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Authors: Gena Showalter

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil

Entrelazados (22 page)

Sólo hubo silencio durante un rato.

—Soy un idiota —dijo él, y la miró con los ojos entrecerrados. Después se puso en pie y fue hacia el baño para quitarse la ropa—. Estás en deuda conmigo por esto —añadió.

Así que verdaderamente sabía usar artimañas. En aquella ocasión, Mary Ann tuvo ganas de echarse a reír.

Aden tenía los papeles que había impreso en el instituto. Había estado investigando sobre Vlad el Empalador, y en aquel momento los folios estaban escondidos en su libro de geometría, en su habitación.

Aquél era el primer momento de tranquilidad que tenía desde que había vuelto de clase y de hacer las tareas del rancho escuchando las amenazas de Ozzie, que le había dicho que iba a decapitarlo si lo delataba.

Con un suspiro, Aden se tumbó en la cama para relajarse y metió la nariz en el libro. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que relajarse no iba a ser fácil. Cuanto más leía, más se daba cuenta de que Victoria tenía razón al temer lo que iba a hacerle su padre si descubría que no era útil. Tal vez le atravesara el corazón con un puñal, porque así era como iba a morir. ¿O el rey de los vampiros se limitaría a torturarlo, según su costumbre?

Vlad Tepes, Vlad III, príncipe de Wallachia, Vlad el Empalador, Drácula, era conocido, cuando todavía era humano, por su afición a los castigos crueles. Le encantaba empalar a sus enemigos y dejarlos al aire libre para que tuvieran una muerte lenta y dolorosa. Supuestamente, les había hecho aquello a unos cuarenta mil hombres y mujeres.

Aunque no era Aden quien podía reprochárselo. Él todavía les cortaba la cabeza a los cadáveres.

Algunos pensaban que el guerrero había muerto en una batalla contra el Imperio Otomano. Otros, que lo habían asesinado. Bram Stoker había sido el primero en inmortalizar al príncipe como vampiro, y Aden se preguntaba por qué. ¿Acaso sus caminos se habían cruzado alguna vez?

Oyó un arañazo en la ventana y se incorporó de un salto. Miró el reloj. Eran las nueve de la noche. ¿Podía ser Victoria? Ella no iría a verlo tan pronto, pero tal vez su padre había decidido que ya era hora de eliminarlo, y tal vez Victoria quisiera advertírselo…

«¿Por qué estás tan preocupado?», le preguntó Eve.

—Tengo una imaginación demasiado activa —dijo él, obligándose a calmarse.

Una pata se posó sobre el cristal, y comenzó a rascar de nuevo. Aden se acercó. ¿Un animal perdido?

Cuando vio al lobo de Mary Ann, dio un salto hacia atrás.

Así que por fin había ido a buscarlo. Aden sacó sus dagas de las botas que había puesto junto a la cama.

Como Aden había roto la cerradura, el lobo pudo abrir la ventana con las patas. Aden permaneció inmóvil, armado y preparado. Sin embargo, el lobo no se abalanzó sobre él. Se quedó fuera y miró el interior de la habitación. Pasó un momento tenso en silencio. Y entonces:

«¿Sabes cómo se llamaban tus padres?».

La voz sonó en su cabeza, pero eso no fue lo que dejó a Aden petrificado de asombro e incredulidad. ¿Sus padres? ¿De verdad?

—Mira, siento lo de tu pata. Volví para vendártela, pero ya te habías ido. No quería hacerte daño, pero no me dejaste otra elección. Ibas a matarme. Tenía que hacer algo. Igual que voy a hacer algo ahora si me atacas.

«Tú y yo resolveremos eso pronto, pero no ahora. Ahora necesito saber si conoces el nombre de tus padres».

Aden se sintió confuso.

—No. Sólo eran papá y mamá, y yo tenía tres años la última vez que los vi —dijo.

Podía haberles preguntado sus nombres a alguno de sus cuidadores, pero no se había permitido el lujo de hacerlo. Ellos no lo querían, así que él no iba a quererlos a ellos.

—Y ahora, si quieres luchar, te advierto que no vas a salir indemne.

«¿Cómo puedes ser tan poco colaborador? Estoy intentando ayudarte».

—Sí, claro.

«¿Sabes, al menos, el nombre del hospital donde naciste?». —No. ¿Por qué quieres saberlo? «¿Tienes carné de conducir?», le preguntó el lobo con irritación.

—Sí, pero no puedo conducir. Sólo es una identificación —respondió Aden. «Necesito que me lo des». —¿Por qué? «Mary Ann quiere pedir una copia de tu certificado de nacimiento. Como no sabes quiénes son tus padres, supongo que tampoco tendrás el certificado a mano».

Un momento. ¿Mary Ann quería su certificado de nacimiento? Eso tenía que significar que lo creía, y que iba a ayudarlo. Tuvo ganas de echarse a reír, aunque él le había dicho que se mantuviera alejada de aquella bestia, no que la reclutara para su causa.

