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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

Portadora de tormentas (19 page)

—Adiós, lord Voashoon —le dijo Elric a su suegro—. Te ruego que me hagas una cortesía, pasa por el Erial de los Sollozos y llega hasta Eshmir y los Reinos Desconocidos donde está la patria de Moonglum. Infórmales qué les espera, aunque probablemente ya no puedan ser rescatados.

—Lo intentaré —dijo Voashoon con tono cansado—, y espero llegar allí antes que el Caos.

Elric y sus compañeros partieron para enfrentarse a las hordas del Caos: tres hombres contra las fuerzas desatadas de la oscuridad. Tres hombres temerarios que habían seguido al pie de la letra sus destinos y para quienes resultaba inconcebible huir. Debían interpretar los últimos actos contra viento y marea.

Apreciaron las primeras señales del Caos al contemplar el lugar donde en otros tiempos hubo una pradera verde. Ahora tenían ante sus ojos un yermo cubierto de piedras molidas y amarillentas que, aunque frías, se agitaban con aire decidido. Los caballos nihrainianos, que no galopaban sobre el plano de la tierra, lo cruzaron con relativa facilidad y fue allí precisamente donde el Escudo del Caos demostró su utilidad porque, a medida que fueron pasando por aquella zona, la roca líquida y amarilla se fue transformando durante un corto tiempo en hierba.

En un momento dado se encontraron con una cosa arruinada que conservaba una especie de piernas y una boca para hablar. A través de aquella desgraciada criatura supieron que Karlaak ya no existía, que había sido arrasada y allí donde se había alzado, las fuerzas del Caos, humanas y sobrenaturales, habían instalado su campamento una vez acabada su tarea. Aquella cosa también habló de algo que interesó particularmente a Elric. Se rumoreaba que la Isla del Dragón de Melniboné era el único lugar sobre el cual el Caos había sido incapaz de ejercer su influencia.

—Cuando hayamos concluido con nuestro cometido, si logramos llegar a Melniboné —dijo Elric a sus amigos cuando siguieron camino—, tal vez podamos detenernos allí lo suficiente como para que los Señores Blancos nos ayuden. Además, en las cavernas hay dragones dormidos que podrían sernos útiles contra Jagreen Lern si lográramos despertarlos.

— ¿De qué sirve luchar ahora contra ellos? —preguntó Dyvim Slorm, abatido—.Jagreen Lern ha ganado, Elric. No hemos cumplido con nuestro destino. Nuestro papel ha acabado y el Caos impera.

—¿De veras? Pero aún hemos de luchar contra él y poner a prueba su fuerza. Cuando lo hayamos hecho decidiremos cuál ha sido el resultado.

Dyvim Slorm se mostró dubitativo, pero no dijo nada. 

Finalmente, llegaron al campamento del Caos.

No había pesadilla humana capaz de describir aquella terrible visión. Las altísimas Naves del Infierno dominaban el lugar cuando lo observaron desde la distancia, horrorizados por lo que veían. Por todas partes se alzaban llamas multicolores, los demonios se mezclaban con los hombres, los Duques del Infierno, de maligna belleza, hablaban con los reyes de rostros lúgubres que se habían aliado a Jagreen Lern y que probablemente lo lamentaban. De vez en cuando el suelo se elevaba y hacía erupción, y aquellos seres humanos que tenían la desgracia de encontrarse en la zona, o bien eran tragados o quedaban completamente transformados, o bien sus cuerpos se deformaban de un modo indescriptible. El ruido era una espantosa mezcla de voces humanas, rugidos del Caos, risas histéricas de los demonios, y a menudo, el aullido torturado de algún alma humana que, arrepentida de haber sido leal al Caos, enloquecía. El hedor era insoportable; olía a podrido, a sangre y a maldad. Las Naves del Infierno se movían lentamente entre la horda que abarcaba kilómetros a la redonda, adornadas con los inmensos pabellones de los reyes, con los estandartes al viento, un orgullo huero comparado con el poder del Caos. Muchos de los seres humanos apenas se diferenciaban de las criaturas del Caos; sus formas habían cambiado increíblemente bajo la influencia del Caos.

—Es evidente que la influencia deformante del Caos se hace cada vez más fuerte entre las filas humanas — masculló Elric dirigiéndose a sus amigos, mientras observaban el panorama desde sus caballos—. Esto seguirá así incluso después que Jagreen Lern y los reyes traidores acaben de perder lo poco de humano que les queda para convertirse en una fracción de la agitada materia del Caos. Esto significará el fin de la raza humana, la humanidad dejará de existir para siempre, devorada por las fauces del Caos.

«Amigos míos, estáis contemplando los últimos vestigios cíe la humanidad, exceptuándonos a nosotros mismos. Pronto ya no habrá forma de distinguirla de lo demás. Todo este territorio inestable está bajo la bota de los Señores del Caos y gradualmente irán absorbiendo toda la tierra para incorporarla a su reino y a su propio plano. Al principio, volverán a moldearla y después la robarán del todo; para ellos no será más que un montón de arcilla a la que le darán las formas grotescas que más les plazcan.

