Pero no, aquélla no era en absoluto la razón, pensó Gailet mientras ella y Micaela se ponían al frente de los veinte que quedaban y abrían de nuevo el camino de ascenso. Gailet sabía que detrás de aquello debía de haber algo más. Los margis eran demasiado petulantes. De algún modo sabían que las pruebas estaban amañadas.
Resultaba chocante. Se suponía que los Institutos Galácticos estaban por encima de todo reproche. Pero ahí estaba la prueba. Gailet se preguntaba qué podía hacerse al respecto, si es que algo podía hacerse.
Cuando se acercaban al siguiente puesto de examen, dirigido por un rollizo
soro
de piel correosa, a quien ayudaban seis robots, Gailet miró a su alrededor y, por primera vez, se dio cuenta de una cosa. Casi todos los observadores galácticos de brillantes ropajes, los alienígenas que no estaban afiliados al Instituto y que habían asistido como espectadores y para participar en la diplomacia informal, casi todos se habían marchado. Aún pudo ver a algunos que se movían a toda prisa montaña abajo, en dirección este, como atraídos por algo interesante que ocurriera en esa zona.
Naturalmente no se van a molestar en decirnos qué ocurre
, pensó con amargura.
—Vale, Gailet, tú primero —dijo Micaela—. Demuéstrales lo «guay» que podemos hablar.
Así que incluso una recatada maestra de escuela utilizaba la jerga de la calle como un artificio, como un vínculo.
—¿No te jode? Eso está hecho —suspiró Gailet.
Puño de Hierro le sonrió, pero Gailet lo ignoró por completo mientras entraba en el pabellón, se inclinaba ante el
soro
y se sometía a las preguntas de los robots.
El Suzerano de Rayo y Garra se pavoneaba de un lado a otro bajo la ondulante lona del pabellón del Instituto de Elevación. La voz del almirante temblaba con un vibrato de cólera.
—¡Intolerable! ¡Increíble! ¡Inadmisible! ¡Esta invasión debe ser controlada, sometida, suspendida!
La tranquila rutina de una Ceremonia de Elevación normal se había desmoronado. Los oficiales y examinadores del Instituto, galácticos de distintas formas y tamaños, se precipitaban a toda prisa bajo los toldos, consultando sus Bibliotecas portátiles y buscando precedentes de un acontecimiento que ninguno de ellos había presenciado antes, o ni siquiera imaginado. Un disturbio inesperado había desencadenado el caos en todas partes, en especial en el rincón donde el Suzerano danzaba su enojo ante un ser aracnoide.
La Gran Examinadora, una aracnoide
serentini
, permanecía relajada en medio de un círculo de bancos de datos, escuchando con atención las quejas del oficial
gubru
.
—¡Digamos que ha sido una violación, una infracción, una ofensa capital! Mis soldados impondrán severamente la idoneidad.
El Suzerano ahuecó sus plumas para mostrar el tinte rosáceo ya visible entre ellas, como si la
serentini
tuviera que impresionarse al ver que el almirante era ya casi una hembra, casi una reina.
Pero esa visión no consiguió impresionar a la Gran Examinadora. Después de todo, los
serentini
eran hembras. ¿A qué venía tanta historia?
—Los recién llegados reúnen todas las condiciones para que se les permita participar en la ceremonia —la Gran Examinadora disimulaba su diversión—. Han causado una gran consternación —explicó pacientemente en galáctico-Tres—, y se hablará mucho de ello cuando termine este día. Sin embargo, son simplemente una característica más de esta ceremonia, que, bueno, es poco convencional.
—¿Qué quiere decir con eso? —el
gubru
abrió el pico, y luego volvió a cerrarlo.
—Que es la Ceremonia de Elevación más irregular que se ha dado en muchos megaaños. He estado tentada de clausurarla varias veces.
—¡No se atreverá! ¡Apelaremos, exigiremos un desagravio, exigiremos compensaciones!
—Oh, eso le encantaría, ¿verdad? —la Gran Examinadora suspiró—. Todo el mundo sabe que los
gubru
han extendido excesivamente sus dominios. Y una demanda contra uno de los Institutos podría cubrirles parte de los gastos, ¿no?
Esta vez el
gubru
se quedó callado. La Gran Examinadora utilizó dos tentáculos para rascarse un pliegue de su caparazón.
—Algunos de mis asociados creen que todo esto ya formaba parte de su plan. Hay muchas irregularidades en esta ceremonia que ustedes han organizado; y sin embargo, examinándolas de cerca, todas parecen llegar justo al límite de lo legal. Han sido muy inteligentes a la hora de encontrar precedentes y evasiones. Por ejemplo, está el asunto de la aprobación humana a una ceremonia para sus pupilos. No está claro que esos rehenes oficiales de ustedes hayan entendido siquiera lo que estaban firmando en esos documentos que usted me mostró.
