Read Portadora de tormentas Online

Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

Portadora de tormentas (5 page)

El heraldo que había muerto sobre la silla de montar llevaba el cuerpo plagado de cortes. Elric se inclinó hacia adelante, arrancó el cuerno ensangrentado que colgaba del cuello del cadáver, se lo llevó a los labios y llamó a repliegue a la caballería; por el rabillo del ojo notó que los jinetes se volvían. Vio entonces que el estandarte comenzaba a caer y advirtió que su portador había muerto. Se irguió en la silla, agarró el asta en la que flameaba la brillante bandera de Jharkor y empuñándola en una mano, con el cuerno en la boca, intentó reagrupar a sus fuerzas.

Lentamente, los restos del vapuleado ejército se fueron reuniendo a su alrededor. Una vez hubo tomado el control de la batalla, Elric hizo lo único que podía, siguió el curso de acción que podía salvarles a todos.

Le arrancó al cuerno una nota larga y lastimera. En respuesta a la llamada, se oyó el batir de pesadas alas y entonces los hombres de Myyrrhn se elevaron por los aires.

Al ver aquello, el enemigo abrió las puertas de las misteriosas jaulas.

Elric gimió desesperado.

Un extraño ulular precedió la aparición de búhos gigantescos que se elevaron al cielo en vuelo circular. Se trataba de unas criaturas que incluso en Myyrrhn, su tierra de origen, se tenían por extinguidas.

El enemigo se había preparado para recibir un ataque por aire y, por algún medio desconocido, habían materializado a los antiquísimos enemigos de los hombres de Myyrrhn.

Ligeramente desalentados por aquella inesperada aparición, los hombres de Myyrrhn, armados de largas lanzas, atacaron a los enormes pájaros. Los guerreros que luchaban en tierra recibieron un aguacero de sangre y plumas. De lo alto comenzaron a caer cadáveres de hombres y pájaros, que fueron a aplastar a la infantería y a la caballería que había debajo.

En medio de esa confusión, Elric y los Leopardos Blancos de Yishana se abrieron paso hacia el enemigo para reunirse con Dyvim Slorm y sus imrryrianos, el resto de la caballería tarkeshita, y unos cien shazarianos, que habían logrado sobrevivir. Elric miró hacia el cielo y comprobó que la mayoría de los búhos gigantes habían sido destruidos, y apenas un puñado de hombres de Myyrrhn había sobrevivido a la batalla aérea. Los pocos que quedaban, después de haber hecho lo que pudieron frente a los búhos, volaban en círculos, disponiéndose a abandonar la batalla. Estaba claro que eran conscientes de la inutilidad de todo aquello.

Mientras las fuerzas se reagrupaban, Elric le gritó a Dyvim Slorm:

— ¡La batalla está perdida... ahora aquí mandan Sarosto y Jagreen Lern!

Dyvim Slorm levantó su larga espada y lanzó a Elric una mirada de asentimiento y le gritó:

— ¡Si hemos de vivir para cumplir con nuestro destino, será mejor que nos apresuremos a salir de aquí! No tenían más alternativas.

— ¡Para mí, la vida de Zarozinia es más importante que ninguna otra cosa! —aulló Elric—. ¡Hemos de analizar nuestra situación!

El peso de las fuerzas enemigas era como un torno que aplastaba a Elric y a sus hombres. El albino llevaba la cara cubierta de sangre de un golpe que había recibido en la frente. Le nublaba la vista y se veía obligado a llevarse la mano izquierda a la cara para enjugársela. Le dolía el brazo derecho al levantar una y otra vez a Tormentosa para traspasar y cercenar cuerpos desesperadamente, porque aunque el temible acero tenía vida propia y era casi inteligente, no lograba suministrar a su amo la vitalidad que necesitaba para permanecer alerta. En cierto modo, Elric se alegraba de ello, pues detestaba a la espada rúnica, a pesar de que dependía de la fuerza que de ella extraía. El tipo especial de albinismo que padecía lo dejaba normalmente apático y débil.

