En cierto sentido, el propio Garth se ha convertido en nuestro aliado. Su red vital está malherida pero aún es sutilmente poderosa.
Habían atraído a los
gubru
con moléculas de hemoglobina humana y de chimp que las profusas enredaderas se habían encargado de transportar. Athaclena estaba francamente sorprendida por el buen funcionamiento de su improvisado plan. Su éxito demostraba cuan estúpido había sido el enemigo por confiar excesivamente en sus complejos aparatos.
Ahora tenemos que decidir qué haremos a continuación.
La teniente McCue levantó la vista del informe de la batalla que el fatigado mensajero chimp había traído y miró a Athaclena a los ojos. Las dos mujeres compartieron un momento de silenciosa comunicación.
—Será mejor que me ponga en marcha —dijo Lydia por fin—. Hay que organizar los elementos dispersos, distribuir el material capturado al enemigo, y ahora yo estoy al mando de todo.
Athaclena asintió. No se sentía afligida por la muerte de Prathachulthorn, pero respetaba al humano por lo que había sido: un guerrero.
—¿Cuándo crees que atacarán de nuevo? —preguntó.
—Ahora que su principal método de detectarnos ha fallado, no puedo ni imaginarlo. Actúan como si no les quedara mucho tiempo. —Lydia frunció el ceño pensativamente—. ¿Es cierto que la flota
thenania
está en camino? —preguntó.
—Los oficiales del Instituto de Elevación hablan de ello abiertamente en las ondas. Los
thenanios
vienen a hacerse cargo de sus nuevos pupilos. Y como parte de un acuerdo con mi padre y con la Tierra, tienen la obligación de ayudar a expulsar a los
gubru
de este sistema.
Athaclena se sentía aún asombrada al comprobar hasta qué punto había funcionado el plan de su padre.
Cuando empezó la crisis, hacía casi un año de Garth, parecía claro que ni la Tierra ni Tymbrimi podrían ayudar a aquella colonia tan distante. Y la mayoría de galácticos «moderados» eran tan lentos y tan juiciosos que había muy pocas esperanzas de poder persuadir a alguno de aquellos clanes para que interviniera. Uthacalthing confiaba en conseguir engañar a los
thenanios
para que se enfrentaran entre sí los peores enemigos de la Tierra.
El plan había funcionado más allá de las expectativas de Uthacalthing porque hubo un factor sobre el que su padre no tenía conocimiento: los gorilas. ¿Qué había provocado su migración masiva hacia el Montículo Ceremonial? ¿El intercambio
s'ustru'thoon
, tal como ella creyera en un principio? ¿O tenía razón la Gran Examinadora del Instituto al afirmar que había sido el destino quien dispuso que la nueva raza pupila estuviera en el sitio adecuado y en el momento oportuno para conseguir su elección? En cierto modo, Athaclena estaba segura de que había en ello mucho más de lo que se sabía, y quizá se llegaría a saber.
—Así que los
thenanios
vienen a echar a los
gubru
—Lydia parecía no saber qué pensar de la situación—. Entonces es que hemos vencido ¿no? Quiero decir que los
gubru
no podrán negarles la entrada de forma indefinida. Aunque militarmente fuera posible, perderían tanto prestigio en las Cinco Galaxias que hasta los moderados se sentirían molestos y al final se movilizarían.
La capacidad de percepción de la humana era impresionante. Athaclena asintió.
—Su situación parece requerir que se negocie. Pero eso presupone lógica. Y me temo que la facción militar
gubru
está actuando de un modo irracional.
—Ese tipo de enemigo resulta a menudo mucho más peligroso que un oponente racional —Lydia se estremeció—. No actúa según un interés inteligente.
—Mi padre afirmaba en su última comunicación, que los
gubru
estaban fuertemente divididos —dijo Athaclena.
Las emisiones desde el territorio del Instituto eran ahora la mejor fuente de información para las guerrillas.
Robert, Fiben y Uthacalthing se turnaban en las transmisiones y contribuían de un modo eficaz a elevar la moral de los luchadores de la montaña, al tiempo que seguramente hacían aumentar la grave irritación del invasor.
—Tendremos que actuar basándonos en la suposición de que a partir de ahora nos enfrentaremos a una guerra sin cuartel —Lydia suspiró—. Si la opinión galáctica no les importa en absoluto, puede incluso que utilicen armamento espacial en la superficie del planeta. Lo mejor será que nos dispersemos lo máximo posible.
—Hmmmm, sí —admitió Athaclena—. Pero si utilizan quemadores o bombas del infierno, todo está perdido. De esas armas es imposible evadirse. Yo no puedo ponerme al mando de tus tropas, teniente, pero preferiría morir en un acto de valentía, uno que pueda ayudar a que se acabe de una vez esta locura, antes que terminar mi vida escondiendo la cabeza en la arena, como esas ostras de la Tierra.
