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Authors: Gena Showalter

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil

Entrelazados (25 page)

—¿Sigues oyendo voces, Aden?

La pregunta sacó a Aden de un túnel largo y oscuro, y lo arrojó sobre algo sólido. Tal vez, sobre una pared de ladrillo. Su mente no fue tan rápida a la hora de alcanzar el muro como su cuerpo, así que su despertar fue gradual. ¿Dónde estaba?

Él pestañeó, y se vio en una butaca de cuero. Estaba rodeado de estanterías abarrotadas de libros. A su izquierda había otra butaca de cuero, y en ella, un hombre de ojos azules, con barba y con gafas.

—¿Qué sucede? —preguntó Aden ininteligiblemente. ¿Acaso estaba borracho? No recordaba haber bebido.

—Estamos en mi consulta, empezando la sesión —dijo el hombre con una sonrisa indulgente—. ¿Ya se te ha olvidado?

—¿Consulta? ¿Sesión?

Aden respiró profundamente y exhaló con lentitud. Mientras soltaba el aire, lo recordó todo. Estaba en casa de Mary Ann, y Victoria estaba mirándole el cuello con hambre. Él había visto una fotografía y la había tomado para observarla bien. Eve había reconocido al hombre que aparecía en ella.

«Te llevaré con él», le había dicho.

Eve.

Apretó los dientes. Era evidente que lo había hecho retroceder en el tiempo, tal y como había dicho. Sin embargo, ¿dónde estaba? ¿Cuándo?

Se miró. Llevaba una camiseta lisa y sus brazos delgados y llenos de pinchazos asomaban por las mangas. Tenía un dolor agudo y persistente en el costado. Sus pantalones estaban llenos de agujeros por las rodillas.

—Aden, ¿te ocurre algo?

—No, no —dijo. Se palpó el costado e hizo un gesto de dolor. ¿Acaso tenía puntos?—. Estoy bien.

—Todavía te estás curando —le dijo el hombre suavemente—. Y si quieres seguir curándote, debes dejar la herida tranquila.

Él posó la mano en el regazo.

«Estamos aquí», dijo Eve. «Tú tienes once años. ¿Recuerdas esta consulta? ¿Y al médico?».

Once años. El año de su vida en que otro de los pacientes de la clínica mental en la que estaba lo había pinchado con una horca del jardín. Sintió miedo.

—El médico…

—¿Sí, Aden?

Se ruborizó al darse cuenta de que lo había sorprendido hablando solo. El médico.

—Doctor… —no recordaba el nombre del médico. Era joven, aunque tuviera barba, alto y delgado.

—Gray —dijo el hombre pacientemente—. El doctor Gray.

Aden se puso tenso.
El doctor Gray. Mary Ann Gray.
¿Era el padre de Mary Ann? Recordó la fotografía que había visto y la comparó con el hombre que tenía ante sí. Sin las gafas y la barba, eran iguales.

Aden permaneció donde estaba, intentando asimilar la impresión de lo que acababa de saber. Durante todos aquellos años había tenido una conexión con Mary Ann, aunque indirecta, y él no lo sabía.

«Intenté decirte que la conocíamos», dijo Eve.

—Sé quién es —dijo Aden, con más emoción de la que hubiera querido en su tono de voz.

El doctor Gray sonrió.

—Eso espero, Aden. Y ahora, vamos a empezar la sesión, ¿de acuerdo? —se apoyó en el brazo de la butaca y lo miró con expectación.

—Yo… sí —dijo, aunque quisiera gritar que no.

Se le pasaron mil preguntas por la cabeza, pero no podía formularlas. Tenía que parecer un niño de once años, y responder como lo había hecho la primera vez que había sucedido aquella reunión.

Una vez, Eve lo había llevado al pasado y Aden había perdido a su familia de acogida favorita, pero eso no era lo peor que le había ocurrido. Después de aquel viaje, se había despertado con gente a la que nunca había visto. Aquella supuesta pérdida de memoria lo había llevado a otra clínica mental. «Todo lo que haces te envía a una clínica».

