—Lo dudo mucho —replicó Helena sacudiendo la cabeza. Lucas era muy ágil en el aire. Estaba convencida de que jamás podría volar como él.
—Eres más fuerte que yo —afirmó sin un ápice de envidia en su voz, como si fuera un hecho demostrado—. Cuando te des cuenta, podrás hacer cosas que yo solo puedo soñar.
—Si soy tan fuerte como dices, ¿porque siempre necesito que vengas a salvarme? —le preguntó con un tono irónico.
—Porque para luchar no basta con ser fuerte —respondió con tono serio—. Y eso es bueno, porque de lo contrario Héctor podría hacerme papilla en un combate.
—Todavía puedo hacerte papilla en un combate —gritó Héctor desde el interior de la casa.
Lucas sonrió con complicidad a Helena y meneó la cabeza antes de adentrarse en la cocina, aunque no llegaron demasiado lejos.
—¡Ni os atreváis a pisar mi suelo! —exclamó Noel señalando los zapatos de Lucas y Helena, que estaban cubiertos de lodo y fango. De repente, la matriarca se percató de por qué estaban tan sucio y gruño—: ¿Qué le habéis hecho a mi nuevo jardín, salvajes?
—Tuve que hacerlo, mamá. Helena debe aprender —se disculpó Lucas, quien, de inmediato, retrocedió varios pasos y se descalzó.
Helena lo imitó.
—Helena, cariño ¿tienes hambre? come algo antes de irte, por favor —sugirió Noel con amabilidad antes de volver a adoptar un semblante de reconvención—. Y sobre el jardín, ya conoces las normas, Luke.
—«Arregla lo que rompes.» Si, sí. Sabes de sobra que siempre lo cumplo —dijo con una sonrisa en la cocina para perseguir a su madre, que correteaba por la sala huyendo de la amenaza de cosquillas de su hijo. Intentó sacudirle con un trapo de cocina varias veces, pero no logró ni rozarle.
Mientras Lucas corría hacia el piso de arriba para cambiarse de ropa, Helena se dio cuenta de que estaba pletórico, feliz, y ella también. Sabía que aún corría un grave peligro y, por lo tanto, debería estar aterrorizada, pero observar a Lucas saltar los peldaños de tres en tres hacía que sintiera una felicidad efervescente. Aún no tenía la menor idea de qué había entre ellos dos, pero se sentía feliz.
Al parecer, Helena no era la única. Pandora entró en la cocina con un brillo especial después de su práctica de yoga y tatareando una animada canción. Se había quitado la infinidad de pulseras y brazaletes y mostraba unas muñecas desnudas, aunque mantenía las de los tobillos además de una cadena de lentejuelas alrededor del vientre que tintineaba con alegría con cada paso y vaivén de sus caderas.
—¡Dios mío, me encanta! —exclamó al mismo tiempo que alargaba el brazo para tocar el colgante que Helena siempre llevaba alrededor del cuello—. Siempre digo lo mismo: sí no tiene diamantes incrustados, no es una verdadera joya.
—¿Qué? —preguntó Helena, algo confundida y perpleja, mientras bajaba la mirada para observar el colgante.
Pandora estaba engullendo una botella de agua que había sacado de la nevera y no escuchó a la joven.
—La sala de entrenamiento es toda suya —anunció por encima del hombro a Héctor al salir de la cocina.
Helena manoseó el colgante con forma de corazón y se preguntó por qué Pandora habría dicho lo de los diamantes, pues el colgante no contenía ninguno.
—¿Preparada para el combate, princesa? —preguntó Héctor una vez que entraron en el cuadrilátero.
—¿Tienes que llamarme así? —resopló Helena, que empezaba a dudar de si comportase como un cretino formaba parte de su estrategia o, simplemente, estaba en su personalidad.
—Bueno ahora, sí —contestó con una sonrisa satisfacción, complacido de haber tocado una fibra muy sensible.
