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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

Portadora de tormentas (8 page)

—Algo que me satisfaría —repuso Elric.

Dyvim Slorm no dijo nada a pesar de que no estaba del todo de acuerdo con Elric. El argumento del Dios Muerto parecía contener una cierta dosis de verdad.

Darnizhaan sacudió su cuerpo haciendo bailar la luz dorada que momentáneamente se esparció por una zona más amplia.

—Quédate con las espadas y será como si ninguno cíe nosotros hubiera existido jamás —dijo, impaciente.

—Así sea —repuso Elric tercamente — , ¿acaso crees que necesito de la memoria para seguir viviendo... del recuerdo del mal, de la ruina y la destrucción? ¿La memoria de un hombre con sangre envenenada en las venas... un hombre al que aplican motes como asesino de amigos, asesino de mujeres y otros parecidos?

— ¡Elric, te han engañado! —exclamó Darnizhaan con tono alarmado, aterrado casi — . En algún momento te han dado una conciencia. Debes unirte a nosotros. Si los Señores del Caos logran establecer su reinado, sobreviviremos. ¡Si no fuera así, seremos destruidos!

— ¡Bien!

—El limbo, Elric. ¡El limbo! ¿No comprendes lo que eso significa?

—No me importa. ¿Dónde está mi esposa?

Elric impidió que su mente reflexionara sobre aquella verdad, se esforzó por anular el terror que le provocaban las palabras del Dios Muerto. No podía permitirse el lujo de escuchar ni de comprender del todo. Debía salvar a Zarozinia.

—He traído las espadas y quiero que me devuelvan a mi esposa.

—Está bien —dijo el Dios Muerto con una amplia sonrisa de alivio—. Al menos si tenemos las espadas en su verdadera forma, lejos de la tierra, es posible que logremos conservar el control del mundo. En tus manos podrían destruirnos no sólo a nosotros, sino a ti también, a tu mundo, a cuanto representas. Las bestias dominarían el mundo durante millones de años antes de que volviese a resurgir la era de la inteligencia. Y sería una época mucho más oscura que la actual. No queremos que esto ocurra. ¡Pero si tú te hubieras quedado con las espadas, todo esto habría ocurrido de un modo casi inevitable!

— ¡Cállate! —gritó Elric—. Para ser dios hablas demasiado. ¡Llévate las espadas y devuélveme a mi esposa!

El Dios Muerto dio una orden y algunos de sus acólitos se alejaron. Elric vio como sus cuerpos brillantes desaparecían en la oscuridad. Esperó ansiosamente hasta que regresaron; traían con ellos a Zarozinia, que no paraba de luchar. La dejaron en el suelo; Elric notó que en su rostro se reflejaba una mirada atónita.

— ¡Zarozinia!

La muchacha miró a su alrededor antes de que sus ojos descubrieran a Elric. Se disponía a dirigirse hacia él, pero los acólitos la retuvieron riéndose entre dientes. 

Darnizhaan tendió dos manos gigantescas y brillantes.

—Antes quiero las espadas.

Elric y Dyvim Slorm se las entregaron. El Dios Muerto se irguió, aferró sus trofeos y expresó su satisfacción con sonoras carcajadas. Zarozinia fue liberada y sollozando corrió a aferrar la mano de su esposo. Elric la cogió entre sus brazos y le acarició el pelo; estaba demasiado conmovido como para pronunciar palabra.

Después, dirigiéndose a Dyvim Slorm, gritó:

— ¡Veamos si nuestro plan funciona, primo! Elric miró a Tormentosa, que se debatía en la mano de Darnizhaan.

— ¡Tormentosa! Kerana soliem, o'glara...

Dyvim Slorm llamó también a Enlutada en la Lengua Antigua de Melniboné, la lengua mística que había sido utilizada para componer las runas y levantar a los demonios durante los doscientos siglos de historia de Melniboné.

