Roma se aquietó en el 69, cuando Vespasiano se adueñó del poder y se hizo proclamar emperador. Era un capaz general que había prestado servicios bajo Aulo Plaucio en 43, durante la campaña que estableció el poder rumano en Britania, de modo que conocía la Isla.
Pero sólo en el 77 se sintió suficientemente seguro en el Continente como para destinar un gran ejército a Britania. En ese año, envió allí a Cneo Julio Agripa. Era un general muy capaz, que también tenía experiencia de la Isla, pues había combatido en ella durante la rebelión de Boudica.
Agrícola halló a Britania bastante pacificada por entonces, pero trabajó para suavizar el camino hacia su romanización y para extender la dominación romana hacia el Norte. Conquistó toda la Britania Occidental y llegó al norte hasta el río Tay, en lo que es ahora Escocia Central.
Las únicas tribus no sometidas en toda la isla estaban en las montañas más septentrionales, la parte más pobre y menos apetecible del país. No era una región grande, y Agrícola conocía bien sus límites porque había enviado su flota en un viaje de circumnavegación de Britania.
Agrícola soñaba con completar la conquista de toda Britania y hasta de la vecina Irlanda, pero Domiciano, el hijo menor de Vespasiano que fue elegido emperador en 81, pensaba de otro modo. Conjeturó que las montañas septentrionales serían casi imposibles de someter (y la experiencia posterior demostró que tenía razón), y aunque fueran tomadas, Roma ganaría muy poco con el esfuerzo. Además, había problemas con los bárbaros en el Danubio que eran mucho más inmediatos e importantes.
Por ello, en 84 llamó a Agrícola cuando las montañas del Norte aún no habían sido conquistadas e inició una política estrictamente defensiva en la Isla.
Los miembros de las tribus del Norte eran llamados «caledonios» (y «Caledonia» sigue siendo un nombre poético del tercio septentrional de la Isla hasta hoy). Eran de raza pre-céltica, aunque por entonces había una considerable mezcla con los celtas.
Agrícola había derrotado a los caledonios en 84 en el Monte Graupio, lugar desconocido. Este nombre se deformó en el de «Grampio», y ha dado origen al de los montes Grampianos, que se extendían en una curva de Este a Oeste a unos ciento diez kilómetros al norte de la moderna Edimburgo.
La derrota sólo hizo que los caledonios se escabulleran aún más profundamente en las montañas, y siguieron siendo una fuente de problemas periódicos para los romanos. Aunque las tres quintas partes meridionales de la Isla permanecían en calma, no menos de cuarenta mil soldados debían ser mantenidos en vigilancia en el Norte.
La lenta pero constante sangría de los romanos en el norte de Britania se hizo cada vez más difícil de soportar a medida que aumentaron los problemas para el Imperio en todas partes. Sin duda, el emperador Trajano había conducido grandes campañas en el Este, en los años inmediatamente posteriores al 100, y había ganado espectaculares victorias, añadiendo al Imperio considerables extensiones de territorios. Pero esto había sido una especie de última boqueada, y el ejército romano de Britania tuvo que ser reducido para poder enviar más hombres al Este. La tarea de rechazar a los caledonios se hizo más difícil que nunca.
El sucesor de Trajano, Adriano, visitó Britania en 122 para examinar personalmente la situación.
La política de Adriano fue la opuesta a la de Trajano. Era un hombre de paz y sólo deseaba establecer una frontera defendible que pudiera mantenerse intacta con mínimo esfuerzo.
Decidió, por tanto, fortificar la frontera de Britania del modo más directo posible. Construiría una muralla que cruzase la Isla, y para hacerlo con el mínimo esfuerzo, eligió un punto muy estrecho. Este punto corre a lo largo de una línea de Este a Oeste desde la actual ciudad de Carlisle hasta la moderna ciudad de Newcastle, una distancia de unos ciento veinte kilómetros. Esto significó una retirada estratégica de unos ciento sesenta kilómetros desde los límites extremos septentrionales de Agripa.
Esta fortificación, la «Muralla de Adriano», fue esencial, en verdad. Fue hecha de piedra, de dos a tres metros de ancho, cinco metros de alto y tenía delante un ancho foso. Tenía torres de observación esparcidas a lo largo y estaba reforzada por una línea de dieciséis fuertes.
