Evidentemente los invasores también estaban investigando intensamente.
Durante todo ese tiempo se pudo notar que la energía de la derivación hiperespacial iba creciendo al pie de la colina. El ronco zumbido, ahora omnipresente, provocaba un temblor en los tendones de Gailet al son del ritmo impuesto.
La Gran Examinadora se volvió hacia el oficial nominal de los humanos, Cordwainer Appelbe.
—En nombre de su clan, ¿apoya usted esta reclamación basada en una supuesta desviación del procedimiento legal?
Appelbe se mordió el labio inferior, miró a Uthacalthing, luego a Fiben y luego de nuevo a Uthacalthing. Por primera vez, el humano sonrió.
—Demonios, claro que sí —dijo en ánglico. Se sonrojó y luego cambió a un galáctico-Siete cuidadosamente construido—. En nombre de mi clan, apoyo la solicitud del embajador Uthacalthing.
La Examinadora se apartó para oír los informes de sus ayudantes. Cuando regresó, todo el mundo estaba en silencio. La expectación los mantuvo a todos clavados hasta que ella se inclinó ante Fiben.
—El precedente puede interpretarse a favor de tu demanda. ¿Debo pedirles a tus camaradas que elijan levantando la mano? ¿O con votación secreta?
—¡Perfecto! —se oyó murmurar en ánglico. El joven humano que acompañaba a Uthacalthing sonrió y levantó el pulgar ante Fiben. Por fortuna ninguno de los galácticos miraba en esa dirección y no se dieron cuenta de la impertinencia.
Fiben forzó una expresión seria e hizo una nueva reverencia.
—Oh, que voten levantando la mano, su señoría; eso bastará. Gracias.
Gailet estaba más asombrada que en ningún otro momento durante la ceremonia. Intentó con todas sus fuerzas negarse a su nominación, pero la misma inmovilidad, la misma fuerza implacable que antes le había impedido hablar, la hizo ahora incapaz de retirar su nombre. Fue elegida unánimemente.
La elección del representante masculino fue también muy directa. Fiben estaba frente a Puño de Hierro, mirando tranquilamente a los ojos fieros del marginal. Gailet pensó que lo mejor que podía hacer era abstenerse, lo cual provocó algunas miradas de sorpresa.
Sin embargo, casi sollozó de alivio al saber que el resultado de la votación era de nueve a tres… a favor de Fiben Bolger. Cuando por fin él se le acercó, Gailet se dejó caer en sus brazos y empezó a llorar.
—Ven, ven —dijo él. Y no era tanto la frase en sí como el sonido de su voz lo que la reconfortaba—. Te dije que volvería ¿no?
Ella aspiró por la nariz y se secó las lágrimas mientras asentía. Le tocó la mejilla y, con una ligera ironía en la voz, le dijo:
—Mi héroe.
Los otros chimps, a excepción de los margis, se arracimaron a su alrededor, apretándose en una alegre masa. Por primera vez parecía que la ceremonia iba a convertirse en una verdadera fiesta.
Todos se pusieron en fila de a dos detrás de Fiben y Gailet, y empezaron a avanzar por el último trecho del camino hacia el pináculo donde, muy pronto, serían el vínculo físico entre aquel mundo y espacios muy distantes.
Fue entonces cuando un silbido estridente resonó en la pequeña planicie. Un nuevo coche flotador aterrizó ante los chimps bloqueándoles el camino.
—Oh, no —gimió Fiben, al reconocer de inmediato la nave de los tres Suzeranos de la fuerza invasora
gubru
.
El Suzerano de la Idoneidad parece acongojado. Se mantenía en su percha con la cabeza baja e incapaz de mirarlos siquiera. Sin embargo, los otros dos líderes saltaron ágilmente al suelo y se dirigieron con concisión a la Examinadora.
—También nosotros deseamos presentar, ofrecer, manifestar… un precedente.
¿Cuál es el precio de convertir el fracaso en victoria?
Fiben se preguntaba aquello mientras se despojaba de su túnica ceremonial y permitía a dos de los chimps que le friccionaran los hombros con aceite. Se estiró e intentó recordar lo suficiente de sus días de lucha como para contestar a la pregunta.
Soy demasiado viejo para esto
, pensó.
Y ha sido un día muy largo y duro.
Los
gubru
no habían bromeado cuando anunciaron llenos de júbilo que habían encontrado una salida. Gailet intentaba explicárselo mientras él se preparaba. Como siempre, aquello parecía estar relacionado con una abstracción.
—Tal como yo lo veo, Fiben, los galácticos no niegan la idea de la evolución en sí misma, sino la de la evolución de la inteligencia. Creen en algo parecido a lo que nosotros solíamos llamar «darwinismo» para explicar el camino de las criaturas hasta la presapiencia. Y, además, se asume que la naturaleza es sabia en el sentido de que obliga a cada especie a demostrar su aptitud en estado natural.
—Por favor, Gailet, ve al grano —suspiró Fiben—. Dime por qué tengo que enfrentarme con ese monstruo. El que debamos decidirlo por combate ¿no es un poco tonto incluso dentro de las reglas ETs?