—Venga, empezamos antes de que destroce la cocina de tu tía con tu cabeza de chorlito.
—Así me gusta —animó.
Helena no pudo aguantarse una risotada. Héctor podía ser bastante encantador cuando no intentaba matarla.
Héctor y Lucas vigilaron a Helena con atención cuando esta empezó a practicar con el saco de boxeo, pues consideraron que era el lugar idóneo para aprender los movimientos más básicos. Helena no le pillaba el truco. Procuraba acompañar los golpes con sus caderas, tal y como los chicos Delos le habían indicado, pero seguía colocándose de una forma extraña en el último momento y los asaltos perdían toda velocidad y fuerza. Además, no disfrutaba dando puñetazos a objetos. No formaba parte de su naturaleza. Héctor perdía los estribos y pretendía no mirar.
—Tienes los mismos instintos asesinos que una planta de interior —gruñó cubriéndose el rostro con las manos.
—Quizá deberíamos pasar al combate cuerpo a cuerpo. Seguramente le resultará más útil, teniendo en cuenta que todos sus ataques han parecido refriegas de barrio —sugirió Lucas.
Helena estuvo de acuerdo enseguida. Era una luchadora terrible, pero ni siquiera Héctor podía negar que lo intentaba. Los chicos la informaron brevemente del protocolo que debía seguir y la joven entró en el cuadrilátero haciendo una reverencia, tal y como le habían enseñado. Tenía la esperanza de que Lucas fuera su maestro, pero el joven se hizo a un lado y dejó que Héctor entrara con ella.
—Pensaba que esta era la especialidad de Luke —comentó Helena algo vacilante.
—Y lo es. Me supera de lejos en esta arte marcial —respondió Héctor con una sonrisa—. Ahora apoya las manos y las rodillas en el suelo. Ya sabes, como si fueras un perrito.
Pese a que Héctor estaba tratando de forma deliberada que Helena diera marcha atrás, la joven permaneció tranquila y concentrada en las órdenes que recibía. El jiu-jitso tenía un componente físico que parecía divertido, pero la mayor parte de tal arte marcial, el verdadero reto, era mental. Le daba la impresión de que intentaba resolver un rompecabezas, desenrollando una especie de nudo humano que Héctor había entrelazado. En algunas ocasiones, el chico se enfurecía, en particular cuando Helena le daba un ataque de risa o de vergüenza cada vez que la obligaba a adoptar una postura sexualmente sugerente; pero él, muy profesional, aguantaba el tipo y continuaba trabajando con ella en lugar de autorizar a que Lucas le sustituyera en la lección.
—¡No y no! —exclamó Héctor en el instante que Lucas hizo el ademán de entrar en el cuadrilátero—. Tú, fuera.
—Héctor, ¡tienes que enseñárselo paso a paso! —protestó el otro desde fuera del cuadrilátero. Jamás osaría romper las normas, pero no dudaría en gritar lo que fuera desde las bandas. Después, añadió—: ¡Ni siquiera sabe mantener la guardia, y es lo primero que debería aprender!
—A ver, machito —replicó Héctor que en esos momentos estaba entre las rodillas de Helena y se levantó—: No voy a dejarte entrar, así que olvídalo —dijo mientras señalaba de modo significativo el cuerpo de Helena, que estaba boca abajo y con las piernas abiertas.
La chica empezó a desternillarse de risa de manera histérica.
—¡No tienes de qué preocuparte, Héctor! —consiguió articular entre risas— . ¡Confía en mí!
El comentario de la joven ruborizó a Lucas. Helena escuchó una risotada familiar desde el exterior del cuadrilátero.
—¿Risitas? ¿Eres tú? —preguntó mientras se incorporaba e ignoraba por completo a Héctor.
—Sí, soy yo. Tengo que decir, Len, que siempre creí que sería difícil que te abrieran las piernas, pero al parecer a Héctor no le ha costado ningún esfuerzo —bromeó Claire.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Helena, que no salía de su asombro.
