Una semana después
Aden estaba caminando por el bosque con Victoria, Mary Ann, Riley y Shannon. Acababan de terminar las clases, pero era como si todavía estuvieran allí, porque iban en silencio.
Las cosas habían cambiado desde la noche en que Eve se había marchado. Después de que ocurriera, habían ido a las casas en las que vivían sus padres, y los de Mary Ann, aquellos años. Los padres de Aden se habían mudado, tal y como pensaba Eve. Mary Ann tuvo los ojos cerrados durante todo el tiempo. Estaba en silencio y se negaba a hablar de su madre.
Así que, después de eso, habían ido al Hospital de Santa María. Con algo de persuasión, Victoria y Riley pudieron conseguir la lista de toda la gente que había muerto el día del nacimiento de Aden. Había unas cincuenta y tres personas, muchas de las cuales habían fallecido en un choque de autobús aquel día.
La lista había estado en posesión de Aden toda aquella semana, pero a él no le importaba. Estaba muy deprimido. Echaba de menos a Eve y quería que volviera.
Lo cual era una tontería. Él tenía las respuestas que llevaba buscando durante todos aquellos años. La gente que poblaba su cabeza eran fantasmas. Todos habían muerto el día de su nacimiento. Sabía que podía liberar también a los otros tres, y siempre había querido estar solo, pero la falta de Eve hacía que se sintiera vacío. Y muy pronto, si averiguaba quiénes habían sido Julian, Caleb y Elijah, y cuáles habían sido sus últimos deseos, se quedaría sin ellos también. Ellos se merecían tener libertad, y ver cumplidos sus deseos, pero… ¡aquello era demasiado duro! Incluso las otras almas echaban de menos a Eve. Estaban más calladas de lo normal. Aden había creído que disfrutaría de eso. Hasta aquel momento.
Aden suspiró. Pobre Mary Ann. Como él, como los demás, todavía tenía que recuperarse.
—¿Habéis sabido algo de Tucker, chicos? —preguntó Mary Ann de repente, y llamó la atención de Aden.
—No —dijo él, mientras le daba una patada a una piedra—. ¿Ha ocurrido algo?
—Sí, desapareció misteriosamente de su habitación del hospital esta mañana. Nadie lo vio marcharse.
—Vaya, eso es muy raro. Le ha ocurrido lo mismo a un chico que vivía conmigo y con Aden en el rancho —dijo Shannon—. Esta mañana, Ozzie ha desaparecido del reformatorio.
Shannon no sabía nada de lo que había ocurrido últimamente, ni sabía quiénes eran en realidad Victoria y Riley, pero se daba cuenta de que estaban ocurriendo cosas muy extrañas.
—Tampoco lo sabía —dijo Aden. Tucker y Ozzie sueltos por ahí, y seguramente, con ganas de matarlo. Qué pesadilla—. Hoy tengo sesión de terapia, pero tal vez pueda hablar con Dan después, para preguntarle si él sabe algo.
—Shannon —dijo Victoria—. Ahora irás a casa y recordarás que Aden fue contigo.
Los ojos de Shannon se volvieron vidriosos, y el chico comenzó a caminar más aprisa. Pronto desapareció entre los árboles.
—¿Qué pasa? —preguntó Aden.
—Ojalá lo peor fueran las desapariciones de Ozzie y Tucker —dijo Victoria—. Dmitri, otro vampiro, y yo encontramos al señor Applewood, el entrenador de béisbol, y a su mujer, anoche. Estaban comidos. Nadie lo sabe todavía, pero cuando los descubran, la policía pensará que hay una jauría de animales salvajes por ahí.
—Entonces, ha empezado —dijo Riley gravemente—. Me lo temí al ver que faltaban varios chicos hoy.
—¿Son los duendes? —preguntó Aden.
Victoria asintió.
—Eso creo.
—Tenemos que detenerlos.
—Estoy de acuerdo —dijo Riley—. Pero sólo podemos hacerlo averiguando dónde duermen de día y acabando con ellos mientras son vulnerables.
—Entonces, eso es lo que haremos —dijo Mary Ann, que le dio una patada a una pila de bellotas.
Riley abrió la boca para responder, seguramente para decirle que ella no iba a acercarse a la pelea, pero se lo pensó mejor.
—Necesitaremos armas —dijo Aden—. Y también tiempo. Tiempo que yo no tengo, a causa de las tareas del rancho, y de la vigilancia. Pero no quiero que vayáis sin mí —dijo.
—Yo puedo conseguir las armas —dijo Riley—. Y llamaré a mis hermanos. Ellos nos ayudarán.
—¿Tienes hermanos? —le preguntó Mary Ann con los ojos abiertos como platos.
Riley asintió.
—Cuatro de sangre, que se criaron como yo, y muchos de raza.
—Vaya.
Aden percibió la incertidumbre del tono de voz de Mary Ann, y se preguntó en qué estaba pensando.
—Les caerás bien —le prometió Riley—. No te preocupes.
Ah. Entonces lo entendió. Miró a Victoria.
