Además, deseoso de evitar el destino de sus predecesores, Oswiu hizo todos los esfuerzos posibles para aplacar al fiero guerrero pagano Penda. Entregó uno de sus hijos, como rehén a Penda e hizo que su hija se casase con uno de los hijos de Penda (como resultado de lo cual este hijo se convirtió al cristianismo). Luego le ofreció tributo y el reconocimiento de Penda como su señor.
El viejo pagano se encogió de hombros ante todo eso, Se había divertido con sus victorias sobre Wessex y Anglia Oriental, y en 654 pensó que le había llegado el turno a Northumbria; no iba a permitir que la rendición de Northumbria le arruinase la diversión.
Oswiu, muy contra su voluntad, se vio obligado a combatir, y la batalla se libró en algún lugar cercano a la ciudad de Leeds. Pero esta vez Penda se halló con que la batalla no fue de su agrado. Los northumbrios, derrotados dos veces, en 632 y 641, lucharon ahora con la furia de la desesperación y los mercianos sufrieron tina gran derrota. Penda recibió la muerte y con él murió 1a última esperanza del paganismo, pues el hijo cristiano de Penda le sucedió en el trono de Mercia.
Desde entonces, Inglaterra fue cristiana, y el último gobernante pagano, el rey de Essex, se convirtió a instigación de Oswiu.
Pero, ¿qué variedad del cristianismo prevalecería? ¿La céltica o la romana? El norte era céltico, el sur romano. Pero la batalla no era en modo alguno pareja. El cristianismo céltico era respaldado por los escotos e irlandeses, que no tenían mucho peso en el mundo de la época. El cristianismo romano tenía tras de sí al Continente, al prestigioso reino de los francos y el aún más prestigioso papado.
El mismo Oswiu, el más poderoso cristiano celta de la historia (desde el punto de vista secular), estaba inseguro. Su mujer era de la fe romana y su influencia sobre él era fuerte. Los sacerdotes de las dos sectas rivales disputaban con acritud y las amenazas con el fuego del infierno podían poner nervioso a cualquiera, pues ¿qué ocurriría si estaba del lado equivocado?
Por ello, en 664 Oswiu convocó una reunión de obispos -un «sínodo»- que se realizó en Whitby, ciudad costera situada a sesenta y cinco kilómetros al noreste de York. Allí escuchó pacientemente los argumentos de ambas partes sobre temas tales como el estilo de tonsura de los monjes. ¿Debían los monjes afeitarse el medio de la cabeza, dejando un borde de cabellos alrededor, imitando la corona de espinas de Jesús? ¿O debían dejarse un mechón de pelo en el medio, según la costumbre céltica (que quizá era una supervivencia de los druidas)?
Los sacerdotes celtas citaron a Columba con gran detalle, pero Oswiu quedó muy impresionado por la declaración de los obispos romanos, que afirmaban obedecer al Papa, el sucesor de San Pedro, el mismo San Pedro a quien Jesús había dicho (Mateo, 16: 18-19): «… tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia… Y te daré las llaves del reino de los cielos».
Oswiu se dirigió a los obispos celtas y les preguntó si eso era verdad. Los obispos celtas tuvieron que admitir que el versículo había sido citado correctamente. "En tal caso -dijo Oswiu-, debo adherir a los seguidores de Pedro, no sea que, cuando yo muera y vaya al cielo, encuentre las puertas cerradas por el depositario de las llaves."
Los apenados obispos celtas se vieron obligados a abandonar el Reino y buscar refugio en Escocia e Irlanda.
Inglaterra había sufrido una segunda conquista romana, esta vez en el sentido religioso. Misioneros ingleses que predicaban la variedad romana del cristianismo, siguieron a los celtas en retirada, y poco a poco el cristianismo céltico se esfumó. En 716, la misma Iona -siglo y medio después de Columba- se unió a Roma, y en lo sucesivo la Iglesia Céltica sólo perduró en la agonía, hasta que su última chispa se apagó en el siglo XI.
La cultura inglesa
La victoria cristiana había tenido su precio. Los años de los triunfos de Penda habían sido realmente destructivos, y la estructura y la organización de la Iglesia debían ser restauradas y revitalizadas.
Lo que se necesitaba era un arzobispo de Canterbury competente, que tomase las riendas firmemente y por cuyo liderazgo la Iglesia pudiese hacerse fuerte y sólida. Oswiu de Northumbria y Egberto de Kent, representantes de la Inglaterra del norte y de la del sur, respectivamente, coincidían en su búsqueda de tal persona.
Un hombre así finalmente fue ofrecido a Inglaterra por el papa Vitaliano. El papado estaba por entonces bajo el dominio del emperador romano de Oriente, y no es sorprendente que el papa se dirigiese al Este. Allí halló a cierto Teodoro de Tarso, eclesiástico griego nacido en la misma ciudad de Asia Menor donde seis siglos y medio antes había nacido el apóstol San Pablo.
