—Tonto. No me voy a sacar un ojo.
Entonces, ¿qué iba a hacer? Con el brazo tembloroso, Aden sacó una daga de su bota y se la entregó.
—Mira —dijo Victoria, y sin apartar la mirada de él, se clavó la daga en el pecho.
—¡No! —gritó Aden.
La agarró por la muñeca y tiró hacia atrás. Era demasiado tarde, y él pensó que iba a ver sangre. Lo único que vio fue una camiseta rasgada. La piel que había bajo la tela no tenía ni un solo rasguño. Sin embargo, eso no le importó al sistema nervioso de Aden. Tenía el corazón incontrolablemente acelerado, y estaba sudando.
—No vuelvas a hacer nada parecido, Victoria. Lo digo en serio.
Ella volvió a reírse.
—Eres muy dulce. Pero a mí no me afectan las estacas en el corazón, así que no te preocupes. Una daga como ésta no es nada para mí.
Victoria se la mostró, y Aden se dio cuenta de que la hoja estaba doblada por la mitad.
—Para matarnos hay que quemarnos la piel y llegar hasta nuestros órganos sensibles. Es necesario tener esto —dijo.
Soltó la daga y elevó la mano para mostrarle el anillo de ópalo.
Con la palma de la mano extendida, ella pasó el pulgar sobre la joya y apartó el ópalo por encima del engarce de oro. En el hueco del anillo apareció un pequeño vaso que contenía una pasta espesa de color azul.
—
Je la nune
—dijo—. Esto es… Bueno, creo que la mejor manera de describirlo es decir que se trata de fuego sumergido en ácido y después envuelto en veneno y salpicado de radiaciones. No lo toques nunca.
La advertencia era innecesaria. Él ya había dado un paso atrás.
—Entonces, ¿por qué lo llevas?
—No todos los vampiros son leales a mi padre. Hay rebeldes a quienes les encantaría hacerme daño. De este modo, yo puedo hacerles daño a ellos.
—Si es tan corrosivo, ¿cómo es posible que esté dentro de tu anillo?
—Hay metales que son resistentes a la sustancia. No muchos, pero sí algunos. Llevo las uñas pintadas con uno de esos metales fundidos, para que no sean vulnerables al
je la nune
.
Entonces, Victoria metió una de las uñas en la pasta y después se hizo un arañazo en la muñeca. La carne chisporroteó y al instante, comenzó a brotar la sangre, que se resbaló por su brazo. Victoria estaba haciendo gestos de dolor, y tenía los labios apretados para contener los gemidos.
—¿Por qué has hecho eso? —le preguntó él con enfado—. Te he dicho que no quería demostraciones.
Pasó un momento antes de que ella pudiera hablar, porque estaba jadeando.
—Quería que lo vieras. Que comprendieras su poder.
Él le sujetó la muñeca.
—¿Vas a curarte?
—Sí.
Aden todavía notaba el dolor de su voz. Seguía sangrando, y su sangre era la más roja y más brillante que él hubiera visto nunca.
—¿Cuándo?
—Muy pronto.
Victoria cerró los ojos, pero antes de que lo hiciera, Aden se dio cuenta de que una vez más pasaba la mirada por el pulso que latía en su cuello. Ella apretó los dientes.
Continuaba sangrando y jadeando. ¿Por qué…? Aden lo entendió, y frunció el ceño. Victoria no pensaba decírselo. Se habría quedado sufriendo hasta que se separaran.
—Te curarás cuando bebas sangre, ¿verdad?
Victoria asintió y abrió los ojos lentamente. De repente, se le escapó un jadeo. La fuerza de su hambre era como una criatura viviente. Por fortuna, su resistencia se estaba desmoronando.
Él le soltó el brazo y le puso las manos sobre las mejillas.
—Entonces, bebe de mí, por favor. Quiero que lo hagas.
Ella se mordió el labio inferior con aquellos dientes afilados.
—No te preocupes. Comeré después, esta noche. Me pondré bien.
—Quiero ser yo quien te ayude. Quiero curarte, igual que tú me curaste los labios la otra noche.
Ella metió los dedos entre su pelo, con una expresión atormentada.
—¿Y si después me odias por haberlo hecho? ¿Y si te causo repugnancia? ¿Y si me hago adicta a tu sangre e intento beberla todos los días?
Oh, sí. Se estaba debilitando. Él se inclinó hacia delante, lentamente, tan lentamente, que ella habría podido detenerlo en cualquier momento, y la besó con delicadeza.
—Yo nunca podría odiarte. Tú nunca podrías causarme repugnancia. Y me encantaría verte todos los días. Ya te lo he dicho.
Las pestañas de Victoria, increíblemente largas, se unieron cuando ella entrecerró los párpados.
