Read Portadora de tormentas Online

Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

Portadora de tormentas (4 page)

En aquel momento saltaron hacia adelante para atravesar una garganta y embocar un sendero de montaña por el que se dirigieron hacia el Abismo de Nihrain, la antigua casa de los Diez, en la que no habitaban desde hacía dos mil años. Sepiriz volvió a reír. Él y sus hermanos se enfrentaban a una tremenda responsabilidad, porque aunque no debían lealtad alguna ni a los hombres ni a los dioses, eran los portavoces del Destino, lo cual permitía que sus cráneos inmortales almacenaran unos conocimientos horrendos.

Durante siglos habían permanecido dormidos en su aposento de la montaña, viviendo cerca del corazón dormido del volcán gracias a que el calor y el frío extremados les afectaban muy poco. La explosión de rocas los había despertado y sabían que había llegado su hora, la hora que habían esperado durante milenios.

Por eso Sepiriz cantaba embargado de alegría. Por fin a él y a sus hermanos les iban a permitir interpretar la última función, en la que participarían también dos melniboneses, los dos miembros supervivientes de la Línea Real del Brillante Imperio.

Sepiriz sabía que estaban vivos, tenían que estarlo, porque sin ellos, los designios del Destino serían imposibles. Pero a Sepiriz no se le escapaba que en la tierra había seres con tanto poder que podían engañar al Destino. Sus esbirros estaban en todas partes, sobre todo entre la nueva raza de hombres, pero también contaban como armas con los espíritus necrófagos y los demonios.

Esto hacía más difícil su tarea. 

¡Pero en ese momento se dirigían a Nihrain! A la ciudad derruida y desde allí tirarían de los hilos del destino para tejer una red más fina. Aún les quedaba un poco de tiempo, pero se les estaba acabando; y el Tiempo, el desconocido, era quien lo regía todo...

Los pabellones de la reina Yishana y sus aliados estaban apiñados alrededor de una serie de pequeñas colinas boscosas. Los árboles impedían que fueran vistos a una cierta distancia y no había ningún fuego encendido que pudiese delatarlos. El gran ejército se mantenía lo más silencioso posible. Los batidores iban y venían con información sobre las posiciones del enemigo, al tiempo que estaban alertas por si descubrían espías.

Pero Elric y sus imrryrianos entraron en el campamento sin ser molestados, pues el albino y sus hombres eran fácilmente reconocibles y era bien sabido que los temibles mercenarios melniboneses habían decidido ayudar a Yishana.

—En vista del viejo vinculo que me. une a ella, será mejor que le presente mis respetos a la reina Yishana —le dijo Elric a Dyvim Slorm—, pero no quiero que se entere de la desaparición de mi esposa, de lo contrario, podría ponerme trabas. Le diré sencillamente que he venido a ayudarla por amistad.

Dyvim Slorm asintió, Elric dejó que su primo se ocupara de los preparativos del campamento y se marchó inmediatamente a la tienda de Yishana donde la reina lo esperaba con impaciencia.

Al entrar el albino, la reina no le dejó ver su mirada. La mujer tenía un rostro amplio y sensual en el que comenzaban a notarse las señales de la vejez. Tenía una larga cabellera negra y brillante. Sus pechos eran grandes y las caderas más anchas de lo que Elric recordaba. Estaba sentada en una silla acolchada y la mesa que tenía delante se veía atestada de mapas de batalla y materiales de escritura, pergaminos, tinta y plumas.

—Buenos días, lobo —dijo ella con una leve sonrisa que era a la vez sardónica y provocativa—. Mis exploradores me informaron que venías hacia aquí junto con tus compatriotas. Es agradable. ¿Has abandonado quizá a tu nueva mujer para regresar a placeres más sutiles?

—No —repuso él.

Se quitó la pesada capa de montar y la lanzó sobre un banco.

—Buenos días, Yishana. No cambias. Tengo la leve sospecha de que Theleb K'aarna, ese mago de Pan Tang amante tuyo, te dio a beber las aguas de la Vida Eterna antes de morir.