—Intenté detenerla, pero entró sin permiso y… —empezó Jasón, con un tono crispado y frustrado.
—¡Me moría de ganas de verte hacer tus cosas de semidiosa! —chilló la chica, interrumpiendo a Jasón—. Nunca te había visto poner tus truquitos en práctica a propósito.
—¿Truquitos? ¡No somos monos de circo, Claire! —exclamó Jasón.
Helena miró a Héctor y se encogió de hombros mientras los otros dos continuaban riñendo.
—¿Sabes qué? Creo que disfrutan peleándose —añadió Helena.
—Es tu amiga —dijo Héctor.
—Es tu hermano —replicó Helena.
De repente, todos oyeron un fuerte portazo. Lucas acababa de salir de la sala de entrenamiento. Helena se irguió y le llamó varias veces, pero no podía abandonar el cuadrilátero hasta que Héctor, su maestro durante este día, le permitiera retirarse. La joven se giró hacia él y se lo rogó con la mirada.
—Quizás hoy estés a salvo, pero aún así estás en una situación muy peligrosa, no lo olvides. Sé que no te gusta, pero tienes que entrenar. Y, si aceptas mi consejo, lo mejor sería que le dejaras que empezara a odiarte desde ya, Helena —dijo con tono severo.
—¿De qué estás hablando? —preguntó ella, sorprendida de que Héctor pudiera llegar a ser tan frío e insensible.
—Corre detrás de él si eso es lo que quieres —soltó, apartando la mirada. Helena hizo otra reverencia y salió corriendo del cuadrilátero—. Pero cada vez será mas duro —avisó cuando ella abrió la puerta, antes de salir.
La joven la cerró de golpe, dejando clara su postura respecto al tema…, aunque no sabía con precisión por qué hacía lo que hacía.
Corrió hacia el jardín y oyó un ruido deslizante y veloz que provenía de las pistas de tenis. Empezó a correr y, de repente se percató de que, ¡ups!, podía volar. Brincando a una altura inimaginable, vio a Lucas en la pista de tenis, que había convertido en campo de batalla; arrojaba lanzas a un objetivo. El muchacho se percató de su presencia y alzó el vuelo, para reunirse en ella en el aire.
—Vamos —invitó tomándola de la mano. Después señaló a dos mortales que paseaban por la playa, prácticamente desierta—. Alguien podría vernos.
Ambos se elevaron y tomaron rumbo hacia el faro Great Point, en dirección norte, donde podrían estar a solas. Rozaron la suave arena en dos personas normales al faro y cambiaron de estado, convirtiéndose en dos personas normales y corrientes que paseaban cogidos de la mano por la orilla de la playa. Lucas permaneció en silencio. Helena decidió ser la primera en hablar.
—Sabes que estábamos de broma ¿verdad? En ningún momento quise herir tus sentimientos. Perdón si lo he hecho —se disculpó.
—No has herido mis sentimientos —negó sacudiendo la cabeza y apretando los puños—. Es mucho más simple que eso. Mucho más básico. Odio ver a Héctor encima de ti. Estoy celoso, Helena.
—Entonces encárgate tú de mi entrenamiento —propuso ella con entusiasmo. De manera inesperada, Lucas dejó de caminar y le dio la espalda con un gruñido salvaje—. Espera, ¿Por qué no? —insistió.
—Soy un semidiós, no un santo —puntualizó con una carcajada de autodesaprobación—. No puedo soportarlo todo.
—Exacto. Entonces, ¿hasta dónde puedes soportar? Decide cuál de las opciones te resulta más inaguantable y decántate por la otra. De esa forma da igual lo insufrible que sea tu elección, pues al menos te consolarás sabiendo que estás evitando algo mucho peor —recomendó Helena haciendo gala de su lógica. Lucas la miró de reojo le sonrió.
—Eres muy buena consejera ¿lo sabias?