A pesar de la seriedad de la proposición, Lydia McCue sonrió. Un toque de ironía agradecida danzaba en los bucles de su simple aura.
—Avestruces —la corrigió la terrestre con suavidad—. Son unos pájaros grandes llamados avestruces los que esconden la cabeza. Y ahora ¿por qué no me cuentas lo que estás planeando?
Buoult de los
thenanios
infló la cresta hasta su máxima altura y se peinó las púas del codo antes de subir al puente de la gran nave de guerra, el
Alhanasfire
. Allí, junto a la gran pantalla que mostraba la disposición de la flota en brillantes colores, lo esperaba la delegación humana. La líder, una mujer mayor cuyo pelo casi blanco aún resplandecía en algunos puntos con el color del dorado sol, le hizo una correcta reverencia. Buoult respondió doblando la cintura y señaló hacia la pantalla.
—Almirante Álvarez, supongo que puede ver por sí misma que las últimas minas del enemigo han sido eliminadas. Estoy dispuesto a transmitir al Instituto para la Guerra Civilizada nuestra declaración de que la interdicción de este sistema ha sido levantada por
forcé majeur
.
—Es bueno saberlo —dijo la mujer. Su sonrisa al estilo humano, esa sencilla exhibición de dientes, era uno de sus gestos más fáciles de interpretar. Alguien tan experimentado en los asuntos galácticos como la legendaria Helena Álvarez conocía el efecto que esa expresión lobezna tenía sobre los demás. Con seguridad había tomado la decisión consciente de utilizarla.
Bueno, tales sutiles trucos eran aceptables en el complejo juego de la simulación y la negociación. Buoult era lo bastante honesto como para admitir que él también lo hacía. Por algo había inflado su impresionante cresta antes de entrar.
—Será agradable ver de nuevo Garth —añadió Álvarez—. Sólo espero que no nos convirtamos en la próxima causa de un nuevo holocausto en ese desafortunado mundo.
—Claro, tenemos que esforzarnos por evitarlo a toda costa. Y si ocurre lo peor, si esa banda de
gubru
pierde totalmente el control, todo su desagradable clan pagará por ello.
—Me importan muy poco los castigos y las indemnizaciones. Allí hay gente en peligro y también una frágil ecósfera.
Buoult reprimió todo comentario.
Tengo que ser más cuidadoso
, pensó.
Nosotros, los thenanios, defensores de todo Potencial, no necesitamos que nos recuerden el deber de proteger lugares como Garth.
Resultaba especialmente exasperante ser engañado por los lobeznos.
Y desde ahora en adelante los tendremos pagados a nuestros codos, censurando y criticando, y tendremos que escucharlos porque serán los consortes de etapa de unos de nuestros pupilos. Es el único precio que debemos pagar por ese tesoro que Kault ha encontrado para nosotros.
Los humanos presionaban duramente para que se realizaran negociaciones, lo cual era de esperar en un clan que necesitaba con tanta desesperación aliados como ellos. Las fuerzas
thenanias
ya se habían retirado de todas las áreas de conflicto con la Tierra y con Tymbrimi. Pero los Terragens exigían mucho más a cambio de ayudar al control y la elevación de la nueva raza pupila llamada «gorila».
En efecto, exigían que el gran clan de los
thenanios
se aliase con los infelices y desdeñosos lobeznos y con los bromistas
tymbrimi
, en el preciso momento en que la alianza
soro-tandii
parecía imparable en las rutas estelares. ¡Eso podía implicar el riesgo de aniquilación para los propios
thenanios
!
Si hubiera estado en manos de Buoult, que ya había aguantado a los terrestres todo lo que uno es capaz en la vida, les habría dicho que se fueran al infierno de Ifni y buscasen allí a sus aliados.
Pero no estaba en sus manos. Hacía tiempo que en su planeta natal había crecido una fuerte aunque minoritaria corriente de simpatía hacia el clan de la Tierra. El golpe de Kault, que iba a permitir que el Gran Clan lograse otro preciado laurel de tutorazgo, podía hacer que esa facción entrara en el gobierno.
En tales circunstancias
, pensó Buoult,
era mejor guardar sus opiniones para sí.
Uno de sus ayudantes se acercó a él y lo saludó.
—Ya hemos determinado las posiciones ocupadas por la flotilla de defensa
gubru
—informó—. Está agrupada cerca del planeta. Su formación es inusual. Nuestros ordenadores de batalla consideran que será muy difícil quebrarla.
Hummm
, sí, pensó Buoult examinando la pantalla.
Un brillante despliegue de un número de fuerzas limitado.
Quizás hasta original. Muy poco habitual en los gubru.