Algunas veces le parecía que siempre era así. Después de regresar, Eve le prometió que nunca lo transportaría de nuevo. Por supuesto, ya le había prometido aquello más veces. Aden suponía que su exaltación siempre superaba a sus reparos.

Al contrario que otras veces, sin embargo, Aden no sintió ira. Ver a Mary Ann a los once años de edad y averiguar si entonces ya anulaba sus poderes, podía merecer la pena.

¿Dónde estaría?

¿Se asustaría el doctor Gray si preguntaba por ella? Seguramente sí. ¿Y hasta qué punto cambiaría Aden el futuro si lo hiciera? ¿Volvería a conocerla?

Ah. Allí estaba la ira. Si aquella sesión cambiaba tanto su futuro como para no haber ido a vivir a Crossroads, y no haber conocido a Mary Ann ni a Victoria…

«Noto en qué dirección van tus pensamientos», dijo Elijah. «Ojalá pudiera darte la respuesta, pero…».

Estupendo. Iba a tener que hacer lo posible por recordar todo lo que había dicho y cómo lo había dicho. ¿Hablaban los chicos de once años como niños o como adultos?

—¿Aden?

Ya había perdido el hilo de la conversación. Debía tener mucho más cuidado.

—¿Sí?

—Te he hecho una pregunta.

—Disculpe. ¿Puede repetírmela, por favor?

—Sí, pero espero que prestes atención durante el resto del tiempo, ¿de acuerdo? —dijo el doctor Gray, y prosiguió después de que Aden asintiera—. Me han informado de que has estado discutiendo airadamente con gente a la que nadie más puede oír. Así que te lo pregunto de nuevo: ¿Sigues oyendo voces?

—Yo… yo… —¿cómo había contestado a aquello?—. No.

No habría dicho la verdad, por supuesto.

—¿Estás seguro?

—Sí, estoy seguro.

El doctor Gray frunció el ceño.

—Ya hemos tenido varias sesiones, pero siempre me mantienes a distancia, y no me cuentas nada que no pueda encontrar en tu expediente. Esto es un espacio seguro, Aden, donde nunca se usará la verdad contra ti. Espero habértelo demostrado.

—Sí —dijo Aden. Empezó a recordar aquel día; el doctor Gray había sido tan agradable con él que, por una vez, había querido complacerlo—. Yo… odio este lugar. Quiero marcharme.

—¿Y adónde irías? No te lo pregunto para ser cruel, sino para aclarar las cosas. Ninguna familia de acogida te va a aceptar ahora. Todos piensan que eres peligroso, así que no puedes jugar libremente con los otros niños.

Con los niños normales, quería decir. Allí también había niños, pero se suponía que todos estaban locos, como él.

—¿Te ha hecho daño alguien? —persistió el médico—. ¿Por eso quieres marcharte? ¿Has tenido alguna otra discusión con un paciente?

Guardó silencio.

«Te he traído aquí por un motivo», dijo Eve. «No me importa lo que digan los otros. Pregúntale lo que quieres saber».

—Quiero volver al rancho —dijo, ignorando a Eve, y palideció. Por un momento, se le había olvidado dónde estaba.

—¿Al rancho? —el doctor Gray volvió a suspirar—. Que yo sepa, nunca has vivido en un rancho. Por el momento, tu casa es ésta. Lo siento, pero tiene que ser así.

«Pregúntale por Mary Ann», insistió Eve.

«No lo hagas, Aden», le dijo Julian. «Yo estoy contento con cómo son las cosas ahora, y no quiero que cambien».

«Es decir, que estamos a punto de tener novia», añadió Caleb.

—¿Aden?

El doctor Gray le había preguntado si había vuelto a discutir con alguno de los pacientes.

—Eh… no. Todo el mundo se mantiene alejado de mí.