—Aden —susurró, y lo besó.
Separó los preciosos labios y lo rozó con la lengua. Él abrió la boca y la acogió en su interior, y después, le acarició la lengua con la suya.
Victoria tenía un sabor a madreselva y olía a flores. Ella lo abrazó y lo ciñó contra su cuerpo. Era fuerte, muy fuerte, y a él le encantó. Metió las manos entre su pelo, e hizo que ladeara la cabeza para tener más contacto con ella. Su primer beso, y era con la chica con la que había soñado, a la que había deseado durante tanto tiempo, y a la que siempre desearía.
Era todo lo que siempre había anhelado, y más. Era suave, blanda contra su dureza, y sus pequeños gemidos eran dulces. El resto del mundo desapareció hasta que sólo importó ella, hasta que ella se convirtió en su mundo y en su ancla para aquella tormenta cada vez más salvaje.
Todo lo que había predicho Elijah se estaba cumpliendo. Primero su encuentro con Victoria, y luego aquel beso desgarrador. Aden sabía lo que iba a ocurrir después, lo estaba esperando, pero nada de nada habría podido prepararlo para el maravilloso momento en que ella separó sus labios de los de él, bajó la cabeza hasta su cuello y le clavó los colmillos. Aden notó un pinchazo doloroso, pero fue efímero, porque rápidamente el dolor fue reemplazado por un calor embriagador, como si ella le estuviera inoculando drogas por la vena mientras bebía su sangre.
—Estoy bien —le dijo, por si acaso Victoria se preocupaba. No quería que parara. Ni siquiera cuando comenzó a marearse, y cuando su cuerpo se volvió ingrávido. Le acarició el pelo para animarla a que continuara.
Ella enredó las manos en su pelo y le acarició la cabeza. Empujó su carne con la lengua para succionar la sangre, y en la distancia, él oyó cómo tragaba. Finalmente, sin embargo, Victoria se apartó de él entre jadeos.
Él gimió al perder su contacto.
—No deberías haber tenido miedo de algo como esto —dijo. Era como si se hubiera emborrachado, porque sus palabras sonaban arrastradas y amortiguadas, como si hablara desde muy lejos—. Me ha encantado. No he pensado que fueras un animal en absoluto, de verdad.
—¿Aden? —dijo ella con espanto.
Fue lo último que oyó Aden antes de que le fallaran las rodillas y cayera al suelo.
Mary Ann jugueteó con la cena. Era comida china que su padre había llevado a casa. Él sólo llevaba media hora en casa, y Riley se había quedado con ella hasta el último segundo posible; había vuelto después de acompañar a Victoria a su casa. Mary Ann quería invitarlo a que cenara con ellos y presentárselo a su padre. Sin embargo, no lo había hecho porque no estaba segura de que su padre lo aceptara bien. Además, habría pensado que la tarde de estudio había sido en realidad una tarde de besuqueo.
Sin embargo, ella ya echaba de menos a Riley, su intensidad, su sentido de la protección. Valoraba su opinión y necesitaba su ayuda para hacer lo que estaba pensando. Podía esperar e intentar robar los expedientes de que padre, tal y como le había sugerido Aden, pero eso era algo que detestaba; no sólo sería robarle a su padre, a su mejor amigo, el hombre que más la quería y que nunca le hubiera hecho algo así a ella. O podía pedírselos a su padre directamente, cosa que haría que él escondiera esos archivos que quería Aden y que Mary Ann nunca pudiera conseguirlos.
Lo primero era una falta de ética. Lo segundo era arriesgado.
¿Qué debía hacer?
—¿No tienes hambre? —le preguntó su padre, mientras se servía una montaña de fideos chinos.
Ella suspiró y apartó su plato.
—Es que estoy… preocupada.
El tenedor de su padre se detuvo a medio camino de la boca, con los fideos colgando.
—¿Quieres hablar de algo?
—Sí. No —dio otro suspiro—. No lo sé.
Él se echó a reír y dejó el tenedor en el plato.
—Bueno, ¿de qué se trata?
—Necesito hablar contigo, pero no quiero.
—Vaya, esto parece serio.
—Yo… Tengo una pregunta.
Él alargó el brazo por encima de la mesa y le dio unos golpecitos en la mano.
—Ya sabes que puedes preguntármelo todo.
Pronto lo comprobarían.
—Es algo sobre uno de tus pacientes.
Entonces, la expresión de su padre se endureció. Comenzó a negar con la cabeza.
—Cualquier cosa excepto eso. Los pacientes me confían sus secretos, Mary Ann. Además, hablar de eso es ilegal.
—Ya lo sé, ya lo sé. El caso es que hace unas semanas he conocido a un chico. Nos hemos hecho buenos amigos.
