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Authors: Gena Showalter

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil

Entrelazados (32 page)

–Sí.

—Es una bruja, y va envuelta en su magia. Lo que estás viendo no es su aspecto verdadero.

Entonces, Aden se concentró y se dio cuenta de que la mujer miraba con suma atención a quienes la rodeaban. Tenía un ligero brillo alrededor, como si atrajera más que los otros la luz del sol. Estudiaba a todos los que se acercaba, incluso tocaba a algunos, como si esperara recibir una descarga. No pasaba nada, y entonces fruncía el ceño y seguía caminando.

—¿Cómo sabes lo que es? —preguntó Aden—. ¿Cómo puedes distinguirlo?

—Tienes que entrenar la mirada para ir más allá de las apariencias —dijo Mary Ann, como si estuviera repitiendo lo que le habían dicho. Cosa que seguramente era cierta.

—Las brujas y los brujos pueden bendecir con una mano y maldecir con la otra —le explicó Victoria—. Unos tienen más poder que otros, pero todos son peligrosos.

—He estado escuchando unas cuantas conversaciones —dijo Riley—. Los brujos quieren capturarte, Aden, aunque no sepan quién eres, para aumentar sus poderes contigo. Creen que quien los ha llamado es un brujo todopoderoso. Te aconsejo que evites que te capturen.

—¿De veras? Como si yo no hubiera llegado ya a esa conclusión —dijo secamente.

Riley continuó como si él no hubiera hablado.

—Si te atrapan, cuando terminen contigo no serás más que una cáscara. Te sacarán todo lo que tengas dentro.

—Entendido.

—El hombre que va tras ella es un hada —dijo Victoria. El disgusto de su voz era palpable.

Aden lo miró rápidamente. El hombre era un adolescente, en realidad, de unos dieciocho años, alto y musculoso, y también brillaba. Tenía el pelo rubio y los ojos dorados. Todos los que pasaban a su lado, hombres y mujeres, se quedaban mirándolo con admiración. Salvo la bruja. Ella corrió en dirección contraria.

—Como otros vampiros, las hadas succionan todo lo que pueden —continuó Victoria—. Salvo que en vez de beber sangre, absorben toda la energía. Vampiro, bruja, no importa. Bueno, eso no es cierto. Ellos no atacan a los humanos. Se consideran protectores de la humanidad, dioses entre los hombres.

—Has mencionado que también hay duendes –comedores de carne humana. Aden se estremeció, como si le estuvieran mordiendo unos cadáveres fantasma—. ¿Dónde están? —preguntó, para poder reconocerlos y evitarlos.

—Y demonios —dijo Mary Ann con un escalofrío—. Que no se te olviden.

—Los duendes sólo salen de noche, porque tienen unos ojos muy sensibles al sol —dijo Riley—. Diles a tus amigos que dejen de salir después del anochecer. Las estadísticas de desaparecidos van a aumentar mucho. Y también el número de muertes.

«Por mi culpa», pensó Aden. Porque había visto a Mary Ann. Por haberse quedado en aquella ciudad.

—Oh, Dios —dijo Mary Ann, y se tapó la boca con la mano, al darse cuenta del peligro en el que se encontraban. Se le llenaron los ojos de lágrimas—. ¿Va a morir gente?

Riley le besó la cabeza.

—No te preocupes. Haremos lo que podamos. En cuanto a los demonios, son más difíciles de distinguir. Algunos han aprendido a enmascarar sus auras.

—¿Cómo han llegado aquí? —preguntó Aden—. Me refiero a la Tierra. ¿Y cuánto llevan aquí?

—Llevan aquí miles de años. Antes de que las murallas del infierno se reforzaran, unos cuantos escaparon de su prisión. No podían hacerse pasar por humanos, puesto que tenían escamas, cuernos y lenguas bífidas, así que se hicieron pasar por dioses. Se aparearon con humanos y engendraron bebés medio humanos, medio demonios. Estos niños tampoco podían pasar por humanos, ni sus hijos, ni los hijos de sus hijos. Al final, sin embargo, su descendencia pudo mezclarse con el resto de la sociedad. Ladrones, asesinos, aquéllos que son perversos a menudo tienen antepasados entre los primeros demonios.

Los perversos. Como Tucker.

—Tucker —dijo Mary Ann, como si le hubiera leído el pensamiento.

Riley asintió.

—En cierto modo sí, aunque no sabemos si…

—¿Y qué más hay aquí? —preguntó Aden.

—Cualquier cosa, cualquier criatura, aunque los demás todavía no hayan llegado a Crossroads —dijo Victoria, y apoyó la cabeza en el hombro de Aden—. Dragones, ángeles, valquirias, cambiadores de forma de todo tipo. La mayoría viven en armonía con los demás, pero hay varias razas que están en guerra. Tal vez por eso llegan tarde a esta reunión. O, si tenemos suerte, no vendrán.

Mary Ann se secó las lágrimas con el dorso de la mano.