—Y nosotros pretendemos impedir eso —dijo Moonglum, desesperanzado—. ¡No podremos, Elric!

—Debemos seguir luchando hasta que hayamos vencido. Recuerdo que Sepiriz dijo que si Pyaray, comandante de la Flota del Caos, es eliminado, las naves mismas dejarán de existir. Y estoy decidido a comprobarlo. Además, tengo presente que mi esposa puede estar prisionera en uno de sus barcos, o en el de Jagreen Lern. Tengo tres buenos motivos para arriesgarme.

— ¡No, Elric! ¡Sería un suicidio!

—No os pido que me acompañéis.

— Si vas, iremos contigo, pero no me gusta.

—Si un hombre no tiene posibilidades de vencer, tampoco las tendrán tres. Iré solo. Esperadme aquí. Si no regresara, entonces intentad llegar a Melniboné.

— ¡Elric...! —gritó Moonglum, y luego se quedó mirando cómo el albino, con su Escudo del Caos vibrante, espoleaba su corcel nihrainiano y se lanzaba al galope hacia el campamento.

Protegido de la influencia del Caos, Elric fue avistado por un destacamento de guerreros cuando se aproximó al barco al que se dirigía. Lo reconocieron y cabalgaron en dirección a él dando voces.

Se les rió en la cara.

— ¡El forraje que mi espada necesita antes del banquete que se dará en el barco! —gritó cortándole la cabeza al primero que se le puso al lado como si fuera una flor silvestre.

Seguro tras su escudo, repartió mandobles con gran ahínco.

Como Tormentosa había matado a los dioses aprisionados en los saúcos, la vitalidad que la espada le transmitía era casi ilimitada; sin embargo, cada alma que Elric robaba a los guerreros de Jagreen Lern constituía una fracción de la venganza que había jurado. Contra los hombres era invencible. Partió a un guerrero de gruesa armadura desde la cabeza hasta la entrepierna, atravesó la silla de montar y seccionó en dos el espinazo del caballo.

Los demás guerreros retrocedieron de repente y Elric notó que su cuerpo se estremecía con extrañas sensaciones, sabía que se hallaba en la zona de influencia ejercida por los barcos del Caos y sabía también que el escudo lo protegía de ella. Se encontraba parcialmente fuera de su plano terrestre y existía entre su mundo y el del Caos. Desmontó del corcel nihrainiano y le ordenó que esperase. De las enormes bordas de la nave más próxima colgaban muchísimos cabos; Elric comprobó horrorizado que otras figuras estaban subiendo por las cuerdas y reconoció a varios hombres que había conocido en Karlaak. Pero antes de que lograra llegar al barco se vio rodeado por todo tipo de espantosas formas, cosas que volaban sobre él lanzando chillidos, con cabezas humanas y picos de ave, cosas que salían retorciéndose del suelo humeante para golpearlo, cosas que se arrastraban, maullaban y gritaban tratando de tirar de él. Revoleó a Tormentosa con desesperación abriéndose paso entre las criaturas del Caos, protegido por el vibrante Escudo del Caos, sin el cual se habría transformado en algo parecido a aquellas cosas repulsivas; finalmente llegó hasta las filas fantasmales de los muertos y junto con ellas subió por la borda de la enorme nave brillante, agradecido de la protección que le ofrecían.

Llegó a la barandilla de la nave y aferrándose a ella saltó sobre cubierta escupiendo bilis. Se internó en una zona especialmente oscura y llegó a una serie de cubiertas que se elevaban como escalones que conducían a lo alto, donde logró ver a los ocupantes: una figura humana y algo enorme parecida a un pulpo rojo. El primero era probablemente Jagreen Lern. El segundo era, sin duda, Pyaray, porque Elric sabía que aquél era el aspecto que adoptaba para manifestarse en la tierra.

Comparado con los barcos vistos de lejos, una vez a bordo, Elric adquirió conciencia de la oscura naturaleza de la luz plagada de hilos móviles, una mezcla de oscuros rojos, azules, amarillos, verdes y púrpuras. Cuando se movía a través de ella, iba cediendo y transformándose tras él. Los cadáveres andantes chocaban constantemente contra él y se hizo el firme propósito de no mirarlos a la cara demasiado de cerca, porque ya había reconocido a varios de los marineros piratas a los que había abandonado, años antes, durante su huida de Imrryr.

Poco a poco fue llegando a la cubierta superior, y descubrió que al menos hasta ese momento, ni Jagreen Lern ni lord Pyaray se habían percatado de su presencia. Probablemente se consideraban libres de todo tipo de ataques después de la conquista del mundo conocido. Sonrió con malicia mientras continuaba subiendo, aferrando con fuerza su escudo, porque sabía que si llegaba a perderlo, su cuerpo se transformaría en una de aquellas siluetas extrañas o se desharía por completo para ser absorbido por la materia del Caos. Elric no pensaba en nada más que en su objetivo principal, que era destruir la manifestación terrenal de lord Pyaray. Debía llegar a la cubierta superior y encargarse primero del Señor del Caos. Después mataría a Jagreen Lern y si realmente estaba allí, rescataría a Zarozinia y luego la pondría a salvo.

