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Authors: Gena Showalter

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil

Entrelazados (14 page)

Ella se humedeció los labios.

—¿Ese chico puede desaparecer en un abrir y cerrar de ojos?

Aden negó con la cabeza.

—Pero yo lo vi…

—No me viste desaparecer. Me viste poseer el cuerpo de otro.

Dios santo. Aden podía poseer los cuerpos de otros seres. Entrar en ellos como si fueran un ascensor y él tuviera que subir al último piso. Mary Ann se estremeció.

Entonces, se dio cuenta de que él se había detenido en seco, y se volvió. Aden la estaba mirando con una expresión torturada, con miedo y dolor. Realmente, se esperaba que ella saliera corriendo y gritando, huyendo de él.

Y Mary Ann lo habría hecho si hubiera pensado que podía poseer su cuerpo. Aquello era demasiado para una chica que siempre había echado mano de la ciencia para explicar lo desconocido. Sin embargo, él no se merecía que lo tratara así. Aden le estaba dando lo que ella quería, lo que le había exigido. Lo que no quería darle.

Él debía de vivir en el miedo constante de que lo descubrieran, temiendo lo que podría hacerle la gente si lo sabían. Aquel estrés podría haber destruido al más valiente de los hombres, pero él estaba allí, quieto, esperando, demostrando lo fuerte que era. Y el hecho de que le hubiera contado todo eso a ella demostraba lo profunda que era su amistad.

Entonces, Mary Ann se acercó a él, y se dio cuenta de que tenía gotas de sudor en la frente, prueba de su nerviosismo. «No voy a tener miedo de él», se dijo ella con determinación. Sin previo aviso, le rodeó la cintura y le dio un abrazo.

Al principio, él se quedó rígido, pero al cabo de unos instantes la abrazó también. Se quedaron así durante unos minutos, absortos. Y mientras él la abrazaba, las dudas de Mary Ann se desvanecieron. El día anterior la había protegido de un hombre lobo. Aden no quería hacerle daño.

Él fue quien se alejó, como si no confiara en que podía seguir abrazándola. Su expresión era neutra, pero sus ojos… Oh, sus ojos. En aquella ocasión eran marrones. ¿Qué significado tenía aquel cambio? Mary Ann tenía mucho que aprender sobre él.

—Y dime una cosa, ¿poseer cuerpos es lo único que puede hacer ese chico? —le preguntó suavemente.

Él volvió a negar con la cabeza.

Así que había más. Sorprendentemente, Mary Ann no volvió a sentir miedo.

—¿Qué más?

—Mary Ann, ¿crees que hay muchas posibilidades de que ese chico que puede hacer cosas que los demás no pueden hacer se haya pasado la mayor parte de su vida saltando de manicomio en manicomio?

¿En manicomios? Pobre, dulce Aden. Tal vez Mary Ann fuera muy joven, pero sabía cómo podía ser la gente intolerante con los que eran distintos. Sólo tenía que recordar cómo había tratado Tucker a Shannon por su tartamudez. ¡Y tartamudear no era nada comparado con lo que podía hacer Aden!

—Creo que sí hay muchas posibilidades, pero eso no significa que vaya a dejar de caerme bien.

Él se miró los pies para disimular su incredulidad. Pasó un momento. Aden suspiró, la tomó de la mano y tiró de ella hacia el instituto.

—¿Cómo puedes aceptar todo eso con tanta facilidad?

—¿Facilidad? Llevo toda la noche en vela por esto. ¿Acaso crees que una chica puede oír de verdad a un hombre lobo hablándole dentro de la cabeza? Y si puede, ¿está loca? ¿De verdad ha visto desaparecer a un chico? Ella tiene que aceptar que lo que ha visto es cierto, o admitir que está loca.

Él le estrechó la mano. Con calidez, con fuerza. Para reconfortarla. Para darle un consuelo que ella necesitaba tanto como él.

—¿Y el lobo? —le preguntó—. ¿Qué pasó con él?

—La última vez que lo vi estaba vivo —dijo él, en tono de culpabilidad.

—¿Te dijo algo? ¿Mencionó por qué me sigue?

—No, y no tuve tiempo de preguntárselo. De todos modos, no creo que me hubiera respondido. Cuando me separé de él no éramos precisamente amigos.

—Pero es un chico, ¿verdad?

—Sí. Es un chico muy peligroso. Si vuelve, no te acerques a él. Ha jurado que me va a matar.

—¿Cómo? ¿Por qué?