Ella sacudió la cabeza. Durante unos instantes pareció sufrir una afasia, pero ésta pronto desapareció cuando su mente se deslizó hacia su acostumbrado estilo pedante.
—Si lo examinas atentamente, verás que no lo es. Mira, uno de los riesgos que corren las razas tutoras al elevar a una especie hasta hacerla capaz de viajar en el espacio es que a veces, con una excesiva manipulación, privan al pupilo de su esencia, de la misma aptitud que lo hizo apropiado para la Elevación.
—Quieres decir…
—Quiero decir que los
gubru
pueden acusar de eso a los humanos, y la única forma de negarlo es demostrar que aún podemos ser duros, apasionados y con una gran fortaleza física.
—Pero yo creía que todas esas pruebas…
—Han demostrado que quienes hemos llegado arriba estamos preparados para el Nivel Tres. Incluso —Gailet hizo una mueca como si le costase encontrar las palabras—, incluso esos margis son superiores, al menos en muchos de los aspectos que el Instituto se dedica a examinar. Sólo son deficientes según nuestros peculiares criterios terrestres.
—Tales como la decencia y el olor corporal. Sí, pero aún no comprendo…
—Fiben, al Instituto realmente no le importa quién entre en la derivación puesto que todos hemos pasado los exámenes. Si los
gubru
quieren que nuestro representante masculino sea el mejor de acuerdo con un criterio más, el de la aptitud, bueno, de eso existen precedentes. En realidad, se ha hecho más veces así que mediante votación.
En el otro lado del pequeño claro Puño de Hierro hacía flexiones y sonreía a Fiben, respaldado por sus dos cómplices. Comadreja y Barra de Acero bromeaban con el poderoso marginal y reían confiados después de aquel brusco vuelco a su favor.
—Goodall, ¡vaya forma de gobernar una galaxia! —Fiben sacudió la cabeza y murmuró por lo bajo—. Después de todo, Prathachulthorn tal vez tuviera razón.
—¿En qué, Fiben?
—No importa —respondió al ver que el árbitro, un
pila
oficial del Instituto, se acercaba al centro del ring. Fiben se volvió para mirar a Gailet a los ojos—. Dime sólo que si gano te casarás conmigo.
—Pero… —parpadeó ella y luego asintió con la cabeza.
Parecía que Gailet iba a decir algo más pero de nuevo hizo esa extraña mueca, como si no pudiese encontrar las palabras. Se estremeció y con una voz extraña y distante consiguió articular con dificultad y de forma entrecortada:
—Mátalo-de-mi-parte, Fiben.
Lo que había en sus ojos no era una fiera sed de sangre sino algo mucho más profundo: desesperación.
Fiben asintió. No se hacía ilusiones con respecto a lo que Puño de Hierro intentaría hacer con él.
El arbitro los llamó para que se acercaran. No habría armas ni reglas. Bajo tierra, el zumbido se había convertido en un gruñido fuerte y amenazador y la zona de no-espacio del cielo centelleaba en sus bordes, como si estuviera iluminada por relámpagos mortíferos.
Fiben y su oponente empezaron con un lento movimiento circular mientras se miraban con cautela y daban la vuelta completa al circuito tratando de esquivarse. Los otros nueve chimps los miraban, así como Uthacalthing, Kault y Robert Oneagle. En el lado opuesto se hallaban los
gubru
y los dos compañeros de Puño de Hierro. Los diversos observadores galácticos y los miembros del Instituto de Elevación ocupaban el espacio entre ambos grupos. Comadreja y Barra de Acero hacían señas con el puño a su líder y mostraban los dientes.
—¡Atízale, Fiben! —le instó uno de los otros chimps.
Todo el barroco ritual, toda la secreta y antigua tradición se había convertido en esto. Ése era el modo en que la Madre Naturaleza iba a solucionar una votación tan clara.
—¡Empiecen! —el repentino grito del árbitro
pila
hirió los oídos de Fiben, como si se tratase de un aullido ultrasónico, justo antes de que el vodor comenzase a retumbar.
Puño de Hierro era rápido. Cargó directamente hacia delante, y Fiben casi no tuvo tiempo de comprender que la maniobra era una finta. Empezó a esquivarlo moviéndose hacia la izquierda pero en el último momento cambió de dirección y le lanzó una patada con su pie rezagado.
El golpe no tuvo el satisfactorio resultado que había esperado, pero Puño de Hierro chilló y cayó rodando, con las manos en las costillas. Por desgracia, Fiben no pudo aprovechar aquella pequeña ventaja pues la patada le hizo perder el equilibrio. Pocos segundos después su oportunidad había pasado y Puño de Hierro se acercaba de nuevo, esta vez con más cautela y el deseo de matar escrito en los ojos.
Algunos días no debería uno levantarse de la cama
, pensó Fiben mientras volvían a girar.
En realidad, aquel día había empezado cuando se despertó en la hendidura del tronco de un árbol a pocos kilómetros de distancia de la verja de Puerto Helenia, con los paracaídas de la hiedra en placas festoneando las desnudas ramas invernales de los árboles de la huerta.