—¿De verdad? Pues yo sé que algunos de los otros pacientes te acorralaron ayer. Te amenazaron, y algunos te golpearon, y tú te vengaste. Si los enfermeros no os hubieran separado… Escucha, puedes contarme lo que está pasando. No voy a juzgarte, sólo quiero ayudarte. Déjame que te ayude, por favor.

—Yo…

«Pregúntaselo. No me voy a callar hasta que lo hagas», insistió Eve.

«Por el amor de Dios, ¿y si se despierta en otro estado, sin Mary Ann, sin Victoria?», preguntó Elijah con enfado. «No me gusta lo que nos hace Mary Ann, pero por fin él ha conseguido salir de los hospitales y liberarse de toda la medicación que le daban».

«Tú eres el adivino», intervino Caleb. «Dinos qué va a pasar si le pregunta por la chica al doctor».

«Ya os he dicho que…». Elijah se quedó callado de repente, y todo el mundo contuvo el aliento, porque sabían que acababa de ver algo. Pasaron varios minutos, una eternidad durante la cual Aden volvió a perder el hilo de lo que le estaba diciendo el médico. Durante aquel tiempo, Elijah jadeó y gruñó.

—¿Qué? —preguntó por fin Aden, mientras el doctor Gray repetía lo que le hubiera estado diciendo.

Entonces, Elijah comenzó a hablar.

«Ya sabes que normalmente sólo puedo predecir las muertes, pero últimamente he sabido más cosas. Y en este momento sé que si mencionas a Mary Ann, ocurrirá una de estas dos cosas: El doctor Gray se levantará y se marchará. Nunca conocerás a Mary Ann. O el doctor Gray se marchará, pero se interesará por lo que le has dicho. Si ocurre lo segundo, conocerás a Mary Ann, y uno de nosotros será liberado».

«¿Uno de nosotros será liberado?», preguntó Eve. «¿Quién? ¿Y cuándo?».

«No lo sé. Ojalá lo supiera, pero… Lo siento».

Si uno podía ser liberado, los demás también. Aden tendría todo lo que siempre había querido. Paz y un final feliz para sus compañeros. Una vida normal con sus nuevos amigos. Claro que, aquella vida normal no iba a durar mucho, puesto que su muerte se aproximaba inexorablemente, pero el hecho de experimentar un poco de aquella vida era mejor que no haberla conocido nunca.

Aunque si sucedía lo primero, nunca tendría esa oportunidad. No tendría la amistad de Mary Ann. ¿Iría a Crossroads, Oklahoma? ¿Conocería a Victoria?

—¿Tiene una hija? —preguntó sin darse cuenta, antes de poder evitarlo.

Por un momento, sintió pánico. Lo había hecho. Lo había preguntado. Las cuatro almas exhalaron un suspiro de asombro, de horror, de emoción. Aden no sabía de qué. El doctor inclinó la cabeza hacia un lado y frunció los labios.

—Sí, la tengo. ¿Cómo lo sabes?

Todavía no había salido corriendo.

—Por… eh… la fotografía de su escritorio. Es muy guapa.

—Oh, gracias. Es Mary Ann. Tiene tu edad. Se parece mucho a su madre.

El doctor Gray cabeceó, como si no pudiera creer lo que acababa de admitir. A la gente normal no le gustaba hablar de sus seres queridos con los locos, Aden lo sabía, aunque aquellos locos fueran muy jóvenes. O lo aparentaran.

—Vamos a volver a nuestra conversación. Necesito que hables conmigo, Aden. Es la única manera de la que puedo ayudarte.

—Me ha preguntado si oigo voces —dijo Aden entonces—. La respuesta es sí. Las oigo todo el tiempo.

«Vamos. No somos tan malos», dijo Julian.

«Clávame un puñal en la espalda, ¿qué más da?», protestó Caleb.

Quería pedirles perdón, pero se quedó callado.

—Entonces, no ha habido ningún progreso. Podemos hablar de nuevo con tu psiquiatra para que te cambie la medicación.