Elric subió por las oscuras cubiertas, atravesando las redes de extraños colores, su blanco cabello contrastaba contra la oscuridad imperante. Al alcanzar la penúltima cubierta, notó que algo le tocaba levemente el hombro, y al mirar en esa dirección, descubrió con un vuelco en el corazón, que uno de los rojos tentáculos de Pyaray lo había descubierto. Retrocedió espantado y levantó el escudo.

La punta del tentáculo tocó el escudo y rebotó; súbitamente el tentáculo entero se apergaminó. Desde lo alto, donde se encontraba el cuerpo del Señor del Caos, le llegó un horrible chillido.

—¿Qué es esto? ¿Qué es esto? ¿Qué es esto? Al comprobar que su escudo tenía semejante efecto Elric lanzó un grito triunfante e impúdico y contestó:

— ¡Es Elric de Melniboné, gran señor, que ha venido a destruirte!

Otro tentáculo cayó hacia él y trató de enroscarse alrededor del escudo para atraparlo. Le siguió otro, y otro más. Elric cortó la punta de uno, vio que otro tocaba el escudo, retrocedía y se apergaminaba, y esquivó al tercero para correr junto por la borda y seguir subiendo tan deprisa como le fue posible por la escalera que llevaba a la cubierta superior. Allí se encontró con Jagreen Lern que lo miraba con los ojos desmesuradamente abiertos. El Teócrata vestía su armadura color escarlata. En un brazo llevaba su rodela y en la misma mano un hacha, mientras que en la derecha empuñaba un sable. Echó una mirada a sus armas, percatándose de lo inadecuadas que eran para enfrentarse a las de Elric.

—A ti ya te mataré luego, Teócrata —prometió Elric.

— ¡Qué iluso eres, Elric! ¡Hagas lo que hagas, estás condenado!

Probablemente fuera cierto, pero no le importaba.

— ¡Hazte a un lado, traidor! —le ordenó mientras levantaba el escudo y avanzaba hacia los innumerables tentáculos del Señor del Caos.

—Eres el asesino de mis primos, Elric —dijo la criatura con una voz susurrante—. Y has desterrado a varios Duques del Caos a sus propios dominios y jamás podrán volver a la tierra. Pagarás por ello. Pero yo no te subestimo como es posible que hicieran ellos.

Un tentáculo se alzó por encima de Elric e intentó meterse entre él y el escudo para aferrarle por el cuello. El albino retrocedió y se protegió con el escudo.

Una maraña de tentáculos comenzó a moverse por sus cuatro costados; todos ellos se enroscaron alrededor del escudo, a pesar de que sabían que tocarlo significaba la muerte. Elric saltó a un lado esquivándolos a duras penas, y asestando mandobles a diestro y siniestro con Tormentosa. Mientras luchaba, recordó las palabras de Sepiriz: «Golpea el cristal que hay encima de su cabeza. Contiene su alma y su vida». Elric vio el cristal azul brillante que a él le había parecido uno de los muchos ojos de lord Pyaray. Avanzó hacia las raíces de los tentáculos, dejando su espalda al descubierto, pero no tenía elección. Al hacerlo, unas fauces enormes se abrieron en la cabeza de aquel ser y los tentáculos comenzaron a empujarlo hacia ellas. Tendió el escudo hacia las fauces hasta que logró tocar los labios. Una sustancia amarilla y gelatinosa brotó de las fauces al tiempo que el Señor del Caos gritaba de dolor. Plantó un pie en el resto de un tentáculo y subió por la piel resbaladiza del Señor del Caos. Cada vez que su escudo tocaba a Pyaray, le producía algún tipo de herida de modo que el Señor del Caos comenzó a agitarse peligrosamente. Elric llegó a lo alto de la brillante alma-cristal. Hizo una pausa y luego hundió a Tormentosa en el cristal.

El centro del cuerpo de aquel ente comenzó a latir poderosamente. Soltó un monstruoso chillido y Elric aulló cuando Tormentosa se bebió el alma del Señor del Infierno y canalizó aquella tremenda vitalidad a través de su cuerpo. Era demasiada.

Salió despedido hacia atrás. Perdió el equilibrio sobre el lomo resbaladizo, rodó por la cubierta y se precipitó sobre otra, treinta metros más abajo. Aterrizó con una fuerza descomunal, pero gracias a la vitalidad robada, salió ileso. Se puso en pie, dispuesto ya a abalanzarse sobre Jagreen Lern. El Teócrata lo miró, ansioso, desde lo alto y le gritó:

— ¡En ese camarote encontrarás un regalo para ti, Elric!

Consciente en el fondo de que el momento de vengarse no había llegado aún, y dividido entre el deseo de ir tras el Teócrata y de registrar el camarote, Elric se volvió y abrió la puerta. Del interior le llegó un acongojado sollozo.

— ¡Zarozinia! —Se agachó para internarse en la oscuridad y allí la vio.

El Caos la había deformado. Sólo quedaba la cabeza, la misma hermosa cabeza.

Pero su hermoso cuerpo había sido horriblemente transformado. Parecía el cuerpo de un enorme gusano blanco.

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