Northumbria fue la primera en hacerlo en las décadas precedentes y siguientes al 700. Estaba claramente en primer plano, política y culturalmente.
Su papel en la realización del Sínodo de Whitby fue, sin embargo, su último acto importante de dominación sobre Inglaterra en general. Las incursiones de Cadwallan y las repetidas invasiones de Penda la debilitaron, y decayó lentamente mientras Beda escribía su historia en Jarrow.
Mercia, en cambio, estaba ganando fuerza. En 716, el año en que Bonifacio se marchó a Europa, Ethelbaldo, descendiente de un hermano del viejo rey Penda, se convirtió en rey de Mercia e inmediatamente empezó a extender su poder. En su historia, Beda declara que por la época en que escribe (731) Ethelbaldo dominaba toda Inglaterra al sur de Northumbria. Quizá fue conducido a pensar así por el hecho de que Ethelbaldo, en sus cartas, se llama jactanciosamente a sí mismo «Rey de Britania», pero esto era una exageración.
Mercia era ahora tan cristiana como el resto de Inglaterra y Ethelbaldo tan cristiano como cualquier rey de su tiempo, lo cual significa que no era precisamente un santo. Por ejemplo, Bonifacio escribió a Ethelbaldo desde Germania instándolo a vivir más virtuosamente y a tener menos amantes. Tuvo que admitir, sin embargo, que Ethelbaldo era muy generoso en sus dones a la Iglesia (y esto, entonces como siempre, ocultaba una cantidad de pecados).
Ethelbaldo en realidad no extrajo conclusiones de la decadencia de Northumbria, en parte porque el Sur no estaba enteramente pacificado. Pretendió la soberanía sobre Wessex, pero Wessex se negó a reconocerla. En 752. estalló la guerra entre los dos reinos y Wessex derrotó a las fuerzas de Mercia.
Según una leyenda, en la lucha con Wessex, Ethelbaldo mostró cobardía personal al rechazar un desafío a mantener un combate personal con Cuthred, el rey de Wessex. Esto quizá fue una excusa puesta por algunos conspiradores que había entre sus súbditos mercianos. Planearon su asesinato y finalmente lo llevaron a cabo en 757.
Después de algunos meses de confusión, los nobles de Mercia convinieron en elegir a Offa, un pariente lejano de Ethelberto, como nuevo rey. Resultó ser el más grande de los reyes mercianos.
Restableció la dominación de Mercia sobre el sur de Inglaterra más firmemente que bajo Ethelbaldo. Llevó un ejército a Sussex y Kent en el decenio de 770-779 y, cuando se aseguró de que no tendría problemas en esa dirección, se dispuso a atacar a Wessex.
En 777, Offa derrotó al ejército de Wessex a orillas del Támesis, cerca de Oxford, y lo obligó a reconocer su soberanía. Pero además de la fuerza usó otros métodos también; casó a una de sus hijas con el rey de Wessex, sellando así una alianza por matrimonio. Otra hija fue casada luego con el rey de Northumbria, de modo que su influencia se extendió sobre todos los reinos de la Heptarquía.
Aun así, Inglaterra no era realmente una sola nación, pero bajo Offa estuvo más cerca de ese objetivo que nunca, por ese tiempo.
Como el rey inglés más destacado de la época, cabía esperar que Offa combatiese contra los galeses. Pero no se aventuró a perseguirlos hasta su montañoso país (siempre era mucho más fácil entrar en las montañas galesas que salir vivo de ellas), y realmente tenía poco sentido hacerlo. Los galeses ya no podían ser una verdadera amenaza para los ingleses. Lo peor y lo máximo que podían hacer era realizar incursiones para aterrorizar, y la única intención de Offa era poner fin a esa situación.
Siguió el ejemplo de la estrategia del Imperio Romano y construyó una muralla de adobe, al norte y al sur, a lo largo de la frontera galesa, de un extremo al otro (excepto las partes de bosques tan densos que eran de por sí impenetrables). Así, Gales quedó delimitado más o menos según sus fronteras actuales, y todavía hoy existen rastros de la «Tapia de Offa» («tapia» es una vieja palabra que significa «muralla»).
Offa fue el primer monarca inglés que se distinguió fuera de la isla. En mitad de su reinado, el Reino Franco pasó a ser gobernado por Carlomagno (Carlos el Grande) Carlomagno fue el más poderoso monarca de la Edad Media y el que gobernó sobre un ámbito más extenso, pero Offa, al sellar un tratado comercial con el gran rey, trató con él en términos de igualdad.
Offa no habría logrado esto si no hubiese existido cl Canal de la Mancha, pues el Reino Franco de Carlomagno era mucho más poderoso que la Mercia de Offa. Pero Carlomagno no tenía una flota y el Canal existía.
