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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

Portadora de tormentas (10 page)

Debajo de la barca comenzó a formarse una ola que los elevó para volver a dejarlos caer. Elric se aferró de la borda y creyó oír el grito salvaje de Moonglum por encima del ruido de la tormenta antes de ser arrojados contra 

los Dientes de la Serpiente.

¡Adiós!

Siguió entonces el temible sonido de la madera al romperse y el dolor producido por las rocas afiladas al lacerar su cuerpo; las olas lo hundieron y luchó por salir a respirar a la superficie antes de que otra ola volviera a lanzarlo contra las rocas donde un saliente le hizo una herida en el brazo.

Con desesperación, impulsado por la espada rúnica que le infundía vida, intentó nadar hacia los acantilados de Shazar, consciente de que aunque sobreviviera, el Destino lo había devuelto a tierra enemiga y que las posibilidades de que llegara a las tierras del sur eran más remotas que nunca. 

8

Elric despertó exhausto sobre una playa de guijarros; oía el sonido musical de la marea al rozar las piedras. Otro sonido se superponía al del mar: el crujido de unas botas. Alguien se acercaba a él. Estando en Shazar, lo más probable era que se tratara de un enemigo. Sacando fuerzas de flaqueza, rodó hacia un lado y comenzó a ponerse en pie. Con la mano derecha desenvainó un poco a Tormentosa antes de darse cuenta que se trataba de Moonglum que, doblado por el cansancio, lo miraba desde lo alto con una sonrisa en los labios.

— ¡Gracias a los dioses sigues con vida! —Moonglum se tendió sobre los guijarros de la playa, apoyó el peso del cuerpo sobre los brazos y observó el mar en calma y los imponentes Dientes de la Serpiente que se elevaban a lo lejos. Al cabo de un instante, añadió—: Creo que los dioses tuvieron que ver con nuestro naufragio y nuestro rescate.

—Sí, estamos vivos —dijo Elric con ánimo sombrío — , pero no sabría decirte por cuánto tiempo seguiremos estándolo en esta tierra arrasada.

Moonglum sacudió la cabeza y lanzó una leve carcajada.

—Sigues siendo el mismo pesimista de siempre, amigo mío. A mi modo de ver, deberías estar agradecido por conservar la vida.

—En este conflicto, las misericordias como ésta nos servirán de poco —repuso Elric—. Descansa, Moonglum, que yo cubriré el primer turno de guardia. Cuando iniciamos esta aventura no teníamos tiempo que perder, ahora hemos perdido varios días, de modo que puedes descansar.

Moonglum no opuso resistencia, y de inmediato se durmió; al despertar, mucho más repuesto, aunque seguía dolorido, Elric durmió hasta que la luna salió en lo alto del cielo despejado iluminándolo con su brillante luz.

Emprendieron la marcha en plena noche, por la costa cubierta de una hierba rala hasta alcanzar una zona cíe terreno negro y húmedo. Era como si un holocausto hubiera arrasado los campos, seguido de una fuerte tormenta que dejó tras ella un pantano de cenizas. Al recordar las llanuras cubiertas de pastizales de esa zona de Shazar, Elric se sintió horrorizado, incapaz de discernir si aquella destrucción había sido obra del hombre o de los Señores del Caos.

Fueron transcurriendo las horas de la mañana, y hacia el mediodía, cuando en el cielo cubierto cíe nubes brillantes comenzaron a notarse unas extrañas perturbaciones, vieron acercarse a ellos una larga fila de personas. Se tendieron en el suelo y se ocultaron para espiar cautelosamente cómo se iba acercando el grupo. No eran soldados enemigos, sino mujeres sufridas y niños famélicos, hombres que a duras penas lograban avanzar, cubiertos de harapos, y unos pocos jinetes magullados, obviamente, los restos de alguna banda derrotada de guerrilleros que había logrado sobrevivir al ataque de Jagreen Lern.

