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Authors: Gena Showalter

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil

Entrelazados (31 page)

—Allí —dijo John, y la señaló con un dedo.

Aden se acercó a ella. Cuando lo vio, Chloe agachó la cabeza hacia la bandeja. Había otras tres chicas con ella, que tenían los libros de texto abiertos ante sí para estudiar. Pasó un momento. Chloe miró hacia arriba al darse cuenta de que él se dirigía hacia ella. Miró hacia atrás, no vio a nadie y volvió a mirar a Aden con la boca abierta.

—¿Puedo hablar contigo? —le preguntó él.

Ella miró a sus amigas. Ellas también lo estaban mirando con desconcierto.

—A solas —añadió—. Por favor. Necesito hablar contigo sobre algo importante.

John se puso tras ella, se inclinó y respiró profundamente. Apretó los labios, como si quisiera contener un gemido. ¿Un quejido?

Ella asintió hacia sus amigas, que se levantaron y se alejaron lentamente sin dejar de mirarlos. Aden se sentó frente a ella. John permaneció detrás de Chloe, acariciándole la mejilla con anhelo. Ella no se dio cuenta.

—Me llamo Aden —dijo él.

—Ya lo sé —respondió Chloe—. ¿Qué te ha pasado en la cara? ¿Y qué quieres?

Él ignoró su primera pregunta.

—Tengo que darte un recado. John O’Conner y yo éramos amigos. Él me habló sobre ti, y me dijo que te quería —dijo. Entonces, ella palideció—. John quería decírtelo, pero…

Chloe se puso en pie de un salto. Con las manos temblorosas, tomó la bandeja.

—¡Cómo te atreves! —le susurró furiosamente—. Seguro que has oído el rumor de que salíamos juntos, y has venido a reírte de mí. Creía que él era cruel, pero tú… —a la chica se le escapó un sollozo de dolor.

—No dejes que se marche —le pidió John a Aden, con pánico—. Tiene que entenderlo.

Aden también se puso en pie.

—Tal vez las cosas empezaran en broma, pero John se enamoró de ti y quería estar contigo.

Ella se dio la vuelta para alejarse.

—Aden, por favor —le suplicó John.

—Espera. Tienes razón. Yo no lo conocía —le dijo Aden a Chloe—. No lo conocí cuando estaba vivo. Pero durante estas semanas pasadas he podido ver algunos espíritus, y él ha acudido a mí para pedirme que hablara contigo.

Por lo menos, ella no salió corriendo. Aden había conseguido captar su atención, aunque no sabía si la muchacha le creía.

John se colocó ante ella y le pidió:

—Dile que era verdad lo que le dije la última vez que la llamé. Me habría escapado con ella. Incluso intenté regalarle el anillo de mi abuela. Lo dejé en la guantera de su coche para darle una sorpresa.

Aden repitió todas aquellas palabras.

Lentamente, Chloe se dio la vuelta y miró a Aden. Tenía la cara llena de lágrimas.

—No sé cómo has sabido lo del anillo y no me importa —dijo. Cerró los ojos y con un suspiro tembloroso, se sacó de la camisa una cadena que llevaba colgada al cuello, de la que a su vez colgaba un anillo con un brillante en el centro—. Sólo quiero que me dejes en paz.

Aden siguió su mirada de asombro. Por la ventana había entrado un rayo de luz que iluminó a John y recortó la silueta de su cuerpo en el aire. Chloe alargó una mano, y pasó los dedos a través de él. Él se inclinó para recibir la caricia, de todos modos.

—¿John?

—Hola, Chlo. Dios, te echo de menos.

—¿Lo oyes? —le preguntó Aden.

—No —susurró ella.

Él repitió lo que había dicho John. Pasó un largo rato en silencio, y el rayo se desvaneció. John también desapareció, pero Chloe no se movió.

—Lo que acabo de ver… no es posible —dijo, sacudiendo la cabeza.

—Es más que posible —repuso Aden—. Más tarde puedes convencerte de que han sido todo imaginaciones, pero por ahora… ¿Qué le dirías si pudieras hablar con él?

Ella tragó saliva.

—Le diría que lo perdono. Le diría que cuando encontré el anillo me di cuenta de que me había dicho la verdad y de que yo también lo quería.

—Gracias. Muchas gracias —dijo John, y le dio un beso en la frente.

Su imagen comenzó a temblar y se desvaneció por completo.

Aden se preguntó si volvería a ver a John, o si al cumplir su último deseo, había acabado con el tormento del fantasma y lo había enviado para siempre a su lugar de descanso.

Chloe se quedó allí, llorando, y sus amigas se acercaron para ofrecerle consuelo. Aden las dejó. Se sentía confuso, pero satisfecho, y se dirigió hacia el aparcamiento. Victoria ya estaba esperándolo allí, frente a un coche de color azul. Él se detuvo, y ella sonrió con inseguridad.

