Pero, ¡cuánto habla cambiado la situación durante la generación anterior! La Inglaterra sajona era mucho más fuerte ahora de lo que había sido Wessex cuando Alfredo llegó al trono, gracias principalmente a la política del mismo Alfredo. Por otro lado, los daneses habían tenido tiempo durante una generación de perder su fervor y deleite bárbaros por las batallas. Además, a diferencia de los sajones, no estaban unidos bajo un solo monarca y podían ser eliminados por partes.
Al frente de los sajones había un notable equipo formado por un hermano y una hermana, situación que no se da con frecuencia en la historia. Eduardo el Viejo tenia una hermana, Ethelfleda, que se había casado con el noble a quien Alfredo había puesto al frente de la parte sajona de Mercia. Ethelfleda tenía una personalidad fuerte, digna hija de Alfredo, y ya antes de la muerte de su marido ella era el verdadero gobernante de Mercia. Por ello, es conocida en las leyendas inglesas como la «Dama de los mercianos».
Juntos, Eduardo y Ethelfleda se enfrentaron con los daneses. Invadieron Northumbria, frustraron totalmente un intento de contraataque danés y en 910 los sajones dominaban la región.
Pero aún quedaba el núcleo del poder danés en Mercia del Este y Anglia Oriental. Eduardo y Ethelfleda tomaron la precaución de no apresurarse demasiado para no terminar con un desastre que les hiciera perder todo. Dedicaron años a una cauta política de fortificaciones, construyendo puntos fuertes sobre la frontera danesa para proteger los territorios sajones, en caso de que una invasión fracasada diera origen a represalias.
En 917, Eduardo estaba preparado. Invadió Mercia Oriental con grandes efectivos y, venciendo la resistencia danesa, tomó su fortaleza de Derby. A finales del año, toda Anglia Oriental estaba bajo su dominio.
La campaña final planeada para el año siguiente fue postergada por la repentina muerte de Ethelfleda, en junio, y Eduardo tuvo que hacer una pausa para asumir el control personal de Mercia. No quería que se hiciesen con el poder otros caudillos y que la Inglaterra Sajona estuviese nuevamente dividida en reinos separados para beneficio de los daneses.
Cuando volvió a las guerras danesas, el avance nuevamente fue rápido y afines de 918 el último trozo de territorio danés lo reconoció como su monarca. El primer período de la dominación danesa de Inglaterra llego a su fin sólo cincuenta años después de que la gran invasión danesa destruyera a la Heptarquía.
Claro que esto no significó que los daneses fueran ex pulsados de Inglaterra. Permanecieron en ésta y se mezclaron permanentemente con la población sajona, de modo que los ingleses de hoy son descendientes de unos y otros. De hecho, una serie de príncipes daneses conservaron un poder limitado bajo la soberanía de señores sajones.
Eduardo era ahora más poderoso y gobernaba un territorio más extenso que cualquier monarca sajón anterior Fue realmente más rey de Inglaterra de lo que habla sido Offa.
Por ello, es paradójico que en el curso del reinado de Eduardo el Viejo, cuando los sajones obtenían un triunfo tan importante sobre los descendientes escandinavos de los invasores vikingos, una nueva banda de vikingos obtuviese una victoria del otro lado del mar, una victoria que iba a modificar de manera decisiva la historia de Inglaterra un siglo y medio más tarde.
El escenario de ese suceso fue Francia, donde las correrías vikingas todavía tenían que ser enfrentadas tan resueltamente como lo habían sido por Wessex. En tiempos de Eduardo, Francia estaba gobernada por Carlos III, comúnmente llamado «Carlos el Simple» (este adjetivo significaba «necio» más que «sencillo», y al parecer le estaba bien aplicado). Carlos, un tataranieto de Carlomagno pero sin ninguna de las cualidades de este rey, era completamente incapaz de enfrentarse a los vikingos.
En 911 se produjo una nueva gran incursión de los vikingos. Una banda guerrera había ocupado la desembocadura del Sena y se había apoderado de una franja de tierra a lo largo de la costa meridional del Canal de la Mancha. Su jefe era Hrolf o Rollón, habitualmente llamado el «Andarín» o el «Caminante». Según una tradición, recibió este apodo porque era tan alto v pesado que ninguno de los poneys nórdicos podía transportarlo, de modo que debía caminar. (Originalmente, había abandonado Noruega para escapar de Haroldo el Rubio, cuya dura dominación había causado la ocupación de Islandia.)
Para ser justos, Carlos tenía por entonces otros problemas. Estaba tratando de extender su reino lejos por el Este, sobre tierras gobernadas por un primo distante que acababa de morir. Además, estaba embrollado en querellas con muchos de sus nobles. Sencillamente, no tenía tiempo para los vikingos. Todo lo que quería de ellos ere paz, y literalmente a cualquier precio.
Quiso saber qué deseaban los vikingos a cambio de la paz, y éstos respondieron que querían la propiedad legal permanente de la tierra que ya ocupaban, de modo de asentarse y vivir en ella.