Teodoro fue llevado a Inglaterra bajo la protección de Benito Biscop, un noble de Northumbria. El oriental se convirtió en el séptimo arzobispo de Canterbury en 669, y las cosas empezaron a activarse inmediatamente. Organizó concilios eclesiásticos para que los obispos de todas partes supiesen exactamente qué debían hacer. Uno de los concilios, convocado por él en 673 en Hertford (a unos treinta kilómetros al norte de Londres), fue el primero en el que estuvieron representados obispos de toda Inglaterra.
Teodoro corrigió los abusos y adecuó las prácticas religiosas a la doctrina papal. Dividió Inglaterra en obispados de dimensiones convenientes eliminando la anterior división fortuita. Hasta Mercia, antaño pagana, fue dividida en cinco obispados. La obra de Teodoro logró promover la idea de una Inglaterra unificada por primera vez.
La joven Iglesia Inglesa casi de inmediato empezó a dar hombres de saber e inspiración que fueron su ornamento.
La primera figura literaria inglesa fue Caedmon, un northumbrio que creó su obra entre el 660 y el 680, en la época de Oswiu y Teodoro de Tarso. Su vida fue relatada por un historiador que nació en tiempos de Caedmon, y lo que se encuentra en este relato es toda nuestra información sobre él.
Según el relato, Caedmon era un pastor analfabeto que una vez asistió a festividades en las que se pedía a cada invitado que cantara una canción. Caedmon no sabia ninguna canción y se retiró sintiéndose humillado. Esa noche soñó que un extraño le ordenó cantar, y compuso un poema que recordó al despertar. Se retiró a un monasterio de Whitby, donde la abadesa reconoció su talento, repentinamente descubierto, y lo mantuvo allí como una especie de «poeta residente».
Existen copias del poema que, según se supone, compuso en su sueño. Y también una serie de otros poemas atribuidos a él, todos sobre temas religiosos. Es discutible cuántos de los «poemas de Caedmon» son realmente de Caedmon, pues se le atribuyeron muchos imitadores (como los tiene todo innovador audaz). Pero sean de Caedmon o no, esos versos son reliquias sumamente valiosas de la antigua poesía inglesa.
El historiador a quien debemos el relato sobre Caedmon es Beda, quien, como Caedmon, era un northumbrio Nació en 673, cuando Caedmon escribía activamente poesía en Whitby, y entró en un monasterio recientemente fundado antes de los diez años. Este monasterio estaba en Jarrow, a unos ciento cinco kilómetros al noroeste de Whitby y cerca de la moderna ciudad de Newcastle. El monasterio había sido fundado por Benito Biscop, el mismo que había escoltado a Teodoro de Tarso desde Roma hasta Canterbury.
Beda estudió bajo la guía de Biscop y llevó una vida tan calma y satisfactoria como era posible vivir en aquellos días. Permaneció en el monasterio toda su vida, dedicado a sus labores literarias hasta el día mismo de su muerte. Se hizo sacerdote y hasta podía haber sido abad, pero rechazó el cargo por el temor de que las obligaciones administrativas le robaran tiempo para dedicarse a sus amados escritos.
A causa de su rango sacerdotal, se le dio el título de cortesía de «venerable», por lo que es comúnmente conocido como «Beda el Venerable». El adjetivo sólo significa «respetado» y es equivalente al título moderno de «Reverendo». Puesto que la voz «venerable» ha llegado a designar particularmente a hombres ancianos (quienes deben ser respetados por su edad), surgieron leyendas según las cuales Beda tuvo una vida extraordinariamente larga. Pero no fue así. Vivió un poco más de sesenta años, pues murió en 735, y aunque ese lapso era largo para ese período de la historia, no era extraordinario.
La mayor obra de Beda y aquella por la cual más se lo conoce es la Historia eclesiástica de la nación inglesa, terminada en 731, y por ella es llamado el "padre de la historia inglesa.
Ese libro es notable en varios aspectos. Entre otras cosas, fechaba los sucesos desde el nacimiento de Jesús, y no desde la presunta fecha de la creación (como estaba de moda por entonces). A este respecto, el resto de Europa más tarde siguió su ejemplo. Además, la actitud de Beda ante la historia era admirable en sumo grado. Hizo investigaciones sobre el tema de su obra y examinó críticamente las diversas leyendas. Hasta envió un monje a Roma para que buscase en los centenarios archivos del papa Gregorio I cartas concernientes a Inglaterra.
Resumió también el estado del conocimiento científico de su época. Los fragmentos de conocimiento de que disponía eran lamentablemente escasos, pero considerando la oscuridad que se cernía sobre Europa Occidental, todo rayo de luz, por tenue y menguante que fuese, era sumamente valioso. Beda registró el hecho de que la Tierra es una esfera y señaló que las mareas eran causadas por la Luna. Fue el primero en subrayar el hecho de que la marea alta no se produce en todas partes inmediatamente y que es necesario preparar cuadros de mareas separados para cada puerto.
