamás he visto, voy a tener que pedirte que te metas debajo de las sábanas antes de que haga algo estúpido.

La chica se sonrojó ipso facto y cruzó los brazos sobre el pecho. Corrió hacia la cama y de un salto se metió bajo las sábanas. Lucas soltó una risotada y la tapó con el edredón, como si hubiera una línea infranqueable que, por arte de magia, les impediría caer en la tentación «de hacer algo estúpido», el joven se acurrucó junto a ella y la abrazó con dulzura, con la cabeza apoyada en su cuello.

—No tienes de qué avergonzarte. Después de verte con el camisón de mi prima no tienes nada que esconder. Pero ¿por qué estabas llorando en la ducha? —murmuró.

Helena podía sentir los labios de Lucas en la nuca y la presión de sus caderas bajo las sábanas, pero tenía los brazos tan rígidos que le daba la sensación de estar atrapada en una jaula. Trató de girar el rostro hacia él para invitarle a meterse bajo e edredón, junto a ella, pero Lucas se lo impidió.

—¡Estaba llorando porque me siento frustrada! ¿Por qué me haces esto? —susurró a la almohada.

—No podemos, Helena —contestó el chico.

La besó en el cuello y le pidió perdón una y otra vez, pero, por mucho que lo intentara, no le permitiría girarse hacia él. Empezó a sentirse utilizada. —Por favor, ten paciencia —rogó Lucas mientras le cogía la mano para evitar que le tocara.

Helena procuró incorporarse para echarle de la cama; no estaba dispuesta a sufrir inútilmente por alguien que jugaba todo el tiempo con sus sentimientos. Los dos forcejearon un poco, pero a él se le daba mucho mejor y tenía más fuerza de lo que aparentaba. Con facilidad, Lucas bloqueaba cada intento de Helena para rodearle con los brazos o las piernas.

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