De Tormentosa fluía un veneno maligno que hacía algo más que matar a los contrincantes de Elric, les bebía el alma, parte de cuyas fuerzas pasaba al monarca melnibonés.

Las filas enemigas retrocedieron y comenzaron a desplegarse dejando paso a unos animales que se acercaron corriendo. Eran animales de brillantes ojos rojos y fauces llenas de colmillos. Animales con garras.

Los tigres cazadores de Pan Tang.

Los caballos relincharon cuando los tigres se abalanzaron sobre ellos para despedazarlos, desmontar a los jinetes y lanzarse a las gargantas de sus víctimas. Los tigres alzaban los hocicos ensangrentados y miraban a su alrededor en busca de una nueva presa. Aterradas, las fuerzas de Elric retrocedieron dando voces. Gran parte de los caballeros tarkeshitas comenzó a huir del campo de batalla, precipitando con ello la desbandada de los jharkorianos, cuyos corceles galopaban enloquecidos, y la huida de los pocos shazarianos que aún seguían montados. Al poco tiempo, sólo Elric, sus imrryrianos y unos cuarenta Leopardos Blancos hicieron frente al poder de Dharijor y Pan Tang.

Elric levantó el cuerno y tocó retirada; hizo recular a su negro caballo y salió a galope tendido en dirección al valle, seguido de los imrryrianos. Pero los Leopardos Blancos siguieron peleando hasta el final. Yishana había dicho que lo único que sabían era matar. Evidentemente, también sabían morir.

Elric y Dyvim Slorm condujeron a los imrryrianos valle arriba, en parte agradecidos de que los Leopardos Blancos les cubrieran la retirada. El melnibonés no había visto a Yishana desde el comienzo de la lucha con Jagreen Lern. Se preguntó qué habría sido de ella.

Al doblar en un recodo del valle, Elric comprendió el plan de batalla de Jagreen Lern y su aliado: en el extremo opuesto del valle se había reunido un ejército de soldados y caballeros con el fin de cortarles la retirada.

Sin reflexionar, Elric espoleó a su caballo obligándolo a subir por las laderas de las colinas; sus hombres lo siguieron y todos fueron ascendiendo agazapados para evitar las ramas bajas de los abedules, mientras los dharijorianos se lanzaban sobre ellos desplegados para impedir que huyesen.

Elric obligó a su caballo a volverse y comprobó que los Leopardos Blancos continuaban luchando agrupados alrededor del estandarte de Jharkor, entonces se encaminó en esa dirección, sin abandonar las colinas. Cabalgó sobre la cima de las colinas seguido de Dyvim Slorm y un puñado de imrryrianos; luego se lanzaron a galope tendido hacia campo abierto perseguidos por los caballeros de Dharijor y Pan Tang. Era evidente que habían reconocido a Elric y deseaban matarlo o bien capturarlo.

A lo lejos, Elric vio que los tarkeshitas, shazarianos y jharkorianos que antes habían huido habían escogido la misma ruta que él. Pero ya no cabalgaban unidos, sino en desbandada.

Elric y Dyvim Slorm huyeron hacia el oeste a través de terreno desconocido, mientras los demás imrryrianos, para distraer a los perseguidores, cabalgaban hacia el noreste, en dirección a Tarkesh donde, quizá, lograrían ponerse a salvo durante unos días.

Se había perdido la batalla. Los esbirros del mal habían resultado vencedores y en las tierras de los Reinos Jóvenes del oeste se iniciaba así una era de terror.

Días más tarde, Elric, Dyvim Slorm, dos imrryrianos, un comandante tarkeshita llamado Yedn-pad-Juizev, que tenía una herida grave en el costado, y Orlon, un soldado de la infantería shazariana que había logrado rescatar con vida un caballo, se encontraban temporalmente a salvo y avanzaban a duras penas sobre sus cabalgaduras en dirección a un grupo de montañas de estilizados picos que se elevaban cual una masa negra contra el cielo enrojecido del atardecer.