Offa hizo sentir su poder hasta frente al mismo papa, quien por entonces era Adriano I, un buen amigo de Carlomagno. Offa pensó que era bastante humillante para Mercia que el arzobispo de Canterbury fuese la autoridad suprema de la Iglesia de Inglaterra. Esta situación era una reliquia de la supremacía de Kent, que ya había terminad, hacía dos siglos. Offa quería crear un arzobispado en In ciudad merciana de Lichfield (a unos veinticinco kilómetros al norte de la moderna ciudad de Birmingham). El nuevo arzobispo tendría a su cargo la Iglesia Merciana, mientras Canterbury limitaría su jurisdicción al sudeste.
El papa Adriano tuvo que ceder ante esta demanda en 787, aunque el nuevo ordenamiento no sobreviviría mucho tiempo a la muerte de Offa. (Se cuenta que Adriano ofreció resistencia a esa idea al principio, tras lo cual Offa sugirió fríamente a Carlomagno que depusiera al papa y pusiese en su lugar a un papa franco Quizá Adriano pensó que Carlomagno podía sentirse tentado a hacerlo, y cuando Carlomagno sugirió calmamente a Adriano que él estaba de acuerdo con Offa, el papa se apresuró a acceder.)
Internamente, la principal realización de Offa fue la creación de una moneda nacional. Probablemente tuvo esta idea cuando se apoderó de Kent, que ya emitía tal, monedas. Los de Kent, a su vez, tomaron la idea de los francos, quienes en 755 habían dado inicio a una acuñación nacional. Pero las monedas de Offa estaban mucho más bellamente trabajadas que las toscas monedas emitidas por los francos, lo que indicaba claramente que Inglaterra estaba a la cabeza de la cultura europea por entonces.
Esto quedó aún más patente en conexión con la vida de Alcuino.
Alcuino era un northumbrio, nacido en, o cerca de, York, en 732, poco antes de la muerte de Beda y cuando Ethelbaldo de Mercia estaba en el apogeo de su poder. Alcuino estudió en York, en una escuela que en aquel entonces no tenía igual en la cristiandad de Occidente. El mismo se convirtió en un arquetipo del saber, sin igual en el Continente, y en 778 fue nombrado director de la escuela.
En 781, en el curso de una visita a Roma, Alcuino conoció a Carlomagno. El monarca franco tenia aguda conciencia del miserable estado del saber en su gigantesco reino y sabía bien que, sin hombres educados que lo administrasen, el Reino se desmembraría (como ocurrió después de su muerte). Estaba ansioso por iniciar un programa de educación patrocinado por el gobierno, pero carecía de los educadores necesarios para llevarlo a cabo.
Quedó muy impresionado por Alcuino e inmediatamente le ofreció un cargo en la corte franca, pidiéndole que dirigiese el programa de educación planeado. Alcuino aceptó y permaneció entre los francos por el resto de tu vida. Nunca volvió a Inglaterra.
Alcuino realizó gigantescas labores, enseñando a los funcionarios de la corte, fundando otras escuelas y escribiendo obras instructivas para ellos. Modificó el derecho eclesiástico tal como existía en Italia, añadiendo prácticas comunes entre los francos, y lo hizo tan razonablemente y tan bien que las modificaciones fueron aceptadas en Roma.
Abandonó los estilos anteriores de escritura franca, que eran increíblemente engorrosos y apenas legibles. En cambio, ideó un nuevo sistema de escritura de pequeñas letras que ocupaban menos espacio en los preciosos pergaminos y eran infinitamente más claras. El diseño era tan bueno que fue adoptado por los primeros impresores, seis siglos más tarde. Las letras de Alcuino aún se usan hoy y son llamadas «letras minúsculas». Los romanos sólo tenían «letras mayúsculas».
En medio de la oscuridad del Reino Franco, Alcuino encendió una luz que nunca se extinguiría totalmente. Fue la figura más brillante y más influyente de este período de supremacía cultural inglesa sobre Europa, pero esta supremacía debía tener corta vida. Un horror proveniente del Norte estaba por caer sobre toda Europa Occidental, y sobre las Islas Británicas en particular.
La furia nórdica
Por la época de la muerte de Offa, en 796, después de un brillante reinado de cuarenta y dos años, Mercia estaba en el pináculo de su poder, pero una pequeña campanilla de alarma había anunciado el fin. Estaba a punto de comenzar una nueva oleada de invasiones bárbaras; en verdad, ya estaba dando sus primeras arremetidas, y -en parte- desde la misma pequeña península donde se habían originado las antiguas.
Mientras los jutos, anglos y sajones habían ocupado la península que ahora llamamos Jutlandia y las costas situadas al sudoeste, las islas y el extremo meridional de lo que es ahora Suecia estaban habitadas por una tribu germánica conocida como los daneses.