—Es posible. ¿Qué tal marcha tu matrimonio?

—Bien —repuso él. La reina se acercó más a él y notó el calor de su cuerpo.

— Qué decepción —dijo sonriendo irónicamente.

Y se encogió de hombros. Habían sido amantes en dos ocasiones, a pesar de que Elric era parcialmente responsable de la muerte del hermano de la reina durante la incursión sobre Imrryr. La muerte de Dharmit de Jharkor había permitido que ella accediera al trono y, como era mujer ambiciosa, la noticia no le había causado excesiva tristeza. Sin embargo, Elric no tenía ningún deseo de reanudar la relación.

Se refirió de inmediato a la cuestión de la inminente batalla.

—Veo que te preparas para algo más que una escaramuza. ¿Con qué fuerzas cuentas y cuáles son las posibilidades que tienes de vencer?

—Tengo a mis Leopardos Blancos —repuso—, quinientos guerreros selectos que corren veloces como corceles, son fuertes como pumas y feroces como tiburones cegados por la sangre. Están adiestrados para matar y eso es lo único que conocen. Dispongo además del resto de mis tropas, la infantería y la caballería, con unos ochenta lords al frente. La mejor parte de la caballería proviene de Shazar, son jinetes salvajes pero como luchadores son inteligentes y bien disciplinados. Tarkesh envió pocos hombres, pues tengo entendido que el rey Hilran necesitaba defender sus fronteras del sur de un vasto ataque. Pero dispongo de casi mil quinientos soldados de infantería y unos doscientos hombres montados de Tarkesh. En total creo que podemos reunir en el campo unos seis mil guerreros adiestrados. También lucharán los siervos y los esclavos, pero sólo nos servirán para hacer frente a la matanza inicial y morirán en la primera parte de la batalla.

Elric asintió. Se trataba de tácticas militares corrientes.

— ¿Qué me dices del enemigo?

—Somos superiores en número, pero traen a los Jinetes del Diablo y tigres de caza. Disponen, además, de algunas bestias que llevan en jaulas, pero no sabemos de qué tipo de animales se trata, puesto que las jaulas van tapadas.

—He oído decir que los hombres de Myyrrhn vuelan hacia aquí. Deben de darle mucha importancia a este asunto como para que abandonaran sus aguileras.

—Si perdemos esta batalla —dijo ella con tono grave—, el Caos se apoderaría de la tierra y gobernaría sobre ella. Todos los oráculos de aquí a Shazar dicen lo mismo, que Jagreen Lern no es más que el instrumento de amos menos naturales, que recibe el auxilio de los Señores del Caos. ¡No estamos luchando sólo por nuestras tierras, Elric, sino por la raza humana!

—Entonces, espero que ganemos —dijo el albino.

Acompañado de sus capitanes, Elric pasó revista al ejército. Dyvim Slorm estaba a su lado; llevaba la dorada camisa abierta sobre su cuerpo delgado y su aire era confiado y arrogante. Había allí soldados endurecidos que provenían de muchas campañas menores; hombres bajos, de rostros morenos provenientes de Tarkesh, que llevaban gruesas armaduras, y tenían el pelo y la barba negros y engrasados. Habían llegado los hombres alados y semidesnudos de Myyrrhn, con sus ojos pensativos, sus rostros de halcón y las enormes alas plegadas sobre las espaldas; se les veía tranquilos, dignos y callados. Los comandantes shazarianos también estaban presentes; vestían chaquetas grises, pardas y negras, y llevaban armaduras de bronce. Con ellos iba el capitán de los Leopardos Blancos de Yishana, un hombre de largas piernas, cuerpo compacto y cabello rubio recogido sobre la nuca poderosa, que vestía una armadura plateada con el blasón de un leopardo, albino como Elric, rampante y gruñón.

Se acercaba el momento de la batalla...

