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Authors: Gena Showalter

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil

Entrelazados (30 page)

—Aden Stone es peligroso —dijo su padre, y dejó el periódico sobre la mesa del desayuno—. No quiero saber lo que está haciendo en Crossroads ni cómo lo has conocido, pero sé que no debes confiar en él. ¿Me estás escuchando?

—Sí.

—Si es necesario, llamaré a la escuela y…

Ella dio un golpe con las palmas de las manos sobre la mesa.

—¡Ni se te ocurra! Le causarías problemas y lo echarían de allí, y después lo volverían a meter en una clínica mental. ¡Un lugar donde no tiene que estar, y tú lo sabes! Dime que no vas a hacer eso. Dime que no eres tan cruel.

Mary Ann nunca le había hablado así a su padre, y él se quedó asombrado.

—¡Dímelo! —exclamó ella, y volvió a golpear en la mesa.

—No, no voy a hacerlo —dijo él suavemente—. Pero tú tienes que decirme que no vas a salir con él.

—¿Por qué?

Él no respondió.

En aquel momento, sonó el timbre.

Su padre frunció el ceño.

—¿Quién es?

—No lo sé.

Ella se levantó y fue hacia la puerta. Cuando abrió y vio quién era el visitante, se le aceleró el corazón. Riley. Tenía un aspecto tan curtido e implacable como siempre. Llevaba una camiseta negra y unos vaqueros, y el viento le había alborotado el pelo.

—¿Qué estás haciendo aquí? —le susurró, mirando hacia atrás para asegurarse de que estaban solos. No lo estaban.

—Sí, ¿qué estás haciendo aquí? —le preguntó su padre con aspereza—. ¿Y quién eres?

Riley no se inmutó. Inclinó la cabeza a modo de saludo.

—Hola, doctor Gray. Me alegro de conocerlo por fin.

—Papá, te presento a Riley —dijo Mary Ann, intentando disimular la euforia que sentía—. Es un chico nuevo del instituto. Le he estado enseñando la zona y la escuela.

—¿Va con…?

—No —dijo ella, que sabía que su padre le iba a preguntar si iba con Aden—. No.

—Te lo preguntaré de nuevo: ¿Qué haces aquí?

—¡Papá!

—No pasa nada, Mary Ann —dijo Riley, y miró a su padre—: He venido a recoger a su hija para llevarla al instituto.

—A ella le gusta caminar.

—Hoy no. Nos vemos después. Pórtate bien —le dijo Mary Ann.

Subió corriendo a su habitación, tomó la mochila y volvió a bajar corriendo. Riley y su padre se estaban observando en silencio.

Ella le dio un beso en la mejilla a su padre, y se dio cuenta de que tenía arrugas de tensión alrededor de los ojos.

—Adiós. Te quiero.

—Yo también te quiero.

Él no dijo nada más, no intentó detenerla. Mary Ann se alegró. No sabía cómo habría reaccionado, ni lo que hubiera dicho. Necesitaba a Riley en aquel momento. Su padre tenía respuestas, pero Riley tenía aquellos brazos que la reconfortaban. Ambos entraron en su coche deportivo rojo.

Cuando rodearon la esquina de la calle y se alejaron lo suficiente, se tomaron de la mano. Y de repente, el mundo de Mary Ann estaba en orden de nuevo.

—¿Adónde has ido? —le preguntó.

—Tenía que ver a Victoria, ducharme y cambiarme.

—Ah.

—Pero no quería irme —le dijo, y le besó el dorso de la mano.

A ella se le puso el vello de punta. Un momento después, se dio cuenta de que no iban al instituto, y frunció el ceño.

—¿Adónde vamos?

Él sonrió.

—Tienes que aprender a sobrevivir en este mundo en el que te encuentras. También necesitas distraerte.

—¿Qué significa eso? Lo de sobrevivir.

—Ya lo verás.

Victoria faltó a clase. También Mary Ann, y también Riley. ¿Qué estudiantes faltaban a clase cuando sólo era su segundo día de instituto? ¿Y qué decir de Mary Ann? Ella sí que estaba faltando a clase últimamente.

¿Estarían juntos?, se había preguntado Aden varias veces, mientras transcurría aquel día nefasto. Había empezado con las amenazas de muerte de Ozzie y había empeorado porque Shannon, que tosía y estaba muy débil, se había empeñado en ir a la escuela y Aden casi había tenido que llevarlo al edificio. Y allí había descubierto que sus amigos no estaban…

Quería marcharse a buscarlos, pero no podía, si quería volver. Si faltaba un solo día, Dan lo echaría. Victoria podía arreglar eso, claro, pero sólo si todavía quería estar con él. Después de lo de la noche anterior, de lo que le había dicho cuando había visto al vampiro espiando a través de la ventana, Aden no estaba seguro.