—¿Tú tienes hermanos?
—Tengo dos hermanas mayores, Lauren y Stephanie. Y siento decirte esto, pero tú no les vas a caer bien. Te lo digo como advertencia, porque mañana las conocerás en el baile. Eres humano, y ellas consideran que los humanos sólo son una fuente de alimento. Ellas ya cuestionan mi… interés por ti.
—No me des explicaciones —le dijo. Había sido despreciado por los demás durante toda su vida, y añadir unos cuantos nombres más a la lista de gente que lo odiaba no era para tanto—. A mí sólo me importas tú.
De repente, Victoria lo abrazó y lo besó. Pese a la sorpresa, Aden la estrechó contra sí y la besó con toda su alma. En aquel momento fue capaz de olvidar sus problemas, el futuro. Victoria también. Se echó a reír de felicidad y echó la cabeza hacia atrás, y observó los árboles que había sobre ella.
—Siempre me asombras —dijo—. En toda mi vida, nadie había conseguido asombrarme, y tú lo haces una y otra vez. Esperaba que salieras huyendo del peligro. No lo has hecho. Esperaba que me odiaras por lo que soy. No lo has hecho. Esperaba que los prejuicios de mi familia te hicieran daño. Y no es así.
Él miró a la preciosa chica de sus sueños.
—Porque, bueno… —Aden carraspeó. No iba a admitir que la quería con testigos delante—. Ya te lo he dicho. Eres la única que me importa.
Ella cerró los ojos y lo besó de nuevo, en aquella ocasión, con suavidad.
—Tengo una sorpresa para ti. La he dejado debajo de tu cama.
—¿Qué…?
—No. No me lo preguntes, porque no voy a decírtelo —dijo. Se apartó ligeramente de él y lo agarró de la mano—. Espero que te guste.
¿Un regalo suyo?
—Sé que me va a gustar.
Estaba impaciente por llegar a casa.
Riley y Mary Ann se habían apoyado contra un árbol, y él le estaba acariciando el pelo mientras le susurraba algo. Ella lo miraba con timidez.
—Eh, chicos, vamos —les dijo Aden.
—Sí, vamos —dijo Riley—. Tenemos que marcharnos. Dmitri te está esperando, princesa.
Victoria se puso rígida.
—¡Cállate!
—Perdón —murmuró Riley.
Aquello le recordó algo a Aden.
—¿Qué relación tiene Dmitri contigo? —le preguntó a Victoria cuando todos comenzaron a caminar de nuevo.
Ella palideció.
—Aden…
—Tienes que decírselo —intervino Riley—. Tiene que saberlo.
«Oh, no», gimió de repente Elijah. «Oh, Aden. Lo siento muchísimo. Acabo de oír su respuesta. Va a decírtelo, pero por favor, no reacciones de golpe, ¿de acuerdo?».
Aden se sintió muy tenso.
Victoria tragó saliva.
—Dmitri es mi prometido.
Prometido. Aden tardó unos segundos en recordar el significado de la palabra. Cuando lo hizo, se detuvo en seco. Prometido. Si antes se había sentido tenso, en aquel momento los músculos se le contrajeron alrededor de los huesos con tal fuerza, que le tembló todo el cuerpo.
—Yo no lo elegí —dijo ella apresuradamente—. Fue mi padre. Yo no quiero tener nada que ver con él. Lo odio. Tienes que creerme.
—¿Pero te vas a casar con él?
Ella miró al suelo. Pasó un momento. Después, asintió.
—No puedo desobedecer a mi padre. Está planeado desde que nací.
—¿Y tus hermanas?
—Ellas están prometidas con otros.
Aden la agarró por los hombros.
—¿Y por qué no me lo habías dicho?
—Quería estar contigo sin que eso nos afectara. No me habrías besado —respondió Victoria, mirándolo con intensidad.
—No te vas a casar con él. Claro que no.
—Mi padre desea ese matrimonio porque la familia de Dmitri es muy fuerte. No puedo librarme de él. Si lo hiciera, habría muerte y derramamiento de sangre. Y dolor. Oh, Dios, el dolor que él puede causar… No sólo a mí, sino a todos los que tú ames. Lo siento, Aden. Lo siento mucho.
A cierta distancia sonó el chasquido de una rama. Riley inhaló bruscamente y puso a Mary Ann detrás de él.
—Malditas brujas —dijo.
Comenzó a quitarse la ropa rápidamente y se quedó desnudo. Mary Ann, que lo estaba mirando, se ruborizó, y entonces, él estaba transformándose en lobo. El pelaje comenzó a brotar de su piel, y los huesos se alargaron, y tomaron otras formas hasta que Riley estuvo a cuatro patas, enseñando unos dientes afilados.
—¿Brujas?
Victoria se giró con el ceño fruncido.
Aden tuvo que controlar sus emociones al ver como de entre los árboles salían varias mujeres que rodearon a su grupo.
—Romped el círculo antes de que se solidifique —gritó Victoria.