— Creo que estamos ante gente amiga, o algo parecido —masculló Elric, agradecido—. Tal vez nos den información que pueda ayudarnos.

Se pusieron en pie y se dirigieron hacia el maltrecho grupo. Los jinetes se agruparon velozmente alrededor de los civiles y sacaron las armas, pero antes de que nadie pudiera amenazar a nadie, alguien del grupo gritó:

— ¡Elric de Melniboné! Elric... ¿has venido a traernos noticias sobre nuestro rescate?

Elric no reconoció aquella voz, pero sabía que su rostro de piel blanquísima y ojos carmesíes era ya una leyenda.

—Yo mismo voy en busca de que me rescaten, amigo —dijo con fingida alegría—. Naufragamos en vuestras costas cuando intentábamos buscar ayuda de las tierras del sur, pero a menos que encontremos otra barca, nuestras posibilidades son bien escasas.

— ¿En qué dirección navegabas, Elric? —inquirió el invisible portavoz.

—Hacia el sur, ya te lo he dicho.

— ¡Entonces ibas en dirección errada!

Elric se irguió cuanto pudo e intentó atisbar entre la multitud.

— ¿Quién eres tú para decirnos algo así?

Se produjo un movimiento entre el gentío y un hombrecito encorvado, de mediana edad, que llevaba unos bigotes largos y enroscados, se abrió paso para plantarse ante el albino, apoyándose en una vara. Los jinetes apartaron sus cabalgaduras para que Elric pudiera verlo. 

—Me llamo Ohada, el Vidente. Hace mucho tiempo fui famoso en Falitain como oráculo. Pero Falitain fue arrasada durante el saqueo de Shazar y yo fui lo bastante afortunado como para poder huir junto con esta gente, todos ellos nativos de Falitain, una de las últimas ciudades que sucumbieron a los poderes mágicos de Pan Tang. Elric, te traigo un mensaje muy importante. Es sólo para ti, y lo he recibido de alguien que conoces, alguien que quizá pueda ayudarte a ti, e indirectamente, a nosotros.

—Me has picado la curiosidad y aumentado mis esperanzas —respondió Elric haciéndole señas on la mano—. Acércate, vidente, dame tu mensaje y esperemos que sea positivo, tal como pareces sugerir.

Moonglum retrocedió cuando el vidente se acercó a su amigo. Tanto el oriental como los aflitainianos observaron con curiosidad mientras Ohada le susurraba algo a Elric. Elric tuvo que hacer un esfuerzo por captar sus palabras.

—Te traigo un mensaje de un hombre extraño llamado Sepiriz. Dice que él fue quien envió esta tempestad pero que hay algo que debes hacer que él no puede. Dice que vayas a la ciudad tallada y que una vez allí te dará más información.

— ¡Sepiriz! ¡Pero si me he separado de él no hace mucho! ¿Cómo se puso en contacto contigo?

— Soy clarividente. Se me apareció en sueños.

—Tus palabras podrían ser una trampa ideada para conducirme a manos de Jagreen Lern.

—Sepiriz me dijo una cosa más... me indicó que íbamos a encontrarnos en este mismo lugar. ¿Crees tú que Jagreen Lern podía haberlo sabido entonces?

—No es muy probable... pero, con ese mismo criterio, ¿acaso podía haberlo sabido nadie? Gracias, vidente. — Dicho lo cual, dirigiéndose a los guerreros montados, les gritó—: ¡Necesitamos dos de vuestros mejores caballos!

—Nuestros caballos son muy valiosos para nosotros —masculló un caballero vestido con una armadura destartalada—, son todo lo que tenemos.

—Mi compañero y yo debemos viajar con rapidez si hemos de salvar al mundo del Caos. ¡Venga, arriesgad un par de caballos contra la posibilidad de que se venguen de vuestros conquistadores!

—Está bien —repuso el caballero, y a regañadientes desmontó del caballo.

El jinete que estaba a su lado lo imitó y ambos acercaron los corceles hasta donde se encontraban Elric y Moonglum.

