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Authors: David Brin

Tags: #Ciencia Ficción

La rebelión de los pupilos (98 page)

El coronel suspiró. No era necesario ningún sacerdote para explicar lo que eso significaba. Los terrestres, al darse cuenta de que no sería una batalla limpia, habían venido todos juntos para que su muerte fuese más fácil.

Puesto que sus vidas estaban ya perdidas, sólo había una razón que podía impulsarlos a actuar así.

Lo hacen para salvar el frágil ecosistema de este mundo. Después de todo, el objetivo de su inquilinato es salvar Garth.
En su impotencia, el coronel vio y saboreó la amargura de la derrota. Habían obligado a los
gubru
a elegir entre poder y honor.

La pluma escarlata lo tenía cautivado. Sus colores le alteraban la sangre.

—Voy a preparar a mis soldados de Garra para bajar al encuentro de los terrestres —sugirió esperanzado el coronel—. Descenderemos, avanzaremos, atacaremos en igualdad numérica, con armas ligeras y sin robots.

—¡No! ¡No debe hacerlo! ¡No puede hacerlo! ¡No lo hará! He asignado los papeles adecuados a mis fuerzas. Las voy a necesitar, requerir, cuando tengamos que vérnoslas con los
thenanios
. ¡No se derrocharán de forma ruinosa! Y ahora, ¡prestad atención! En este momento, en este instante, los terrestres de ahí abajo van a sentir, sufrir, soportar mi justa venganza —grito el Suzerano de Rayo y Garra—. Ordeno que se apresten todas las armas de destrucción masiva. Vamos a abrasar este valle, y el otro, y el otro, hasta que toda forma de vida en estas montañas…

No pudo terminar la orden. El coronel de los soldados de Garra parpadeó una vez y luego dejó caer su sable rifle al suelo. El golpe fue seguido de una doble explosión mientras que, primero la cabeza y luego el cuerpo del jefe supremo militar, caían también.

El coronel se estremeció. Allí caído, el cuerpo mostraba con claridad los iridiscentes matices de la realeza. La sangre del almirante se mezcló con su principesco plumaje azul y se esparció por toda la cubierta, para reunirse por fin con la única pluma escarlata de su reina.

El coronel se dirigió a sus atónitos ayudantes.

—Informad, transmitid, comunicad al Suzerano de la Idoneidad que yo mismo me he sometido a arresto, hasta que se resuelva, determine, decida mi destino. Consultad a sus Majestades qué se debe hacer.

Durante un largo e incierto tiempo, continuaron dirigiéndose por inercia hacia la cima donde estaban reunidos los terrestres, esperando. Nadie habló. En el puesto de mando casi no había movimiento.

Cuando llegó el informe, fue como una confirmación de lo que sabían desde hacía tiempo. Un velo mortuorio había caído ya sobre los componentes de la administración
gubru
. El Suzerano de la Idoneidad y el Suzerano de Costes y Prevención entonaron juntos un triste canto de pérdida.

Habían tenido tantas esperanzas, tan buenas perspectivas cuando emprendieron camino hacia este lugar, este planeta, esta desolada mancha en el espacio vacío… Los Maestros de la Percha habían escogido con tanto cuidado el horno correcto, el crisol adecuado y los ingredientes justos… tres de los mejores, tres excelentes productos de la manipulación genética, los más selectos.

Fuimos enviados para poder regresar a casa con un consenso
, pensó la nueva reina.
Y el consenso está aquí.

Convertido en cenizas. Nos equivocamos al pensar que éste era un buen tiempo para batallar por la grandeza.

Oh, eran muchos los factores que habían ocasionado aquello. Si el primer Suzerano de Costes y Prevención no hubiese muerto… Si no hubiesen sido engañados dos veces por el tramposo
tymbrimi
con el asunto de los
«garthianos»…
Si los terrestres no hubieran resultado tan lobeznamente inteligentes para sacar provecho de todas sus debilidades… Esta última maniobra, por ejemplo, la de obligar a los soldados
gubru
a elegir entre deshonor y regicidio…

Pero las casualidades no existen
, advirtió ella.
No hubieran conseguido tanta ventaja si no hubiéramos mostrado tantos defectos.

Ése era el consenso que harían llegar a los Maestros de la Percha. Que existían debilidades, fallos, errores que esta trágica expedición había sacado a la luz.

Sería una valiosa información.

Que eso sirva de consuelo para mis estériles, infértiles huevos
, pensó al tiempo que confortaba a su único compañero y amante.

Dio una breve orden a los mensajeros.

—Transmitid al coronel nuestro perdón, nuestra absolución, nuestra amnistía. Y que todas las fuerzas de choque regresen a la base.

Los mortíferos cruceros dieron media vuelta y emprendieron el regreso, dejando las montañas y los valles a quienes tanto parecían anhelarlos.