—De acuerdo —dijo Aden, aunque de repente recordó cómo le habían afectado las drogas nuevas. Calambres en el estómago, vómitos, deshidratación y una semana conectado a una bolsa de suero.

El doctor Gray se ajustó las gafas en la nariz.

—Si todavía sigues oyendo voces, me gustaría saber qué es lo que quieren de ti.

—Muchas cosas.

—¿Como por ejemplo?

—Como… control del cuerpo.

El doctor, con el ceño fruncido, tomó notas en su cuaderno.

—Vaya, lo has llamado «el cuerpo». Vamos a pararnos en eso un momento. Si las voces tienen que pedirte control de tu… del cuerpo, significa que no pueden tomarlo por sí mismas. Tú puedes decidir. Eso es bueno, ¿no? Significa que tú tienes el control.

Tal vez sus compañeros no pudieran utilizar su cuerpo sin permiso, pero podían causar muchos daños sin tenerlo.

—Sí, claro.

El doctor siguió tomando notas.

—Y, como eres tú quien tiene el control, ¿no obligas a las voces, algunas veces, a que te dejen en paz?

—¿Obligarlas? No. Pero algunas veces se marchan.

Por Mary Ann.

—¿Y qué te ocurre a ti cuando se van?

Aden sonrió, aunque con culpabilidad.

—Siento paz.

—Oh, Aden —dijo el doctor Gray—. Eso es maravilloso.

«Seguro que se siente como un padre orgulloso», dijo Eve, en un tono más suave, como si estuviera tomándole simpatía al médico.

Aquello no había ocurrido la vez anterior. Lo cual significaba que no había admitido que sintiera paz. Claro que no. En aquellos tiempos, él no conocía la paz. Su sonrisa se desvaneció.

—No es cierto. Las voces no pueden marcharse. Siempre están conmigo.

—¿Y cómo voy a ayudarte si tengo que distinguir entre medias verdades y mentiras?

Aden se miró los pies y puso cara de avergonzarse.

—No lo haré más.

—Procura no hacerlo más. Pero ¿por qué lo has hecho en esta ocasión?

Él se encogió de hombros. No se le ocurría ninguna respuesta.

—Está bien. ¿Por qué dejas que las voces vuelvan contigo cuando ya se han marchado? Sé que me estabas diciendo la verdad cuando me has contado que las voces se marchaban, porque tú eres quien tiene el control, ¿no lo recuerdas?

No podía escabullirse de ninguna manera en aquella ocasión. Tenía que decir la verdad. O por lo menos, parte de la verdad.

—Están atadas a mí como… como si fueran mascotas con una correa. No puedo mantenerlas fuera.

Julian y Caleb se quejaron por haberlos llamado «mascotas».

—Verá, son gente como usted y yo, pero no tienen cuerpos. Y no sé cómo, se quedaron encerrados en el mío, y me obligan a compartir la cabeza con ellos.

El doctor Gray aceptó aquella admisión con calma, sin alterarse.

—Hace unos días mencionaste que hay cuatro voces diferentes. ¿Siguen siendo cuatro?

—Sí.

—¿Y tienen tu edad?

—No. No sé qué edad tienen.

—Entiendo. Háblame de ellos. De cómo son.

—Son agradables. Casi todo el tiempo.

Aquello le costó varios resoplidos y una amenaza de Caleb.

—¿Y tienen nombre?

Aden dijo sus nombres.

El doctor se interesó por Eve.

—Eve es una mujer, supongo.

—Sí, una chica —respondió él, con bastante disgusto en la voz como para que el médico tuviera que contener una sonrisa.

«Vamos, cállate», dijo Eve. «Eres el chico con más suerte del planeta por tenerme de guía».

—Tengo curiosidad sobre ella —dijo el doctor.

«Claro», comentó Caleb, que se había ofendido. «¿Y qué soy yo, comida para perros? ¿Por qué no quiere saber nada sobre mí?».

—Aden. Te has vuelto a distraer.

Aden volvió a concentrarse y olvidó las voces de Eve y de Caleb.

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