Beda abrigó particular interés por la cuestión del método apropiado para calcular la fecha de Semana Santa. Esto es comprensible, pues había una importante diferencia entre las Iglesias Céltica y Romana y porque Beda vivió en una época en que la disputa entre ellas en Northumbria era un recuerdo reciente.
Reunió la necesaria información astronómica para tal fin y observó que el día del equinoccio vernal se habla adelantado en el calendario juliano. (Esta fue la primera prueba clara de que este calendario, establecido siete siglos antes por julio César, no era totalmente perfecto, pero iban a transcurrir ocho siglos más antes de que se elaborase un calendario un poco diferente y mejor, el que hoy usamos.)
Escribió muchos comentarios sobre la Biblia, y el día de su muerte logró terminar una traducción del Evangelio según San Juan al inglés antiguo. Desgraciadamente, esta traducción se ha perdido.
Beda era ardientemente anti-céltico, lo cual quizá fuera natural considerando lo reciente de la disputa. En su historia inglesa hizo lo posible por desvalorizar la labor de los misioneros irlandeses, por lo que mientras Beda siga siendo nuestra principal fuente para la historia inglesa primitiva, nuestro conocimiento de la Iglesia Céltica será oscuro y, probablemente, deformado.
Wynfrith nació en 673, el mismo año en que nació Beda. Era un hombre de Wessex, en el sudoeste de Inglaterra, cerca de la ciudad de Exter. También él entró en un monasterio a edad temprana, adoptó el nombre de Bonifacio («buenas obras») y llegó a ser uno de los sabios de su generación. Pero su campo de trabajo estuvo fuera de Inglaterra.
La cristiandad occidental estaba en terrible peligro en el Continente. El Reino Franco se había extendido sobre toda la Galia y buena parte de lo que es hoy Alemania Occidental. Era una vasta región y estaba habitada por hombres guerreros, pero mal organizada, asolada por la guerra civil y sumida en la ignorancia y la decadencia. Sin embargo, sólo sobre sus hombros reposaba la Iglesia Romana.
Al noreste del Reino Franco, había tribus germanas independientes, la mayoría paganas. Al sudeste, Italia había caído bajo la férula de un grupo de invasores germánicos, los lombardos, que adherían a una herejía cristiana, el arrianismo.
Peor aún, una nueva religión, el islam, había sido predicada en Arabia por un profeta llamado Mahoma, en los tiempos de Eduino de Northumbria. El islam se difundió rápidamente por toda el Asia Occidental y por el norte de África, con las banderas victoriosas de los ejércitos árabes. Estos acababan de pasar a Europa Occidental y estaban sometiendo a España; hasta empezaron a amenazar el flanco sudoccidental de los francos.
Inglaterra estaba muy lejos de España y de Italia, por lo que nada podía hacer ante los peligros islámico y arriano. Pero sólo estaba separada por un brazo de mar de los paganos germánicos. Ya un inglés había tratado de combatir este paganismo. Un northumbrio, Willibrord, que había estudiado en Irlanda en su juventud, viajó a Frisia (la moderna Holanda), que está situada inmediatamente al este del sudeste de Inglaterra, a unos ciento noventa kilómetros del otro lado del mar del Norte. Allí fundó un obispado en lo que es hoy Utrecht.
Pero Willibrord sólo había arañado la superficie, y en 716 Bonifacio se marchó a Frisia decidido a hacer algo más. Así comenzaron sus casi cuarenta años de esfuerzos, a través de toda la Germanía pagana, y también en el Reino Franco. Entre los francos, se convirtió en el más poderoso eclesiástico de su tiempo.
Bonifacio es justamente llamado el «apóstol de los germanos», pues por la época en que halló la muerte como mártir (a manos de un grupo de frisios todavía paganos), en 754, había creado iglesias a través de gran parte de la Germanía pagana, había reorganizado los últimos restos de un celtismo continental que había subsistido desde la labor de Columbano, un siglo antes, y había asegurado una vasta región para la Iglesia Romana.
El ascenso de Mercia
El número de reinos germánicos en Inglaterra en este período de su historia no ha sido determinado, pero por el año 700 había siete, y es este número el que parece más característico. Por consiguiente, a veces se llama a todo el período la «Heptarquía» (de palabras griegas que significan «siete gobiernos»).
Cuatro de los reinos se apiñaban en la parte sudeste de la Isla y eran (de Norte a Sur) Anglia Oriental, Essex, Kent y Sussex. Eran pequeños y, durante gran parte de este período de la historia inglesa, de escasa importancia, excepto durante el breve lapso de supremacía de Kent bajo Ethelberto, en el siglo VI.
El resto de Inglaterra estaba dividido entre los tres reinos restantes: Northumbria, Mercia y Wessex (nuevamente, de Norte a Sur). Estos tres eran reinos relativamente grandes, y todos se mantuvieron en el óptimo grado de la eficiencia militar gracias a la acuciante acción de las guerras constantes contra los escotos y los galeses. Cada uno de ellos podía, razonablemente, aspirar a dominar la Heptarquía y, en verdad, cada uno de ellos lo intentó por turno.