¿Quién era aquel tipo? ¿Y por qué Victoria había cambiado de actitud tan repentinamente? No tenía respuestas. ¿Y no quería ella protegerlo de las criaturas que habían invadido la ciudad? Seguramente, eso también había cambiado.

Durante toda la clase de química, en geometría y en español, él escuchó a medias a los profesores, y a medias a sus compañeros, que ya habían despertado y no estaban drogados, porque no había tomado la medicación. Durante aquella tercera clase, John O’Conner apareció una vez más a su lado.

—¿Por qué siempre apareces aquí?

—Porque tenía esta clase con Chloe. Y a propósito, ¿has hablado ya con ella?

Aden lo miró de reojo y negó con la cabeza. Cuando terminó la clase, se dirigió hacia la puerta, y John permaneció junto a él hasta que salió al pasillo. Entonces, el chico desapareció.

Debía ir en busca de Chloe. Como era la hora de comer, ella estaría en la cafetería. Aden tenía pensado salir del colegio e ir en busca de Victoria durante aquella hora, pero tendría que esperar. Le había dado su palabra a John, y quería esa laca de uñas.

Alguien le empujó con fuerza el hombro, y su mochila salió volando. De repente, Tucker apareció ante él con cara de pocos amigos, de amenaza. De determinación.

—¿Adónde vas, Chiflado?

Aden apretó los dientes.

—Quítate de mi vista, Tucker.

—¿Qué vas a hacer para conseguirlo? Aquí no hay nadie para salvarte esta vez.

El mundo que lo rodeaba se desvaneció, y apareció otro. Estaban en un callejón desierto, formado por paredes de ladrillo rojo pintado de grafitis. Había un contenedor de basura y ratas. Al fondo se oía una sirena de un coche de policía. ¿Qué demonios?

—Ahora sólo estamos tú y yo —dijo Tucker con petulancia.

Aden vio que a Tucker le giraban los ojos, y que el color gris estaba intercalado con plata. Aquello tenía que ser una ilusión. Tucker lo había intentado más veces, pero le había salido mal. En aquella ocasión, Mary Ann no estaba a su lado, y no había nadie que anulara el poder de Tucker. Salvo que…

Riley siempre eclipsaba la anulación de Mary Ann, y permitía que los compañeros de Aden hablaran en su presencia. Tucker había intentado el truco de las arañas cuando los dos estaban con él, y había fallado. ¿No significaba eso que Tucker no podía usar su habilidad contra Aden, estuviera con quien estuviera?

Se había distraído, y no se dio cuenta de que Tucker se le abalanzaba. Lo empujó con tal fuerza, que lo lanzó hacia atrás. Aden cayó al suelo. Aunque sus ojos le decían que había chocado contra la pared de ladrillo, la pared saltó y se alejó de él con una maldición. ¿Había chocado contra una persona, en realidad?

Tucker sonrió con perversidad.

—Esto va a ser divertido.

Cuando Aden se puso en pie, Tucker lo embistió de nuevo. Aden volvió a caer, pero en aquella ocasión rodó y agarró a Tucker por los hombros. Alzó las rodillas y le rodeó a Tucker la cintura para sujetarlo.

—No quiero pelearme contigo —le dijo.

—¿Eres un gallina? —Tucker se liberó los brazos, lo agarró por los hombros y lo tiró a un lado.

—¿Es que no puedes dejarme en paz? Yo nunca he hecho nada que pudiera perjudicarte.

—Adelante —dijo Tucker, que también se puso en pie—. Levántate y camina. Yo te seguiré. Seré tu sombra. Cada vez que te des la vuelta estaré ahí, y te daré un puñetazo. Y cuando haya terminado contigo, iré por Mary Ann. Después iré por Victoria. Ella…

Aden rugió y se lanzó contra Tucker, que abrió unos ojos como platos al recibir el primer puñetazo. El cartílago se rompió y saltó la sangre. Tucker soltó un aullido de dolor.

«Basta», dijo Eve. «Tienes que parar. Sólo te está provocando, intentando que te pelees con él para que te echen del instituto».

Aden ya no podía escuchar. Nadie amenazaba a sus amigos. A él, no le importaba. Había tenido que soportar amenazas durante toda su vida. Sin embargo, Mary Ann era demasiado delicada, y Victoria demasiado… suya. Se preparó para darle otro puñetazo a Tucker, pero se detuvo cuando la imagen de Tucker se transformó en la de Mary Ann. Pestañeó con desconcierto.

Lo siguiente que notó fue un puñetazo en la nariz. De nuevo se rompió un cartílago y saltó la sangre, pero en aquella ocasión era la suya. Sintió un dolor agudo, y después, una descarga de adrenalina.

Aden tuvo la sensación de que oía a los otros chicos gritar en la distancia. No podía ver a nadie. Tuvo el impulso de sacar las dagas, pero no lo hizo. No quería matar a Tucker, sólo detenerlo. Y humillarlo, de paso.