Capítulo
110
ATHACLENA

Los chimps contemplaban pasmados cómo la muerte parecía cambiar de idea. Lydia McCue miró parpadeando las naves que se retiraban.

—Lo sabías —se volvió para mirar a Athaclena. Y otra vez la acusó—. ¡Lo sabías!

Athaclena sonrió. Sus zarcillos dejaban unas débiles y tristes huellas en el aire.

—Digamos que pensé que era posible —dijo por fin—. Y aunque me hubiese equivocado, esto era lo más honroso que podíamos hacer. Sin embargo, me alegra mucho haber descubierto que tenía razón.

SÉPTIMA PARTE

LOBEZNOS

Ni un ápice, desafiamos a los augurios; hay una providencia especial hasta en la caída de un gorrión. Si es ahora, no ha de venir; si no es ahora, aún vendrá. Sólo hay que tener buena disposición de ánimo.

William Shakespeare
, Hamlet,
Acto V, escena I

Capítulo
111
FIBEN

—Goodall, ¡cómo odio las ceremonias!

El comentario le valió un codazo en las costillas.

—Estate quieto, Fiben. Todo el mundo nos mira.

Fiben suspiró e hizo un esfuerzo para mantenerse erguido. No pudo evitar acordarse de Simón Levi y de la última vez que habían formado juntos, no lejos de allí.
Hay cosas que nunca cambian
, pensó. Ahora era Gailet quien le regañaba para que se comportase dignamente.

¿Es que todo el mundo que lo amaba tenía inevitablemente que intentar corregir su postura?

—Si querían pupilos elegantes, podrían haber elevado…

Las palabras se interrumpieron con un brusco «¡uf!». Los codos de Gailet eran mucho más duros que los de Simón. Fiben murmuró irritado para sí mientras sus fosas nasales se ensanchaban, pero permaneció quieto. Ella, tan formal, con su uniforme nuevo y bien cortado, tal vez se sentía contenta de estar allí, pero a él nadie le había preguntado si quería una maldita medalla. A él nunca le preguntaban nada.

Por fin, el tres veces maldito almirante
thenanio
terminó su monótono y aburrido discurso sobre la virtud y la tradición y se oyeron unos aplausos dispersos. Hasta Gailet parecía aliviada cuando el enorme
thenanio
regresó a su asiento. Pero, maldita sea, había otros muchos que parecían querer hablar.

El alcalde de Puerto Helenia, que había regresado de su reclusión en las islas, ensalzó a los valientes rebeldes urbanos y rogó a su concejal chimp que se acercara más a menudo por el ayuntamiento. Eso le valió un sincero aplauso…
y probablemente algunos votos más de los chimps cuando llegaran las próximas elecciones
, pensó Fiben con cinismo.

Tos*Quinn'3, la Examinadora del Instituto de Elevación, resumió el acuerdo recientemente firmado por Kault en nombre de los
thenanios
, y por la legendaria almirante Álvarez, en nombre de los clanes de la Tierra, según el cual la especie de barbecho conocida anteriormente como gorilas se embarcaba en la larga aventura de la sapiencia. Los nuevos ciudadanos galácticos, conocidos ya en todas partes con el nombre de la «Raza Pupila Que Eligió», recibirían en inquilinato el territorio de las Montañas de Mulun durante cincuenta mil años. Ahora eran verdaderos
garthianos
.

A cambio de la asistencia técnica por parte de la Tierra y de las reservas genéticas de los gorilas en barbecho, el poderoso clan de los
thenanios
se comprometía a defender la colonia terrestre de Garth y otros cinco mundos coloniales de la Tierra y de Tymbrimi. No interferirían directamente en los conflictos ya iniciados con los
soro
, los
tandii
y otros clanes fanáticos, pero, en esas líneas de combate, facilitarían la necesidad urgente de socorrer a los planetas de origen.

Y los
thenanios
ya no eran enemigos de la alianza de los bromistas y los lobeznos. Sólo ese hecho tenía tanto poder como una gran armada.

Hemos realizado lo que hemos podido y más
, pensó Fiben. Hasta aquel momento se tenía la impresión de que la gran mayoría de galácticos «moderados» se sentarían a un lado y permitirían a los fanáticos actuar como quisieran. Ahora había alguna esperanza de que la «inevitable marea de la historia», de la cual se decía que condenaba a todos los clanes lobeznos, no se considerase como algo inevitable. Los acontecimientos de Garth habían motivado corrientes de simpatía hacia los más débiles.

Fiben no podía predecir si tendrían que poner en práctica más trucos mágicos cuando necesitaran conseguir otros aliados, pero estaba seguro de que el resultado final se decidiría a miles de parsecs de distancia de allí. Tal vez en la vieja Madre Tierra.

Cuando Megan Oneagle empezó a hablar, Fiben comprendió que finalmente había llegado la parte más desagradable de aquella mañana.

