Los britanos, pues, como recompensa por su pedido de ayuda (si. es que en verdad hicieron tal pedido) se hallaron ahora combatiendo contra un enemigo aún más fiero y peligroso que el que habían tenido que enfrentar antes.
Se retiraron hacia el Oeste lentamente, luchando contra los sajones encarnizadamente paso a paso, como cuatro siglos antes se habían retirado hacia el Norte ante los romanos. Por lo general, los britanos sufrieron derrota tras derrota, aunque siguieron combatiendo indómitamente. Pero al menos una vez obtuvieron una importante victoria.
Gildas describe una gran batalla, librada alrededor del 500, en un lugar llamado Monte Badon. No se conoce su ubicación exacta, pero dondequiera que estuviese (probablemente a lo largo de los tramos superiores del río Támesis los britanos lograron una aplastante victoria y tuvieron un respiro durante una generación.
Según Gildas, el jefe britano era un tal Ambrosio Aureliano quien, por su nombre, tal vez fuese un britano romanizado Ambrosio debe de haberse convertido de inmediato en un héroe britano y su recuerdo se hizo cada vez más brillante a medida que se repetía el relato de su hazaña. Un autor britano posterior, Nennius, que vivió por el 800, reprodujo este antiguo y glorioso relato.
En la versión de Nennius, que naturalmente estaba aún más lejos de la realidad que la de Gildas, Ambrosio es convertido en un mago sirviente de Vortigern que lo ayuda a enfrentarse con los sajones. Al frente de las fuerzas britanas había un tal Arturo, que libró doce batallas contra los sajones, la última de las cuales fue la de Monte Badon, y las ganó todas.
De esto y de otras exageraciones e invenciones románticas surgieron las grandes leyendas concernientes al rey Arturo y sus caballeros de la Tabla Redonda, cuentos que han cautivado nuestra imaginación hasta hoy y cuya última versión popular es la comedia musical «Camelot»
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Pero más tarde, y pese al fracaso de Monte Badon, los sajones reiniciaron su avance. En 577, los sajones llegaron al Canal de Bristol y dividieron a los celtas en dos partes.
La península montañosa situada al norte fue llamada «Wealhas» por los sajones. Ese término significaba «tierra de los extranjeros» y ha llegado hasta nosotros en la forme de Wales [Gales], en inglés. Sus habitantes son los Welsh [galeses]. Parece injusto usar este nombre, ya que a la sazón los extranjeros eran los sajones, no los galeses, pero es demasiado tarde para modificar esto. Los galeses se llaman a sí mismos «Cymri», nombre relacionado con el pueblo címrico, que estaba estrechamente emparentado con la tribu britana.
Al sur del Canal de Bristol había una región llamada «Cornwealhas» por los sajones, nombre que significaba «los extranjeros del promontorio». Esto ha dado «Corn-wall» en inglés (Cornualles, en español). (A veces, en épocas anteriores, Cornualles fue llamado «Gales Occidental», y el mismo Gales, «Gales del Norte».)
Otros britanos atravesaron el Canal de la Mancha (
English Channel
, en inglés) hacia la Galia noroccidental, donde la península antaño llamada la Armórica se convirtió en «Bretaña».
En Cornualles, la posición fue debilitándose. Poco a poco, los celtas fueron. obligados a retroceder al rincón sudeste, hasta que en 950 cayeron totalmente bajo la dominación sajona. El dialecto córnico de la antigua lengua britónica resistió durante siglos, pero en 1800 el córnico estaba extinguido.
El mismo Gales es otra historia. Resistió contra los ingleses durante siglos, y hasta cuando se vio obligado a someterse no renunció completamente a su cultura nacional. Hasta el día de hoy, Gales, con una superficie cercana a la de Massachusetts, pero con sólo la mitad de la población de este estado americano, conserva su cultura distintiva. La lengua galesa aún es hablada por más de medio millón de personas (aunque parece estar declinando).
Por esta razón, Gales no puede ser considerado parte de Inglaterra. Si nos referimos a toda la región situada al sur de la frontera escocesa, la expresión apropiada sería «Inglaterra y Gales».
Para resumir, pues: en los siglos V y VI, la isla de Britania sufrió una experiencia única entre las antiguas provincias romanas. En otras partes, los invasores germánicos no desplazaron a la anterior población, sino que se asentaron en medio de ella como una minoría dominante. Como minoría, gradualmente aceptaron la lengua y, al menos, una forma de la religión de los conquistados.
No fue así en el caso de la invasión sajona de Britania. En esta isla, la anterior población fue desarraigada totalmente o esclavizada y sus miembros convertidos en sajones. En las partes de la Isla dominadas por los sajones, la vieja lengua desapareció completamente. Los únicos vestigios de la lengua céltica en Inglaterra son algunos nombres de lugar: Kent, Devon, York, Londres, Támesis, Avon y Exeter provienen del celta. Cumberland, en el noroeste de Inglaterra, es la «tierra de los cimri».