—A veces sí, a veces no. Depende del día —dijo con una sonrisa juguetona.
—Estás convencida de que escogeré entrenarte, ¿verdad? —preguntó mientras intentaba aguantarse una carcajada.
—Cuento con ello, por supuesto.
Caminaron un rato más, esbozando tímidas sonrisas ante los pensamientos que les cruzaban por la mente. Helena notaba que a Lucas le costaba horrores elegir una de las dos opciones, pero no quiso insistir. Al fin, sintió que él había tomado una decisión y tomó aire profundamente.
—Los gemelos se encargarán de formarte en cuestiones relacionadas con la artillería y con las lanzas. Héctor aún estará a cargo de tu aprendizaje con el boxeo y el combate con espada, pero yo me ocuparé de las disciplinas de lucha cuerpo a cuerpo. Solo una advertencia: mi padre y mi tío pueden vetar esta decisión sin que yo pueda oponerme.
—¿Acaso mi opinión importa un comino? —preguntó Helena, algo molesta—. Cástor y Palas no pueden decir lo que tengo o no tengo que hacer. Si decido que tú me entrenes, ¿por qué no ha de ser así?
—Bueno… lo mejor será que yo me ocupe de mi familia —dijo Lucas. Helena decidió dejar el tema a un lado—. Venga, tenemos que regresar. No me gusta que estemos tan expuestos.
—Todo está tan cerca… —comentó Helena mientras planeaban sobre el jardín de los Delos, aún asombrada por lo rápido y fácil que le resultaba ir de un lado a otro de la isla—. ¿No te cansas de estar encerrado en la isla?
—Estaría harto si estuviera atrapado en Nantucket —contestó con ironía tras aterrizar—, pero justo el otro día estuve en Nueva York.
—¿Qué dices? ¿Para qué?
—
Bagels
. Hay un lugar en Brooklyn que me encanta. A una velocidad supersónica solo tardó unos diez minutos.
Helena se quedó inmóvil al caer en cuenta de lo eso implicaba.
—¿Eso quiere decir que, cualquier día entre semanas, podemos volar hasta Boston, comernos el almuerzo en la plaza de Harvard y estar de vuelta a primera hora de la tarde? —Claro —comentó encogiéndose de hombros—. Quiero que practiques una semanas más antes de salir de la isla. Enseguida serás bastante fuerte como para ir a cualquier sitio conmigo.
—¡Quiero ver las estatuas de la isla de Pascua! ¡Y visitar el Machu Picchu! ¡Y la gran muralla China! —exclamó Helena completamente emocionada.
Empezó a dar brincos de alegría sobre sus talones sin dejar de avanzar hacia la casa. Lucas la sujetó por las manos para intentar calmar su entusiasmo.
—Tendremos que esperar un poco más antes de cruzar el charco. Apenas puedes mantenerte estable en el aire, y créeme: planear sin un punto de referencia es mucho más complicado, además, las ráfagas de aire oceánicas pueden ser una auténtica pesadilla.
—Pero iré contigo, ¡y tú ya manejas a la perfección todas esas cosas! —gritó. De repente, Helena se detuvo. Se llevó la mano de Lucas hacia su pecho y continuó—: Ahora ya tengo la fuerza suficiente, ¡te lo juro! ¿Por favor? ¡Siempre he soñado con viajar! Lucas, ¡no te haces la menor idea! Toda mi vida he querido escapar de esta isla.
—Lo sé, ¡y podemos hacerlo pronto! Colgaremos un mapa sobre un corcho e iremos colocando chinchetas sobre todos los lugares que queramos visitar. Fiyi, Finlandia, Florencia, ¡el que sea! —–respondió Lucas con indulgencia al mismo tiempo que tiraba de ella para que dejara de dar saltos—. Nosotros juntos podemos ir a comer
sushi
a Tokio cada noche hasta que nos aburramos. Podemos hacer lo que se nos antoje, Helena. Pero tienes que mejorar tu técnica.