Durante un tiempo, esta nueva estrategia tuvo mucho éxito. Los ataques caledonios cesaron y, detrás de la muralla, Britania experimentó una profunda paz. Las ciudades crecieron, y Londres, que se había convertido en el principal puerto y centro comercial de la Isla, alcanzó una población de quince mil habitantes. Ocho mil kilómetros de caminos romanos se extendían desde Londres en todas direcciones y las clases superiores construían villas de estilo italiano, con baños y patios. (Los excavadores modernos han descubierto los restos de unas quinientas villas.)
Con el tiempo, los romanos se sintieron suficientemente confiados como para desear avanzar más al Norte, una vez más. Bajo el sucesor de Adriano, Antonino Pío, las legiones avanzaron nuevamente.
A unos ciento cincuenta kilómetros de la Muralla de Adriano, dos brazos opuestos del mar, el Estuario de Forth y el Estuario de Clyde penetran profundamente en la Isla. Entre ellos corre una extensión de tierra de cincuenta kilómetros desde lo que es ahora Glasgow hasta Edimburgo En 142, se construyó una nueva muralla a través de esta extensión (la «Muralla de Antonino»). No era en modo alguno tan sólida como la Muralla de Adriano, pues fue construida de tierra apisonada, no de piedra. Pero también tenía un foso delante y fuertes detrás.
Pero la Muralla de Antonino estaba demasiado lejos. No se la podía mantener fácilmente, y los caledonios pudieron perforarla y crear considerables problemas.
Más tarde, también, el asesinato del emperador Cómodo en 192 abrió un agitado período de guerras civiles en Roma, como el asesinato de Nerón un siglo y medie antes. Esta vez, la guerra civil fue mucho más larga y mucho peor, y Britania se vio directamente envuelta en ella.
El general al mando de las legiones de Britania, Décimo Clodio Albino, era uno de los que aspiraban al trono imperial. Condujo a gran parte de su ejército a la Galia, en un intento de imponer su pretensión, y allí fue enfrentado por Septimio Severo, otro general. Severo obtuvo el triunfo en 197 y se convirtió en emperador, pero en el ínterin los tramos septentrionales de la provincia de Britania (con su ejército en pos de una quimera en la Galia) habían caído en un completo caos. En el medio siglo transcurrido desde que fue construida la muralla de Antonino se descuidó el mantenimiento de la Muralla de Adriano, y ahora los caledonios hallaron poca dificultad horra atravesar ambas.
Severo y sus hijos se vieron obligados a conducir un ejército a Britania y a emprender aquí expediciones punitivas contra los caledonios, en 209. El viejo general comprendió claramente que Roma debía limitar sus ambiciones. La Muralla de Antonino fue abandonada para siempre. Severo ordenó restaurar y reforzar la Muralla de Adriano, y la convirtió en la frontera definitiva.
Hecho esto, se retiró, agotado y enfermo, a Eboracum (la moderna York), y allí murió en el 211. Fue el primer emperador romano que murió en Britania.
El límite interior
Después de la época de Severo, los caledonios desaparecen de la historia. Los reemplazó un pueblo llamado los pictos. Este nombre parece derivar de una palabra latina que significa «pintado», y algunas historiadores creen que puede aludir al hábito de ese pueblo de pintarse o tatuar sus cuerpos. Pero esto es incierto. El nombre picto puede ser sencillamente el modo latino de pronunciar algún nombre nativo de significado desconocido. También puede ser que los pictos y los caledonios fueran en esencia los mismos racialmente, pero que una tribu haya reemplazado a la otra como tribu dominante y que el cambio de nombre fuese un resultado de ello.
Además, por entonces la parte septentrional de Britania fue invadida por tribus célticas de Irlanda. Los miembros de estas nuevas tribus fueron llamados «escotos» por los romanos, y de ellos deriva el nombre de la moderna Escocia.
La confusión reinante en el Norte aligeró las presiones sobre la Britania romana y le brindó casi un siglo de paz. Esta paz fue tanto más preciosa cuanto que el Imperio pasaba por un largo período de anarquía, con generales rivales desgarrando la trama del Imperio y bárbaros saqueando su periferia. El Canal salvó a Britania de pasar por esas penurias.
Esa parte de la isla que estaba bajo la dominación imperial parece haberse vuelto cada vez más romana. Tan romana parecía, en efecto, que siglos más tarde los insulares conservaban un oscuro recuerdo de que su tierra no sólo había estado bajo la dominación romana, sino que había sido romana de hecho. Los romanos habían tratado de vincularse con la superior cultura de Grecia inventando la leyenda de que descendían de Eneas, un héroe de la caída ciudad de Troya. Y en siglos posteriores, en Britania, mucho después de marcharse los romanos, surgió la leyenda de que un bisnieto de Eneas, llamado Bruto, huyó de Italia y llegó a Britania, que recibió su nombre de él. Fundó una' ciudad llamada «Nueva Troya», que luego se convirtió en Londres.
