—Es verdad, pero… ¿y si mi madre era una neutralizadora como tú? Yo no habría atraído a nadie hasta después de mi nacimiento, hasta que me alejaron de ella. No lo sabremos hasta que hablemos con ella, si la encontramos. Y en cuanto al motivo de por qué no he vuelto a atraer a nadie a mi mente, sean fantasmas o almas, porque sólo era vulnerable en mi nacimiento. Tal vez después, incluso de bebé, aprendiera a defenderme. Tal vez no quedara sitio para nadie más. Puede que eso no lo sepamos nunca.
Ella no tenía respuestas. Todo lo que había dicho Aden tenía sentido, e hizo mella en su determinación.
—Ahora, Eve y tú tenéis la oportunidad de conocer la verdad. ¿De verdad quieres perdértelo?
—No —dijo ella, irguiendo los hombros—. No quiero perderme nada.
Aden asintió, como si ya se hubiera esperado aquella respuesta.
—Voy a hacer algo que no había hecho durante años. Es algo que odio hacer, porque entonces soy como una de las almas, y me quedo atrapado en un cuerpo que no es el mío —le explicó Aden. Sus ojos estaban cambiando de color, y todos los colores se fundían en uno—. Voy a dejar que Eve tome el control del cuerpo. Eso significa que la próxima vez que hable contigo, no seré yo. Será Eve, ¿de acuerdo?
Aunque se sentía cada vez más nerviosa, Mary Ann asintió.
Aden cerró los ojos y respiró profundamente.
—Eve —dijo—. Ya sabes lo que tienes que hacer.
Pasó una eternidad, durante la que no cambió nada ni ocurrió nada. Entonces, Aden se puso muy rígido, y gruñó. Luego, abrió los ojos. El cambio de colores se había detenido, y eran de un color castaño como el de Mary Ann. Ella se quedó asombrada, y todo el mundo desapareció a su alrededor. Aden era la única ancla que tenía en aquel momento, y era lo único que impedía que se desvaneciera.
—Hola, Mary Ann —dijo él. No. Lo dijo Eve. Era la voz de Aden, y sin embargo, tenía una suavidad que antes no estaba presente.
Mary Ann se estremeció, y la necesidad de abrazarlo fue mucho más fuerte que antes.
—Hola.
—¿Quieres que nos vayamos? —preguntó Victoria.
—No podéis —dijo Eve—. Sin Riley, Mary Ann anula las habilidades de Aden. Yo no podría controlar su cuerpo.
Todos se quedaron en silencio.
—Esto es absurdo —dijo Mary Ann—. No hay forma de que lo resolvamos. No sé nada sobre mi madre, y tú tampoco sabes nada sobre ella. No sabes nada sobre mí —dijo con amargura.
«Sí sabes algo sobre ella», pensó de repente, y recordó uno de los pasajes que había leído en su diario, y que se le había quedado prendido en la memoria.
Mis amigos creen que soy tonta. Tener un bebé a mi edad, cuando hay formas de arreglarlo. Como si yo pudiera separarme de este milagro. Ya la siento. Ya la quiero. Moriría por ella.
Y por desgracia, seguramente eso era lo que había ocurrido.
—¿Recuerdas algo de tu vida? —le preguntó Mary Ann—. Antes de estar dentro de Aden, quiero decir.
Ella negó con la cabeza.
—No. Lo he intentado. Todos lo hemos intentado. Creo que hay recuerdos que están esperando a ser liberados. Me refiero a que siento algo al fondo de mi conciencia, pero no puedo alcanzarlo —dijo entre suspiros—. Todos tenemos pensamientos y sentimientos, miedos y deseos que no podemos explicar de otro modo.
—¿Y cuáles son los tuyos?
En sus labios apareció una sonrisa.
—Siempre he sido una madraza, como dice Aden. La protectora. La que regaña. Siempre me han encantado los niños, y siempre he tenido miedo de estar sola. Tal vez por eso no he ayudado a Aden a encontrar la manera de liberarnos con tanta obstinación como hubiera debido. Pero ésa es mi cruz.