Cuando los jutos, anglos y sajones partieron en gran número hacia Gran Bretaña, en los siglos V y VI, los daneses se expandieron hacia el Oeste, llenando el vacío dejado. Sus descendientes aún viven allí, en la tierra que hoy llamamos Dinamarca.
En la gran península situada al norte de Dinamarca, vivían los noruegos, en la parte que da al océano Atlántico, y los suecos, en la parte que está frente al Báltico. A las tres naciones juntas podemos llamarlas Escandinavia.
Las tres naciones tenían una larga y vital tradición marina, pues poseían extensas costas; en el caso de los, noruegos y los suecos, en particular, el frío clima nórdico hace difícil la agricultura, por lo que la pesca es una fuente primaria de alimentación.
A comienzos del siglo VIII, el océano se convirtió en algo más que una fuente de alimentos para esos «nórdicos». Se convirtió en una ruta que llevaba al saqueo y la aventura. Por qué ocurrió así es algo que sólo podemos conjeturarlo. El aumento de la población hacía difícil para los nórdicos hallar suficiente alimento en su patria, y algunos de ellos naturalmente, buscarían lugares mejores allende los mares. Otra solución era combatir entre sí de modo que una tribu se apoderase de la tierra y los recursos de otra. Entonces, el perdedor (los que sobreviviesen) no tenía más opción que lanzarse a los mares.
Las primeras partidas de saqueo que atravesaron el océano para atacar otras costas hallaron un botín abundante y una resistencia débil. Cuando volvieron con relatos de tal índole, naturalmente estimularon a otros a hacer lo mismo, por ansia de botín, aventura y el mero placer de blandir la espada.
Los suecos se dirigieron al Este y se aventuraron por las vastas llanuras de Europa Oriental, hechos que están fuera de los límites de este libro. Nos ocuparemos solamente de los daneses y los noruegos. Para sus víctimas. ellos eran los nórdicos; para sí mismos, eran «vikingos», que significa «guerreros».
Los vikingos conocían el cristianismo, sin duda. En incursiones esporádicas realizadas durante el siglo VI, a veces cogían cautivos cristianos. Y alrededor del 700 Willibrord, que había introducido el cristianismo en Holanda, hizo una breve visita a Dinamarca. No fue mucho lo que logró allí, pero se llevó consigo a unos treinta muchachos daneses para ser educados en la religión cristiana entre los francos.
Más tarde, cuando Bonifacio completó su tarea de conversión entre los germanos, las regiones germánicas fueron usadas como base para viajes misionales más difíciles a Escandinavia. Pero éstos tuvieron un efecto negativo, pues provocaron una fuerte reacción pagana.
La primera incursión vikinga contra Inglaterra de la que se tenga noticia se produjo en 787 contra Thanet, una región (por entonces una isla) del extremo de Kent. No fue una correría como las que se producirían más tarde, pero fue un anuncio de terribles sucesos futuros.
No mucho más tarde, barcos vikingos atacaron la parte septentrional de Gran Bretaña con gran vigor. Los vikingos se apoderaron de las pequeñas islas situadas al norte y las usaron como bases desde las cuales efectuar desembarcos más o menos vastos en territorios pictos y escoceses. En 795, hicieron sus primeros desembarcos en Irlanda.
Durante los dos siglos siguientes, inundaron de sangre y terror las islas. Al principio, sólo hacían correrías por las costas; luego, remontaron los ríos con sus barcos. Al principio, sólo hacían incursiones con buen tiempo; luego, aprendieron a desembarcar en invierno, esperar a que éste pasara y después presionar hacia el interior, cuando llegaba nuevamente el tiempo cálido.
Nunca hubo saqueadores que tuviesen botines más fáciles. Los barcos vikingos eran los mejores que había en el Atlántico. En verdad, las otras naciones de Europa Occidental no tenían siquiera barcos. Los vikingos podían navegar o remar libremente a lo largo de las costas europeas y elegir sus víctimas a su gusto y paladar. Las víctimas cristianas sólo podían esperar aterrorizadas, con la esperanza de que su río o su parte de la costa no fuesen elegidos y murmurar la plegaria especial introducida en la letanía de muchas iglesias de la época: «De la furia de los nórdicos, líbranos, Buen Señor». El Buen Señor raramente lo hacía.
Las víctimas se hallaban en tal estado de terror por los relatos que ya habían oído y los vikingos tenían una apariencia tan terrible (algunos se arrebataban de tal modo en el combate que luchaban sin armadura, en una especie de éxtasis sangriento, y eran llamados «enloquecidos») que perdían todo ánimo para ofrecer resistencia ninguna.