Bajo el amanecer gris, los dos ejércitos avanzaron cada uno desde los extremos de un ancho valle, flanqueado de bajas colinas boscosas.

El ejército de Pan Tang y Dharijor subió por el valle cual negra marea de metal para encontrarse con el enemigo. Elric, que todavía iba sin armadura, los vio acercarse, mientras su caballo coceaba la hierba. Dyvim Slorm, que iba a su lado, señaló y exclamó:

— ¡Mira, ahí van los conspiradores, el de la izquierda es Sarosto y el de la derecha, Jagreen Lern!

Los jefes iban a la cabeza de su ejército mientras unos estandartes de seda negra ondeaban sobre sus yelmos. El rey Sarosto y su delgado aliado, el aguileño Jagreen Lern, que llevaba una brillante armadura escarlata que parecía estar al rojo vivo, y quizá lo estuviera. En el yelmo llevaba el Penacho de Tritón de Pan Tang, pues sostenía estar emparentado con los habitantes del mar. La armadura de Sarosto carecía de brillo, era de un tono amarillo sucio, y estaba blasonada con la Estrella de Dharijor, sobre la cual aparecía la Espada que según la historia había sido portada por Atarn, el constructor de ciudades, antepasado de Sarosto.

Tras ellos, inmediatamente visibles, iban los Jinetes del Diablo de Pan Tang, montados en sus reptiles de seis patas que, según se decía, eran producto de la magia. Atezados y con expresiones introspectivas en sus caras afiladas, ceñidos a la cintura y sin envainar llevaban sables largos y curvos. Agazapados entre ellos iban unos cien tigres de caza, adiestrados como perros, con largos colmillos y garras capaces de desgarrar a un hombre hasta los huesos de un solo zarpazo. Tras el ejército que avanzaba hacia ellos, Elric alcanzó a ver los techos de las misteriosas jaulas. Se preguntó qué extrañas bestias irían en ellas.

Yishana gritó entonces una orden.

Las flechas de los arqueros formaron una sonora nube negra en el cielo cuando Elric condujo a la primera carga de la infantería colina abajo al encuentro de los carros del ejército enemigo. Le amargaba el hecho de verse obligado a arriesgar la vida, pero si deseaba descubrir el paradero de Zarozinia, estaba obligado a desempeñar el papel que le había sido asignado y rogar por que saliera con vida de aquel trance.

El grueso de la caballería siguió a la infantería con la orden de hacer lo posible por rodear al enemigo. De un lado se veían imrryrianos de brillantes uniformes y shazarianos de broncíneas armaduras. Del otro lado, galopaban tarkeshitas de azules armaduras con brillantes plumas rojas, purpúreas y blancas, llevando las lanzas en ristre, y jharkorianos de doradas armaduras, que llevaban largos espadones desenvainados. En el centro de la falange de avanzada de Elric marchaban a paso largo los Leopardos Blancos de Yishana y la reina en persona cabalgaba bajo su estandarte, tras la primera falange, al frente de un batallón de caballeros.

Se abalanzaron sobre el enemigo, cuyas flechas se elevaron al cielo para caer estrepitosamente sobre los yelmos o penetrar con un ruido sordo en la carne.

Los gritos de guerra hirieron el plácido amanecer cuando las tropas bajaron veloces por las laderas y entraron finalmente en combate.

Elric se encontró enfrentado al delgado Jagreen Lern, y el vociferante Teócrata hizo frente al ataque de Tormentosa con una rodela rojo fuego que logró protegerlo; este detalle probaba que el escudo estaba preparado para hacer frente a las armas encantadas.

Jagreen Lern contrajo el rostro en una sonrisa maliciosa cuando reconoció a Elric y le dijo:

—Me habían dicho que estarías aquí, albino. ¡Te conozco Elric, y conozco tu destino!

—Al parecer, son demasiados los hombres que conocen mi destino mejor que yo —repuso el albino—. Pero tal vez si te mato, Teócrata, logre arrancarte el secreto antes de que mueras.

