El nuevo rey lo hizo. Su naturaleza bonachona no lo alentaba a empeñarse en duras negociaciones. Como resultado de ello, los barones normandos obtuvieron concesiones que ninguno de los tres primeros reyes normandos hubiese pensado en otorgarles. Cualquiera de ellos, Guillermo el Conquistador, Guillermo el Rojo o Enrique Beauclerc, habría preferido verlos muertos y condenados.
Ahora los barones obtuvieron permiso para construir castillos fortificados y reclutar hombres para defenderlos, de modo que Inglaterra se convirtió en un hormiguero de reyezuelos rivales, cada uno ávido de agrandarse a expensas de todos los demás y sin experimentar lealtad alguna hacia Esteban ni hacia Matilde. Se echaron las bases para la anarquía.
Esteban tampoco podía considerar indiscutida su pretensión al trono. Aún había fuerzas partidarias de Matilde. Enrique I, que no había tenido hijos legítimos de su esposa, tenía una cantidad de hijos de otras mujeres. Todos eran ilegítimos, por supuesto, y por ende incapaces de heredar el trono, pese al precedente del mismo Guillermo el Conquistador.
El principal de esos hijos ilegítimos era Roberto, Earl de Gloucester. Había jurado fidelidad a Esteban, y este bonachón monarca le había permitido conservar sus patrimonios y su poder, que ahora Gloucester usó para intrigar a favor de su media hermana Matilde. (Esta era llamada comúnmente la « Emperatriz Maud» por los ingleses, «emperatriz» por su primer casamiento con el emperador alemán.)
David I de Escocia mostró más abiertamente sus intenciones, pues tenía una razón legítima para su toma de partido. Era hermano de Edith-Matilde y, por tanto, tío de la joven Matilde. David invadió Inglaterra en 1138 con un desenfrenado y salvaje ejército que se lanzó ferozmente, pero sin esperanzas, contra los caballeros normandos cubiertos de hierro. Las espadas normandas y los arqueros ingleses rechazaron a los escoceses con pérdidas.
Pese a su fracaso, la invasión escocesa fue una invitación a los barones de Inglaterra, recientemente fortalecidos, a abandonar a Esteban y empezar el juego de las disputas de unos contra otros, en el que ellos eran los ganadores e Inglaterra la perdedora.
Y en la confusión, los escoceses lograron lentamente establecer su dominación sobre los condados más septentrionales de Inglaterra.
El caos
En 1139, cuando Esteban había reinado durante más de tres años, Matilde finalmente desembarcó en Inglaterra en un intento de apoderarse del trono. Actuando con rapidez, Esteban la atrapó en el castillo donde se había instalado.
Si la hubiese mantenido prisionera, todo podía haber salido bien para Esteban, pero, en un arranque de errónea galantería hizo el espléndido gesto de dejarla en libertad. Si pensó que la nación apoyaría a un caballero tan generoso y cortés, actuaba a la manera de los libros de cuentos. No ocurrió así.
Matilde huyó hacia el Oeste para encontrarse con su hermano, Roberto de Gloucester, en Bristol, donde era demasiado poderosa para ser capturada nuevamente. Otros barones, pensando que Esteban, por su acción, era un tonto o un débil o ambas cosas, decidieron por un momento apoyar a Matilde.
Ahora se desencadenó realmente la guerra civil; todo el país estaba en llamas, y la pugna entre Esteban y Matilde fue una máscara para docenas de pequeñas luchas de barones contra barones.
En 1141, Esteban puso sitio a la ciudad de Lincoln, una fortaleza partidaria de Matilde y situada a 180 kilómetros al norte de Londres. Roberto acudió en su ayuda con fuerzas más numerosas y más leales que las de Esteban. Ya desde el principio, algunos de los hombres de Esteban huyeron casi sin haber descargado un golpe. El mismo Esteban luchó valientemente -era muy valeroso, como todos los príncipes normandos-, pero fue tomado prisionero.
Matilde tuvo ahora la oportunidad de imitar la anterior generosidad de Esteban, pero indudablemente este pensamiento nunca le pasó por la cabeza. Sencillamente lo metió en prisión y quizá se consideró bondadosa por no ejecutarlo inmediatamente. O tal vez lo consideró más útil como rehén.
Persuadió al hermano de Esteban, el obispo de Winchester, a que hiciera por ella lo que antes había hecho por su hermano. Matilde ocupó la residencia real con su tesoro y atributos, y asumió el papel de reina de Inglaterra con la sincera ayuda del obispo. (El precio pagado al obispo era que desempeñaría el rol que hoy llamaríamos de «primer ministro» y, en particular, dispondría de todos los obispados y abadías que quedasen vacantes, una fuente potencial de grandes ingresos.)
