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Authors: David Brin

Tags: #Ciencia Ficción

La rebelión de los pupilos (89 page)

La
serentini
retrocedió. Y por fin le tocaba el turno al patrocinador de la ceremonia. En circunstancias normales, éste hubiese sido un humano o un
tymbrimi
, pero esta vez no era así. El emisario
gubru
efectuó una pequeña danza de impaciencia. Se apresuró a gritar ante un vodor y sus palabras en galáctico-Siete resonaron en todas partes.

—Diez de vosotros acompañaréis a los representantes finales hasta la derivación y allí actuaréis como testigos. Ahora nombraré a dos sobre los que recae el honor y la responsabilidad.

»La doctora Gailet Jones, hembra, ciudadana de Garth, confederación de Terragens, clan de la Tierra.

Gailet no quería moverse, pero su amiga, Micaela, la traicionó dándole un pequeño empujón en la espalda e instándola a avanzar. Se acercó unos pasos a los dignatarios y se inclinó ante ellos. El vodor siguió retumbando.

—Puño de Hierro Hansen, macho, ciudadano de Garth, confederación de Terragens, clan de la Tierra.

Los chimps que quedaban ahogaron un grito de sorpresa y consternación. Pero Gailet, al ver que sus peores temores se confirmaban, se limitó a cerrar los ojos. Hasta ahora se había agarrado a la esperanza de que el Suzerano de la Idoneidad tuviera aún poder entre los
gubru
. Que pudiera obligar al Triunvirato a actuar con justicia.

Pero ahora…

Notó que él se ponía a su lado y supo que el chimp que más odiaba estaba allí con aquella sonrisa.

¡Basta! ¡Ya he aguantado demasiado! Seguramente la Gran Examinadora sospecha algo. Si yo le dijera…

Pero no se movió ni abrió la boca para hablar.

De repente, y con una brutal claridad, Gailet se dio cuenta de por qué había soportado aquella farsa durante tanto tiempo.

Han estado jugando con mi mente.

Ahora todo tenía sentido. Se acordó de los sueños, pesadillas de impotencia bajo la sutil e inquebrantable coerción de unos aparatos sostenidos por unas garras insensibles.

El Instituto de Elevación no debe de estar equipado para poder probarlo.

¡Claro que no! Las Ceremonias de Elevación eran unas ocasiones de alegría tanto para los tutores como para los pupilos. ¿Quién había oído nunca hablar de un representante de la raza que fuera condicionado u obligado a participar?

Tuvieron que hacerlo después de que Fiben se marchara. El Suzerano de la Idoneidad no hubiese admitido talcosa. Si la Gran Examinadora lo supiera, podríamos sacarles a los gubru un buen pellizco en indemnizaciones.

—Yo… —Gailet había abierto la boca e intentaba que le salieran las palabras. La Gran Examinadora la miraba. En la frente de la chima se condensaba el sudor. Todo lo que tenía que hacer era formular una acusación.

¡Incluso con insinuarla bastaría!

Pero era como si su cerebro se hubiese helado, como si no supiese formar las palabras.

Afasia, por supuesto. Los
gubru
habían aprendido lo fácil que era imponerse a un neochimpancé. Un humano, por ejemplo, habría sido capaz de romper el cerco, pero Gailet sabía que en su caso todo era inútil.

No podía leer las expresiones de los artropoides, pero en cierto modo la
serentini
parecía decepcionada. La Examinadora retrocedió.

—Diríjanse a la derivación hiperespacial —dijo.

¡No!
quiso gritar Gailet, pero todo lo que surgió de su boca fue un débil suspiro al tiempo que notaba cómo levantaba por impulso propio la mano derecha y agarraba la izquierda de Puño de Hierro. Él se la asió con fuerza y ya no pudo soltarse.

Fue entonces cuando sintió cómo se formaba una imagen en su mente, una cara pajaril, con un pico amarillo y unos ojos fríos e imperturbables. Por más que se esforzara, no podía librarse de aquella imagen. Gailet comprendió que la iba a llevar consigo hasta la cima del monte ceremonial y que, una vez allí, ella y Puño de Hierro la proyectarían hacia arriba, hacia el óvalo de espacio desviado, para que todo el mundo la viera, allí y en otros cien mundos distintos.

La parte de su mente que aún le pertenecía, la entidad lógica, ahora aislada y sin capacidad, veía la funesta y fría base de aquel plan.

Oh, seguro que los humanos podrían reivindicar que la elección de aquel día había sido trucada y, con toda probabilidad, más de la mitad de los clanes de las Cinco Galaxias los creerían. Pero eso no cambiaba nada. La elección seguiría teniendo validez. La opción alternativa sería desacreditar a todo el sistema. La civilización estelar estaba sometida a tantas presiones en aquel momento, que no podría soportar muchas más dificultades.

De hecho, bastantes clanes pensarían que ya había habido suficientes problemas a causa de una pequeña tribu de lobeznos. Tuvieran o no razón, se desencadenaría un sentimiento general para que el problema se resolviera de una vez por todas.