—Conociste a mi padre durante una sesión de terapia, ¿te acuerdas?
—Sí.
—¿Sentiste algo por él, algo como la inexplicable necesidad de abrazarlo, como lo que Aden dice que tú sientes por mí?
—Sentí cariño por él, gratitud. En aquel momento pensé que era porque estaba tratando a Aden. Él se sentaba junto al niño, lo escuchaba y no lo juzgaba.
—¿Y ahora?
Se encogió de hombros.
—No estoy segura. Como Aden, yo sólo era una niña cuando conocí a tu padre. No habría sabido cómo interpretar un sentimiento más profundo, como el que deberían tener dos esposos.
Mary Ann alzó las manos.
—Y entonces, ¿cómo se supone que vamos a averiguar la verdad?
—Yo tengo el control del cuerpo en este momento. Podría viajar en el tiempo hacia una versión más joven de mí misma. ¡Esto es asombroso! —dijo Eve, y ladeó la cabeza con una sonrisa—. Todas las voces. Vaya. Se me había olvidado lo difícil que es concentrarse. Aden me está recordando que para viajar al pasado debo elegir un momento específico de mi vida, y como no recuerdo quién soy, si acaso soy otra persona, no puedo ir a ningún sitio, salvo a su pasado.
Mary Ann se mordió el labio inferior.
—Tal vez haya un modo…
Sacó el diario de su madre de la mochila y se lo entregó a Eve.
—Esto era de mi madre. Ella escribía sobre su vida. Tal vez, si eres ella, alguna de estas cosas haga saltar un recuerdo tuyo.
—Muy buena idea —dijo Eve.
Tomó el diario con las manos temblorosas, lo abrió y comenzó a leer.
—«Hoy estoy cansada. No hay nada en la televisión, pero da igual. Tengo compañía. Mi angelito, que está acostado cerca de mi corazón. Hoy me está dando pataditas. Creo que quiere tarta de manzana, así que tal vez le haga una. Ya casi puedo oler la canela, y saborear el helado derretido».
Aden pasó la página con la mano temblorosa, y continuó leyendo.
—«Estaba demasiado cansada como para hacer una tarta, así que Morris me la ha traído. Sólo había tarta de cerezas en la pastelería, así que tendré que conformarme. Espero que mi angelito no empiece a dar pataditas otra vez.
Ella es…». Oh, Dios mío —exclamó Eve—. Es casi como si pudiera saborearla y olerla. ¡La veo! Las cerezas son muy rojas.
Emitió una exclamación y al instante, Aden había desaparecido. La única indicación de que había estado allí era un suave hueco en el colchón.
Victoria y Riley se pusieron en pie de un salto y miraron a su alrededor con preocupación. Mary Ann se abrazó a sí misma con los ojos llenos de lágrimas de temor, esperando el regreso de Eve con aquella estúpida esperanza que había intentado negar.
No tuvo que esperar mucho. A los tres minutos, Aden había vuelto como si no hubiera faltado nunca. Sus ojos seguían siendo de color castaño. Y, como Mary Ann, estaba llorando. O más bien, era Eve la que lloraba.
—Lo recuerdo, lo recuerdo —dijo Eve, y se abrazó a Mary Ann—. Oh, mi querida hija. Mi hija. Cuánto he esperado este día. He soñado con él, con todos los días en que te tuve en el vientre.
Al principio, Mary Ann intentó quedarse inmóvil. Aquello no le demostraba nada. Nadie podía recordar toda una vida tan deprisa.
—He vuelto. He estado allí, en la casita en la que vivíamos tu padre y yo. Estaba embarazada de ocho meses y estaba tendida en el sofá, acariciándome el vientre mientras te cantaba una nana, con una tarta de cerezas junto a mí, en la mesa. Lo recuerdo todo. La casa tenía un papel de flores muy feo en las paredes, y los muebles eran viejos, pero todo estaba muy limpio, y yo lo adoraba todo. El sofá naranja, la butaca amarilla. Había trabajado de camarera para ayudar a pagarlo. Y como mi primer recuerdo de Aden no es de cuando vivíamos al lado, supongo que sus padres se mudaron. Durante todo este tiempo… Si él se hubiera quedado, yo habría visto crecer a mi ángel. A mi precioso ángel.