—Se les permitió, se les ha permitido, acceso a la Biblioteca.
—Una habilidad en la que los lobeznos precisamente no destacan. Existen sospechas de coacción.
—¡Hemos recibido un mensaje de aceptación desde la Tierra! ¡De su planeta madre!
—Sí —admitió la
serentini
—. Han aceptado su oferta de paz y la celebración de una ceremonia gratuita. ¿Qué pobre raza lobezna en sus terribles circunstancias rechazaría tal proposición? Pero los análisis semánticos demuestran que lo único que ellos admitieron fue someter el asunto a ulterior discusión. Es obvio que no comprendieron que ustedes compraban la liberación de sus viejas solicitudes, realizadas algunas de ellas hace más de cincuenta
paktaars
. Eso permite que el período de espera sea postergado.
—Si no han comprendido bien, es asunto suyo —la interrumpió el Suzerano de Rayo y Garra.
—Claro. ¿Y el Suzerano de la Idoneidad está de acuerdo con esta opinión?
Esta vez se hizo el silencio. Finalmente, la Gran Examinadora cruzó las antepiernas en una reverencia formal.
—Se acepta su protesta. La ceremonia debe continuar, bajo las antiguas normas que establecieron los Progenitores.
El comandante
gubru
no tenía otra opción. Le devolvió la reverencia y, con una sacudida, se volvió, abriéndose paso hacia el exterior y empujando a sus guardias y ayudantes, los cuales se quedaron cloqueando molestos.
—¿Qué estábamos discutiendo antes de que llegase el Suzerano? —preguntó la Examinadora a un robot ayudante.
—La proximidad de una nave cuyos ocupantes solicitan protección diplomática y el estatus de observadores —replicó el objeto en galáctico-Uno.
—Ah, sí. Eso.
—Están cada vez más nerviosos porque los interceptadores
gubru
parecen querer detenerlos y pueden resultar dañados.
—Por favor —dijo la Examinadora tras titubear sólo unos instantes—, comunica a los enviados que estaremos encantados de complacer su petición. Tienen que venir directamente al montículo, bajo la protección del Instituto de Elevación.
El robot se apresuró a transmitir la orden. Se acercaron entonces otros ayudantes, agitando informes con más anomalías aún. Una tras otra, las pantallas holo se iluminaron para mostrar la multitud que había llegado al pie de la colina, saliendo tumultuosamente de desvencijados botes y precipitándose hacia las laderas que no tenían vigilancia.
—Este acto es cada vez más interesante —la Gran Examinadora suspiró, pensativa—. Me pregunto qué va a ser lo próximo que ocurra.
Ya había atardecido y Gimelhai se había hundido tras el horizonte occidental, enturbiado por unas oscuras nubes, cuando los agotados supervivientes pasaron por fin ante la última pantalla examinadora y se dejaron caer exhaustos en la loma cubierta de césped. Seis chimps y seis chimas yacían unos junto a otros para procurarse calor.
Estaban demasiado cansados para rascarse entre sí, aunque les parecía necesario.
—Oh, madre mía, ¿por qué no decidieron elevar perros? ¿O cerdos? —gemía uno de ellos.
—O mandriles —sugirió otra voz y se produjo un murmullo de asentimiento. Esas criaturas sí se merecían aquel trato.
—A cualquiera, excepto a nosotros —resumió una tercera voz concisamente.
Ex exaltavit humilis
, pensó Gailet en silencio.
Han elevado al de más humilde origen.
El lema del Cuadro de Elevación de Terragens tenía sus bases en la Biblia cristiana. Para Gailet había siempre llevado implícito el infortunio de que alguien, en algún lugar, iba a ser crucificado.
Se le cerraban los ojos y sintió que la acosaba una superficial soñolencia.
Sólo una pequeña siesta
, pensó.
Pero no duró demasiado tiempo. Gailet sintió el regreso repentino de aquel sueño, aquel en que un
gubru
la miraba a través del cañón de un malévolo aparato. Se estremeció y abrió los ojos de nuevo.
Los últimos retazos de luz diurna se desvanecían. Las estrellas, con una claridad helada, centelleaban como si se refrectaran a través de algo distinto a la simple atmósfera.
Ella y los demás se pusieron de pie rápidamente al ver que un vehículo flotador se aproximaba y se posaba frente a ellos. De él salieron tres figuras: un alto
gubru
de plumaje blanco, un galáctico aracnoide y un rechoncho masc humano cuya túnica oficial colgaba de él, como un saco de patatas. Mientras todos se inclinaban ante ellos, Gailet reconoció a Cordwainer Appelbe, el jefe del Cuadro de Elevación local de Garth.
El hombre parecía estupefacto. Era obvio que lo habían obligado a tomar parte en todo aquello. Y Gailet se preguntó si además no lo habrían drogado.