— ¡Pues no! No son ésos los planes de mi amo.

—¡Pero sí los míos!

Volvió a arremeter contra Jagreen Lern, pero una vez más, la espada gritó de rabia al ser rechazada. La sintió moverse en su mano, pues Tormentosa era un arma casi dotada de vida; notó como palpitaba de frustración, porque normalmente, el acero forjado en el infierno podía partir el metal mejor templado.

Jagreen Lern llevaba en la enguantada mano izquierda una enorme hacha de guerra que revoleó apuntando a la cabeza desprotegida del corcel de Elric. Aquello resultaba extraño, puesto que se encontraba en una posición que le permitía golpear al albino. Elric tiró de las riendas para que su caballo apartara la cabeza, esquivó el golpe y volvió a cargar contra el pecho de Jagreen Lern con la espada en ristre. La espada rúnica chilló al no poder perforar la armadura. El hacha de guerra volvió a hender el aire y Elric tuvo que levantar su acero para protegerse; asombrado, se vio lanzado hacia atrás por la fuerza del golpe, y a duras penas logró controlar su cabalgadura, pues uno de sus pies había resbalado del estribo.

Jagreen Lern volvió a golpear al caballo de Elric y le partió la cabeza; el animal, con los ojos desorbitados, cayó al suelo de rodillas en medio de un charco de sangre y sesos, y murió.

Despojado de su cabalgadura, Elric se incorporó con dificultad y se dispuso a recibir el siguiente golpe de Jagreen Lern.

Pero para su asombro, el rey-hechicero se dio la vuelta para internarse en el fragor de la batalla.

— ¡Es una pena que tu vida no me pertenezca para poder acabar con ella, albino! Es una prerrogativa de otras fuerzas. Puede que si vives, y resultamos vencedores, vuelva a buscarte.

Fue tal el asombro de Elric, que no logró entender el sentido de aquella actitud; desesperado, miró a su alrededor buscando otro caballo y vio un corcel dharijoriano, con la cabeza y las manos bien protegidas por una abollada armadura negra, que corría desbocado alejándose del terreno de lucha.

Saltó velozmente y aferró una de las riendas, detuvo al animal, colocó un pie en un estribo y se izó sobre la silla, que resultaba incómoda para un hombre sin armadura. De pie en los estribos, Elric condujo al corcel de vuelta a la batalla.

A mandobles se abrió paso a través de los caballeros enemigos, matando ora a un Jinete del Diablo, ora a un tigre de caza que se abalanzaba sobre él con las fauces abiertas, ora a un comandante dharijoriano, ora a dos soldados que lo golpeaban con sus alabardas. Su corcel reculaba como un monstruo, y ¿1 lo obligaba desesperadamente a acercarse hacia el estandarte de Yishana hasta que alcanzó a divisar a uno de los heraldos.

El ejército de Yishana luchaba con bravura, pero había perdido la disciplina. Si se deseaba que fuese efectivo, había que reagruparlo.

—¡Haz volver a la caballería! —aulló Elric—. ¡Haz volver a la caballería!

El joven heraldo levantó la vista. En ese momento sufría el terrible acoso de dos Jinetes del Diablo. La distracción le costó cara; fue espetado en la espada de un Jinete del Diablo y lanzó gritos agónicos cuando los dos hombres lo remataron.

Lanzando una maldición, Elric se acercó un poco y golpeó a uno de los atacantes en el costado de la cabeza. El hombre fue derribado de su cabalgadura y cayó en el fango. El otro Jinete se volvió para encontrarse con la punta aulladora de Tormentosa murió gritando cuando la espada rúnica se bebió su alma.

Other books

Suddenly Married by Loree Lough
Where There is Evil by Sandra Brown
The Good Father by Tara Taylor Quinn
Ten Thousand Words by Kelli Jean
Kept by Carolyn Faulkner
Sex and the Single Vampire by Katie MacAlister


readsbookonline.com Copyright 2016 - 2024