Pero Londres aún estaba de todo corazón con Esteban, y cuando Matilde llegó allí en calidad de reina, fue recibida con hosco disgusto. Ella podía haberse ganado a los londinenses, pero era una mujer arrogante, con el temperamento de sus antepasados. Estaba furiosa por el apoyo que habían dado a Esteban y quería castigarlos, no conciliárselos. Les puso nuevos impuestos y rechazó de plano la petición de que prometiese gobernar según las leyes de Eduardo el Confesor.
De inmediato los londinenses se levantaron contra ella espontáneamente y la expulsaron de la ciudad antes de que pudiese ser coronada. El obispo de Winchester enseguida cambió de lado nuevamente.
Fuerzas favorables a Esteban, con la moral por los cielos, lograron llegar a Winchester y ponerle sitio. Matilde había buscado refugio allí, y en el palacio estaban muchos de sus partidarios más encumbrados, entre ellos David de Escocia y Roberto de Gloucester. Matilde y David lograron escapar, gracias principalmente a la vigorosa resistencia de Roberto, quien fue capturado en la lucha y llevado como cautivo a la esposa de Esteban (otra Matilde).
Se llegó a un punto muerto y se produjo un intercambio de prisioneros. Roberto de Gloucester fue cambiado por el rey Esteban, y luego la guerra civil estalló nuevamente, más fútil y devastadora que nunca. En general, la mitad oriental del país estaba por Esteban y la occidental por Matilde, pero todas las tierras estaban devastadas.
Por un tiempo, la persistencia de Esteban pareció darle el triunfo. Roberto de Gloucester murió en 1147, Matilde, privada del verdadero jefe militar de sus fuerzas, se vio obligada a abandonar Inglaterra en 1149, después de una década de guerra inútil. Esteban quedó como único rey del país, pero era un rey débil que gobernaba sobre barones turbulentos, que no tenían intención alguna de obedecerle y exigían privilegios cada vez mayores.
Plantagenet
Esteban tampoco controlaba las tierras normandas del Continente. Allí era el amo Godofredo de Anjou, el marido de Matilde. Poco a poco, mientras la guerra civil arreciaba en Inglaterra, se fue haciendo dueño de Normandía; hizo la mayoría de sus progresos cuando Esteban se hallaba prisionero y cuando parecía que su causa estaba perdida. Hizo que los normandos aceptasen a su hijo, Enrique, como duque de Normandía, después de lo cual el poder de Esteban quedó confinado a Inglaterra.
Matilde quería que su marido acudiese a Inglaterra en su ayuda, pero éste se negó inquebrantablemente a hacerlo, usando como excusa su preocupación por Normandía. En realidad, su casamiento con Matilde fue muy desdichado, pues ella (doce años mayor que él) era una arpía que se tomaba tan poca molestia para conciliarse a su marido como para conciliarse a sus súbditos. Sin duda, Godofredo se alegraba de tener el Canal entre él y su mujer.
En una época Godofredo había hecho una peregrinación a Tierra Santa. Vestía ropas modestas como gesto de humildad, y llevaba consigo un ramito de retama, un arbusto común, en su gorro, como otro gesto semejante. La planta de retama -«planta genista» en latín y «planta genét» en francés- le valió a Godofredo un apodo. Se lo llamó Godofredo Plantagenet, y el apodo pasó a su hijo y luego a todos sus descendientes, convirtiéndose en una especie de apellido.
Si Godofredo no arriesgó su suerte en Inglaterra, su hijo, Enrique Plantagenet, lo hizo. Fue por primera vez a Inglaterra cuando era un niño de nueve años, mientras su madre dominaba la parte occidental de la isla y guerreaba contra Esteban. Enrique permaneció en Bristol, el corazón de las tierras partidarias de Matilde, e inició allí su educación, que llegaría a ser excelente. Cuando todavía era un adolescente, dos veces condujo ejércitos contra Esteban, pero las dos veces fue rechazado.
Sin embargo, demostró ser un joven prometedor y obtuvo el apoyo entusiasta de un número creciente de personas. Además, empezó a acumular títulos casi sin proponérselo. Había sido aceptado como duque de Normandía en 1150, y cuando murió su padre, Godofredo, al año siguiente, Enrique se convirtió también en conde de Anjou. Bretaña era nominalmente independiente, pero había aceptado una vaga soberanía normanda desde la época del Conquistador, de modo que el joven Enrique también dominaba la región noroccidental de Francia.
Luego hizo un matrimonio sumamente ventajoso, de la siguiente manera.