Llevaban horas sin decir palabra. Yedn-pad-Juizev se estaba muriendo y nada podían hacer por él. Él también lo sabía y no esperaba nada, simplemente se limitaba a cabalgar con los demás para no quedarse solo. Para ser tarkeshita era muy alto; la pluma escarlata de su abollado yelmo azul continuaba agitándose; llevaba el peto roto y manchado con su sangre y la de otros. Su barba era negra y el aceite la hacía brillar; su nariz era como un risco saliente en la roca de su rostro de soldado y tenía los ojos vidriosos. Aguantaba bien el dolor. A pesar de que estaban impacientes por alcanzar la relativa seguridad de la cadena de montañas, los demás seguían el ritmo de su caballo, en parte por respeto y en parte por la fascinación que les producía el hecho de que un hombre lograse aferrarse a la vida durante tanto tiempo.

Cayó la noche y una enorme luna amarilla colgaba del cielo, sobre las montañas. El cielo estaba completamente despejado y las estrellas brillaban. Los guerreros hubieran deseado que la noche fuera oscura y tormentosa, porque de ese modo habrían obtenido un mayor refugio de las sombras. Pero como era clara, sólo les quedaba abrigar la esperanza de alcanzar pronto las montañas antes de que los tigres de caza de Pan Tang descubriesen sus huellas y acabaran muriendo bajo las letales garras de aquellas temibles bestias.

Elric se encontraba de un talante sombrío y pensativo. Durante un cierto tiempo, los conquistadores cíe Dharijor y Pan Tang estarían ocupados con la consolidación del imperio recién conquistado. Tal vez ello daría origen a rencillas internas, tal vez no. De todos modos, no tardarían en volverse muy poderosos y en convertirse en una amenaza para la seguridad de las otras naciones de los continentes del sur y del este.

A pesar de que todo esto ensombreciera el destino del mundo entero, para Elric significaba muy poco puesto que todavía no lograba ver con claridad cómo llegaría hasta Zarozinia. Recordó la profecía de la criatura muerta, parte de la cual se había hecho ya realidad. Pero aun así significaba poco. Sintió como si algo lo empujara constantemente hacia el oeste, como si tuviera la obligación de adentrarse más y más en las tierras poco pobladas que había después de Jharkor. ¿Estaría allí su destino? ¿Se encontrarían allí los raptores de Zarozinia? Más allá del mar se está urdiendo una batalla. Más allá de la batalla fluirá la sangre...

¿Había fluido ya la sangre, o debía fluir aún? ¿Cuál sería la gemela que llevaba Dyvim Slorm, deudo de Elric? ¿Cuál sería el que no debía seguir con vida?

¿Acaso el secreto se encontraba en las montañas que se alzaban allá á lo lejos?

Continuaron cabalgando bajo la luna, y por fin llegaron a una garganta. En mitad de su extensión encontraron una cueva en la que entraron a descansar.

Por la mañana, un ruido que se produjo fuera de la cueva despertó a Elric. De inmediato desenvainó a Tormentosa y se arrastró hasta la entrada de la cueva. Lo que vio le hizo envainar la espada y llamar en voz baja al hombre maltrecho que cabalgaba garganta arriba en dirección a la cueva.

— ¡Aquí, heraldo! ¡Somos amigos!

El hombre era uno de los heraldos de Yishana. Llevaba el abrigo hecho jirones y la armadura completamente aplastada contra el cuerpo. Iba sin espada ni yelmo; era un hombre joven, demacrado por el cansancio y la desesperación. Levantó la mirada y en su rostro se reflejó el alivio cuando reconoció a Elric.

—Mi señor Elric... me dijeron que os habían matado en el campo de batalla.

—Me alegra que lo hicieran, de ese modo, es menos probable que nos persigan. Ven, entra.

Los demás ya estaban todos despiertos, excepto uno. Yedn-pad-Juizev había muerto durante la noche, mientras dormía. Orozn bostezó y señalando el cadáver con un pulgar comentó:

—Si no encontramos comida pronto, sentiré la tentación de comerme a nuestro amigo muerto.