—Hummm, quiero felicitaros a todos —dijo adelantándose a sus dos acompañantes—. Tenéis que saber lo orgullosos que nos sentimos de vosotros. Me han dicho que si bien hay algunos resultados que aún están bajo discusión, la decisión total del Instituto de Elevación es que los
Pan argonostes
, los neochimpancés del clan de la Tierra, son, o mejor, han sido declarados aptos para pasar a la fase tres.
—Es cierto —dijo la oficial aracnoide aproximándose a ellos—. Además, puedo prometer que el Instituto favorecerá las futuras solicitudes del clan de la Tierra para que se realicen ulteriores exámenes.
Gracias
, pensó Gailet mientras ella y los demás se inclinaban de nuevo.
Pero por favor, no se molesten en seleccionarme para los próximos.
A continuación, la Gran Examinadora se enfrascó en un largo discurso sobre los derechos y deberes de las razas pupilas. Habló de los Progenitores, desaparecidos desde hacía mucho tiempo y que habían dado origen a la civilización galáctica, y de los procedimientos que habían establecido para que fueran seguidos por todas las posteriores generaciones de vida inteligente.
La Examinadora utilizaba galáctico-Siete, que la mayoría de chimps podía al menos seguir. Gailet intentaba escuchar pero, en su interior, sus agobiados pensamientos no cesaban de girar sobre lo que iba a ocurrir después de aquello.
Estaba segura de que notaba bajo sus pies un aumento de las vibraciones que los habían acompañado en todo el recorrido de subida. El aire estaba saturado de un ronco y apenas audible zumbido. Gailet se balanceó, pues una oleada de irrealidad parecía atravesarla. Miró hacia arriba y vio que algunas de las estrellas del anochecer parecían haber aumentado de repente la intensidad de su brillo. Otras se escapaban lateralmente al tiempo que una distorsión oval se producía sobre su cabeza. Allí empezaba a concentrarse una negrura.
El discurso de la Examinadora continuaba monótonamente. Cordwainer Appelbe escuchaba arrobado, con la perplejidad reflejada en su rostro, pero el
gubru
de las plumas blancas parecía cada vez más impaciente. Gailet imaginó el porqué. Ahora que estaban calentando y preparando la derivación hiperespecial, cada minuto representaba un gasto para los invasores. Al darse cuenta de eso, Gailet sintió más simpatía hacia la aburrida oficial
serentini
. Dio un codazo a Micaela, que parecía a punto de dormirse, y siguió concentrándose con atención en el discurso.
Varias veces el
gubru
abrió el pico como si estuviese a punto de cometer la desagradable acción de interrumpir a la Examinadora. Finalmente, cuando el ser aracnoide hizo una pausa para recobrar el aliento, el pajaroide la cortó bruscamente. Gailet, que se había pasado los últimos meses estudiando mucho, pudo entender con facilidad las entrecortadas palabras en galáctico-Tres.
—¡… retrasar, perder el tiempo, demorar! Sus motivos son dudosos, increíbles, susceptibles de sospecha. ¡Insisto en que proceda, continúe, siga adelante!
Pero la Examinadora apenas le prestó atención y siguió su parlamento en galáctico-Siete.
—Al superar este formidable reto de hoy, el examen más riguroso que yo haya jamás presenciado, habéis demostrado vuestra valía como jóvenes ciudadanos de nuestra civilización y habéis acreditado a vuestro clan.
»Lo que hoy recibís, os lo habéis ganado: el derecho a reafirmar vuestro amor hacia vuestros tutores, y a escoger un consorte de etapa. Esta última decisión es muy importante. Como consorte debéis elegir a una raza conocida de viajeros del espacio y respiradores de oxígeno, que no sea miembro de vuestro propio clan. Esta raza defenderá vuestros intereses e intercederá imparcialmente en las disputas que pudieran ocurrir entre vosotros y vuestros tutores. Si lo deseáis podéis elegir a los
tymbrimi
, del clan de los
krallnith
, que han sido vuestros consortes-asesores hasta ahora. O podéis cambiar.
»O podéis incluso elegir otra opción… terminar con vuestra participación en la civilización galáctica y solicitar que la manipulación genética sea anulada. Hasta este drástico paso fue prescrito por los Progenitores a fin de garantizar los derechos fundamentales de los seres vivos.
¿Podemos? ¿Podemos hacer eso?
Gailet se sintió aturdida ante tal pensamiento. Aunque sabía que en la práctica aquella opción casi nunca era aceptada, ahí estaba.
Se estremeció y volvió a concentrar su atención en la Gran Examinadora que levantaba los brazos a modo de bendición.
—En nombre del Instituto de Elevación y ante toda la civilización galáctica, os declaro a vosotros, representantes de vuestra raza, cualificados y capaces de elegir y corroborar lo manifestado. Seguid adelante y haced que todos los seres vivos se sientan orgullosos.