—¿Dónde has estado? —preguntó él, también con inseguridad—. ¿Dónde están Riley y Mary Ann?

Ella señaló el coche.

—Entra y te lo enseñaré.

Se acomodaron en el vehículo. Aden se sentó tras el volante, y ella le entregó las llaves y le señaló hacia el norte. Aden tuvo la sospecha de que aquel día iba a dar otro giro a peor. Aunque ya había sido horrible, aquel presentimiento lo asustó de verdad.

Aunque Aden no tenía mucha práctica al volante, consiguió poner el coche en camino hacia Tri City, que era donde estaban Riley y Mary Ann. Él había estado allí unas cuantas veces, y sabía que había restaurantes, tiendas de ropa y un cine.

—¿Y qué hacen allí?

—Yo… ellos… —Victoria suspiró—. Es un poco difícil de explicar. Será mejor que te lo enseñe.

—¿Habéis estado allí todo el día?

—Sí.

Y lo habían dejado de lado. Vaya.

—¿Y por qué no me habéis recogido antes?

—Porque irradias tanto poder, que queríamos asegurarnos de que podemos protegerte si algo sale mal.

Eso lo entendía. Con él siempre había algo que salía mal.

—¿Y quién era el chico de ayer? ¿El que estaba en mi ventana? El que oyó que me decías que te dejara en paz.

Ella se giró en el asiento, hacia él, y apoyó la cabeza en el asiento. Tenía el pelo suelto, y los mechones azules brillaban.

—Me costó mucho decirte que me dejaras en paz. Odio a ese hombre, y tenía que decirlo para que él lo oyera. No podía permitir que él sepa lo mucho que… me gusta estar contigo. Se habría enfrentado a ti, yo me habría puesto de tu parte y mi padre nos habría castigado a todos.

—La próxima vez avísame, y te seguiré el juego. ¿Quién es?

—Es un vampiro —dijo ella, evasivamente—. Por su culpa, ahora me han prohibido salir de casa por la noche.

La amargura de su tono de voz fue tan grande como la de Aden.

—¿Es otro de tus guardaespaldas?

—Podría decirse que sí.

—¿Y cómo se llama? ¿Te ha hecho daño?

—Se llama Dmitri, y no, no me ha hecho daño físicamente.

Entonces, ¿emocionalmente sí? Aden estaba empezando a captar los matices de Victoria. Ella no quería mentirle, y por lo tanto, se mantenía al borde de la verdad con omisiones. Él hacía lo mismo con Dan.

Aden quería que ella confiara en él plenamente, que no hubiera secretos entre ellos. Sin embargo, eso iba a tomarles un tiempo, porque él no iba a presionarla como habían hecho sus médicos con él. Algún día, ella se daría cuenta de que, dijera lo que dijera, hiciera lo que hiciera, él la querría.

¿Amor?

Se le aceleró el corazón. Nunca había creído que pudiera sentir aquella emoción. Siempre había intentado protegerse contra ella, porque a menudo lo sacaban tan pronto de los hogares de acogida, que había aprendido que las despedidas eran menos dolorosas si no se encariñaba con las personas de las que tenía que separarse.

Aquella experiencia en Crossroads era diferente. Se había imaginado que Dan era su padre, se había hecho amigo de Mary Ann y de Shannon, y luego de Victoria, y casi de Riley. Y después había empezado a desear de Victoria más de lo que hubiera querido de ninguna otra chica, porque estaba medio enamorado de ella antes de conocerla.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó Victoria con preocupación.

—Sí —respondió Aden con la voz entrecortada—. Muy bien.

Sí estaba bien. La quería.

Eve pondría objeciones. Y los otros también. Sin embargo, Aden no podía evitar sentir lo que sentía. Victoria era lista, guapa, buena. Se había puesto de su lado cuando ningún otro lo había hecho. Nunca lo había mirado como si fuera raro o distinto. No, siempre lo había mirado como si fuera perfecto, digno de amor por sí mismo.

—¿En qué estás pensando? —preguntó ella.

No podía decírselo. Todavía no. ¿Qué era lo que Victoria sentía por él?

—¿En tu muerte?

Aden se puso rígido al recordarlo.

—Desde que me lo contaste no he podido pensar en otra cosa —dijo Victoria con la barbilla temblorosa, como si estuviera intentando contener las lágrimas.

Aquellas lágrimas le produjeron una gran alegría a Aden, y también le dieron a entender que lo que Victoria sintiera por él debía de ser intenso. Sin embargo, no les quedaba mucho tiempo para estar juntos. Aunque tal vez existiera una manera de salvarse… No estaba dispuesto a separarse de ella.

—¿Podría convertirme en vampiro?