Aden se agachó y saltó hacia Tucker. Lo agarró por la cintura y lo empujó hacia la pared. Oyó una risa chulesca, y se irguió. Entonces, vio que Tucker había adoptado la forma de Victoria.

«Ella no, ella no, ella no». Aden le dio un puñetazo y Tucker abrió unos ojos como platos. Aden ya no iba a pelear limpiamente. El golpe se lo dio en el cuello, y lo dejó sin respiración. El otro chico se inclinó hacia delante, intentando tomar aire. Él le dio un rodillazo en la cara y le rompió el pómulo, y Tucker cayó al suelo y comenzó a retorcerse.

Aden saltó sobre él y le golpeó la cara una y otra vez. Después de un rato, Tucker dejó de moverse.

—No vas a amenazar más a Mary Ann. Ni a Victoria. ¿Me entiendes?

—Aden —dijo Victoria, suavemente, a su espalda.

Era sólo una ilusión, se dijo Aden, mientras continuaba dando puñetazos. Victoria le había dicho que la dejara en paz. Victoria ni siquiera estaba en el instituto.

Unas manos suaves y cálidas se le posaron en los hombros.

—Tienes que parar.

Aden se dio la vuelta para atacar a aquella nueva visión, cuando se dio cuenta de que el callejón había desaparecido, y de que las paredes de la escuela estaban de nuevo a su alrededor. Todo estaba lleno de chicos que lo miraban, pero que ya no animaban la pelea. Ni siquiera sonreían. Todos lo estaban mirando con horror y con espanto.

Él miró a Victoria. Era ella de verdad. Tenía la respiración muy profunda, y los colmillos le asomaban sobre los labios, señal de que tenía mucha hambre. No podía ser una ilusión, porque Tucker no sabía que ella era una vampira. Aden se levantó con las piernas temblorosas y se acercó a ella. Tenía las manos cubiertas de sangre.

Victoria se alejó.

—No puedo tocarte ahora —le dijo.

¿Ella también le tenía miedo? ¿O sólo deseaba la sangre que lo cubría?

—¡Oh, Dios mío!

El señor White, el director del instituto, se abrió paso por entre la multitud y miró a Tucker, que estaba inmóvil.

—¿Qué has hecho? ¿Qué diablos has hecho? ¡Que alguien llame a una ambulancia!

Victoria negó con la cabeza.

—¡Que nadie se mueva! —gritó, e irradió un poder absoluto—. Escuchadme y obedeced. Salvo tú, Aden.

Todos se quedaron inmóviles, incluyendo a Shannon, que estaba paralizado en mitad de una tos. No. Shannon había sido bueno con él durante aquellos días, y se habían protegido el uno al otro. Aden no quería que el chico lo viera así, ensangrentado y feroz, y que Victoria tuviera que utilizar sus poderes vampíricos contra él.

—Un extraño alto y rubio entró en el instituto y se peleó con Tucker —dijo ella, y todos asintieron—. Lo habéis visto. Después, visteis al extraño salir corriendo. No lo seguisteis porque estabais demasiado preocupados por Tucker. Y ahora, marchaos. El director se encargará de todo a partir de este momento.

Cuando ella quedó en silencio, todo el mundo comenzó a moverse y a alejarse. Los chicos murmuraban con miedo sobre el extraño alto y rubio, y Shannon se escabulló. El director se inclinó y le tomó el pulso a Tucker en el cuello.

—Está vivo —dijo con alivio.

A Aden se le hundieron los hombros. Gracias a Dios, no lo había matado.

Victoria le tomó la cara entre las manos y lo obligó a que la mirara.

—Reúnete conmigo en el aparcamiento. Voy a convencer a los profesores de tus tres últimas clases de que estás allí, aunque no lo estés.

—No —le dijo John, que de repente había aparecido a su lado—. He puesto la laca de uñas en tu mochila. Rosa, brillante y nueva. Tienes que ir a buscar a Chloe.

Aden lo miró, y después se volvió hacia Victoria. Ella no había visto al fantasma.

—Tardaré unos minutos. Antes tengo que hacer una cosa.

No le dio ocasión de preguntar qué. Se inclinó, la besó con fuerza y corrió hacia la cafetería.

—Antes para en el baño para lavarte —le pidió John—. La vas a asustar.

Aden obedeció. No podía quitarse los moretones de la nariz y de las manos, así que se lavó la sangre lo mejor que pudo. Cuando terminó, entró en la cafetería y miró a su alrededor.

—¿Dónde está? —le preguntó a John.

Desde que había sabido, el día anterior, que el chico era un fantasma, había hecho un esfuerzo por averiguar quién era Chloe Howard. Ella iba con los chicos más listos, los que se preocupaban más de las notas que de las apariencias. Era una chica muy mona, con gafas gruesas, pecas y aparato dental. Tenía el pelo castaño y liso, y siempre lo llevaba recogido en una coleta.

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