Carlos el Simple accedió, pidiendo solamente que Rollón lo reconociera como a su soberano. Esto salvaba las apariencias para Carlos y creaba la impresión de que, por el tratado, Rollón se sometía al todopoderoso Carlos y recibía una recompensa por ello, en vez de lo que realmente era: una incondicional y vergonzosa capitulación por parte del rey franco.
Se cuenta que, si bien Ropón convino en reconocer a Carlos como soberano, se negó a pasar por el gesto simbólico de besar el pie de Carlos. Ordenó a uno de sus lugartenientes que lo hiciera. Este, hallando el gesto no menos degradante para él, cogió el pie de Carlos y lo levantó rudamente hasta sus labios, para poder besarlo sin inclinarse, Carlos cayó de espaldas en una postura indigna y verdaderamente simbólica.
La región ahora ocupada por los vikingos, o nórdicos, recibió un nuevo nombre: Nortmannia, pronto deformado en Normandía. Sus habitantes nórdicos fueron llamados normandos. Rollón admitió convertirse al cristianismo poco después del tratado y adoptó el nombre de Roberto. Cuando murió (en 931 a lo sumo), Normandía estaba hico afirmada y su caudillo fue el antepasado de un notable linaje de guerreros y reyes.
El nieto de Alfredo
Eduardo el Viejo debe de haber tenido noticia de la creación de Normandía (aunque no podía prever su posterior significación para Inglaterra), pues por entonces Inglaterra, una vez más, estaba políticamente relacionada con Europa, como en los tiempos de Offa.
En verdad, una de las hijas de Eduardo se había casado con Carlos el Simple y tuvo un hijo de él, Luis, quien, por ende, descendía de Carlomagno y de Alfredo. Pero, por aquel tiempo, el linaje de Carlomagno había decaído totalmente. Sus descendientes ya no gobernaban la parte oriental del imperio de este gran rey, sino sólo sobre Francia, y Carlos el Simple ni siquiera pudo conservar este reino.
En 923, Carlos fue depuesto por sus díscolos nobles, y su hijo de dos años, para mayor seguridad, fue llevado a la corte del abuelo materno en Inglaterra.
Se cree que Eduardo tuvo una aventura romántica: se enamoró de la bella hija de un vaquero. No se sabe con seguridad si se casó o no con ella, pero de la relación nació un hijo, Athelstan, quien fue criado en Mercia bajo la vigilancia de su enérgica tía, Ethelfleda.
Eso lo convirtió en una especie de merciano por adopción, lo cual era conveniente, pues Mercia conservaba un oscuro recuerdo de su independencia y su grandeza, y a veces mostraba un perceptible resentimiento por la dominación de Wessex.
Cuando Eduardo el Viejo murió, en 924, después de un triunfal reinado de un cuarto de siglo, Athelstan fue inmediatamente elegido rey de Mercia y sólo al año siguiente se convirtió en rey de toda Inglaterra.
Athelstan siguió construyendo con éxito sobre los cimientos puestos por su padre y su abuelo. Mientras que Eduardo se había contentado con el reconocimiento de su soberanía y había concedido a gobernantes daneses conservar cierto grado de independencia, Athelstan procedió a asumir el gobierno directo de todas las tierras. Asumió el poder en York, por ejemplo, donde una nueva inmigración de hombres procedentes de Noruega había fortalecido allí la posición danesa.
Lo que es más aún, Athelstan no aspiraba solamente a gobernar Inglaterra, sino que quería gobernar a toda Gran Bretaña. Exigió la sumisión de los escotos del Norte y los galeses del Oeste. Los obligó a pagar tributo y a aceptar las líneas fronterizas que les fijó. Se hizo llamar «Rey de toda Gran Bretaña» y, para demostrar que lo era, efectuó un gran despliegue en 934, cuando envió sus ejércitos bien al norte del Estuario de Forth e hizo que sus barcos recorrieran toda la costa de Escocia, hasta su extremo más septentrional.
La acción de Athelstan tenía que provocar una reacción. Durante el medio siglo posterior a la fundación del Reino de Escocia por Kenneth I, este reino llevó una existencia precaria, haciendo incursiones en Northumbria y tratando de rechazar a los vikingos.
Finalmente, en 900 (un año después de la muerte de Alfredo el Grande), Constantino II subió al trono de Escocia. Bajo su gobierno, la amenaza vikinga fue alejada durante un tiempo y los dominios escoceses se extendieron una vez más al extremo septentrional de la isla. Pero en el curso de su reinado de cuarenta años, Constantino poco pudo hacer en el Sur. Primero Eduardo y luego Athelstan lo obligaron a asumir una posición subordinada. La expedición al Norte de Ethelstan, en 934, fue el colmo, y Constantino se decidió a devolver el golpe.
Para ello necesitaba aliados. Al sur de su reino y al oeste de Northumbria estaba el Reino de Strathclyde. (Este se hallaba ubicado en la región de la Escocia moderna que está inmediatamente al sur de Glasgow.) Se había mantenido libre tanto de Escocia como de Inglaterra y había logrado conservar una precaria independencia bajo dominación céltica. Ahora se unió de buen grado a Constantino, y lo mismo hicieron varios príncipes galeses.