Elric tomó las riendas y montó de un salto; la espada rúnica le golpeó el muslo.

—¿Qué planes tenéis ahora?

— Seguiremos luchando lo mejor que podamos.

— ¿No sería más prudente que os ocultarais en las montañas o en los Pantanos de la Bruma?

— Si hubieras presenciado la depravación y el terror del mandato de Jagreen, no te atreverías a sugerir algo semejante —comentó el caballero sombríamente—. Aunque no podemos abrigar esperanzas de vencer un hechicero cuyos siervos tienen la capacidad de ordenar a la tierra que se agite como si fuera un océano, de hacer que el cielo suelte torrentes de agua salada y de enviar nubes verdes al suelo para que destruyan a los niños en formas inefables, procuraremos vengarnos como podamos. Comparado con lo que ocurre en otras zonas del continente, por aquí reina la calma. Se están produciendo unos espantosos cambios geológicos. A diez millas al norte de aquí no podrías reconocer ni una sola colina y ni una sola selva. Y aquellas que vas dejando atrás, muy bien podrían cambiar o desaparecer al día siguiente.

—Hemos presenciado algo similar en nuestro viaje por mar

—dijo Elric—. Te deseo una larga vida de venganza. Yo también tengo cuentas pendientes con Jagreen Lern y su cómplice.

— ¿Su cómplice? ¿Te refieres al rey Sarosto de Dharijor?

—Una leve sonrisa iluminó el rostro macilento del caballero—. No podrás vengarte de Sarosto. Fue asesinado poco después que nuestras fuerzas fueran derrotadas en la batalla de Sequa. Aunque no se ha podido probar nada, es de público conocimiento que lo mandó matar el Teócrata, que ahora gobierna sin que nadie le haga sombra. —El caballero se encogió de hombros y añadió—: ¿Y quién podrá oponerse a Jagreen Lern, y mucho menos a sus capitanes?

— ¿Quiénes son esos capitanes?

—Pues ha mandado llamar a los Duques del Infierno. No sé si seguirán aceptando su dominio durante mucho tiempo más. Nosotros creemos que Jagreen Lern será el próximo en morir, entonces... ¡el Infierno incontrolado dominará en este lugar!

—Espero que no —dijo Elric con un hilo de voz—, porque no quiero que impidan mi venganza. El caballero lanzó un suspiro y dijo:

— Con los Duques del Infierno como aliados, Jagreen Lern no tardará en gobernar el mundo.

—Reguemos porque yo pueda encontrar la forma de acabar con esa oscura aristocracia y mantener mi promesa de matar a Jagreen Lern —dijo Elric, y con un ademán de despedida al vidente y a los dos caballeros, hizo girar a su caballo en dirección de las montañas de Jharkor, seguido de Moonglum.

En la peligrosa cabalgata hacia la montaña donde moraba Sepiriz tuvieron pocas ocasiones de descanso, porque tal como les había advertido el caballero, el terreno mismo parecía dotado de vida y la anarquía imperaba en todas partes. Más tarde, Elric recordaría muy poco, salvo la sensación de horror y el sonido de unos chirridos impíos en sus oídos, la visión de oscuros colores, dorados, rojos, azules, negro y el anaranjado brillante que estaba por todas partes y era el signo del Caos sobre la tierra.

En las regiones montañosas, cerca de Nihrain, descubrieron que el dominio del Caos no era tan completo como en otras partes. Aquello probaba que Sepiriz y sus nueve hermanos negros ejercían al menos un cierto control sobre las fuerzas que amenazaban con engullirlos.