Aparte de estos nombres, la nueva lengua dominante en Inglaterra era una lengua totalmente germánica. Esta lengua ha sido llamada el «anglosajón», pero al parecer se prefiere ahora el término rival «inglés antiguo». Además, los sajones conservaron sus creencias paganas, y el cristianismo se extinguió completamente.
De todas las provincias romanas, sólo Britania fue completamente germanizada y descristianizada.
Los sacerdotes celtas
Pero Gran Bretaña sólo es la mayor de las dos islas principales que constituyen las Islas Británicas. ¿Qué ocurrió con Irlanda?
Irlanda siguió siendo enteramente céltica, más totalmente céltica de lo que podía ser Britania, pues en Irlanda nunca hubo legiones romanas.
Pero si los soldados romanos no cruzaron el mar de Irlanda, los sacerdotes romanos sí lo hicieron. Ocurrió así…
Poco después de que los soldados romanos abandonasen Britania, un teólogo britano llamado Pelagio expuso una concepción del cristianismo que fue considerada herética por muchas cabezas del pensamiento cristiano del Continente. Como las ideas pelagianas se difundieron por Britania, la Iglesia juzgó necesario emprender una acción.
En 429, el papa Celestino I envió al obispo Germano de Auxerre (ciudad de la Galia situada a ciento treinta kilómetros al sudeste de París) a Britania para combatir la herejía. En el curso de su traslado, hizo un breve viaje a Irlanda, donde predicó el Evangelio, y luego pasó al norte de Britania, donde murió.
La breve estancia de Germano en Irlanda no obtuvo ningún resultado directamente, pero preparó el terreno, Irlanda había atraído la atención de los cristianos y pronto se envió a un misionero de mayor envergadura.
Ese misionero era Patricio (nombre romano que significa «noble»), más conocido para la gente de habla inglesa por la versión abreviada de «Patrick». Se convirtió en el venerado San Patricio de la tradición irlandesa, el santo patrono de Irlanda.
La vida de San Patricio está oscurecida por la leyenda, pero la versión habitualmente aceptada es que nació alrededor del 385 en algún lugar de Britania aún no identificado. Este hecho se utiliza a veces como broma paro irritar a los irlandeses. San Patricio, les dicen, era un inglés.
Claro está que no es así. Para ser un inglés San Patricio tenía que haber sido un sajón, y él nació dos generaciones antes de que las primeros invasores germánicos desembarcasen en Kent. Era un britano, tan celta como cualquier irlandés.
Se cree que, cuando era todavía un adolescente, fue capturado por atacantes provenientes de Irlanda y llevado como esclavo a esta tierra. Después de unos años de esclavitud, logró escapar en barco a la Galia, donde, ¡ay!, las tribus germánicas estaban saqueando a su antojo de un extremo a otro de la provincia.
Patricio recibió educación en la Galia central, bajo el obispo Germano. Después de que éste hiciera su breve excursión a Irlanda, Patricio fue enviado allí, en 432, paro realizar un nuevo intento.
En Irlanda del Norte, Patricio logró conversiones y organizó iglesias. Es probable que sus éxitos fuesen modestos. Después de todo, ¿qué podía hacer un solo misionero, por dotado que fuese, en un país pagano y sin ley? Sin embargo, leyendas posteriores agrandaron sus realizaciones hasta convertirlas en la heroica conversión por un solo hombre de toda la Isla. Se cree que murió el 17 de marzo de 461, y este día ha sido celebrado desde entonces como el «Día de San Patricio».
En el siglo siguiente a la muerte de San Patricio, el cristianismo continuó difundiéndose en Irlanda y empezó a adquirir un tinte distintivo. La ocupación sajona del este y el sur de Britania interponía una barrera pagana entre Irlanda (junto con lo que quedaba de la Britania céltica) y la cristiandad continental.
Por ello, el cristianismo céltico se desarrolló a su manera e introdujo una cantidad de diferencias que hoy nos parecen triviales, pero de inmensa importancia para el pensamiento de la época. Para citar las dos diferencias mencionadas más frecuentemente, los irlandeses afeitaban la cabeza de sus monjes de modo diferente del de los cristianos continentales, y calculaban la fecha de la pascua según un sistema propio.
Así, surgió en el siglo VI una «Iglesia Céltica» distintiva. En algunos aspectos, los celtas eran más afortunados que la Iglesia Romana de la época. La parte occidental del Continente Europeo se estaba hundiendo en una oscuridad abismal a causa de nuevas invasiones de tribus germánicas, como los francos y los lombardos. El saber casi desapareció en la Galia y España, y aun en Italia decayó.
