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Authors: Josephine Angelini

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Predestinados (36 page)

—¿Me quieres o simplemente crees que es divertido jugar conmigo de esta manera? —preguntó Helena, que se sentía rechazada a la par que humillada—. ¿Ni siquiera me besarías? —soltó al final cuando consiguió verle la cara.

—Si te beso, no pararé —susurró en tono desesperado mientras se apoyaba sobre los codos para mirarle a la cara.

Ella también le miró y, por primera vez en esa noche, le contempló. Su expresión era vulnerable e incierta. Su boca entreabierta expresaba deseo y el cuerpo le temblaba. Toda su ropa estaba húmeda por el sudor que le provocaba la ansiedad. Helena se relajó y volvió a tumbarse en la cama con un suspiro. Por alguna razón que obviamente nada tenía que ver con el deseo, él no accedería a estar con ella.

—No estás burlándote de mí, ¿verdad? —le preguntó con recelo, solo como precaución.

—No. Esto no tiene nada de divertido —respondió. Lucas también cambió de postura y volvió a tumbarse al lado de la chica, con la respiración agitada.

—Pero por alguna razón, nunca estaremos juntos —anunció Helena, mucho más relajada.

—Nunca digas nunca —repuso enseguida Lucas. De inmediato se acomodó sobre ella, utilizando su pesado cuerpo para inmovilizarla en su cama de niña pequeña—. A los dioses les encanta juguetear con las personas que utilizan los absolutos.

Lucas recorrió sus labios por el cuello de Helena y consintió que esta le abrazara, pero eso fue todo. La mantenía sujeta bajo las sábanas, momificada en una castidad mísera, dejándola que le rodeara con los brazos, pero sin permitir que le abrazara del todo.

—¿Te importo? Y no me refiero a importar en el sentido de «tenemos que detener a los Cien Primos y evitar que inicien una guerra con los dioses», lo cual es un asunto de vida o muerte —dijo como si tal cosa.

Sabía que, en cierto modo, estaba actuando de un modo mezquino e inseguro, pero necesitaba conocer los sentimientos de Lucas hacia ella. El muchacho volvió a apoyarse sobre los codos para mirarla directamente a los ojos.

—Desde luego que me importas —respondió con convicción—. Lo único que no estoy dispuesto a asumir por estar contigo es la muerte de personas inocentes. Es lo único —declaró mientras volvía a tumbarse, pasándose una mano por el cabello—. Pero, al parecer, es suficiente.

Helena sabía que había mucha más información tras aquellas palabras, información que Lucas no quería darle, pero no podía resistirse a hacer más preguntas cuyas respuestas fueran horrendas. Ya le habían sucedido bastantes cosas horripilantes por un día. Se deslizó encima de Lucas y se acomodó en su pecho; estaban en la misma postura que la noche en que ambos se desplomaron desde el cielo.

—Solo para que lo sepas, me gustaría dejar las cosas claras. A mí también me importas. Y si este abrazo es todo lo que puedo tener, lo prefiero sobre cualquier cosa que otra persona vaya a darme.

—Lo dices porque nunca has estado con un hombre —dijo Lucas mientras le besaba en la frente—. Ahora duérmete —ordenó.

Helena sintió ganas de seguir discutiendo, pero se sentía exhausta tras haberse peleado a vida o muerte en dos ocasiones el mismo día y apenas podía pestañear. El abrazo de Lucas le transmitía seguridad y paz, de modo que la joven se relajó por completo. Mientras escuchaba el particular sonido de la respiración de su amado, que ya conocía de sobra, se sumió en un sueño profundo y libre de pesadillas.

XIII

Oculto entre las sombras y rodeado de una negrura absoluta, Creonte se escondió detrás de la casa de Helena, con los ojos pegados a la ventana de su habitación. Podía escuchar a Héctor a cuatro manzanas de distancia, deslizándose por el jardín de un vecino, acechándole, buscándole. Pero Creonte sabía perfectamente que Héctor no tenía opción. Nadie sobre la faz de la tierra podría encontrar a Creonte por la noche si él no lo deseaba.

Su primo pequeño Lucas estaba allí arriba, en la cama de Helena, abrazándola mientras ella dormía plácidamente. Le recorrió un escalofrío de pies a cabeza, pues la incitante tentación de saltar hacia el cristal y luchar con su primo por la vida de Helena le parecía irresistible. Creonte no sabía qué haría, y esta incertidumbre recién descubierta no le gustaba ni un pelo. Apretó los dientes y se obligó a mantener el control. Si retaba a su primo, sin duda se enzarzarían en una pelea de vida o muerte, no le cabía la menor duda de que él vencería, pero al ganar perdería demasiado. Se convertiría en un paria y la Atlántida continuaría perdida.

La elección estaba clara: inmortalidad o Helena. Entonces, ¿por qué le suponía tanto esfuerzo resistirse? Escuchó a la joven suspirar en sueños y a Lucas cambiar de postura, acercándose aún más a ella. Casi de forma inconsciente, se levantó y avanzó un par de pasos hacia la ventana, inundado en una neblina de lujuria sangrienta.