Juntos manejaron las espadas como si las estuvieran empuñando, y simplemente gritando órdenes, Elric y Dyvim Slorm comenzaron su trabajo. Aquélla era la cualidad de ambas espadas cuando se unían en una lucha común. Los aceros se agitaron en las manos brillantes de Darnizhaan. El Dios Muerto retrocedió; su silueta se tornó borrosa, por momentos era humana, por momentos animal y por momentos adoptaba una forma extraña. Pero era evidente que estaba aterrado.

Las espadas saltaron de sus manos y se volvieron contra él. Luchó contra ellas, esquivando las estocadas que desde el aire le lanzaban, al tiempo que silbaban malévolas y triunfantes, y lo atacaban con una fuerza enloquecida. Respondiendo a una orden de Elric, Tormentosa destrozó al ser sobrenatural y Enlutada la imitó. Dado que las espadas rúnicas también eran sobrenaturales, Darnizhaan resultó horriblemente herido cada vez que las armas le asestaban un golpe.

— ¡Elric! —rugió—. ¡Elric... no sabes lo que haces! ¡Detenlas! ¡Detenlas! Deberías haber escuchado con más atención cuando te hablé. ¡Detenlas!

Pero era tal el odio que Elric sentía que continuó azuzando a las espadas, obligándolas a enterrarse en el cuerpo del Dios Muerto una y otra vez hasta que su silueta se fue desvaneciendo y sus brillantes colores se fueron apagando. Los acólitos huyeron hacia el valle, convencidos de que su amo estaba condenado. Su señor también lo creía así. Intentó abalanzarse sobre los dos jinetes, pero la materia de la que estaba hecho comenzó a desmoronarse ante el ataque de las espadas; su cuerpo se fue deshaciendo en pedazos y éstos flotaron en el aire para ser tragados por la negra noche.

Elric siguió incitando a las espadas con una saña increíble mientras la voz de Dyvim Slorm se mezclaba con la suya para expresar una cruel alegría ante la destrucción de aquel ser.

— ¡Infelices! —gritó el Dios Muerto—. ¡Al destruirme a mí os estáis destruyendo a vosotros mismos!

Pero Elric no lo escuchó; cuando ya no quedaba nada del Dios Muerto, las dos espadas volvieron, alegres, a las manos de sus amos.

Elric envainó a Tormentosa a toda prisa, sintiendo un repentino estremecimiento.

Desmontó y ayudó a su joven esposa a subir a la grupa de su semental y volvió a montar. En el Valle de Xanyaw reinaba el silencio. 

6

Días después, tres personas encorvadas sobre las sillas de montar llegaron al Abismo de Nihrain. Bajaron los sinuosos senderos hasta alcanzar las negras profundidades de la ciudad de montaña y una vez allí, fueron recibidas por Sepiriz, cuyo rostro se mostraba serio, aunque sus palabras fueron alentadoras.

—De modo que lo lograste, Elric —dijo sonriendo levemente.

Elric se detuvo, desmontó y ayudó a Zarozinia a bajarse del caballo. Dirigiéndose a Sepiriz le dijo:

—No estoy demasiado satisfecho con esta aventura, aunque hice lo que debía para salvar a mi esposa. Quisiera hablar contigo en privado, Sepiriz.

El negro nihrainiano asintió con gesto serio y repuso:

—Cuando hayamos comido hablaremos a solas.

Avanzaron cansinamente por una serie de galerías, y al hacerlo notaron que en la ciudad había una actividad mucho más considerable, pero no había señales de los nueve hermanos de Sepiriz... Éste les explicó su ausencia mientras conducía a Elric y sus acompañantes a sus aposentos.

—Como siervos del Destino han sido llamados a otro plano en el que observarán una parte de los varios futuros posibles de la tierra, para así mantenerme informado de lo que debo hacer aquí.

Entraron en los aposentos de Sepiriz y encontraron la comida preparada; cuando hubieron satisfecho su apetito, Dyvim Slorm y Zarozinia dejaron a solas a los otros dos.