—No, no lo tengo. Pero no voy a darte el carné de conducir hasta que tenga noticias de ella. No me fío de ti.

«Bueno, pues será mejor que empieces a hacerlo, porque ella va a ayudaros a ti y a tus amigos, y no podrá dormir hasta que tenga ese carné. No me gusta pensar que se va a pasar toda la noche dando vueltas en la cama sin poder pegar ojo».

Así que ella le había contado al lobo lo de las almas. Le había confiado su más oscuro secreto a su enemigo. Aden pensó que iba a invadirlo la sensación de haber sido traicionado, pero no fue así. Ella estaba intentando ayudarlo. Lo demás no tenía importancia.

—¿Y qué importancia tiene el hospital donde nací? ¿Y el nombre de mis padres?

«Tendrás que preguntárselo a ella».

—Lo haré —respondió Aden. Se acercó hasta su escritorio y rebuscó el carné en el cajón—. Aquí tienes —le dijo, mientras le entregaba el documento. El lobo lo agarró entre los dientes—. Yo tampoco quiero que se pase la noche sin dormir. Si le haces daño…

«Ella no tiene nada que temer de mí, humano. Ojalá pudiera decir lo mismo de ti».

«Aquí tienes».

Riley le puso el carné en el regazo.

Mary Ann se agachó y lo abrazó.

—Gracias.

«De nada», dijo él, ronroneando contra su pelo.

Después de haber visto su forma humana, aquella acción hizo que deseara cosas que no debía desear. Cosas que no quería nombrar, ni ante Riley ni ante sí misma. Sin embargo, no podía evitar preguntarse si Riley también deseaba aquellas cosas.

¿Por qué iba a pasar tanto tiempo con ella, de lo contrario? A menos que…

¿Acaso también se sentía calmado en su presencia, como Aden y Tucker? ¿Era parte de su trabajo, algo que le ayudaba a proteger a Victoria?

Eso no era lo que ella quería.

La sonrisa se le borró de los labios, y se sentó ante el ordenador rápidamente, para ocultar su expresión de angustia.

—Voy a enviar un mensaje con mi petición, una copia es-caneada del carné y diez dólares. Ellos me enviarán el certificado. Y de paso voy a pedir también el mío, porque parece que mi padre lo perdió.

Por el rabillo del ojo, Mary Ann vio que Riley se alejaba de ella, agitando la cabeza.

«Tengo que irme. Dejo la ropa aquí. Escóndela para que no la vea tu padre».

—Si la viera se enfadaría, eso seguro. Acababa de hacerse a la idea de que estaba saliendo con Tucker. Si supiera que hay un chico que entra en mi habitación… —Mary Ann se estremeció—. Me encerraría para siempre.

«La reacción que habría tenido tu padre ante la aparición de Tucker no habría sido nada comparada con la mía. Pero, como te he dicho, esconde la ropa. La necesitaré la próxima vez que venga».

La próxima vez. Él iba a volver. Lo vería de nuevo. Tal vez entonces pudiera tener las cosas nuevas y bobas que sentía por él bajo control.

—Muy bien.

«Ah, y no te preocupes de que falte la ropa interior. Nunca llevo. Hasta mañana, Mary Ann».

A la mañana siguiente, Aden se llevó una gran sorpresa al llegar al instituto. Victoria estaba junto a las puertas. ¿Qué hacía allí, en público? Todo el mundo podía verla, y todos los chicos que pasaban a su lado se la quedaban mirando de hito en hito.

Aden aceleró el paso y Mary Ann tuvo que correr para poder mantener su ritmo. Se habían reunido en el bosque, a mitad de camino entre sus casas, y habían hecho juntos el resto del trayecto en un raro momento de privacidad. Shannon se había quedado en casa, porque estaba enfermo. El lobo también estaba ausente. Ella había estado refunfuñando por ese motivo durante todo el camino, preguntándose dónde estaba, qué estaba haciendo y por qué no estaba con ella. Aden no había tenido oportunidad de darle las gracias por haber decidido ayudarlo.

—¿Qué te pasa…? ¡Oh! —le preguntó Mary Ann, que se había quedado sin aliento.

Aden siguió su mirada, y vio al chico que estaba con Victoria aquel día, en el bosque. Era Riley, el guardaespaldas, que estaba junto a la vampira, y con una expresión de enfado por estar allí.

Sin embargo, Aden estaba más interesado en Victoria. Aquel día llevaba un vestido de color negro con brillos, que le llegaba hasta la altura del muslo, unas mallas negras y unas bailarinas con lacitos. Llevaba el pelo recogido en una coleta. Lo único que permanecía igual en ella era su anillo de ópalo.

Ella se percató del escrutinio de Aden.

—Esta ropa nueva no es muy cómoda, pero por una vez, sí queríamos encajar con los demás. ¿Te gusta?