—… sería un desprestigio total si no aprendiéramos de los meses que acabamos de vivir. Después de todo, ¿cuál es la utilidad de los momentos difíciles si no nos vuelven más sabios? ¿Para qué nuestra honorable muerte respetó sus vidas?

La Coordinadora Planetaria tosió unos instantes y pasó las hojas de su anticuado cuaderno de notas.

—Tenemos que proponer una revisión en el sistema de libertad condicional que crea marginales y causa resentimientos capaces de explotar. Debemos esforzarnos para que las instalaciones de la nueva Biblioteca estén al alcance de todos. Y tenemos también que cuidar y mantener el equipamiento del Montículo Ceremonial para el día en que regrese la paz y pueda ser utilizado para sus fines adecuados: la celebración de estatus que la raza
panargonostes
tanto merece.

»Y lo más importante de todo: tenemos que utilizar las indemnizaciones
gubru
para financiar la continuación de nuestra tarea más importante en Garth; la de revertir la declinación de la frágil ecósfera del planeta, utilizando nuestros conocimientos penosamente adquiridos para detener la espiral descendente y devolver este mundo, nuestro por adopción, a su auténtico cometido; el de criadero de una maravillosa diversidad de especies, el de manantial de toda sapiencia.

»Muchos de estos planes serán presentados para una discusión pública durante las próximas semanas —Megan levantó la vista de sus notas y sonrió—. Pero hoy tenemos además otro quehacer, el placentero quehacer de honrar a todos aquellos que han logrado que nos sintamos tan orgullosos. Los que han hecho posible que estemos aquí hoy, en libertad. Es nuestra ocasión de demostrarles cuan agradecidos les estamos y cuánto los queremos.

¿Me quieres?
, preguntó Fiben en silencio.
Entonces deja que me vaya de aquí.

—Por supuesto —continuó la Coordinadora—, para algunos de nuestros ciudadanos chimps el reconocimiento de sus logros no terminará cuando lo hagan sus vidas ni incluso cuando ocupen un lugar en los libros de historia, sino que continuará con la veneración que depositaremos en sus descendientes, en el futuro de su raza.

A la izquierda de Fiben, Sylvie se inclinó hacia adelante lo suficiente para mirar a Gailet, que estaba a la derecha del chimp. Ambas compartieron una mirada y una sonrisa.

Fiben suspiró. Al menos había logrado convencer a Cordwainer Appelbe para que mantuviera en secreto su ascenso al maldito carnet blanco. De poco servía eso. Las chimas con carnets verdes y azules de todo Puerto Helenia ya estaban tras él. Y Gailet y Sylvie apenas representaban una ayuda. ¿Para qué demonios se había casado con ellas sino para protegerse? Fiben hizo una mueca de desdén ante tal pensamiento. ¡Protección, claro!

Sospechaba que ambas estaban ya entrevistando y evaluando a posibles candidatas.

Aunque dos especies procedieran del mismo clan, e incluso del mismo planeta, siempre había diferencias básicas entre ellas. Había que considerar lo mucho que habían cambiado los humanos del preContacto por razones meramente culturales. Las costumbres amorosas y de reproducción entre los chimps se basaban, por supuesto, en su propia herencia sexual, muy anterior a la Elevación.

Sin embargo, había en Fiben el suficiente condicionamiento humano para que se sonrojase sólo de pensar lo que aquellas dos iban a hacer con él, ahora que eran íntimas amigas.
¿Cómo he podido caer en tal situación?

Sylvie le miró a los ojos y le sonrió. Gailet deslizó la mano entre las suyas.

Bueno
, admitió,
creo que no va a ser tan duro.

En aquellos momentos ya habían comenzado a llamar a la gente para entregarles sus medallas. Pero durante unos instantes Fiben sólo fue consciente de ellos tres, sentados allí juntos, como si el resto del mundo fuera una ilusión. En realidad, bajo su capa externa de cinismo, se encontraba muy bien.

Robert Oneagle se levantó y se acercó al estrado para recoger su medalla, y parecía sentirse mucho más cómodo en su uniforme que Fiben en el suyo. Fiben observó a su compañero humano.
Tengo que preguntarle quién es su sastre.

Robert no se había afeitado la barba y conservaba el cuerpo fuerte ganado en la dura vida de la montaña. Ya no era un mozalbete. En realidad, parecía un héroe de historieta de pies a cabeza.

¡Qué absurdo!
Fiben hizo una mueca de disgusto.
Van a conseguir que se le suban los humos a la cabeza. Tendré que retarlo a una lucha cuerpo a cuerpo. Evitar que crea todo lo que se escribe en la prensa.

La madre de Robert parecía haber envejecido durante la guerra. En la última semana la había visto repetidas veces quedarse sorprendida ante su alto y bronceado hijo, que andaba con la gracia de un gato salvaje. Parecía orgullosa y asombrada al mismo tiempo, como si los duendes se hubieran llevado a su hijo y se lo hubiesen cambiado por otro.

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