El hombre miró a Elric en busca de una respuesta a la broma, pero al ver la expresión del albino, se avergonzó y se retiró al fondo de la cueva mientras protestaba y pateaba piedras sueltas.

Elric se apoyó contra la pared de la cueva, cerca de la entrada, y preguntó al heraldo:

—¿Qué noticias traes?

—Muy negras, mi señor. De Shazar a Tarkesh prevalece la más espantosa de las miserias y el acero y el fuego asolan las naciones cual impía tormenta. Hemos sido conquistados por completo. Sólo quedan algunas pequeñas bandas de hombres que siguen luchando sin mayores esperanzas contra el enemigo. Algunos de nuestros paisanos hablan ya de convertirse en bandidos y atacarse los unos a los otros, ya veis lo desesperado de la situación.

—Es lo que ocurre cuando los aliados extranjeros son derrotados en terreno amigo —dijo Elric asintiendo — . ¿Qué ha sido de la Reina Yishana?

—Triste ha sido su destino, mi señor. Vestida de metal, luchó contra cientos de hombres antes de expirar, con el cuerpo partido en trozos por la fuerza de su ataque. Sarosto se llevó su cabeza como recuerdo y la agregó a sus otros trofeos, entre los que se encuentran las manos de Karnarl, su medio hermano que osó oponérsele en el asunto de la alianza con Pan Tang, y los ojos de Penik de Nargesser, que encabezó el alzamiento en contra de él en esa provincia. El Teócrata Jagreen Lern ordenó que los demás prisioneros fuesen torturados hasta morir y colgados de cadenas por todo el territorio como advertencia para los posibles insurrectos. ¡Esos dos son unos impíos, mi señor!

Elric apretó los labios al oír todo esto. Comenzaba a darse cuenta de que su única posibilidad de huida se encontraba en el oeste, pues si regresaba, los conquistadores no tardarían en encontrarlo. Se volvió hacia Dyvim Slorm. El imrryriano llevaba la camisa hecha pedazos y el brazo izquierdo cubierto de sangre reseca.

—Al parecer nuestro destino se encuentra en el oeste —le dijo en voz baja.

—Entonces démonos prisa —repuso su primo—, estoy impaciente por acabar con esto y saber si viviremos o pereceremos en esta empresa. De nuestro encuentro con el enemigo no hemos logrado más que perder el tiempo.

—Yo he ganado algo —dijo Elric, recordando su primera lucha con Jagreen Lern—. He logrado saber que Jagreen Lern está relacionado de algún modo con el rapto de mi esposa... y si tuvo algo que ver en ello, me vengaré sea como sea.

—Démonos prisa, pues —dijo Dyvim Slorm—. Vayamos hacia el oeste. 

4

Aquel día se internaron más en las montañas, evitando a las pocas partidas de caza enviadas por los conquistadores, pero los dos imrryrianos, al saber que sus jefes estaban realizando un viaje especial, se marcharon en otra dirección. El heraldo fue hacia el sur para esparcir sus lúgubres noticias, de modo que sólo quedaron Elric, Dyvim Slorm y Orozn. La compañía de Orozn no les resultaba nada grata, pero decidieron soportarla.

Al cabo de un día, Orozn desapareció y Elric y Dyvim Slorm se internaron mas en los negros riscos, pasando por cañones altos y opresivos y recorriendo estrechos senderos.

Las montañas estaban nevadas, la nieve blanca resaltaba contra el fondo oscuro y llenaba las gargantas convirtiendo los senderos en peligrosas trampas resbaladizas. Una tarde, llegaron a un lugar donde las montañas daban paso a un amplio valle; descendieron con dificultad hasta él, dejando en la nieve las negras cicatrices de sus huellas; los caballos despedían nubecillas de humo y su aliento se elevaba blanco en el aire frío.

Other books

The Earl's Mistress by Liz Carlyle
Claire's Prayer by Yvonne Cloete
Fell (The Sight 2) by David Clement-Davies
Bad Blood by Chuck Wendig
Wild Flower by Eliza Redgold


readsbookonline.com Copyright 2016 - 2024