Hubo un silencio.
Su padre se apoyó en el respaldo de la silla y se cruzó de brazos.
—Está bien. ¿Por qué tendré la impresión de que voy a saber cosas de él, y también voy a saber lo que opina Tucker de vuestra amistad?
—Lo que piense Tucker ya no importa. Hemos roto oficialmente.
Al instante, su padre se volvió comprensivo.
—Vaya, nena. ¿Estás bien? Ya sabes que no siempre apoyé tu relación con él. Creo que no hay ningún chico que sea lo suficientemente bueno para ti. Pero dejé de quejarme de él porque quería que fueras feliz.
—Estoy bien. Fui yo la que rompió. Me había engañado.
—Lo siento muchísimo —dijo él, y de nuevo le acarició la mano—. A menudo trato a parejas que están enfrentándose a una infidelidad, y lo más común en la parte afectada es que esa persona se sienta inferior. O de usar y tirar.
Aunque ella ya no quería a Tucker, así era exactamente como se había sentido. Incluso había influido en su deseo de estar con Riley. Mary Ann había asumido, automáticamente, que iba a pensar que era demasiado aburrida para él.
—Algunas veces pasa una temporada y el culpable aprende una lección muy valiosa —continuó su padre—. Que él o ella tienen un hogar mucho más valioso que cualquier placer momentáneo. La mayoría no lo aprende, aunque finge que sí para poder tener lo que cree que es mejor de los dos mundos.
—Tucker es uno de los segundos, sin duda —dijo ella.
No tenía ninguna duda al respecto. Después de todo, era un demonio. Aquello todavía la tenía impresionada. Quería haberle preguntado a Riley qué significaba exactamente ser un demonio, pero entonces Aden se había desvanecido en el aire y ellos se habían pasado las horas siguientes buscándolo por la casa y por el bosque. Riley, incluso, se había transformado en lobo y había ido corriendo al Rancho D. y M. Para él era fácil seguir su pista debido a que tenía un olfato muy fino, pero de todos modos no había encontrado ni rastro.
Después, cuando se habían quedado solos, habían pasado el tiempo conociéndose. Él le había preguntado cosas de su niñez, y había escuchado su plan de los quince años. Mary Ann le había dejado admirado con sus objetivos.
—Es importante saber que los demás contienen su atracción por otra gente, pero lo que de verdad define el verdadero carácter de una persona es lo que hace con esos sentimientos —le dijo su padre—. ¿Conocías a la chica con la que se estaba viendo?
Mary Ann asintió, pero no quería admitir quién era, así que no dijo nada.
—Gracias por el consejo. Por eso quería hablar contigo sobre este otro chico. Ha tenido un pasado difícil y se está enfrentando a cosas a las que nadie de su edad debería enfrentarse.
—Y quieres que lo ayude.
—No. Quiero que… me hables sobre él.
—No lo entiendo. Es amigo tuyo. ¿Cómo voy a saber yo algo sobre él?
—Creo… creo que fue paciente tuyo. Se llama Aden Stone.
A su padre se le cortó la respiración. Luego palideció. Después se puso muy tenso.
—Lo conoces —dijo ella.
Él apartó la mirada y apretó la mandíbula.
—Lo conocía.
—¿Lo echaste de tu consulta?
En vez de responder, él se puso en pie y echó la silla hacia atrás, arrastrándola ruidosamente por las baldosas del suelo de la cocina.
—Es tarde —dijo en un tono distante—. Tienes que ducharte e irte a dormir.
—Prefiero hablar contigo. Aden necesita ayuda, papá. No la ayuda en la que tú estás pensando, así que no me digas que no vuelva a verlo. Lo quiero como a un hermano y quiero que sea feliz. Y la única manera de que sea feliz de verdad es que encontremos la manera de liberar a la gente que…
—¡Ya está bien! —gritó su padre, y dio un puñetazo en la mesa. Tenía fuego en los ojos. No eran llamas de furia, sino de desesperación. Era algo que Mary Ann sólo había visto una vez, el día en que había muerto su madre y él tuvo que darle la noticia—. Ya está bien —repitió con más calma—. No vamos a hablar de eso. Ella se quedó paralizada. ¿En qué estaba pensando? ¿Qué era lo que había prendido aquel fuego?
—Pero él te dijo que me conocería algún día, y que sería mi amigo. Ni siquiera tú puedes negar que no era un niño loco, sino un…
—He dicho que ya basta. Ve a tu habitación. No es una sugerencia, sino una orden.
Con eso, su padre se dio la vuelta y se marchó. Mary Ann oyó como cerraba la puerta de su despacho de un portazo. Él nunca jamás había hecho tal cosa.