De repente, su teléfono móvil vibró en el bolsillo.

Sin bajar ni un segundo la guardia, Héctor arrancó a correr a toda a prisa hacia ese ligero sonido. Creonte no tuvo otra oportunidad que huir de allí. No podía enfrentarse a sus dos primos y a Helena. Tendría que regresar en otro momento.

Tardó diez minutos en perder a Héctor en el centro de la isla. Su primo era persistente, pero, al fin, la obscuridad asfixiante de las sombras de Creonte lo desorientaron lo suficiente para que este se pudiera escapar.

Trotando hacia la costa este de la isla, Creonte por fin puedo comprobar quién le había salvado de cometer un error terrible. No se sorprendió al ver que se trataba de su madre. A pesar de que no era un vástago, tenía una misteriosa capacidad de aparecer en el momento apropiado. Le devolvió la llamada y le reveló lo que había descubierto oculto en aquella diminuta isla.

Al principio su madre no le creyó, aunque por las palabras que utilizó, escogidas con sumo cuidado y cautela, advirtió que la incredulidad de Mildred no se debía a que considerara imposible lo que su hijo le había contado; más bien dudaba que la propia Helena fuera la única responsable de los fenómenos que él había presenciado. En alguna ocasión, su madre había oído rumores de un vástago capaz de romper espadas con el mero roce de su piel, e insistió en que le desvelara el nombre de ese vástago a su hijo. En vez de contestarle, le pidió una vez mas que describiera a Helena.

—Bueno, seguramente tu puñal estaba defectuoso. Por cómo estás describiendo a Helena, no puede ser su hija —anuncio Mildred enseguida.

Creonte persistía en conocer el nombre del tal vástago mientras ella suspiraba, cansada de tanta insistencia, alzando el tono e incluso maldiciendo. Creonte se sorprendió ante ese comportamiento tan grosero. Una dama jamás se degradaría empleando un lenguaje tan vulgar; hasta ese instante jamás había considerado a su madre capaz de hacerlo. Con buenos modales le pregunto cómo podía estar tan segura de que su puñal estaba defectuoso.

—Porque si esa muchacha realmente es inmune a las armas, entonces también habrías mencionado que es la jovencita más hermosa que jamás habías visto. No podrías ignorarlo, está en tu sangre —respondió de mala gana.

—¿Y si es la jovencita más hermosa que jamás he visto? Entonces, ¿qué? —preguntó Creonte mientras intentaba aplacar una corriente de adrenalina que empezaba a recorrerle todo el cuerpo. Se produjo un largo silencio en la línea telefónica.

—Tienes que venir ahora mismo. Debemos contárselo a tu padre. Esto es mucho más grande de lo que imaginas —ordenó Mildred antes de finalizar la llamada abruptamente.

A la mañana siguiente, Helena se levantó de un salto, desperezándose de repente al notar una señal de alarma. Rápidamente se llevó la mano al pecho, en concreto al punto donde Creonte le había intentado apuñalar. Tuvo que presionar los dedos en su piel para convencerse de que no había ninguna herida, ni rastro de ella.

Oyó unos suaves murmullos que provenían del otro extremo de la habitación. Al incorporarse, vio a Lucas de pie delante de la ventana, hablando con alguien que debía de estar en el jardín, con un tono de voz que ningún mortal podría percibir. El despertador que tenia junto a la cama indicaba las 5:25 de la mañana y el sol apenas había despuntado.

—Está a salvo, y eso es todo lo que importa —dijo Lucas al otro lado de la ventana.

—No es todo lo que importa —susurró la otra persona.

Helena salió de la cama y se reunió con Lucas junto a la ventana. Bajó la vista y advirtió a Héctor en un rincón de su jardín. El joven alzo la mirada y contemplo a la pareja con una expresión de indignación.

—¿Estás bien? —pregunto Héctor son cierta aspereza.

—Sí, aunque no se puede decir lo mismo de ti —respondió.

Incluso a un piso de altura, podía vislumbrar los ojos de Héctor, enrojecidos por la fatiga y la preocupación. El hizo una mueca sarcástica ante la expresión de lástima de Helena y enseguida se dirigió a Lucas con una advertencia.

—Permaneced en el cielo hasta que estemos seguros. En el aire estaréis a salvo.

Héctor salió disparado a tal velocidad que Helena tan solo captó un rastro borroso de su silueta. Lucas cerró la ventana y se apoyó sobre ella. Tenía los ojos más abiertos de lo habitual y no pestaña naba.

—¿Qué sucede? —preguntó con una voz casi inaudible. Podía oír la respiración somnolienta de su padre, que dormía profundamente en la otra habitación.

—Mi familia se ha pasado la noche en vela buscando a Creonte —respondió Lucas—. Creemos que ha tomado un vuelo y ha abandonado la isla, pero todavía no estamos seguros.

—¿Se ha ido? —preguntó Helena, mostrándose esperanzada.

—Quizá. Pero si se ha ido, créeme que no será para siempre.