—Estás muy guapa —dijo él.

Ella sonrió lentamente.

—Gracias.

—Hola, Riley —le dijo Mary Ann al guardaespaldas.

Riley asintió.

—Mary Ann —dijo con la voz ronca.

Aden frunció el ceño y miró a Mary Ann.

—¿Os conocéis?

Ella movió la cabeza afirmativamente, pero no apartó la mirada del chico. Del hombre. De lo que fuera. Parecía mayor y más curtido que todos los chicos que entraban al instituto.

—Tú también lo conoces. Me advertiste que me mantuviera alejada de él. Pero no te preocupes —le aseguró apresuradamente a Aden—. No va a hacernos daño.

La única persona, o criatura, contra la que Aden hubiera advertido a Mary Ann era el lobo. Aden respiró profundamente. El hombre lobo. ¿Riley, el guardaespaldas, era el hombre lobo?

Él se puso delante de ambas chicas, extendió los brazos y observó al chico, a la versión humana de aquel animal grande y negro.

—Como te ha dicho Mary Ann, no voy a hacerles daño —dijo Riley con resignación.

Aden permaneció inmóvil y le miró las piernas a Riley. No tenía ningún bulto bajo el pantalón que indicara un vendaje.

—Me curo muy rápidamente —explicó Riley con algo de enfado—. Sólo cojeé durante un día, o dos.

Aquello era inesperado. Irreal, increíble.

—¿Eve? —dijo Aden en voz alta, y Riley frunció el ceño.

«¿Sí?».

La única vez que Mary Ann no había expulsado a las almas al negro vacío fue cuando estaba con el hombre lobo. Eso significaba que el lobo anulaba su habilidad del mismo modo que Mary Ann anulaba, normalmente, las de Aden.

«¿Aden?», preguntó Eve. «¿Necesitabas algo?».

—No, disculpa. Sólo estaba comprobando si te habías ido al agujero negro —murmuró él.

—¿Con quién estás hablando? —le preguntó Riley.

«Quiero hablar con Mary Ann. Tengo muchas cosas que…», dijo Eve al mismo tiempo.

¿A quién contestaba primero?

—Con una amiga —le dijo a Riley—. Y, Eve, sabes que no puedo hablar contigo en público. Por favor, entiéndelo.

Ella le soltó un gruñido, pero se quedó callada.

—En realidad, no debería estar hablando con ninguno de vosotros aquí —dijo Aden. Miró a su alrededor y añadió—: Por aquí.

Tomó a Victoria y a Mary Ann de la mano y las llevó hacia el enorme roble que había a un lado del edificio.

Riley los siguió, mirando con los ojos entornados las manos entrelazadas de Aden y Mary Ann, hasta que Aden la soltó.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó Mary Ann, y le dio una patadita a una piedra con la punta del zapato. Estaba nerviosa y se sentía insegura. Si Aden no se equivocaba, estaba mirando a Riley a través de las pestañas.

Pobre Mary Ann. Era evidente que aquel chico le gustaba, pero Aden sabía que aquello no iba a terminar bien para ella. Algún día, pronto, Mary Ann estaría corriendo por el bosque, con las mejillas llenas de lágrimas, y perseguida por Riley el lobo. ¿Y él querría hacerle daño? O tal vez consolarla, pensó Aden de repente. Cosas más raras habían pasado, obviamente.

—Os lo explicaré dentro de un momento. Creo que primero hay que hacer las presentaciones —dijo Victoria.

¿Cómo podía habérsele olvidado?

—Victoria, te presento a Mary Ann —dijo Aden—. Mary Ann, ella es Victoria. Y parece que todo el mundo conoce a Riley.

—Me alegro de conocerte —dijo Mary Ann.

Victoria asintió, mirando a Aden y a Mary Ann.

—Yo a ti también. Había oído hablar mucho de ti —dijo; su tono de voz no fue precisamente agradable.

¿Acaso estaba… celosa?

—No veo que tengas… Quiero decir… —Mary Ann se ruborizó—. No importa.

—Son retráctiles —explicó Victoria—. Emergen sólo cuando tengo hambre.

Mary Ann se tapó el cuello con una mano.

—Oh.

—No te va a morder —le dijo Aden.

Sin embargo, Victoria no intentó tranquilizar a Mary Ann. Tal vez estuviera celosa. Aden tuvo ganas de sonreír.

Observó a los tres chicos que estaban con él, y se admiró. Qué distintos eran. Una bella vampira, un cambiador de forma misterioso y una chica adolescente aparentemente normal. No se conocían desde hacía mucho tiempo, pero él había llegado a sentirse muy cercano a ellos en muy poco tiempo. Bueno, al menos a dos de ellas.

—Me dijiste que los hombres lobo son despiadados —le dijo a Victoria—. Entonces, ¿por qué tu guardaespaldas es uno de ellos?

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