Aquitania es el nombre de una región que incluye buena parte de lo que es ahora el sur de Francia y que, en tiempos normandos incluía a todo él. Era la parte más agradable del Reino y la más próspera y culta. Habla conservado mucho de la vieja civilización romana y, durante todas las Edades Oscuras, mantuvo la chispa del saber subsistente más que la parte norte del país.
En el siglo XI, Aquitania prosperó bajo una serie de duques llamados Guillermo. El último de ellos, Guillermo X, murió en 1137 dejando como heredera a una bella joven de quince años llamada Leonor. Era la más deseable heredera de toda la Europa Occidental.
No era posible que permaneciese soltera, y su principal pretendiente era un joven de dieciséis años que acababa de subir al trono de Francia, Luis VII (también llamado «Luis el Joven»).
El matrimonio tuvo lugar en 1137, tres meses después de que Leonor de Aquitania se convirtiera en duquesa y un mes antes de que Luis el Joven fuese coronado rey.
Pero no fue un matrimonio feliz. Leonor era alegre, frívola y muy consciente de que era una gran heredera. Mantenía una corte de trovadores y amantes del placer que disgustaba al rey Luis.
Luis era una persona seria y grave, muy dedicado a los deberes regios. Indudablemente, para su alegre reina era un aguafiestas; e indudablemente, al laborioso rey ella le parecía una mentecata casquivana.
Lo que empeoraba las cosas era que ella le dio dos hijos a Luis, pero eran hembras, y según la costumbre francesa no podían heredar el trono, ni tampoco sus descendientes. Luis quería un hijo, y Leonor no se lo daba.
La gota que hizo rebasar la copa fue un hecho relacionado con una cruzada. Los jefes de la Primera Cruzada habían establecido el poder occidental sobre toda la costa oriental del Mediterráneo, pero sus descendientes ahora estaban empezando a debilitarse bajo el contraataque musulmán. Era necesaria una Segunda Cruzada, y, en 1147, Luis VII se ofreció para ser uno de los jefes. Seguramente, si la Primera Cruzada, conducida sólo por nobles de segundo rango, había tenido tanto éxito, la Segunda, conducida por un rey, barrería a los infieles.
Pero la reina Leonor quiso a toda costa ir con su marido, y con toda su corte. Toda la aventura sería un romance caballeresco, como sin duda se la figuraba Leonor, con bellas damas que observarían a sus valerosos amantes ganar los coloridos torneos.
Pero no hubo nada de eso. La Segunda Cruzada fue un fiasco costoso y humillante, y Luis VII se vio obligado a retornar a su país después de un completo fracaso y sin haber conseguido nada, sin siquiera un intento garboso. Era consciente del triste papel que había hecho ante su burlona mujer, y seguramente la acusó de debilitar al ejército y convertirlo en el juguete de una mujer.
Como marido y esposa habían terminado, y en 1152 Luis se divorció de ella alegando un parentesco suficientemente cercano entre ellos como para hacer ilegal el matrimonio (cosa que supo siempre, por supuesto).
Leonor tenía ahora treinta años, estaba avanzando en años, pero todavía era capaz de tener hijos y seguía siendo la mayor heredera de Europa Occidental.
A los dos meses, Enrique Plantagenet aprovechó rápidamente la oportunidad. Sólo tenía diecinueve años, pero cualquier mujer que aportase el rico sur de Francia le venía bien.
Desde el punto de vista de Luis, éste fue el peor segundo matrimonio posible de Leonor. Daba a Enrique el dominio de toda la Francia occidental, que constituía al menos los dos tercios del territorio sobre el cual Luis, en teoría, era soberano. Ahora Enrique Plantagenet fue mucho más poderoso en Francia que el mismo rey.
Probablemente, Leonor sabia cuán inconveniente sería tal matrimonio para Luis y lo halló tanto más atractivo por esta razón.
Enrique pudo ahora ir a Inglaterra como el poderoso gobernante de vastos territorios en Francia (que para los barones normandos valían más que el territorio inglés). En verdad, los dominios franceses de Enrique eran más vastos y ricos que toda Inglaterra y disponía de abundantes fondos para mantener sus ejércitos y pagar a aquellos barones que optasen por ponerse de su lado.
Desembarcó en Inglaterra en 1153 e inmediatamente empezó a hacer progresos. Esteban estaba desgastado por la larga e inútil pugna. Había tratado de hacer que los barones aceptasen a su hijo, Eustacio, sin mucho éxito. No mucho después del desembarco de Enrique, cuando Eustacio murió y cuando se hizo evidente que el hijo menor de Esteban, Guillermo, no tenía voluntad ni capacidad para ser rey, Esteban cedió.