Lucas miraba a Helena con tal intensidad y fijación que la joven tuvo que alargar el brazo y tocarle para romper la tensión. Dio un paso hacia delante y posó una mano sobre el musculoso pecho de Lucas. Estaba temblando.

De repente el chico se irguió y cruzó la habitación hasta la puerta.

—Abrígate.

—¿Por qué? ¿Dónde vamos? —susurró.

—Arriba.

En cuanto dejaron atrás el estado de gravidez, Lucas pareció relajarse un poco, no mucho. Helena suplicó por una clase de vuelo, en parte porque le apetecía aprender, pero sobe todo para distraerle. Ambos trabajaron sobre el control de la presión aérea durante más de una hora, hasta que recibieron una llamada telefónica de la familia Delos. Cástor había llamado desde el aeropuerto, confirmando al fin que Creonte había abandonado la isla en un avión privado, tal y como habían sospechado, así que no había riesgo alguna en traer a Helena a casa.

Héctor se puso enseguida al teléfono e insistió en que vinieran de inmediato, pues quería que Helena recuperara su entrenamiento de combate esa mañana. Los primos mantuvieron una discusión algo acalorada, pero finalmente Lucas aceptó aterrizar a regañadientes.

—¿Qué pasa? —preguntó Helena. Le confundía que Lucas no se mostrara más contento al saber que Creonte había desaparecido de la isla.

—Héctor desconfía cuando estamos solos aquí arriba, no me aprovecho para… ¡Maldita sea! ¡Tienes que aprender esto! —exclamó mientras se pasaba una mano por el pelo—. Prefiero que te alejes de los problemas volando a que intentes vencer a tu contrincante en una pelea.

—Yo también —replicó ella con entusiasmo, agarrando a Lucas por los hombros para no dejarle planear—. Llama a tus primos y diles que aún no hemos acabado. La idea de pasar el día volando contigo es más tentadora que sudar la camiseta con Héctor.

Lucas miró a Helena con desazón, como si estuviera meditando algo doloroso.

—Es mejor que vayamos —decidió al fin con una expresión sombría—. Tienes que dominar las dos disciplinas.

Aunque Helena intuía que Lucas estaba preocupado, ella no podía evitar sentirse eufórica tras pasar toda la mañana volando como un pajarito. Le cogió por las manos y la pareja empezó a girar, deslizándose en espiral mientras descendían en el aire como si estuvieran montados en una montaña rusa. La sensación de caer en picado hacía que notara un vacío en el estómago, pero la artimaña había funcionado. Lucas sonrió de oreja a oreja y mordió el anzuelo.

El chico la sujetó entre sus brazos y ambos se zambulleron en el aire como si se hubieran tirado de cabeza en una piscina. Helena comenzó a gritar, justo cuando parecía inminente que chocaran contra el suelo, alzó el vuelo sin soltarla, sujetándola entre sus brazos antes de permitir que flotara junto a él. Los dos se sostuvieron en el aire sobre el jardín de los Delos durante varios segundos, con las manos unidad y desternillándose de modo histérico. Pasaron por alto las miradas de preocupación que les lanzaron el resto de los miembros del clan Delos desde el interior de la casa.

—Ahora, antes de que aterrices, voy a enseñarte otra habilidad —dijo Lucas antes de serpentear tras ella y rodearla con un brazo—. Voy a mostrarte cómo cambiar a un estado sólido, a acceder a la gravedad. La mejor forma de pillarle el truco es hacerlo mientras aterrizas.

—¿Eso fue lo que hiciste cuando te abalanzaste sobre Héctor el otro día, en la pista de tenis? —preguntó Helena—. ¿Y anoche?

Recordó la noche anterior, cuando Lucas y ella forcejaron en la cama antes de hacer las paces y sumirse en un sueño profundo; se sorprendió al notar que el peso del cuerpo de Lucas se hacía casi insoportable. Tuvo que apretar los labios para evitar sonreír.

—Exacto —le contesto Lucas al oído, rozándole la piel con los labios—. Es el tercer estado de gravedad para los voladores y puede salvarte la vida.

La pareja flotaba a unos quince metros de altura. Lucas, cuyo brazo rodeaba la cintura de Helena, le enseñó a cambiar el mundo bajo sus pies.

El muchacho la guió a invertir el impulso que la hacía ingrávida y a imaginar su cuerpo mucho más pesado. Enseguida captó lo básico y cuando Lucas le indicó que tocara el suelo con los pies, ella se desplomó produciendo un ruido sordo sobre el jardín y dejando dos agujeros fangosos bajos sus talones. Helena se quedó estupefacta y miró a Lucas buscando su visto bueno, pero, por lo visto, aún le quedaba mucho por aprender.

—Ya mejorarás —la animó al mismo al mismo tiempo que aterrizaba en el jardín junto a él. Bajo sus pies dejó dos zanjas profundas.

—¡Qué fanfarrón eres! —exclamo con una amplia sonrisa.

—¡Eh!, tengo que impresionarte mientras pueda. Pronto estarás volando en círculos a mi alrededor —bromeó mientras la cogía de la mano. Como si fueran dos cuerpos inseparables, la pareja se dirigió hacia la casa.

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