Puño de Hierro intentó un golpe corto y luego un fuerte derechazo. Fiben se agachó ante el brazo de su oponente y respondió con un revés. Pero el margi le frenó el golpe y los huesos de sus antebrazos crujieron al encontrarse.
…
Los soldados de Garra demostraron una reticente cortesía, así que hizo correr a Tyco hasta que llegaron a la vieja prisión…
Un puño pasó rozando la oreja de Fiben como si fuera una bala de cañón. Fiben se colocó ante el brazo extendido de su oponente y giró para darle un codazo en el desprotegido estómago.
…Al ver la pequeña celda desierta comprendió que tenía muy poco tiempo. Tyco galopó por las calles vacías con una flor colgando de su hocico.
El golpe no fue lo bastante fuerte y, lo que era peor, no se apartó con suficiente rapidez cuando Puño de Hierro movió velozmente su brazo para rodearle la garganta.
… y los muelles estaban llenos de chimps… en los embarcaderos, en las calles, en los edificios, todos mirando…
La fuerte opresión amenazaba con dejarlo sin poder respirar. Fiben se agachó y lanzó el pie derecho hacia atrás, entre las piernas de su oponente. Estiró en una sola dirección hasta que Puño de Hierro compensó el desequilibrio, entonces giró de pronto y lanzó su peso hacia el otro lado sin dejar de dar patadas. La pierna de Puño de Hierro resbaló y el mismo esfuerzo que estaba haciendo para mantenerse en equilibrio levantó a Fiben y lo echó sobre él. El increíble abrazo del marginal se mantuvo durante un asombroso momento, cuando se separó llevaba consigo girones de la carne de Fiben.
…
Cambió su caballo por un bote y se dirigió al otro lado de la bahía, hacia la barrera de boyas…
De la maltrecha garganta de Fiben brotaba sangre.
La herida no le había alcanzado la vena yugular por menos de un centímetro. Retrocedió al ver lo rápido que Puño de Hierro se ponía en pie. Era intimidante comprobar con qué velocidad podía moverse aquel chimp.
…
se enzarzó en una batalla mental con las boyas, deduciendo a través de la razón, el modo de pasar entre ellas…
Puño de Hierro mostró los dientes, extendió sus largos brazos y soltó un grito que helaba la sangre. Aquella visión y aquel sonido atravesaron a Fiben como los recuerdos de muchas batallas libradas hacía mucho, mucho tiempo; antes de que los chimps pudiesen pilotar naves espaciales y cuando la intimidación significaba la mitad de la victoria.
—¡Tú puedes hacerlo, Fiben! —gritó Robert Oneagle contrarrestando la magia de la amenaza de Puño de Hierro—. ¡Venga, muchacho! Hazlo por Simón.
Mierda
, pensó Fiben.
Un truco típicamente humano, llenarme de sentimiento de culpa.
Sin embargo se las ingenió para dejar de lado la momentánea oleada de dudas y sonrió a su enemigo.
—Tú puedes chillar, ya lo sé, pero ¿puedes hacer esto?
Le hizo burla, poniéndose el pulgar sobre la nariz. Después se apartó rápidamente cuando Puño de Hierro volvió a cargar. Esta vez intercambiaron unos directos golpes que sonaron como un batir de tambores. Ambos chimps fueron dando traspiés hasta lugares opuestos del ring antes de enfrentarse de nuevo, jadeando y mostrando los dientes.
…La playa estaba llena de basura y el camino de subida por los acantilados fue largo y pesado. Pero aquello resultó ser sólo el principio. Los sorprendidos oficiales del Instituto ya habían empezado a desmontar sus aparatos cuando él apareció de repente, obligándolos a continuar y a examinar a uno más. Supusieron que no tardarían mucho tiempo en mandarlo de vuelta a casa.
La siguiente vez que se encontraron Fiben aguantó varios golpes fuertes en la cara a fin de poder acercarse y tirar al suelo a su oponente. No fue precisamente una elegante lección de jiu-jitsu. Al forzarlo, sintió un repentino tirón en los músculos de la pierna.
Durante unos instantes Puño de Hierro rodó impotente por el suelo, pero cuando Fiben intentó golpearlo su pierna estaba ya casi paralizada.
En un momento, el marginal estaba de nuevo en pie. Fiben intentó disimular su cojera, pero algo debió traicionarlo porque esta vez Puño de Hierro le golpeó el lado derecho y, cuando Fiben intentó retroceder, la pierna izquierda le falló.
…pruebas abrumadoras, miradas hostiles, la tensión de preguntarse si conseguiría llegar a tiempo…
Mientras caía hacia atrás intentó patear a su enemigo, pero lo único que consiguió fue que éste le agarrase la pierna con la fuerza de un rodillo a presión. Fiben se debatió para no perder el equilibrio, pero sus dedos sólo arañaron el suelo. Intentó deslizarse hacia un lado, pero su oponente tiró de él hacia atrás y se le lanzó encima.