Estaba junto a él, pero al segundo siguiente ya no estaba. Se movió con tanta rapidez, que Aden sólo vio un borrón. Cuando llegó al borde de los árboles, donde estaban las mujeres, chocó contra algo como un muro invisible y cayó de espaldas.
Aden echó a correr y se colocó delante de ella. Todos los ojos estaban clavados en él. Se inclinó y se sacó las dagas de las botas. Mantuvo la plata escondida apretándola contra los brazos, con las empuñaduras bien agarradas.
Estudió a las mujeres con atención. Eran ocho, y llevaban unas capas blancas con capuchas que les cubrían la cabeza y escondían sus caras en las sombras. Irradiaban poder.
—Por fin te hemos encontrado —dijo una de ellas, con una voz extraña e hipnótica. Dio un paso adelante. Tenía un largo pelo rubio que se le escapaba de la capucha y le caía por los hombros—. El origen de la llamada.
Riley rugió.
Dentro de la cabeza de Aden, Caleb estaba tartamudeando, algo que no había hecho nunca.
«Cre-creo que la conozco».
Aden estuvo a punto de soltar un gemido. Eve había dicho exactamente lo mismo cuando había conocido a Mary Ann. ¿Acaso Caleb tenía alguna relación con las brujas? Tal vez Aden debería haber estudiado la lista de los fallecidos y haber averiguado exactamente quiénes estaban dentro de su cabeza. Pero había estado demasiado deprimido, demasiado preocupado. Tenía que remediarlo.
Si vivía para contarlo.
—No puedes conocerla —susurró—. Ni siquiera puedes verla.
«Pero puedo sentirla. Pídele que se quite la capucha. Por favor, Aden. Por favor».
—Deja que te vea la cara —le dijo Aden, después de un momento de vacilación.
Su petición fue ignorada, y Caleb exhaló un suspiro de frustración.
De nuevo, Riley gruñó.
—¿Cuál de vosotros nos conjura? —preguntó otra, ignorando también al lobo, como si no tuviera importancia.
Victoria se puso en pie detrás de él, jadeando, con la ropa llena de hojas.
—Dejadnos en paz —dijo—, o sentiréis la ira de mi padre.
La palabra «vampiro» reverberó por el bosque, entremezclada con miedo y furia.
Aden alzó la barbilla y abrió la boca para admitir la verdad.
—No, Aden —dijo Mary Ann—. No, por favor.
Él continuó.
—Yo soy quien os ha llamado. Dejad marchar a los demás.
«¡Pídeselo otra vez!».
—Ahora, por favor, muéstrame tu cara.
—Miente —gritó Victoria—. No lo escuchéis. Yo soy aquélla a la que buscáis.
Como habían hecho con el lobo, la ignoraron.
—¿Por qué? —preguntó la rubia, concentrándose en él—. ¿Por qué nos llamas? ¿Acaso quieres conducirnos a la muerte?
—No —dijo él—. Nunca. Yo no puedo evitarlo, igual que tú no puedes evitar quién eres. Aunque deseo lo contrario, yo soy quien os llamó. No quería hacerlo, no tenía intención de hacerlo, pero los no humanos sienten mi atracción.
Ellas murmuraron entre sí.
—Nunca hemos oído hablar de nadie como tú —dijo la rubia cuando las demás se callaron.
Él se encogió de hombros.
—Yo tampoco había visto a un vampiro o a un hombre lobo de verdad hasta hace pocas semanas. Y eso no significa que no sean reales.
Otra de las brujas se adelantó. Era pelirroja.
—Si no puedes evitar quién eres, ¿cómo has conseguido enmascarar tu atracción tantas veces?
Riley rugió y le lanzó un mordisco, mostrándole los dientes llenos de saliva. Ella se estremeció, pero no retrocedió.
—Eso —dijo Aden, elevando la barbilla un poco más— no voy a decírtelo. A menos que dejéis que los demás se vayan, claro.
«Intercambia la información por un vistazo de la rubia», le rogó Caleb. «Tengo que verle la cara».
—No puedo —le susurró frenéticamente Aden. Aquella información era la única carta que tenía en la manga. Si la entregaba, no tendría ninguna utilidad, y las brujas atacarían a sus amigos.
Ellas volvieron a cuchichear entre sí. Elijah gimió dentro de la mente de Aden, como si presintiera lo que se estaba diciendo en aquella conversación.
—Vamos a celebrar una reunión dentro de una semana, cuando lleguen nuestros mayores. Asistirás a esa reunión, humano. Si no lo haces, la gente que está en este círculo morirá. No dudes de mis palabras.
Entonces, las brujas estiraron los brazos y comenzaron a murmurar. Riley saltó hacia delante, pero se golpeó contra el mismo muro invisible contra el que había chocado Victoria. El poder que irradiaban las brujas se intensificó y se unió sobre sus palmas elevadas, primero blanco, después azul, y luego, deshaciéndose en llamas de oro. Ellas lanzaron aquellas llamas hacia el círculo. Varias golpearon a Riley, varias a Victoria, y una de ellas, tan sólo una, a Mary Ann.