Habían llegado a la escuela, y él no pudo responder. Mary Ann soltó la mano de Aden cuando uno de sus compañeros de clase los vio y se quedó boquiabierto. No se avergonzaba de que los demás la vieran con Aden y pensaran que eran una pareja, y Mary Ann esperaba que él se diera cuenta. Si Mary Ann sintiera algo por él, se habría sentido orgullosa de ser su novia. Sin embargo, no era su novia; lo veía más como a un hermano. Y además, todavía no había hablado con Tucker para aclarar la situación. No sabía bien lo que iba a hacer con él. La última vez que se había ido a dormir, su mundo era muy sencillo. Su plan de los quince años era lo que regía sus acciones. Sin embargo, en aquel momento se le habían abierto los ojos a un mundo vasto, lleno de colores brillantes, a un rompecabezas que quería resolver con todas sus fuerzas, y cada segundo encontraba una sorpresa que no podía prever. ¿Dónde podía encajar Tucker en su nueva vida? ¿Quería Mary Ann que encajara?

Suspiró. Parecía que tenía que entender algo más que los hombres lobo y las habilidades secretas.

Después de haber pasado por la secretaría a recoger el horario, Mary Ann hizo con Aden el tour que le había prometido por Crossroads High. Su conversación relativa a lo sobrenatural se había interrumpido en cuanto habían entrado en el aparcamiento, y desde entonces, sólo habían hablado de cosas corrientes.

Aden agradecía aquel descanso, aunque sabía que iba a terminar pronto. No sabía qué otras cosas iba a decirle a Mary Ann cuando llegara el momento. No estaba seguro de cuánto podría asimilar ella. Lo poco que le había revelado la había hecho palidecer y temblar. Aden quería que ella lo ayudara con las almas, sí, pero…

¿Podía confiar en que ella no se lo contara a nadie? Quería confiar en ella, y ella le había dicho que podía hacerlo, pero Aden sabía que la gente mentía.
Siempre te querremos, pero esto es por tu propio bien
, le había dicho su madre en una nota que le había dejado en el primer sanatorio mental, y que él había leído años más tarde. Sus padres nunca habían vuelto a recoger al hijo al que tanto querían. «Esto no te va a doler», le habían dicho los médicos, uno tras otro, antes de clavarle una aguja en cualquier parte del cuerpo.

La gente decía cualquier cosa para obtener la reacción que deseaba. Sus padres no querían que él pensara mal de ellos, ni de su decisión. Los doctores no querían que él se resistiera.

Con Mary Ann, él había olvidado, consciente o inconscientemente, aquella lección. Su abrazo... Lo había abrazado como si él le importara de verdad, como si ya fueran de la misma familia y tuvieran que cuidar el uno del otro. Decírselo era el único modo de conseguir su ayuda. Si acaso ella podía ayudar, claro.

—Cuidado —le dijo Mary Ann, y lo empujó suavemente hacia un lado.

Un grupo de deportistas pasó junto a él.

—Lo siento. Estaba distraído.

Y no había sido por culpa de las almas. Al contrario que el día anterior, en el bosque, cuando las había oído aunque estuviera en presencia de Mary Ann, estaban en silencio de nuevo. Eso tampoco lo entendía.

Aden frunció el ceño. Estuvo a punto de chocarse con otra persona. Se había distraído de nuevo. ¿Cuánto llevaba recorriendo los pasillos del instituto sin verlos?

Se obligó a asimilar lo que había a su alrededor. Las paredes estaban pintadas de negro, dorado y blanco, los colores del instituto. Había carteles que decían
Ánimo Jaguars
cada pocos metros. Los chicos iban en todas direcciones. Se abrían y se cerraban las taquillas. Las chicas se reían mientras los chicos las miraban.

—La temporada de fútbol está en su apogeo —dijo Mary Ann—. ¿Tú juegas? Sé que Dan jugaba, así que me imaginé que tal vez entrenara a los chicos del rancho.

—No. Yo no juego, y Dan no nos entrena. Tenemos muchas tareas.

Sin embargo, a Aden le encantaba ver los partidos, y odiaba el hecho de no poder concentrarse lo suficiente como para jugar.

—Lo siento —dijo ella.

—¿Por qué?

—Bueno, lo has dicho con tristeza, como si quisieras jugar pero…

Mary Ann se quedó callada al darse cuenta de que tal vez los deportes de contacto no fueran lo mejor para alguien que podía poseer el cuerpo de otros.

Ella no tenía ni idea de que aquello sólo era una parte del problema.

—No te preocupes. Lo superaré —dijo Aden. Había otras mil cosas de las que podría preocuparse—. ¿Qué va a pensar tu novio de que me enseñes el instituto? Él no quería que lo hicieras, ¿te acuerdas?

—No quiero hablar de él —dijo Mary Ann, y antes de que Aden pudiera responder, añadió—: Déjame ver tu horario.

Parecía que él no era el único que sabía cómo cambiar de tema. Se sacó el papel del bolsillo y se lo entregó.

Ella lo leyó.

—Tenemos dos clases juntos. La primera y la segunda hora.

—¿Me vas a dejar copiar en los exámenes? —bromeó él.