Recibieron otros refuerzos de Irlanda. Aquí los vikingos todavía eran fuertes, y una horda mixta de guerreros irlandeses y vikingos llegó bajo el mando de Olaf Guthfrithson, que gobernaba sobre Dublín y cuya familia había tenido el poder en York hasta hacía poco.
Dejando de lado el ingrediente vikingo, era una suerte de contraataque céltico unido contra el poder sajón, una sorprendente demostración de que, después de cinco siglos de ataques germánicos, los celtas aún podían resistir.
Olaf, con una gran flota, entró en el Humber en 937 y, después de unírsele sus aliados escoceses y galeses, avanzó tierra adentro. En algún lugar de Northumbria, en un sitio llamado Brunanburh en los viejos poemas escritos para celebrar el suceso (se desconoce su ubicación exacta), el ejército celta se enfrentó con las fuerzas de Athelstan y, después de una larga y dura batalla, Athelstan obtuvo el triunfo. Constantino y Olaf escaparon con vida, pero no así muchos de sus seguidores.
El predominio de Athelstan quedó confirmado y ese momento fue, quizá, el apogeo del poderlo sajón en Gran Bretaña. Su lugar en la familia europea de naciones era distinguido también, y los extranjeros lo honraron. Cuando los normandos se expandieron al oeste, a lo largo de las costas meridionales del Canal de la Mancha, y se apoderaron de Bretaña, el hijo del duque bretón huyó a Inglaterra, donde fue bien recibido por Athelstan. Haakon, hijo del temible Haroldo el Rubio de Noruega, también huyó cuando se apoderó del trono su hermano, que recibió el sombrío nombre de Eric Hacha Sangrienta. Ambos se unieron a Luis, el hijo de Carlos el Simple y sobrino de Athelstan que había llegado a Inglaterra el año anterior a la subida de Athelstan al trono y se había criado en la corte de éste.
Con el tiempo, los tres recuperaron sus tronos, con la ayuda de Athelstan. Haakon retornó a Noruega en 935, por ejemplo, derrotó a su hermano, lo envió al exilio y se proclamó rey en su lugar.
Luego, en 936, una delegación de nobles franceses llegó para pedir que Luis retornase a Francia en calidad de rey, para poner fin a un período de trece años de anarquía. En presencia de Athelstan y su reina, juraron lealtad al joven. Este llegó a Francia con el título de Luis IV, y fue también llamado "Louis D'Outremer« (»Luis de Ultramar").
Luis fue un rey inesperadamente enérgico; quizá el agregado de la descendencia de Alfredo fortaleció la debilitada herencia de Carlomagno. Pero Francia se estaba desintegrando en la anarquía provocada por una nobleza díscola, y ningún rey podía tener mucho poder. Después de Luis IV, hubo dos reyes más del linaje de Carlomagno, y luego éste llegó a su fin.
El hecho de que tres poderosos reyes sajones reinasen durante un período total de sesenta y ocho años hizo que la situación interna de Inglaterra se afirmase y que el gobierno del país asumiese una forma razonablemente eficiente. Wessex fue dividido en convenientes distritos administrativos llamados «shires» (de una palabra sajona que significaba «división»). Cuando fueron conquistadas las regiones danesas, también ellas fueron divididas en shires. Estas divisiones no sólo eran convenientemente pequeñas en una época en que los transportes y las comunicaciones eran difíciles, sino que también tendieron a debilitar las lealtades locales que se remontaban a los días de la Heptarquía.
Inglaterra está dividida en shires (o condados) hasta el día de hoy. El más grande es Yorkshire, que tiene quince mil seiscientos kilómetros cuadrados de superficie, o sea, un poco más que el estado norteamericano de Connecticut. La mayoría de los restantes varía entre los 1.300 y los 3.200 kilómetros cuadrados de superficie.
A la cabeza del shire estaba el «ealdorman» (palabra que se ha convertido en «alderman» [concejal, en inglés]). Originalmente significaba «viejo» [«old man»]. En tiempos antiguos, el nombre tenía un sentido literal, pues entonces aludía al patriarca, al viejo de la familia, a quien los demás obedecían. Luego se lo aplicó al principal representante de la familia dominante de un distrito, cualquiera que fuese su edad. Sus funciones eran principalmente judiciales y, a medida que la importancia del título declinó, el nombre fue reemplazado por «eorl», que significa noble, y luego se convirtió en «earl», título nobiliario peculiar de Inglaterra.
La autoridad central en cada shire era ejercida por un representante nombrado por el rey, encargado de vigilar la recaudación de impuestos y la ejecución de las órdenes del rey. Tal funcionario generalmente era llamado un «reeve», y el que estaba a cargo de un shire era un «shire-reeve», que pronto se convirtió en «sheriff»
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, Este título es equivalente al francés «conde», que da mejor idea de su rango, sobre todo en estos días, en que la idea que tienen los jóvenes norteamericanos de un sheriff es que se trata de un funcionario de orden público del Oeste.