Se le ocurrió de repente. Los
gubru
no querían ser sólo los protectores de los chimps en su nuevo estadio de evolución. ¡Querían exterminar a la Humanidad! Cuando lo lograran, la raza de los chimps pasaría a ser adoptada por los invasores y Gailet no tenía ninguna duda acerca de cómo sería eso.

El corazón de la chima latía con fuerza. Se debatía para no seguir la dirección que Puño de Hierro le marcaba, pero era en vano. Deseó sufrir un ataque.

¡Quiero morir!

La vida apenas le importaba. Lo más probable era que inmediatamente después de la ceremonia tuvieran planeado hacerla desaparecer, para eliminar así las pruebas.
¡Oh, Ifni y Goodall, matadme ahora mismo!
quiso gritar. En aquel momento surgieron las palabras. Las palabras… pero no era su voz quien las pronunciaba.

—¡Alto! ¡Se ha cometido una injusticia y solicito una audiencia!

Gailet nunca creyó que su corazón pudiese llegar a latir tan deprisa, pero ahora la taquicardia la hacía sentirse debilitada.
Oh, Dios mío, por favor.

Oyó maldecir a Puño de Hierro y notó que le soltó la mano. Ese simple hecho la llenó de alegría. Se oyeron los gritos de un enojado
gubru
y las exclamaciones de sorpresa de los chimps. Alguien, suponía que Micaela, la tomó del brazo y la llevó consigo.

Ya era completamente de noche. Se veían unas nubes dispersas iluminadas por los faros del montículo y por el turbulento y radiante túnel de energía que estaba tomando forma sobre la montaña artificial. Bajo el brillo de los faros de un vehículo flotante divisó a un chimp con la túnica ceremonial cubierta de polvo que se aproximaba desde el último puesto de pruebas. Se secaba el sudor de la frente y avanzaba a grandes pasos hacia los tres sorprendidos oficiales.

Fiben
, pensó Gailet. Asombrada, descubrió que lo primero que volvía a asentarse en ella eran las viejas costumbres.
Oh, Fiben, no seas jactancioso. Recuerda el protocolo.

Al darse cuenta de su actitud Gailet fue presa de una risa histérica. Eso la liberó parcialmente de su inmovilidad y consiguió llevarse una mano a la boca para ahogar un grito.

—Oh, Fiben —suspiró.

Puño de Hierro gruñó, pero el recién llegado se limitó a hacer caso omiso del marginal. La miró y le guiñó un ojo. Gailet se sorprendió al ver que un gesto que antes siempre la había enfurecido ahora hacía que sus rodillas temblaran de alegría.

Fiben se plantó frente a los tres oficiales y les dedicó una reverencia. Luego, con los brazos cruzados en señal de respeto, esperó que le dieran permiso para hablar.

—… deshonrosas, incorregibles, impermisibles interrupciones —retumbaba el vodor del
gubru
—. Exigimos una inmediata destitución y sanción, castigo…

El ruido se interrumpió de pronto cuando la Gran Examinadora utilizó uno de sus brazos delanteros para desconectar el vodor. Se acercó a Fiben con delicadeza y le habló.

—Joven, te felicito por haber recorrido todo el camino de ascensión hasta aquí tú solo. Tu llegada ha proporcionado mucho del interés y la originalidad que hacen de esta celebración la más memorable de todas las que constan en los archivos. En virtud del resultado de tus exámenes y de otros logros, te has ganado un puesto en este pináculo —la
serentini
cruzó dos brazos e inclinó la parte delantera de su cuerpo—. Ahora —dijo al incorporarse de nuevo—, hemos de asumir que tienes que formular una queja. ¿Una lo bastante importante como para justificar la brusquedad de tu tono?

Gailet se puso tensa. La examinadora podía ser simpática, pero aquellas palabras llevaban implícitas una velada amenaza. Sería mejor que Fiben actuara bien. Un solo error y podía cambiar las cosas, poniéndolas incluso peor de lo que estaban.

—So… solicito —Fiben hizo una nueva reverencia—, una explicación acerca de cómo han sido elegidos los representantes de la raza.

No estaba mal. Sin embargo, Gailet seguía luchando contra su condicionamiento. Si pudiera acercarse a él y ayudarle…

Desde hacía un rato, las oscuras vertientes que quedaban más allá del círculo de luces habían empezado a llenarse de dignatarios galácticos. Los mismos que antes se habían marchado a presenciar unos acontecimientos inesperados al pie del montículo. Ahora permanecían todos en silencio, contemplando cómo un humilde pupilo de una de las especies más nuevas exigía explicaciones a uno de los superiores del Instituto.

—Es tradicional que los patrocinadores de la ceremonia elijan a dos entre los que han superado las pruebas —la voz de la Examinadora era paciente—. Aunque es cierto que en esta ocasión los patrocinadores son enemigos declarados de tu clan, esta enemistad terminará oficialmente al final de esta ceremonia. Habrá paz entre el clan de los terrestres y el de los
gooksyu-gubru
. ¿Tienes algo que objetar a esto, joven?