Para llegar al corazón de las antiguas montañas se fueron internando cada vez más por profundas gargantas de roca oscura, por traicioneros senderos de montaña y por laderas de las que se desprendían las piedras. Se trataba de las montañas más antiguas del mundo, y encerraban los secretos más antiguos de la tierra: el dominio del inmortal Nihrain que había gobernado durante siglos, incluso antes de la aparición de los melniboneses. Finalmente llegaron a la Ciudad Tallada de Nihrain, con sus altos palacios, sus templos y sus fuertes tallados en la roca viva, ocultos en las profundidades del abismo que podía haber sido insondable. Prácticamente alejada de todo salvo de la leve luz que de los escasos rayos del sol lograba colarse, allí había estado desde tiempos inmemoriales.

Condujeron a sus renuentes corceles por unos estrechos senderos hasta que llegaron a la enorme puerta, cuyos pilares eran unos titanes tallados sobre los que se alzaban unas figuras semihumanas; al verlos, Moonglum lanzó una exclamación de sorpresa e inmediatamente cerró la boca, apabullado ante el genio capaz de combinar en una obra gigantesca la ingeniería y el arte.

En las cavernas, donde también había escenas talladas que representaban las leyendas de Nihrain, los esperaba Sepiriz, quien los recibió con una sonrisa en los labios de ébano.

—Saludos, Sepiriz —dijo Elric desmontando de su caballo y entregándoles las riendas a unos esclavos que se llevaron el corcel.

Moonglum lo imitó, un tanto cansado.

—Lamento haber tenido que pedirte que volvieras tan pronto, pero ocurre que Jagreen Lern ha actuado más deprisa de lo que esperábamos —dijo Sepiriz aferrando a Elric por los hombros.

—Ya me he enterado. Además, ha convocado a los Señores Oscuros.

— Sí. Por nuestra parte, intentábamos ponernos en contacto con los Señores Blancos con la ayuda de magos ermitaños de la Isla de los Hechiceros, pero la flota guerrera de Jagreen Lern destruyó la isla y el Caos ha interceptado nuestros intentos de rescatar a los ermitaños. Mis hermanos siguen luchando por encontrar a los Señores Blancos en los planos superiores. Pero más cerca de aquí hay trabajo para ti y tu espada. Venid a mis aposentos a refrescaros. Tenemos un vino que os devolverá las fuerzas y cuando lo hayáis bebido, os diré qué tarea os ha reservado el Destino.

Sentado en su silla, mientras bebía el vino y echaba una mirada a los oscuros aposentos de Sepiriz, iluminados únicamente por los fuegos que ardían en las parrillas de varias chimeneas, Elric se devanó los sesos por encontrar una pista que le permitiera descifrar las impresiones que parecían navegar justo debajo de la superficie de su conciencia. Aquellos aposentos tenían algo misterioso, un misterio que provenía no sólo de su vastedad y de las sombras que en ellos vagaban. Sin saber por qué, Elric pensó que aunque aquella estancia estuviera rodeada de millas y millas de roca sólida, sus dimensiones no podían ser medidas con los medios empleados normalmente; era como si se extendiera a planos que no se conformaban al tiempo y al espacio de la tierra, planos que de hecho carecían de tiempo y de espacio. Presintió que podría intentar cruzar la estancia de una pared a la otra, pero que si lo intentaba, se encontraría caminando eternamente sin alcanzar nunca la pared opuesta. Trató de desechar estos pensamientos, dejó su copa e inspiró profundamente. No cabía duda de que el vino le había devuelto las fuerzas y lo había relajado. Señalando la jarra que estaba sobre la mesa de piedra, le dijo a Sepiriz:

— ¡No resultaría nada difícil que este brebaje te creara adicción!

—A mí ya me la ha creado —dijo Moonglum con una sonrisa al tiempo que se servía otra copa.

—Nuestro vino de Nihrain posee una extraña cualidad —les informó Sepiriz sacudiendo la cabeza—. Tiene un sabor agradable y refresca a quienes están cansados, pero una vez recuperadas las fuerzas, provoca náuseas a quien siga bebiéndolo. Es por eso que todavía nos quedan reservas. Pero ya se nos están acabando, pues las viñas de las que se obtiene han desaparecido de la tierra hace mucho tiempo.

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