—¿Y qué debemos hacer?

Aden alzó la barbilla. Sabía lo que tenían que hacer. Mary Ann estaba preocupada por su padre. Victoria estaba preocupada por su gente. Riley estaba preocupado por Mary Ann.

—Voy a hacer las maletas. Me marcho —dijo—. Las criaturas me seguirán, y aquí todo el mundo se quedará a salvo.

—¡No! —exclamó Victoria—. Te seguirán allí donde vayas, sí, pero pondrás a más gente en peligro. Mary Ann y tú estáis a salvo aquí, porque cuando estás con ella, tus señales están amortiguadas.

—Pero cuando ella está con Riley, todo mi poder permanece intacto. Incluso ahora estoy oyendo a mis compañeros al fondo de mi mente. Él tiene algún tipo de efecto en ella, y la neutraliza.

Riley ladeó la cabeza.

—Tal vez no es a ella a quien afecte, sino a ti. Me pregunto si, en el fondo, tienes tal conciencia de que soy un depredador, que tus defensas y tu adrenalina actúan intensamente cuando estoy cerca de ti, y atraviesan las barreras que te impone Mary Ann.

Tenían mucho que aprender. Muchísimo. ¿Dónde iban a encontrar las respuestas?

—Vamos. Tenemos que irnos de aquí —dijo Victoria de repente, y tiró de él hacia las sombras.

¿Por qué? Aden volvió a mirar a la plaza. El hada había cambiado de dirección y se dirigía hacia ellos. Eso no era bueno. Aquella hada tenía poder para succionar a Victoria, para hacerle daño. Ella estaba en peligro en aquel lugar.

Aden la soltó y tomó de la mano a Mary Ann.

—Riley, saca a Victoria de aquí. Nos veremos en casa de Mary Ann.

—No, yo… —dijo Riley.

—Yo protegeré a Mary Ann —insistió Aden—. Pero así, si Mary Ann y yo nos quedamos juntos, las criaturas no podrán seguir ninguna señal. ¡Marchaos!

El hada cada vez estaba más cerca.

Riley asintió de mala gana y se llevó a Victoria. O lo intentó, al menos. Ella se escapó de él y corrió hacia Aden. Mientras lo hacía, abrió el anillo, hundió la uña en la pasta azul y se rozó la muñeca. Inmediatamente, la carne chisporroteó y apareció una herida.

En cuanto llegó junto a Aden, le apretó aquella herida contra los labios. Los agarró con tanta fuerza que él no pudo liberarse. Lo único que pudo hacer fue abrir la boca para protestar, y entonces tragó la sangre que le entró por los labios. Era caliente y dulce, chispeante como la soda. Casi tenía vida.

—Esta pequeña cantidad no te matará —dijo ella—. Dan no puede verte con heridas otra vez. Así no lo verá. Te curarás antes de llegar al rancho.

Él sintió un calor que se le extendía por el cuerpo, y que se intensificó a cada segundo, quemando, abrasando todo lo que tocaba. Era como si tuviera fiebre, o más bien como si estuviera ardiendo. Todo su cuerpo estaba en erupción antes de convertirse en cenizas.

—Los efectos secundarios… —dijo ella—. Lo siento.

Riley se la llevó. Ella siguió mirando a Aden todo el tiempo posible, y él intentó no preguntarse qué significaban los efectos secundarios. Cuando estuvieron lejos, las almas gimieron y volvieron al agujero oscuro que tanto odiaban.

Aden se dio cuenta de que el hada se detenía y miraba a su alrededor con desconcierto. Frunció el ceño. Bien. Aden tuvo que inclinar la cabeza para respirar profundamente una y otra vez hasta que, por fin, su cuerpo se fue enfriando.

Mary Ann le estaba dando golpecitos en la espalda para reconfortarlo. Él se dio cuenta cuando se irguió.

El hada debió de decidir que, de todos modos, iba a revisar aquel callejón. Aden se llevó a Mary Ann en dirección contraria a sus amigos. No podía preocuparse de los efectos secundarios de la sangre de Victoria en aquel momento. No sería peor que el veneno de los cadáveres, y la seguridad de Mary Ann era lo primero.

Comenzó a caminar rápidamente. Si el hada los vio, él no lo supo. Siguió moviéndose sin mirar atrás, hasta que encontró una puerta que no estaba cerrada con llave. Dentro del edificio, que era una tienda de ropa, se topó con un dependiente que le dijo que no podía haber nadie en la parte trasera del establecimiento. Aden se disculpó y salió. Mary Ann se mantuvo junto a él en todo momento, en silencio.

Había muchísima gente. A primera vista eran normales, pero mientras los miraba con toda la atención posible, comenzó a ver más allá de sus máscaras. Algunos eran tan bellos que no podía apartar la vista de ellos. Otros eran tan horribles que le provocaban náuseas. Sin embargo, el hecho de mirar de hito en hito y vomitar le habría delatado.

—¿Nos sigue alguien? —le preguntó Mary Ann en un susurro.