Mary Ann recordaba aquel papel de flores, y los muebles. Había vivido en aquella casa durante sus primeros diez años. Había utilizado aquellos muebles mientras su padre terminaba los estudios y después trabajaba como un animal para pagar las deudas.
Carolyn hubiera podido cambiar la decoración, pero no lo había hecho. Lo había dejado todo igual. ¿Era un tributo a su hermana, a la que envidiaba y añoraba a la vez?
Eve no podría saber esos detalles a menos que realmente fuera su madre. Durante un instante se quedó demasiado anonadada como para reaccionar. Después sintió una gran alegría, una alegría que la invadió por completo.
Eve le acarició el pelo.
—Dime que tu tía Carolyn te trató bien. Dime que has sido feliz.
Ella abrazó a Eve. Entonces, Mary Ann se sintió como si estuviera en casa, rodeada de amor y luz.
—He sido feliz —le dijo a Eve—. Me trató como si fuera suya. Y creo que te echaba de menos. No cambió nada de la casa, e incluso eligió unos colores muy parecidos cuando nos cambiamos de casa, seguramente para que las dos nos sintiéramos todavía cerca de ti.
—Así que me perdonó. Gracias por decirme esto —murmuró Eve. Se apartó de Mary Ann y la miró con los ojos empañados—. Oh, mi querida niña. Te adoré desde el primer momento, cuando supe que estaba embarazada. Me imaginaba que las dos estábamos tumbadas juntas en el jardín, o de compras, o jugando como yo hacía con mi madre. Supongo que tu padre te puso mi nombre y el nombre del hospital en el que habías nacido.
Mary Ann asintió. Con un gemido, volvió a abrazar a Eve. Estaba llorando profusamente, y las lágrimas le quemaban la piel. Había tenido algo que la mayoría de la gente no tenía: una segunda oportunidad para amar, para disculparse.
—Siento haberte matado. Fue culpa mía. Te dejé vacía, te impedí que usaras tu habilidad.
—Oh, no, mi amor. No pienses nunca eso. Tal vez anularas mi capacidad para volver atrás, pero yo me sentía feliz por ello. Muchas veces estropeé mi presente al cambiar algo del pasado. Por primera vez en mi vida, no podía viajar atrás ni deliberadamente ni accidentalmente, así que el futuro maravilloso que yo veía por delante estaba seguro. Los nueve meses de mi embarazo fueron los más felices de mi vida. Lo que me diste… Nunca podré agradecértelo de nuevo. Y creo que fue mejor para ti que yo no estuviera allí. Conociéndome, habría intentado volver atrás y arreglar todo lo que fuera mal en tu vida. Tal vez te hubiera dañado, o matado. Y no habría podido vivir con eso. Ni yo, ni tu padre. Él siempre fue muy bueno. No seas muy dura con él por haber guardado este secreto. Yo fui una parte muy difícil de su vida. Y también buena —explicó con una sonrisa—. Podíamos estar juntos, en el jardín, durante horas, mirando las estrellas, abrazados.
Mary Ann apoyó la mejilla en el hombro de su madre.
—¿Y Aden? ¿Ha sido bueno contigo?
—El mejor del mundo. Es un tesoro. Cualquiera se habría desmoronado por nuestra culpa, pero él ha conseguido florecer. Pero ahora quiero hablar de ti. Quiero saberlo todo.
Charlaron durante horas, se rieron y lloraron un poco más, sin separarse la una de la otra. Al final, el sol entró por la ventana de la habitación. Ni Riley ni Victoria se movieron de su sitio en la cama. Tampoco hablaron, y Mary Ann supuso que estaban descansando sus mentes.
Ella nunca había sido tan feliz como en aquellos momentos, al oír a su madre hablando de su niñez, y contándole cómo había sido la suya. No quería que terminara nunca. De hecho, ya no veía a Aden cuando miraba su cuerpo. Veía a Eve. Era una ilusión, pero no le importaba.