—Tal vez yo te copie a ti. Puede que saque muy buenas notas, pero tengo que ganármelas a pulso.

—Deberíamos estudiar juntos.

—Como si fuéramos a estudiar algo —dijo ella, riéndose.

—Espera, ¿se supone que deberíamos conseguirlo? Creía que la palabra «estudiar» era un código para reunir-nos y hablar.

Mary Ann lanzó otra carcajada.

—Ojalá.

Qué normal le parecía todo aquello. Y, pese a todo lo que estaba ocurriendo, Aden se dio cuenta de que era feliz.

El lobo quería comérselo, ¿y qué? Victoria, la chica a la que quería besar, un día se bebería su sangre, ¿y qué? Alguien iba a clavarle un puñal en el corazón, ¿y qué? Podía soportarlo.

No importaba lo que le deparara el futuro. Podría soportarlo.

A causa del toque de queda de Aden, Mary Ann no tuvo ocasión de hablar con él después de las clases.

Así pues, a la mañana siguiente lo esperó a las puertas del instituto, pero Tucker llegó antes. Como temía que los dos chicos se encontraran, Mary Ann le pidió que la acompañara a clase. Por lo menos él había vuelto a ser el de siempre, solícito y halagador. Pero Mary Ann seguía sin saber qué hacer con Tucker, tal vez porque tenía demasiadas cosas en la cabeza. Como Aden y el lobo.

Intentó hablar con Aden durante las clases que compartían, pero los profesores los separaron y observaron atentamente al chico, como si temieran que fuera una mala influencia. Y, en los descansos había demasiados chicos en los pasillos como para poder hablar de cosas importantes.

Durante la hora de la comida, Mary Ann no lo encontró por ninguna parte. Como siempre, se sentó con Tucker y con su grupo, y con Penny y el suyo. No sabía cómo habrían reaccionado si los hubiera dejado para estar con Aden.

Por desgracia, toda la semana pasó de un modo muy parecido. Tucker se reunía con ella todas las mañanas, los profesores la mantenían separada de Aden y él desaparecía a la hora de comer. No volvieron a tener ocasión de hablar. Mary Ann pensó que él debía de sentirse aliviado por no tener que contarle ningún secreto más.

Cada día, después de la última clase, él tenía una escapatoria, porque Mary Ann no quería verlo. Su lobo, el lobo que había prometido que iba a matar a Aden, la esperaba siempre. En realidad, la acompañaba hacia el colegio, y de vuelta a casa. El alivio que había sentido Mary Ann al verlo y saber que estaba bien seguía llenándola cada vez que volvía a encontrarse con él.

Por el bien de todo el mundo, ella intentaba mantener separados a Aden y al lobo. Sin embargo, aquello le estaba costando la cordura. Tenía que hablar pronto con Aden. ¿Cómo le iría en las clases? ¿Se estaba adaptando bien? ¿Había hecho amigos? ¿Adónde iba a la hora de comer?

¿Qué otras habilidades tenía?

Aquella última pregunta la obsesionaba.

Pronto, o antes o después de las clases, tendría que echar al lobo de su lado y hablar con Aden. Aunque no quisiera alejarse del lobo. Sentía mucha curiosidad por él. Quería que le mostrara su forma humana y que le dijera qué era lo que estaba ocurriendo. Sin embargo, él se había mantenido en silencio desde aquel primer día.

Mary Ann suspiró. Aquel día el sol lucía con fuerza y hacía calor. La sombra de los árboles sólo refrescaba un poco. En cualquier momento aparecería su nuevo amigo y…

Él saltó hacia ella.

Apareció.

En aquella ocasión, Mary Ann no pestañeó, no se tropezó. Ya estaba acostumbrada a su presencia. Él se puso a caminar a su lado. Sus garras rascaban de vez en cuando alguna piedra. Los primeros días cojeaba, pero después, su paso había vuelto a ser suave y ágil. Ella le había preguntado qué le sucedía, pero, por supuesto, él no había contestado.

Le resultaba asombroso haberse sentido alguna vez amenazada por él. Ahora se sentía segura, como si no pudiera ocurrirle nada malo, como si él fuera a protegerla con su vida. Era una tonta, y lo sabía. Pero después de una sola semana, ya no quedaba nada de la antigua Mary Ann. Había interrumpido su rígido programa de estudio, y no había trabajado todas las horas posibles durante el fin de semana. Pasaba todo el tiempo pensando en Aden y en el lobo.

—Todavía no he pensado en lo que puedo hacer con Tucker —dijo. Sabía que el lobo no iba a responder, pero necesitaba contárselo a alguien—. Es mi novio y me gusta, pero… no sé. Ya no me parece bien estar con él. Por lo menos ha dejado tranquilos a Aden y a Shannon, así que supongo que no debería quejarme.

El lobo gruñó.

¿Por Tucker, o por ella?

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