Aden se atrevió a mirar hacia atrás.

—No. Que yo sepa. Sonríe, como si acabara de decir algo gracioso.

Ella consiguió soltar una carcajada poco convincente.

—Tal vez deberías decir algo gracioso.

—No se me ocurre nada —contestó él, y decidió preguntarle algo serio—. Pediste nuestros certificados de nacimiento, ¿verdad?

—Sí.

—¿Y cuándo llegarán?

—Creo que hoy. Pagué para que nos los enviaran con urgencia. En realidad, tal vez ya estén en el buzón.

—Muy bien.

Si los certificados ya habían llegado, Aden tendría la dirección de sus padres, y tal vez pudieran ir a comprobar al día siguiente, sábado, si la pareja todavía vivía allí. Y si no, podrían ir al hospital donde nació e intentar conseguir sus expedientes para averiguar un poco más sobre su familia y él.

—No sabes lo que he hecho —dijo ella—. Para darte conversación, te lo contaré. Me colé en el despacho de mi padre y saqué las notas que tomó sobre ti. Te recuerda, y realmente te tomó cariño, pero lo que dijiste de mi madre le asustó mucho.

—Primero, gracias. Segundo, yo no dije nada sobre tu madre.

—Sí. Lo de los viajes en el tiempo.

Él sólo había mencionado sus propios viajes en el tiempo. Era el doctor Gray quien había mencionado los de otra persona, los de una mujer. ¿Podría ser?

—¿Tu madre desaparecía a veces?

—No, nunca. Yo me habría enterado. Me pasé casi toda la infancia pegada a ella.

—Entonces no lo entiendo.

—Yo tampoco. Él mencionaba a una esposa y a una esposa actual, y no sé si eso significa que mi la mujer que yo pensaba que era mi madre no lo era en realidad. Pero no entiendo cómo es posible.

Él la llevó hasta el coche que les había procurado Victoria, puesto que el corvette ya no estaba, y se quedaron sentados en su interior durante varios minutos, esperando a ver si veían acercarse a alguien, o algo. No ocurrió nada. Aden exhaló un suspiro de alivio y puso en marcha el motor.

—Gracias —le dijo de nuevo a Mary Ann—. Por todo.

—Voy a hablar con él. Tengo que hacerlo. De otro modo, nunca sabremos la verdad. Además, necesito un descanso de todo esto, ¿sabes?

Con suerte, la explicación llegaría antes de Halloween y de la fiesta a la que él tenía que acudir. El conocimiento era poder, y Aden tenía el presentimiento de que iba a necesitar mucho poder para enfrentarse al padre de Victoria. Él la quería y deseaba formar parte de su vida todo el tiempo que le quedara, y tener el permiso de su padre le ayudaría. Tal y como estaban las cosas, no era probable que lo consiguiera. Era un chico problemático, un loco.

—Sabremos la verdad sobre ti, ya lo verás —le dijo Mary Ann, que seguramente había supuesto lo que él estaba pensando.

Cuando llegaron a casa de Mary Ann, se llevaron una decepción. No había ninguna carta en el buzón. Riley y Victoria tampoco estaban allí. ¿Dónde estaban?

—Tu padre todavía está trabajando, ¿verdad? —le preguntó Aden antes de entrar en casa.

—Sí. No volverá hasta dentro de varias horas.

—Entonces, me quedaré. Al menos durante un rato.

—Pero… prométeme que no vas a hablar de lo que está pasando, ni del pasado, ni del futuro. En este momento no puedo soportarlo.

Mary Ann estaba muy pálida.

—Te lo prometo —dijo él.

Subieron las escaleras y pusieron la televisión, como si aquél fuera un día normal, y ellos fueran personas normales. Por primera vez en su vida, Aden pudo ver un programa sin distracciones.

El paquete de los certificados de nacimiento no llegó. Tampoco Riley ni Victoria. Aden no podía esperarlos más. Si no volvía al instituto y regresaba al rancho con Shannon, como si hubiera estado allí todo el día, echaría por tierra todo el trabajo de Victoria.

Miró por la ventana de la habitación de Mary Ann. El coche de Victoria seguía aparcado allí. Aden decidió que lo utilizaría una vez más, pero que no lo dejaría junto al instituto, sino escondido en el bosque, hasta que la vampira pudiera ir a recogerlo.

—Cierra la puerta con llave cuando me marche —dijo—. Si tienes noticias de Riley o de Victoria, llama al rancho. No me importa que me cause problemas. Prefiero tener un castigo que estar preocupado.

Ella asintió y lo abrazó.

—Ten cuidado.

—Tú también.

Por supuesto, los certificados de nacimiento llegaron a casa de Mary Ann aquella misma tarde, a las siete, con el último reparto del día. Su padre estaba en casa, en su despacho, seguramente leyendo sus anotaciones sobre Aden e intentando dar con una razón lógica para que el chico hubiera podido decir que era amigo de Mary Ann años antes de haberla conocido.

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