—Oh, ojalá. Pero aunque los libros y las películas lo retraten, nunca se ha conseguido con éxito. Nuestra sangre es distinta a la vuestra, y los humanos no pueden tolerar la cantidad que se necesita para hacer la transformación. Se vuelven locos —dijo Victoria, y con un suspiro de tristeza, continuó—: Los primeros fueron creados en tiempos de mi padre. Cuando él se dio cuenta de lo que era, obligó a sus soldados de élite y a las mujeres que ellos eligieran a beber como él había hecho, como habían hecho sus mascotas. Algunos de ellos cambiaron, otros no. Durante los años siguientes, muchos otros intentaron transformar a más humanos, pero todos murieron.

—¿En serio?

—Sí. Los únicos vampiros nuevos son los que nacen de una madre vampira.

—Pero es lógico pensar que si se crearon vampiros una vez, puedan crearse de nuevo.

—Cierto. Pero nadie sabe que los últimos intentos han fracasado. O la sangre que mi padre y sus hombres consumieron ya no tiene el mismo efecto, o los cuerpos humanos han evolucionado y se han hecho más resistentes. Algunas veces, el vampiro que intenta la transformación muere con el humano.

Entonces, aquélla era una opción descartada. No iba a poner en peligro a Victoria. Aden suspiró. ¿Qué podía hacer?

—Tuerce a la izquierda —le dijo ella.

Él obedeció, y pronto se vio recorriendo una carretera de tierra a las afueras de la ciudad. Había edificios que daban a otra parte del bosque. La gravilla crujía bajo los neumáticos, y el coche botaba. No había nadie. Sólo un corvette rojo.

—Aparca aquí.

Aden frenó y apagó el motor. Se quitaron el cinturón de seguridad a la vez, y se miraron. Ella llevaba una camiseta negra, como de costumbre, y se la estaba sujetando por el bajo. Al ver sus uñas pintadas de negro, Aden recordó que tenía la laca en la mochila.

Tomó la mochila del asiento trasero, abrió la cremallera y rebuscó dentro. Cuando tocó con los dedos el frasco de cristal pequeño y frío, lo sacó, rezando por que fuera rosa y brillante, tal y como le había prometido John. Lo era. Gracias a Dios.

—Antes de que me enseñes lo que quieras enseñarme, quería darte esto —le dijo a Victoria, y se lo tendió—. Para ti. Bueno, para tus uñas.

Ella lo miró, miró a Aden y volvió a mirar el frasquito, con la boca abierta.

—¿Para mí?

¿Aquello significaba que le había gustado?

—Sí. Como mencionaste los colores de casa de Mary Ann, pensé que tal vez…

—¡Me encanta! —exclamó Victoria.

Se lanzó a sus brazos y le llenó la cara de besos. Cuando uno de aquellos besos cayó en los labios de Aden, Victoria se quedó inmóvil. Su sonrisa desapareció. Lo besó de nuevo, suave y lentamente, dejando que su lengua se le deslizara entre los labios.

Él tenía cortes y magulladuras, y el beso le dolió, pero no la habría detenido por nada del mundo. La abrazó y la estrechó contra sí, atesorando aquel contacto. Inhaló profundamente el olor a flores de su pelo, y se dejó envolver por su calor…

Alguien llamó a la ventanilla.

Se apartaron de un salto, como si se hubieran quemado. Aden estaba palpando sus dagas cuando vio el rostro de Riley, intenso y curtido. Mary Ann estaba a su lado, muy pálida.

Él abrió la puerta y salió. El interior fresco del coche dio paso al calor del día. Había una cosa que Aden odiaba de Oklahoma, y era que un día podía ser frío y el día siguiente una sauna.

No había oído moverse a Victoria, pero de repente, ella estaba a su lado.

—¿Y bien? —preguntó.

—Cada vez va peor —respondió Riley.

Victoria se puso tensa, y Aden le rodeó la cintura con un brazo.

—¿Qué ocurre? —preguntó.

—Ven. Te lo enseñaré.

Riley tomó a Mary Ann de la mano y entró en un callejón que había entre dos edificios, manteniéndose en las sombras.

—No deberíamos haberos traído aquí, pero tenemos que enseñaros lo que hay ahí fuera para que podáis identificar a las especies de una mirada.

Aden los siguió sin soltar a Victoria. Permaneció en guardia, como si fueran a recibir un ataque, pero para su sorpresa, no se les abalanzó nada ni nadie. También para su sorpresa, sólo vio a multitud de gente caminando en todas direcciones cuando llegaron al final del callejón. Había mucha gente, más de la que él hubiera pensado, en aquella pequeña zona de la ciudad. Pero… ¿qué problema había en eso?

—¿Ves a aquella mujer? —le dijo Victoria, al tiempo que señalaba a una mujer con el pelo castaño, fea, con una camiseta marrón y unos vaqueros desgastados. Era muy corriente, y no llamaba la atención entre los demás.

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