El fuego ardía en el gran hogar. Elric y Sepiriz estaban encorvados en sus sillas, sentado el uno al lado del otro, sin decirse palabra.

Finalmente, y sin preámbulos, Elric le refirió a Sepiriz la historia de lo ocurrido, le explicó cuanto recordaba de las palabras del Dios Muerto y cómo le habían turbado al punto de parecerle ciertas.

Cuando hubo concluido, Sepiriz asintió y le dijo:

—Así es. Darnizhaan te dijo la verdad. O al menos te dijo gran parte de la verdad, tal como él la entendía.

— ¿Quieres decir que pronto dejaremos de existir? ¿Que será como si jamás hubiésemos respirado, pensado o luchado?

—Es probable.

— ¿Pero por qué? Me parece injusto.

— ¿Quién te ha dicho que el mundo era justo?

Elric sonrió al ver confirmadas sus propias sospechas.

—Tal como yo esperaba, no hay justicia.

—Sí que la hay —le contradijo Sepiriz—, se trata de una justicia que puede tallarse en el caos de la existencia. El hombre no nació para estar en un mundo de justicia. ¡Pero puede crear un mundo así!

—Me parece bien —dijo Elric—, ¿pero de qué servirían todos nuestros esfuerzos si estamos condenados a morir y los resultados de nuestros actos desaparecerán con nosotros?

—No es exactamente así. Algo continuará. Quienes nos sucedan heredarán algo de nosotros.

—¿Qué?

—Una tierra libre de las principales fuerzas del Caos.

—¿Te refieres a un mundo libre de la brujería?

—No del todo libre de la brujería, pero el caos y la brujería no dominarán el mundo del futuro tal como ocurre en éste.

—Entonces, Sepiriz, por eso sí que merece la pena luchar —dijo Elric casi con alivio—. ¿Y qué papel desempeñan las espadas rúnicas en este esquema?

— Cumplen dos funciones. La primera, liberar al mundo de las fuerzas dominantes del mal...

— ¡Pero si las espadas mismas son el mal!

—Ya lo sé. Pero para luchar contra un mal poderoso hace falta otro mal poderoso. En los días que vendrán, las fuerzas del bien podrán derrotar a las del mal. Pero todavía no son lo bastante fuertes. Y es por eso, como ya te he dicho, por lo que hemos de luchar.

— ¿Cuál es la otra función de las espadas?

— Se trata de su propósito último... tu destino. Ahora puedo contártelo. Debo hacerlo, o bien dejar que sigas tu destino ignorante de todo.

—Entonces cuéntamelo —exigió Elric, impaciente.

— ¡Su propósito último es destruir este mundo!

—Ah, no, Sepiriz —dijo Elric poniéndose en pie—. No puedo creérmelo. ¿Acaso mi conciencia ha de cargar con semejante crimen?

—No es un crimen, está en la naturaleza de las cosas. La edad del Brillante Imperio, incluso la de los Reinos Jóvenes, está tocando a su fin. El Caos formó esta tierra, y ha gobernado desde tiempos inmemoriales. Los hombres fueron creados para poner fin a ese dominio.

— Pero mis antepasados adoraban los poderes del Caos. Arioco, mi demonio protector, es un Duque del Infierno, uno de los principales Señores del Caos.