Pero Irlanda estaba segura contra todas las tribus germánicas, hasta contra los sajones. Durante tres siglos después de la muerte de San Patricio, hombres sabios pudieron trabajar en paz, copiando libros, estudiando e interpretando las Escrituras y, en general, manteniendo vivo el saber. Los sacerdotes irlandeses hasta lograron aprender griego de algún modo y, durante varios siglos, fueron los únicos occidentales que tenían conocimiento de esta antigua lengua. Fue la edad dorada de Irlanda.
Los irlandeses, como nunca estuvieron bajo el dominio imperial romano, no crearon los obispados que se habían formado en la Iglesia continental a imitación de la administración secular romana. En cambio, el clero irlandés vivió en comunidades y creó monasterios, de manera que sus líderes religiosos eran abades, no obispos.
En 521, nació Columba en lo que es ahora condado de Donegal, en el norte de Irlanda. Fue un monje celta, el más grande de todos, y bajo su guía la Iglesia Céltica inició una vigorosa acción misional. Fundó iglesias y monasterios en cantidades considerables, y, en 563, con doce discípulos levantó una iglesia y un monasterio en Iona, diminuta isla de no más de dieciséis kilómetros cuadrados, situada frente a la costa occidental de Escocia.
Iona se convirtió en el centro inspirador de la Iglesia Céltica. Usándola como base desde la cual penetrar en las partes septentrionales de Britania, Columba empezó a convertir al cristianismo a los salvajes pictos. (Se cree que por entonces, un misionero cristiano llamado David, de cuya vida no se sabe prácticamente nada, revitalizó el decaído cristianismo de los britanos de Gales. David es todavía el santo patrono de Gales.)
Columba fue sucedido por otro vigoroso misionero celta de éxito, Columbano, nacido en 543 en Leinster, en el sur de Irlanda. Columba había convertido a celtas, pero Columbano aspiraba a campos de acción más vastos. En 590, dejó Irlanda por la Galia, donde dominaban los salvajes francos (que sin embargo eran buenos miembros de la Iglesia Romana), y donde el mismo nombre de Galia, por consiguiente, iba o ser reemplazado por el de Francia.
Una vez en Francia, Columbano empezó a crear monasterios en todos los lugares adonde fue y a difundir las doctrinas de la Iglesia Céltica.
Pero en el Continente Columbano halló dificultades. En el siglo VI, Benito de Nursia había fundado monasterios en Italia, y por el tiempo en que Columbano vagaba por el Continente, esos monasterios benedictinos se estaban expandiendo por Europa Occidental de manera floreciente.
Al seguir las doctrinas romanas, los monasterios benedictinos llevaban ventaja, pues estaban rígidamente organizados y disciplinados, mientras que los monasterios célticos estaban descentralizados.
En 590, el mismo año en que Columbano inició su penetración en el Continente, fue elegido un nuevo papa Gregorio I, el Grande. También había sido monje benedictino, y como papa usó a los monjes en su administración. Hizo llevar todo el peso del papado sobre los benedictinos, por lo que el intento de un solo hombre, Columbano, tenía que fracasar.
Una asamblea de obispos condenó a Columbano en los puntos doctrinales disputados, y Columbano tuvo que iniciar una discusión en retirada que duraría años y que iba a perder. Finalmente, se vio obligado a marchar a Italia, donde fundó otro monasterio disidente, y luego murió, en 615.
Después de esto, la Iglesia Céltica quedó limitada a los celtas y no pudo hacer pie en el Continente. Para expandirse, tendría que hacerlo a expensas del paganismo.
Evidentemente, el campo más cercano para esa expansión lo ofrecerían los sajones paganos, pero ocurrió que la Iglesia Romana también estaba interesada en ellos.
Un misionero del sur
El acontecimiento decisivo con respecto a la cristianización de Inglaterra se produjo en Roma, pero tuvo sus comienzos en el norte de Inglaterra. A mediados del siglo VI, surgieron los dos reinos anglos de Deira y Bernicia. En aquellos tiempos revueltos, las guerras continuas aseguraban un constante suministro de cautivos que podían ser vendidos provechosamente como esclavos. (En verdad, en los tiempos anglosajones, la gran mercancía de exportación de Inglaterra era justamente ésa: los esclavos.)
En el decenio de 590-600, mientras Gregorio I era papa, varios jóvenes de Deira habían sido llevados a Roma y puestos en venta aquí. El Papa pasó por el lugar y los vio. Sorprendido por su tez rosada y sus largos cabellos rubios, Gregorio se detuvo y quiso saber de qué nación eran.
—Son anglos —le dijeron.
—No anglos, sino ángeles —dijo, con un juego de palabras que es igualmente válido en el latín que él hablaba y en el castellano actual.
Al enterarse de que los anglos eran paganos y deseando la salvación de una raza tan bella, Gregorio hizo planes para enviar un misionero a Inglaterra. Para tal fin eligió a Agustín, un monje de un monasterio romano, y lo envió al Norte.