Eve le apartó un mechón de pelo de la mejilla y se lo metió detrás de la oreja.
—Después de dar a luz, te envolvieron en una manta y te pusieron entre mis brazos. Recuerdo que te miré y pensé en lo bonita que eras. Notaba que me estaba apagando, pero conseguí encontrar las fuerzas para inclinarme y besarte la frente. Sólo pensaba en una cosa, en tener un día. Pedí un solo día contigo. Eso era lo que hubiera necesitado para haber tenido una vida plena.
—Y ahora, lo hemos tenido —dijo Mary Ann con una sonrisa.
Eve sonrió y la abrazó.
—Sí.
—Y lo mejor es que todavía podemos hacer muchas cosas. Vamos a hacer muchas cosas. Estaremos juntas y… ¿Eve? ¿Anne? ¿Mamá?
Eve había dejado de sonreír, incluso había cerrado los ojos.
—¿Qué sucede? —preguntó Eve. Al principio, Mary Ann pensó que estaba hablando con ella—. ¿Aden? ¿Lo sabes? Ah —musitó. Su expresión se volvió resignada—. Ahora lo entiendo. Y es lo mejor. Para ti y para Aden.
—¿Qué sucede? —preguntó Mary Ann, y miró a su madre con preocupación. Sus ojos se estaban volviendo azules.
De repente, Riley estaba tras ella para darle consuelo, apoyo.
—Aden, por favor, no le quites tu cuerpo todavía. Por favor.
—Te quiero, Mary Ann —dijo Eve suavemente, tristemente, mirándola—. Esto no es cosa de Aden. Soy yo. Se me ha concedido mi último deseo, y ahora ha llegado el turno de otro, para que Aden pueda tener la paz que siempre ha deseado. La paz que se merece.
—Vas a volver a su cabeza, ¿verdad? —preguntó Mary Ann con desesperación—. Seguirás ahí. Podremos hablar.
—Lo siento mucho, angelito. Voy a… dejar el cuerpo. Ya siento que me estoy separando. Aden, cariño —dijo, cerrando los ojos—. Tienes que dejarme marchar. Te quiero, pero esto es lo correcto. Así tienen que ser las cosas. Me doy cuenta ahora. Tú me has devuelto a mi hija, me has concedido mi último deseo, y ahora yo voy a darte algo que siempre debería haberte pertenecido. A ti mismo.
Hubo una pausa.
—Aden, mi niño. Estarás bien sin mí. Lo sé. Eres fuerte y listo, y eres todo lo que una madre pudiera desear. Te voy a echar de menos con toda mi alma. Por favor, te pido que cuides de mi ángel.
—¡Eve! ¡Mamá! —Mary Ann la agarró por los hombros y la zarandeó, hasta que Riley hizo que la soltara—. No lo hagas. Por favor, quédate. Te necesito. No puedo perderte otra vez.
—Te quiero mucho. Eres lo mejor que me ha pasado, mi alegría, y siempre te querré. Por favor, no lo olvides.
Se acercó a Mary Ann y le dio un beso en la frente, igual que había hecho con su recién nacida. Para despedirse.
—¡No! ¡No! —gritó Mary Ann. Se zafó de Riley para lanzarse hacia su madre.
De repente, Victoria se colocó entre Aden y Mary Ann.
—No vas a hacerle daño —dijo la vampira, protegiendo el cuerpo de Aden.
Mary Ann miró a Aden. Aden… ya no era Eve.
—¡No! —gritó—. ¡Eve! ¿Me oyes? ¡Eve! ¡Vuelve! Creía que quería que fueras libre, pero no es cierto. Te necesito.
Mary Ann esperó en silencio, esperó a que Eve sonriera y le dijera que todavía estaba allí, pero pasaron los minutos y la realidad no cambió.
Al final, Aden se encorvó, y se tapó la cara con las manos.
—Se ha ido. Se ha ido de verdad.