Esto es pura fantasía, desde luego, que surgía del recuerdo de los romanos y del deseo de atribuirse una ascendencia noble, y también de la mera coincidencia de que «Britania» es algo parecido en sonido al nombre romano común «Bruto».
Es importante recordar que, pese a las apariencias, la romanización de Britania realmente no fue total. En otras provincias célticas, como las de España y la Galia, la romanización fue completa. La lengua y la cultura célticas desaparecieron, y cuando en siglos posteriores los bárbaros germánicos destruyeron la estructura romana en Occidente, esas provincias occidentales se aferraron a lar costumbres romanas y la lengua latina durante largos siglos (Aún hoy, el francés y el español descienden claramente del latín, son ejemplos de «lenguas romances».)
Britania estaba más lejos de Roma y se hallaba separada de ella por el mar. Fue menos extensamente colonizada por los que no eran britanos. Más aún, tenía en sus bordes algo que no tenían España ni la Galia: una masa de celtas fanáticamente independientes, que mantenían su lengua y su tradición invioladas, y cuya existencia misma debe haberles parecido un permanente reproche a los britanos nacionalistas.
No es sorprendente, pues, que la romanización se haya producido principalmente en las ciudades y entre las clases superiores. Las ciudades y las clases superiores son siempre las más notorias, pero más allá de ellas estaban el campo y el campesinado, y en ellos un mudo celtismo persistió como un límite interior indestructible al avance romano.
Hasta la religión probablemente sirvió a la resistencia céltica. Sin duda, el druidismo nativo declinó mientras se importaban los cultos romanos, como el mitraísmo
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de Persia y el culto de Isis y Serapis de Egipto. Pero una de esas religiones orientales era impopular entre las autoridades romanas y quizás haya atraído a algunos britanos por esta misma razón. Esa religión era el cristianismo.
Los orígenes del cristianismo en Britania se pierden completamente en la leyenda. Según los posteriores hacedores de leyendas, San Pablo y San Pedro visitaron Britania, pero podemos descartar esto de inmediato.
Una leyenda más elaborada es la concerniente a José de Arimatea, un rico judío amigo de Jesús. Su aparición en el relato del Nuevo Testamento se produce después de la crucifixión, cuando José pide permiso a Poncio Pilatos para quitar a Jesús de la cruz. Otorgado el permiso, José quitó el cuerpo, lo envolvió en finas ropas de hilo y lo depositó en su propia tumba.
Naturalmente, se multiplicaron las leyendas sobre la figura de ese hombre caritativo. Se suponía que había estado en prisión durante cuarenta y dos años y que durante ese tiempo fue mantenido vivo por la milagrosa influencia del Santo Grial. Esta era la copa de la que Jesús había bebido vino en la Ultima Cena y en la que José había depositado sangre de Jesús durante la crucifixión.
Más tarde, José fue puesto en libertad por el emperador Vespasiano y (siempre según la leyenda) llevó consigo no sólo el Santo Grial, sino también la lanza con que Jesús había sido herido en la cruz. En Britania, José fundó una abadía en Glastonbury e inició la conversión de los britanos.
Naturalmente, no hay nada de cierto en esta leyenda, que fue elaborada siglos después del tiempo en que se supone que ocurrieron los hechos por los monjes de la Abadía de Glastonbury. Pero no hay duda de que esta abadía es uno de los más antiguos centros de culto cristiano en Britania (si no el más antiguo), haya sido o no fundada por José de Arimatea. Es interesante que Glastonbury antaño el gran centro céltico, se haya abierto así al cristianismo, y es tentador suponer que esta religión extranjera, de la que se mofaban los romanos, fue otro modo que hallaron los celtas de mantener su resistencia contra la romanización.
La general inestabilidad romana que duró gran parte del siglo III llegó a su fin en 284, cuando fue elegido emperador un vigoroso general, Diocleciano. Decidió que, para poder soportar la carga del Imperio, debía haber dos emperadores, uno en el Este y otro en el Oeste, y cada uno debía tener un ayudante destinado a ser su sucesor, llamado un «César».
El César del Oeste era Constancio Cloro. Una de sus tareas era adueñarse del poder en Britania, que por entonces había estado bajo el mando de un general disidente durante una década. Constancio Cloro llevó a cabo esa tarea en 297, y en lo sucesivo la Isla fue su sede de gobierno favorita.