—A eso, no. —Fiben sacudió negativamente la cabeza—. Sólo quiero saber una cosa. ¿Tenemos que aceptar obligatoriamente a quienes los patrocinadores han elegido como representantes?

El emisario
gubru
empezó de inmediato a gritar indignado. Los chimps se miraron entre sí con sorpresa.

Puño de Hierro murmuró:

—Cuando todo esto se termine, voy a coger a ese pequeño cretino y…

La Examinadora hizo un gesto para pedir silencio. Sus ojos de múltiples facetas se posaron en Fiben.

—Joven, ¿tú qué harías si pudieras decidir? ¿Organizarías una votación entre tus compañeros?

—Sí, su señoría —Fiben se inclinó ante ella.

Esta vez el chillido del
gubru
resultó doloroso al oído. Gailet intentó adelantarse pero Puño de Hierro la sujetó firmemente por el brazo. Se veía obligada a permanecer a su lado, oyendo las maldiciones masculladas por el marginal.

—Por bien dispuesta que esté —dijo por fin la Examinadora—, no veo cómo puedo acceder a tu petición. Sin un precedente…

—¡Hay un precedente!

Era una nueva y profunda voz que procedía de la vertiente oscura de detrás. Cuatro figuras avanzaron hacia la luz. Si antes Gailet se había quedado sorprendida, ahora sólo podía mirar con incredulidad.

¡Uthacalthing!

El delgado
tymbrimi
iba acompañado por un masc humano, cuya túnica formal seguramente le había sido prestada por algún galáctico bípedo no humanoide y se la había echado encima como si fuera la piel de un animal.

Junto al humano se hallaba un neochimpancé que obviamente tenía problemas para mantenerse erecto y que ostentaba muchas señales de atavismo. El chimp procuró retrasarse al llegar al claro, como si supiera que él no pertenecía a aquel mundo.

El cuarto ser, una imponente figura cuya inflada cresta se extendía hacia arriba con dignidad, se inclinó ligeramente y saludó a la Gran Examinadora.

—La saludo, Tos*Quinn'3 del Instituto de Elevación.

—Lo saludo, honorable embajador Kault de los
thenanios
—la serentini le devolvió la reverencia—. Y a usted también, Uthacalthing, embajador de los
tymbrimi
, y a sus compañeros. Es agradable comprobar que han llegado sanos y salvos.

—Le agradezco, su señoría, que me haya permitido utilizar sus aparatos de transmisión para contactar con mi pueblo, después de un período tan largo de aislamiento forzado —el gran
thenanio
separó las manos.

—Éste es un terreno neutral —dijo la oficial del Instituto de Elevación—. Sé también que hay unos serios asuntos relacionados con este planeta que usted desea presentar ante el Instituto una vez que haya finalizado esta ceremonia. Pero, por ahora, debo insistir en que esperemos la oportunidad. ¿Puede explicar, por favor, el comentario que hizo a su llegada?

—Este respetado emisario —Kault señaló a Uthacalthing— representa a la raza que ha servido de consorte de etapa y protector de los neochimpancés desde que sus tutores lobeznos entraron en contacto con la sociedad galáctica. Será él quien responda.

Gailet notó en seguida lo cansado que parecía Uthacalthing. Los zarcillos, normalmente expresivos, estaban fláccidos y sus ojos muy juntos. Resultó obvio el esfuerzo que tuvo que hacer para adelantarse y entregar un pequeño cubo negro.

—Aquí están las referencias —comenzó.

Un robot se acercó y recogió los datos de su mano, y de inmediato el personal del Instituto empezó a inspeccionar las referencias. La Examinadora escuchaba con atención a Uthacalthing.

—Estas citas demostrarán que, desde muy antiguo en la historia galáctica, las Ceremonias de Elevación se desarrollaron de acuerdo al deseo de los Progenitores de protegerse de un fallo moral. Ellos, que fueron los que iniciaron el proceso que conocemos como Elevación, consultaban a menudo con sus razas pupilas, como los humanos hacen con las suyas. Y los representantes de los pupilos nunca les eran impuestos.

Uthacalthing señaló a los chimps presentes.

—Estrictamente hablando, los patrocinadores de la ceremonia expresan una sugerencia al hacer su selección. Los pupilos, que han superado todos los exámenes apropiados a su etapa, tienen permiso legal de ignorar tal indicación. En el sentido más puro, éste es su territorio. Nosotros estamos aquí como huéspedes suyos.

Gailet vio que los observadores galácticos estaban nerviosos. Muchos consultaban sus depósitos de datos, buscando referencias de los precedentes que Uthacalthing había señalado. En la periferia se extendió un parloteo políglota. Llegó un nuevo vehículo flotador con varios
gubru
y un aparato portátil de comunicaciones.

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