—Ya. Pero tanto tú como tus antepasados no erais verdaderos hombres, sino un tipo intermedio creado con un fin. Tú comprendes el Caos como ningún hombre verdadero podría hacerlo. Puedes controlar las fuerzas del Caos como ningún hombre verdadero podría hacerlo. Puedes debilitar las fuerzas del Caos, porque conoces las cualidades del Caos. Y eso es precisamente lo que has hecho, debilitar las fuerzas del Caos. Aunque adoraban a los Señores del Azar y el Mal, tu raza fue la primera en imponer un cierto orden en la tierra. Los pueblos de los Reinos Jóvenes han heredado esto de vosotros, y lo han consolidado. Pero, por el momento, el Caos sigue siendo muy fuerte. Tormentosa y Enlutada, las espadas rúnicas, esta era más ordenada, la sabiduría que tu raza y la mía han alcanzado, todo ello contribuirá a sentar las bases de los verdaderos inicios de la historia de la Humanidad. Esa historia no comenzará hasta dentro de varios miles de años, puede que adopte una forma de vida inferior, puede que se vuelva más bestial antes de experimentar una evolución, pero cuando lo haga, surgirá un mundo libre de las fuerzas del Caos. Un mundo que tendrá ocasión de luchar. Nosotros estamos todos condenados, pero ellos tal vez no.

—De modo que eso era a lo que Darnizhaan se refería cuando me dijo que éramos sólo títeres que desempeñábamos nuestros papeles antes de que comenzara la verdadera obra de teatro... —Elric lanzó un profundo suspiro; el peso de semejante responsabilidad le oprimía el alma. No le hacía ninguna gracia. pero acabó aceptándola.

—Ésa es tu finalidad, Elric de Melniboné —dijo Sepiriz con tono amable — . Hasta ahora, tu vida te ha parecido carente de sentido. Te has pasado todos estos años buscando un fin por el que vivir, ¿no es así?

—Sí —repuso Elric con una leve sonrisa—. Durante muchos años, desde que he nacido, he sentido un cierto desasosiego que ha aumentado mucho más entre el momento en que raptaron a Zarozinia y ahora.

—Es lógico que así fuera —reconoció Sepiriz—, porque existe una finalidad para ti... la finalidad del Destino. Y es ese mismo sentido lo que has presentido durante todos tus días mortales. Tú, el último de la línea real de Melniboné, debes cumplir con tu destino en los tiempos que seguirán a éstos. El mundo se está volviendo oscuro, la naturaleza se rebela ante los abusos a los que los Señores del Caos la han sometido. Los océanos hierven y las selvas oscilan, la lava hirviente surge de mijes de montañas, los vientos rugen su furioso tormento y los cielos están repletos de una terrible conmoción. Sobre la faz de la tierra, los guerreros están enzarzados en una lucha que decidirá el destino del mundo, puesto que esa lucha está conectada con otros conflictos más importantes entre los Dioses. Sólo en este continente, millones de mujeres y niños arden en las piras funerarias. El conflicto no tardará en propagarse a otros continentes-Pronto, todos los hombres de la tierra habrán tomado partido Y puede que el Caos gane fácilmente. Y ganaría si no fuera por una sola cosa: tú y tu espada Tormentosa.

— Tormentosa. Ya me ha traído muchas tormentas. Tal vez en esta ocasión logre calmar una. ¿Y si ganara la Ley?

— Si ganara la Ley... entonces, eso también significaría el declive y la muerte de este mundo... todos seremos olvidados. Pero si venciera el Caos... entonces la muerte nublará el cielo, el dolor resonará en el viento y la miseria dominará en un mundo inquietante donde imperará la brujería, el odio y el mal. Pero tú, Elric, con tu espada y tu ayuda, podrías impedirlo. Ha de hacerse así.

—Que así sea pues —dijo Elric en voz baja—, si ha de hacerse... que sea bien.

—Los ejércitos serán guiados contra las fuerzas de Pan Tang —dijo Sepiriz—. Han de ser nuestra primera defensa. Después. te llamaremos para que cumplas con el resto de tu destino.

—Desempeñaré mi papel con gusto —replicó Elric—, siquiera sea para devolverle al Teócrata todos sus insultos y las molestias que me ha causado. Si bien es posible que no instigara el rapto de Zarozinia, sino más bien que ayudara a quienes se la llevaron, pero de todos modos, morirá lentamente por ello.

—Vete pues, date prisa, por que cada minuto que pierdas le permitirá al Teócrata consolidar mis el imperio que acaba de ganar.

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