—No importa —bufó—. Incluso aunque no haya un modo sutil de lograrlo, podrán ver que nos acercamos con un armamento más que suficiente para conseguirlo por la fuerza bruta, si es necesario. Cederán, tienen que ceder.
—Naturalmente que deben hacerlo —admitió la almirante humana. Pero no parecía convencida. De hecho, parecía preocupada.
—Estamos preparados para aproximarnos a la envoltura de autoprotección —informó el oficial de cubierta.
—Bien —Buoult se apresuró a asentir—. Proceda. Desde allí podemos establecer contacto con el enemigo y anunciar nuestras intenciones.
La tensión aumentaba a medida que la armada se aproximaba al modesto sol amarillo del sistema. Aunque los
thenanios
afirmaban con orgullo que carecían de poderes psíquicos, Buoult parecía sentir la mirada de la terrestre sobre él y se preguntó cómo era posible que aquella mujer le resultase tan intimidante.
Sólo es un lobezno
, se dijo.
—¿Podemos seguir con nuestra conversación, comandante? —preguntó por fin la almirante Álvarez.
No tenía otro remedio que aceptar, por supuesto. Convenía que, antes de llegar y de leer el manifiesto de asedio, se pusieran de acuerdo sobre el mayor número de puntos posible.
Sin embargo, Buoult había decidido no firmar ningún tratado antes de poder conferenciar con Kault. Ese
thenanio
tenía fama de ser vulgar e incluso frívolo, rasgos que lo habían hecho merecedor del exilio en aquel alejado mundo. Pero en aquellos momentos parecía haber logrado un milagro sin precedentes. Cuando regresase al planeta natal, su poder político sería enorme.
Buoult quería aprovecharse de la experiencia de Kault, de su aparente destreza para tratar con aquellas exasperantes criaturas.
Sus ayudantes y la delegación humana abandonaron el puente para dirigirse a la sala de conferencias. Pero, antes de salir, Buoult miró una vez más hacia la pantalla de situación y observó las posiciones tomadas por los
gubru
, como si se prepararan para una lucha a muerte. Él aire se escapó ruidosamente por sus ranuras respiratorias.
¿Qué planean esos pajaroides?
, se preguntó.
¿Qué haré si esos gubru resultan estar locos?
En algunas zonas de Puerto Helenia había más sondas de vigilancia que nunca, protegiendo rigurosamente los dominios de sus amos y atacando a todo aquel que pasaba demasiado cerca.
Sin embargo, en todas partes parecía como si se hubiese producido una revolución. Los carteles del invasor estaban arrancados y tirados en los badenes. En lo alto de la esquina de dos concurridas calles, Robert vio un nuevo mural, pintado en ese estilo llamado realismo focalista, que sustituía a la propaganda
gubru
. En él aparecía una familia de gorilas mirando hacia un brillante horizonte, con una incipiente pero esperanzada sapiencia. Tras ellos, como protegiéndolos y mostrándoles el camino hacia ese maravilloso futuro, podía verse a una pareja de idealizados chimps de amplias frentes.
Ah, sí y también había, en último término, un humano y un
thenanio
. A Robert le agradó que el artista se hubiera acordado de incluirlos.
El vehículo fuertemente custodiado en que viajaba pasó por el cruce demasiado deprisa para apreciar los detalles, pero pensó que la representación de la hembra chimp no le hacía demasiada justicia a Gailet.
Fiben
, en cambio,
tendría que sentirse halagado.
Pronto los sectores «libres» de la ciudad quedaron atrás y se dirigieron hacia el oeste, pasando por áreas patrulladas con estricta disciplina militar. Al aterrizar, los soldados de Garra que los escoltaban se apresuraron a bajar para vigilar a Robert y Uthacalthing mientras éstos subían la rampa que llevaba a la nueva y reluciente sección de la Biblioteca.
—Es una instalación muy costosa ¿verdad? —le preguntó al embajador
tymbrimi
—. ¿Podremos quedárnosla si los
thenanios
consiguen echar a patadas a esos pájaros?
—Probablemente —Uthacalthing se encogió de hombros—. Y quizá también el Montículo Ceremonial. Tu clan ha de recibir indemnizaciones.
—Pero usted tiene sus dudas.
Uthacalthing se detuvo en la vasta entrada que daba paso a la cámara abovedada y al impresionante banco cúbico de datos.
—No sería inteligente vender la piel del oso antes de cazarlo.
Robert entendió el punto de vista de Uthacalthing. Hasta la derrota de los
gubru
podía acarrear un coste impensable.
—Es como contar pollitos antes de que estén puestos los huevos —le dijo al
tymbrimi
, quien estaba siempre ansioso por mejorar su comprensión de las metáforas del ánglico. Esa vez, sin embargo, Uthacalthing no le dio las gracias. Sus ojos completamente separados parecieron centellear cuando lo miró de soslayo.